I

La madre psicótica

El niño @ Botero regresó de la escuela e Iris, su madre, quien lo esperaba descalza y sentada en una silla de la mesa comedor, le pidió que le limpiara sus pestilentes pies con la lengua. De inmediato, su hijo rehusó hacerlo y ella enfureció.

—No me exijas algo tan asqueroso, mamá —le rogó—. Soy un Ser Humano y no un perro.

La mujer no pronunció palabras. Su enojo se convirtió en iracundia. Tomó un hacha despresadora de pollos que estaba en el lavaplatos y, de un [fortísimo] certero golpe, le segó el brazo izquierdo a su primogénito de siete años. El chico se desplomó abruptamente.

Asustada, la madre lo condujo hasta el garaje de su claustrofijo: encendió su máquina de rodamiento y lo trasladó a un cercano hospital. Allá, en el «Área de Emergencias», los paramédicos actuaron deprisa para evitar que falleciera por desangramiento. Le hicieron transfusiones sanguíneas, le aplicaron antibióticos y suturaron la zona afectada.

Detuvieron la hemorragia y pasaron al pequeño @ Botero a la «Unidad de Cuidados Intensivos» [UCI]. Durante una semana, permaneció recluido ahí. La víspera que lo enviaran a casa, una Fiscal del Ministerio Público [del Departamento de «Violencia Familiar»] solicitó una confidencia privada con el convaleciente. El chico dijo que jugaba con una sierra portátil y automática cuando, de súbito, ocurrió el accidente. A la funcionaria, que lo filmaba, le pareció poco creíble su testimonio. Sin embargo, por mandato de la Ley de Protección del Menor, evitó incomodarlo y partió.

Transcurrió el tiempo y @ llevó una existencia relativamente apacible, hasta el día de su cumpleaños número doce. Era Domingo y, temprano, visitó a su padre [quien se había divorciado de Iris y vivía solo en un apartamento]. Cuando retornó al claustrofijo, le produjo estupor hallar a su madre acostada en el sofá-cama de la sala: desnuda, con las piernas abiertas y un vaso de whisky.

—Que me lamas la vulva y chupes mi clítoris será tu regalo de cumpleaños —pronunció la mujellera—. Acércate, precioso…

@ mostró repugnancia con sus gestos y quiso salir. Furibunda, lo atrapó antes que lo intentara. A rastras, lo condujo hacia la cocina: agarró la misma hacha despresadora y le mutiló el otro brazo. Con la agravante que, el ahora púber Botero, se precipitó contra el piso y se golpeó la cabeza: provocándose una peligrosa, abierta y profunda herida en el cráneo. Nerviosa, Iris, que tenía su lujoso auto Lantigua sin combustible, transportó a su descendiente en un taxi hasta el hospital. @ fue atendido con mayor diligencia, ello puesto que su pulso y la palidez de su rostro preocuparon a los galenos de turno. Lo recordaron y se empecinaron en salvarle la vida. La misma Fiscal especialista en «Violencia Familiar» fue notificada del incidente y, cada día, estuvo a su lado en espera de su recuperación plena. Un mes después logró platicar con el muchacho.

—Dime, @ —lo emplazó—. Fue tu madre quien, sistemática y monstruosamente, ¿te ha lesionado? No temas. Si es culpable, incrimínala. Nosotros te protegeremos y a ella la aislaremos de ti y de la Sociedad. Expertos en inteligencia criminal están persuadidos de que la Señora Iris tiene rasgos psicopáticos. Sus pensamientos y deseos son patológicos. A tu padre, afamado intelectual y a quien afirmas admirar, le otorgaremos oficial y legalmente la responsabilidad de tu custodia.

—Mi madre no me lastimó —cabizbajo, declaró el joven Botero—. Lamento que sospeche de ella. Esa tarde yo podaba el ramaje de una mata de mango, perdí el control de la sierra eléctrica, caí al piso y me amputó. Siempre me gustó jugar con ese aparato.

—¿No quieres vivir en el apartamento del Señor Botero?

—Jamás la perplejidad se anticipa a lo que «por venir» está…

—Hablas como escribe tu padre, @. Eres muy extraño.

@ Botero retornó a su hábitat. Nada nuevo supieron los médicos y enfermeras de él, hasta el día que cumplía dieciocho años. Alguien, no identificado, dejó su cabeza en el umbral del hospital: sangrante, oculta en una caja de cartón, rigurosamente embalada.