—Foxtrot One a Big Mother.
Dadas las circunstancias, Ted ni siquiera se esforzó por disimular cuando efectuó la llamada por el intercomunicador portátil que llevaba en el cinturón.
Crrrrrr.
—¿Qué pasa, Foxtrot One?
—Ordenen evacuar Manhattan y saquen al presidente de la sede de las Naciones Unidas —dijo con frialdad—. Pongan contadores geiger a funcionar en el edificio y en todas las calles aledañas. Registren todo de cabo a rabo.
Extrañados por sus órdenes, los hombres tardaron en responder.
—¿Por qué, Foxtrot One? ¿Qué ha pasado?
—¡El presidente está en Manhattan! ¡Fireball está en Manhattan! ¡Hay una probabilidad alta de que haga explotar el artefacto nuclear hoy! Creo que no hace falta que dé más explicaciones.
—Roger, Foxtrot One.
Ahmed cruzaba ahora otra avenida, la Quinta, en medio de la multitud. Siguieron por la calle Cuarenta y dos dejando atrás las líneas clásicas de la Biblioteca de Nueva York. No había duda de que su antiguo alumno se dirigía a la sede de la ONU, al otro lado de la ciudad.
—Considerando lo que sabemos, ¿no sería aconsejable interceptarlo ya? —preguntó Tomás, nervioso con todo aquello—. Puede que sea más seguro, ¿no?
—¿Y la bomba? —preguntó Rebecca—. ¿Cómo sabemos dónde está la bomba?
—Eso ya lo veremos después.
—No podemos hacerlo así —dijo ella—. Aunque neutralicemos a Fireball, eso no significa que neutralicemos la amenaza nuclear. Probablemente, sus compañeros aún tienen la bomba. No dudarán en hacerla estallar si Fireball no aparece. Nuestra prioridad es localizar la bomba. Sólo cuando sepamos dónde está, podremos avanzar. —Señaló a Ahmed—. En cualquier caso, Fireball no es una verdadera amenaza aún. Él no lleva la bomba. Creo que aún tenemos algo de tiempo.
Tomás miró el reloj con nerviosismo.
—El discurso del presidente comenzará dentro de siete minutos. —Miró a Ted—. Además de él, ¿quién asiste a la Asamblea?
—Déjeme ver…, tenemos al presidente de Brasil, al presidente español, al primer ministro italiano…, al presidente de Irán, al primer ministro de…
—¿El de Irán está también?
Al ver que el jefe de Estado iraní asistía a la Asamblea, Ted se animó repentinamente.
—¡Sí, el iraní está aquí! Eso es bueno, ¿no lo creen? El tipo es fundamentalista. Si está aquí, no creo que Al-Qaeda se atreva a hacer estallar la bomba hoy, ¿no?
—Al-Qaeda es suní y considera infieles a los chiíes —explicó el historiador—. El presidente iraní es chií, luego es un infiel. Matarlo sería un excelente incentivo para Al-Qaeda.
Ted movió la cabeza y se volvió hacia el este, en dirección a la zona donde se encontraba la sede de las Naciones Unidas.
—¿Y la ONU? —preguntó—. ¿Es que ni siquiera respetan la ONU?
Tomás sonrió sin ganas.
—¿Respetar la ONU? Al-Qaeda ya ha perpetrado ataques violentos contra la ONU en Afganistán, Iraq, Argelia, Somalia, Sudán, el Líbano…
—¿Por qué? Las Naciones Unidas es una organización que reúne a todos los pueblos, también a los musulmanes. ¿Qué diablos les pasa? ¿Cómo pueden atacar a la ONU?
—Al-Qaeda acusa a la ONU de crímenes contra el islam, incluido el reconocimiento de la existencia de Israel —explicó Tomás—. No obstante, el principal problema es teológico.
—Está de broma.
—Hablo en serio. La Carta de las Naciones Unidas establece la igualdad de todas las religiones y los musulmanes no aceptan eso, ya que Mahoma declaró la superioridad del islam. La declaración de igualdad de las religiones contradice a Mahoma, y la consecuencia es que Al-Qaeda considera que la ONU es una organización antiislámica.
Ted enarcó las cejas, perplejo al oír todo aquello, que para él era nuevo.
—¡Pero…, pero la libertad religiosa es un derecho humano fundamental!
—Eso es lo que nosotros creemos, pero muchos musulmanes no lo ven así —observó Tomás—. Es más, el mundo islámico planteó muchas objeciones a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y no vinieron sólo de los fundamentalistas. De hecho, muchos países musulmanes ni siquiera aceptan esa declaración, porque establece el derecho a cambiar de religión conforme a la libre voluntad. Eso choca frontalmente con el delito de apostasía establecido por el Corán y por el Profeta, que prevé la pena de muerte para quien reniegue del islam. Además, la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece la igualdad total entre hombres y mujeres, y entre las personas de cualquier religión, lo que también va contra las leyes del islam. De ahí que muchos musulmanes, y no sólo los fundamentalistas, consideren que la Declaración va contra el islam.
El hombre del FBI gruñó, frustrado.
—¡No sé qué decir!
El edificio de las Naciones Unidas estaba a cuatro manzanas de distancia. Tomás vio que en la siguiente avenida, Lexington Avenue, una barrera metálica bloqueaba el acceso a partir de la calle 42. Las calles parecían estar cortadas al tráfico desde allí.
Crrrrrr.
—Big Mother a Foxtrot One.
—¿Sí, Big Mother?
—Es imposible evacuar Manhattan. No hay tiempo.
—¿Y el presidente?
—Tampoco podemos sacarlo de la sede de la ONU. Técnicamente el edificio no es territorio norteamericano, por lo que el presidente no tiene prioridad sobre los demás gobernantes que están allí. Son unos treinta. Tendríamos que sacarlos a todos a la vez, y no es posible hacerlo en unos minutos.
—¿Qué? —se escandalizó Ted, que perdió la calma por primera vez—. ¿Están locos? ¡El presidente tiene que salir inmediatamente de Manhattan!
—Lo lamento, Foxtrot One. Ha sido el propio presidente quien ha tomado la decisión. Tienen que encontrar esa bomba y neutralizarla.
El hombre del FBI tuvo ganas de tirar el intercomunicador al suelo, pero se contuvo. La situación era demasiado grave para permitirse el lujo de tener un ataque de nervios. Respiró hondo y recuperó el control.
—¿Han detectado algo los contadores geiger?
—La sede de la ONU está limpia, Foxtrot One. Y también las calles aledañas al edificio. Estamos ampliando la búsqueda.
Ted guardó el intercomunicador portátil en el cinturón y consultó una vez más el reloj.
—Fuck! —renegó—. Faltan tres minutos para que comience el discurso del presidente. Quizá tengamos que interceptar a Fireball.
—Ya le he dicho que primero tenemos que localizar la bomba —dijo Rebecca, que parecía estar ya cansada de repetirlo—. ¿Cuántas veces tengo que recordarles que el objetivo último no es neutralizar a Fireball, sino neutralizar la bomba?
El lado opuesto de Lexington Avenue estaba lleno de policías. Se veían francotiradores en muchas terrazas y balcones de los edificios. Los helicópteros zumbaban y se oían sirenas por todas partes. No había duda de que, aquel día, los alrededores de la sede de las Naciones Unidas eran el lugar más vigilado del planeta. Ante tal dispositivo de seguridad, parecía una locura que alguien soñara con cometer un atentado en aquel lugar esos días, pero, por lo visto, nada de eso impresionaba a Al-Qaeda.
Ahmed concentró su atención de nuevo en la figura solitaria de Ahmed, que ahora caminaba por Lexington Avenue en dirección norte y pasaba al lado de la multitud de policías y de coches patrulla que protegían el acceso a la zona de la sede de las Naciones Unidas. ¿Estaría su antiguo alumno explorando el terreno? El historiador dudó de todo lo que hasta entonces había dado por sentado. ¿Cómo podían estar seguros de que el atentado era inminente? Y si, en realidad, todo aquello no era más que…
Se cayó.
Sin que nadie lo esperara, Ahmed pareció haber tropezado y, de repente, se derrumbó contra el suelo.
Los tres perseguidores clavaron la vista en el cuerpo del hombre que se había caído en la acera, al otro lado de la avenida, intentando entender qué había pasado. El sospechoso se había caído y, por lo visto, no se levantaba.
¿Estaría bien?
Tomás y los dos compañeros se mantuvieron atentos al cuerpo tirado en el suelo esperando que se levantara, que se moviera o hiciera algo. Pero no se movió, y los tres llegaron a la conclusión inevitable: habían abatido a Ahmed.