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Todos miraban la pantalla, examinando de nuevo la imagen a la cual Tomás señalaba con el dedo acusador. La cara inmóvil del sospechoso, inmortalizada por la cámara aduanera, miraba al vacío junto a la imagen enviada por la Universidade Nova de Lisboa. Según las respectivas leyendas, el rostro pertenecía al ingeniero Alberto Almeida y a Ahmed ibn Barakah.

Los nombres eran distintos, pero la cara era la misma.

Después de un primer momento de silencio y aturdimiento, se multiplicaron las órdenes en la sala de operaciones de la CIA y todos se pusieron en movimiento.

—¡Don! —gritó Bellamy, sin dejar de mirar la cara que mostraba la pantalla—. ¿Dónde demonios se aloja ese motherfucker?

No habría necesitado dar la orden, porque Don ya tecleaba furiosamente. Las fotografías desaparecieron de la pantalla y dejaron paso a la información relativa al sospechoso.

—Alberto Almeida entró en Estados Unidos por el aeropuerto de Orlando hace exactamente… treinta y tres días, proveniente de Madrid. Según lo que dijo, se alojaba en el Marriott de Orlando.

—Llama al Marriott —ordenó Bellamy a Don.

Después miró al hombre que estaba a su lado.

—Ponme con la Casa Blanca. Quiero hablar con David Shapiro.

Don llamó a Florida desde el ordenador. Tras dos tonos de llamada, que se oyeron en los altavoces de la sala, contestaron.

—Hotel Marriott, buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?

—Con el director, por favor —ordenó Don—. Es urgente.

—Por supuesto. Espere un momento, por favor.

Se oyó una música de salón suave y luego un tono de llamada.

—Hughs al habla.

—¿Es usted el director del Marriott de Orlando?

—Sí, ¿en qué puedo ayudarle?

—Me llamo Don Snyder y le llamo desde Langley. Llamo de la CIA y necesitamos urgentemente información sobre una persona que se hospedó en su hotel.

Se hizo un breve silencio.

—¿Es una broma?

—Por desgracia, no. Podemos enviar a alguien con las credenciales necesarias, pero el caso es tan urgente que le agradecería que confiara en mí y que me diera de inmediato la información. Seguro que pueden ver mi número en su centralita y confirmar que llamo desde Langley.

Al otro lado de la línea, el hombre vaciló, como si estuviera tomando una decisión.

—Muy bien —suspiró el gerente del Marriott—. ¿Cómo se llama ese huésped?

—Alberto Almeida. ¿Quiere que se lo deletree?

—Sí, por favor.

Don deletreó el nombre y, en silencio, el director consultó la información en el ordenador del hotel.

—Es cierto. Un tal Alberto Almeida se alojó en el hotel. Era un individuo de nacionalidad paraguaya…, perdón, portuguesa. Durmió uno noche en el hotel e hizo el check-out a la mañana siguiente. Pagó en efectivo.

—¿No hay ninguna indicación de adónde se dirigía?

—No. Como puede imaginarse, nunca preguntamos eso a nuestros clientes.

Cuando Don colgó, Frank Bellamy ya estaba hablando con la Casa Blanca para comunicar las novedades. El responsable del NEST salió de la sala de operaciones y se encerró en un cubículo acristalado para que nadie le oyera.

—¿Y ahora? —preguntó Tomás.

—Hemos lanzado una alerta nacional para localizar a ese tipo —respondió Rebecca con expresión seria—. Pero si llegó hace un mes a Estados Unidos… No sé, no sé. Si tiene uranio enriquecido en cantidades suficientes, la construcción de la bomba es cuestión de un segundo.

Don volvió al teclado.

—Voy a hacer una búsqueda con el NORA.

—¿Qué es eso?

Non Obvious Relationship Analysis —dijo aclarando el acrónimo—. Lo crean o no, es un sistema de cruce de datos que desarrollaron los casinos de Las Vegas. Muy eficaz, por cierto. —Se puso la lengua en la comisura de los labios en un gesto infantil y deletreó el nombre a medida que iba tecleando—: A-l-b-e-r-t-o A-l-m-e-i-d-a.

Introdujo todos los datos que constaban en la ficha aduanera del aeropuerto de Orlando y después, por cautela, añadió el nombre «Ahmed ibn Barakah». El reloj de arena comenzó a girar en la pantalla mientras el ordenador procesaba la información.

—Explícame qué estás haciendo —le pidió Rebecca, aprovechando el respiro que les concedía el ordenador.

—El NORA combina información sobre la identidad de una persona con bases de datos de compañías de tarjetas de crédito, registros públicos e información que consta en los ordenadores de los hoteles y otros lugares. El sistema funciona a través de la construcción de hipótesis basadas en información real.

—No lo entiendo.

—Este sistema lo crearon los casinos para evitar fraudes —explicó Don, con un ojo puesto en el reloj de arena del ordenador y otro en Rebecca—. El NORA puede descubrir, por ejemplo, que la hermana de un dealer de blackjack tenía un vecino dos años antes que ganó doscientos mil dólares en una partida controlada por ese dealer. Así se establece la relación entre el dealer y el ganador, lo que permite al casino saber si hicieron trampas.

—Ahora lo entiendo.

—El sistema permite establecer otro tipo de asociaciones. Un nombre árabe puede escribirse «Otmane Abderaqib» en África, o «Uthman Abd Al Ragib» en Iraq. El NORA permite emparejar estos dos nombres, lo que…

Una voz sonó por los altavoces e interrumpió la conversación.

—¡Atención todos! ¡Atención!

Era la voz ronca de Frank Bellamy. Tomás miró hacia el cubículo acristalado y comprobó que el responsable del NEST había terminado la llamada con el consejero presidencial y que ahora hablaba a través de un micrófono.

—Acabo de hablar con la Casa Blanca. En vista de la información que tenemos, el presidente ha decretado DEFCON 2. Estamos en DEFCON 2. Estamos en DEFCON 2.

Un silencio sepulcral se apoderó de la sala.

—Ya lo he visto en las películas… —murmuró Tomás.

—DEFCON 2 es el segundo nivel de emergencia más alto en Estados Unidos —explicó Rebecca en voz baja—. Significa que nuestro Ejército está en estado de alerta máxima ante la posibilidad de un ataque inminente. Que yo sepa, la última vez que se decretó DEFCON 2 fue durante la crisis de los misiles de Cuba.

—¿Y en el 11-S?

—Estuvimos en DEFCON 3.

—Por tanto, esto es más serio…

Rebecca lo miró fijamente.

—Tom, estamos hablando de una bomba nuclear.

El reloj de arena del ordenador dejó de girar y una avalancha de información inundó la pantalla. Don analizó las conclusiones del gigantesco cruce de datos.

—Señores —llamó—, vengan a ver esto.

Las personas de la sala se agolparon alrededor del lugar que ocupaba el operador y se concentraron en la pantalla, donde el programa NORA listaba todos los datos y proporcionaba, al fin, el paradero de Alberto Almeida, alias Ahmed ibn Barakah, alias Ibn Taymiyyah.

—El motherfucker está en Nueva York.