Todo el grupo miraba atentamente el texto que Tomás había escrito en su bloc de notas tras descifrar el mensaje de Al-Qaeda. Los hombres de la CIA movían la cabeza, sin entender nada.
—Shit! —renegó Frank Bellamy con una voz ronca y tensa—. ¡Es un nuevo fucking enigma!
—No, no lo es —corrigió Tomás—. Son palabras y números árabes. ¡Concretamente, es una referencia coránica! Se dice surah o sura, y significa «capítulo ».Ayah quiere decir «versículo». O sea, capítulo 8, versículo 16. ¡El mensaje remite a un versículo del Corán!
—I’ll be damned —exclamó Bellamy, concentrado en la solución al enigma—. ¿Qué versículo es ése?
—No sé. —El historiador miró a su alrededor—. ¿Alguien tiene un Corán?
Rebecca se agachó y cogió la maleta que guardaba a los pies de una mesita.
—¡Yo tengo uno! —anunció.
Abrió la maleta y rebuscó.
—Desde que trato con esta gente siempre tengo el Corán a mano. —La mano dejó de moverse dentro de la maleta, como si hubiera encontrado lo que buscaba—. ¡Aquí está!
Entregó el libro a Tomás, que se puso a hojearlo de inmediato.
—Sura 8…, sura 8…, sura 8… —murmuró, pasando rápido las páginas—. ¡Lo tengo! —Deslizó el índice por los versículos del capítulo—. Vamos a ver el… versículo 16.
El dedo del historiador se clavó en la línea donde comenzaba el versículo y los tres inclinaron la cabeza para leer lo que decía el versículo.
—«Quien vuelva entonces la espalda, a menos que sea para volver al combate o para unirse a otro grupo de combatientes, desatará la ira divina y su refugio será el Infierno» —leyó Rebecca.
—Fucking hell! —renegó Frank Bellamy entre dientes—. ¡Otro misterio! ¿No lo decía yo? ¡Esta mierda no se acaba nunca! Cada enigma encierra otro enigma y no salimos de ahí.
—Ahora no hay ningún misterio —dijo Tomás, mientras se esforzaba por interpretar lo que había leído—. Alá ordena que los musulmanes hagan la guerra contra los infieles y prohíbe huir a los creyentes, a no ser que lo hagan para preparar un nuevo ataque. —Golpeó con el dedo la página del Corán—. Esto es una orden operacional.
—Una orden de Alá.
—Sí, pero también una orden de Al-Qaeda. Al enviar la referencia a este versículo, Bin Laden ordenó a su hombre en Lisboa que desencadenara la operación terrorista. —Levantó la cabeza y miró a Rebecca—. ¿Cuándo llegó este mensaje al correo de Al-Qaeda en Internet?
—Hace dos meses.
Tomás se volvió hacia el operador norteamericano que controlaba el procesamiento de datos de la comparación biométrica en curso.
—Oiga…, se llama usted Don, ¿no?
El muchacho volvió la cabeza, sorprendido de que se dirigiera a él.
—Yes, sir. Don Snyder.
—Don, no es necesario comparar las fotografías de mis alumnos con los visitantes de los últimos dos años. Restrinja el universo de búsqueda a los últimos dos meses.
Don miró a Bellamy, como si le pidiera autorización.
—Sir?
Bellamy asintió.
—Do it.
El operador se volvió hacia la pantalla y comenzó a teclear las nuevas órdenes.
—Esto acelerará mucho las cosas —dijo Don, visiblemente satisfecho—. Con un poco de suerte, mañana tendremos la identificación biométrica completa.
Tomás se mordió las uñas, con la mirada perdida en el infinito.
—Enviaron el mensaje hace dos meses… —murmuró, sumido en cavilaciones.
Miró de nuevo a Rebecca.
—Dígame una cosa: ¿cuánto tiempo lleva montar y transportar una bomba nuclear al objetivo?
—Depende del objetivo.
—Imagine que tiene uranio enriquecido en Pakistán y va a fabricar una bomba con él para hacerla explotar en algún lugar de los Estados Unidos.
—Sé lo que está pensando —observó Rebecca—. Si tuviera suficiente uranio enriquecido, montar la bomba es sencillo. Incluso puede hacerse en veinticuatro horas en cualquier sitio. Hasta en un garaje de Bethesda. En todo este proceso, lo que exige más tiempo es trasladar el uranio enriquecido a Estados Unidos. A eso hay que añadir el tiempo que se necesita para obtener un visado.
—Nuestro sospechoso es ciudadano portugués —recordó Tomás—. No necesita visado.
—Es verdad, tiene razón. En ese caso, yo diría que la operación puede llevar uno o dos meses.
Se hizo el silencio en la sala. Sólo se oía el susurro leve de los ordenadores procesando información. Los tres volvieron los ojos hacia la ventana y miraron afuera, como si esperaran ver un hongo atómico formándose en el cielo en ese mismo instante.
—Entonces, se nos ha acabado el tiempo.