30

Siempre que Ahmed se unía al grupo de presos de Al-Jama’a al Islamiyya que rodeaba a Ayman, escuchaba atentamente las conversaciones. Hablaban de teología, política y filosofía. Pero en esas conversaciones —unas serenas, otras apasionadas—, todos empleaban a cada paso la misma palabra: «yihad».

Como buen conocedor del árabe y buen musulmán, Ahmed sabía muy bien el significado. El término procedía de juhd, una palabra que quería decir «esfuerzo, lucha, tentativa o acto de batallar». Su significado preciso dependía del contexto. Pero, también por conocer bien el árabe y ser un buen musulmán, no se le escapaba que, en aquellas discusiones, la palabra significaba sobre todo «guerra santa», el combate por el camino de Alá.

Esa mañana, mientras esperaba que Ayman estuviera disponible para explicarle nuevas cuestiones teológicas, Ahmed notó que uno de los miembros de Al-Jama’a lo miraba. El hombre tenía una cicatriz que le cruzaba la cara y unos ojos negros penetrantes como dagas. Se decía que ya había matado a dos policías.

—Hermano, ¿por qué no te unes a la yihad? —le preguntó el hombre, en un tono entre desafiante y provocador—. ¿Acaso no quieres agradar a Alá?

—Claro que quiero.

—Entonces la yihad es el camino.

—Hay muchas maneras de hacer la yihad —argumentó Ahmed, repitiendo como un papagayo lo que el jeque Saad le había enseñado años atrás.

El hombre de Al-Jama’a se rio, socarrón, y movió la cabeza con una nota de desprecio.

—Ésa es la disculpa de los que no quieren hacer la yihad y prestar servicio a Alá. Así no vas por buen camino, hermano.

El comentario perturbó a Ahmed. ¿Eso es una disculpa? ¿Qué quería decir? ¿Era o no verdad que había varias maneras de llevar a cabo la yihad? El tono irónico implícito en la observación del recluso de Al-Jama’a le incomodó, no sólo por la importancia de la cuestión, sino porque admiraba a aquellos hombres. ¡Por Alá, se habían enfrentado al Gobierno y habían matado al faraón! ¡Lo habían hecho a sabiendas de que serían perseguidos, torturados y ejecutados, pero lo habían hecho! ¡Qué valentía! ¡Lo hicieron porque ponían el servicio de Alá por encima de sus propias vidas! ¡Qué fe! ¡Eran realmente dignos de admiración! ¡Y uno de esos hombres, uno de esos valientes, uno de esos héroes a los que tanto admiraba…, se había burlado de su respuesta!

¡Por Alá, tenía que conseguir aclarar todo aquello!

Cuando Ayman estuvo por fin libre para explicarle la cuestión por la que quería verlo, Ahmed cambió de opinión y prefirió preguntarle sobre la guerra santa.

—¿Qué sabes de la yihad? —le preguntó Ayman cuando su pupilo le mencionó el asunto.

—Sé lo que el jeque Saad me enseñó en las lecciones privadas y lo que él mismo decía en la mezquita.

—¡Ah, el sufí! —exclamó Ayman, con desprecio—. ¿Y qué te enseñó, hermano?

—Me dijo que la yihad alude a varios tipos de lucha, no sólo a la lucha militar, y que puede ser la batalla moral de una persona para resistir frente al pecado y la tentación.

—¿Y qué versículo del Santo Corán citó para sustentar esa observación tan interesante?

La pregunta, inequívocamente irónica, desconcertó a Ahmed.

—Bueno, a ver…, no citó el Libro Sagrado…

—Entonces, ¿qué citó?

—Un hadith.

—¿Qué hadith es ése? Cuéntamelo.

—Es un hadith que relata que, al volver de una batalla, Mahoma dijo a sus amigos que regresaba de una pequeña yihad y que se encaminaba a una yihad mayor. Cuando los amigos le preguntaron qué quería decir con eso, el apóstol de Alá respondió que la pequeña yihad era la batalla que le había enfrentado a los enemigos del islam y que la gran yihad era la lucha espiritual de la vida musulmana.

Ayman se rascó la barba con los dedos deformados, con una mirada sibilina.

—Dime, hermano, ¿dónde se recoge ese hadith?

—Bueno…, eso no lo sé.

—Yo sí que lo sé —lo interrumpió el maestro, con un tono repentinamente perentorio y ahora más elevado—. Ese episodio lo relató Al-Ghazali, que vivió cinco siglos después del Profeta, que la paz sea con él. Sabes quién fue Al-Ghazali, supongo…

Ahmed agachó la cabeza, casi avergonzando por su ignorancia.

—El fundador del sufismo.

—¡No me sorprende que tu mulá te llenara la cabeza con esos disparates cristianos! ¿La batalla en nombre de Alá es una pequeña yihad? ¡Hay que tener poca vergüenza! —Señaló a su pupilo—. Para que lo sepas, Al-Ghazali menciona ese hadith sin citar la fuente. Ese hadith no consta en las compilaciones de ahadith fiables, ni en la Sahih Bujari ni en la Sahih Muslim. Por tanto, es un hadith falso, inventado por los sufíes para restar importancia a la espada a ojos de los creyentes. Es más, basta con leer el Santo Corán y todos los ahadith que gozan de credibilidad para darse cuenta de que esa historia es disparatada e incoherente con la palabra de Alá o la sunna del Profeta, que la paz sea con él. En ninguna parte del Libro Sagrado se describe así la yihad, ni Mahoma, que la paz sea con él, lo hizo en ninguno de los ahadith citados por Al-Bujari o Al-Muslim, las dos compilaciones de ahadith más fiables. Olvida, pues, esa historia disparatada que te contó el jeque.

Ahmed mantuvo la cabeza gacha, como si estuviera arrepentido y quisiera hacer penitencia.

—Sí, hermano.

—¿Qué más disparates te contó el mulá sobre la yihad?

—Me explicó que existen tres categorías de yihad: la yihad del alma, la yihad contra Satanás y la yihad contra los kafirun y los hipócritas. Me dijo que se debe completar cada yihad antes de pasar a la siguiente.

—¡Umm! —murmuró Ayman, ponderando la exposición que acababa de oír—. Tu mulá es hábil, usó la verdad para engañarte: es verdad que esas tres yihads existen y es verdad que son categorías. El problema es que tu mulá, aunque reconoce explícitamente que son categorías, las trata como si fueran etapas. ¡No son etapas! Si fueran etapas, tendríamos que dejar de luchar contra Satanás mientras lucháramos por nuestra alma. Ahora bien, eso no tiene ningún sentido, ¿no? ¡Lo cierto es que esas tres categorías corren paralelas, de la mano! Yo hago la yihad del alma al mismo tiempo que la yihad contra Satanás y la yihad contra los kafirun y los hipócritas. ¡Una yihad no excluye las demás, más bien las complementa y las apoya! ¿Lo has entendido?

—Sí, hermano.

—Para entender la yihad y el mandato de Alá de hacerla, tienes que entender antes otra cosa —dijo el maestro—. La revelación de la sharia fue gradual. El Profeta, que la paz sea con él, no recibió todas las revelaciones de una vez. Alá prefirió desvelar la Ley Divina por etapas, a lo largo de muchos años. Primero nombró a su mensajero, que la paz sea con él, y le mandó convertir a su familia y a las tribus, sin combatir ni imponer el pago del jizyah, el impuesto que los kafirun tienen que pagar para poder vivir entre los creyentes. Por orden de Alá, el Profeta, que la paz sea con él, dedicó treces años en La Meca a predicar. Después Alá le ordenó emigrar a Medina y predicar a las tribus que vivían allí. Más tarde, Dios le autorizó a combatir, pero sólo a aquellos que lo combatían. El Profeta, que la paz sea con él, no recibió autorización divina para combatir a aquellos que no lo atacaban previamente. Luego, Alá mandó combatir a los politeístas hasta que la Ley Divina fuera impuesta por completo. Cuando se dio este mandato de yihad, los kafirun se dividieron en tres categorías: los que estaban en paz con los creyentes, los que estaban en guerra con los creyentes y los dhimmies, aquellos que vivían entre nosotros pagando el jizyah, por lo que gozaban de nuestra protección. Finalmente, llegó el mandato de hacer la guerra contra las Gentes del Libro que no fueran hostiles, guerra que sólo debía parar cuando se convirtieran al islam o cuando, como alternativa, aceptaran pagar el jizyah y convertirse así en dhimmies.

—Por tanto, sólo quedaron dos categorías de kafirun

—Así es: los que estaban en guerra con los creyentes y los dhimmies. Ésa fue la etapa final, que continúa porque no hay nada en el Santo Corán o en la sunna del Profeta, que la paz sea con él, que la haya dado por terminada. —Se inclinó hacia Ahmed—. Y ahora yo te pregunto: ¿por qué motivo es importante entender estas fases?

—Por la nasikh, la abrogación.

—¡Exactamente! La revelación de la voluntad de Alá se produjo en etapas, y cada etapa anuló la anterior. Ahora, dime: cuando tu antiguo mulá, ese kafir sufí que te enseñaba, hablaba de yihad, ¿a qué etapas se refería?

—A las primeras.

—¿Por qué?

Ahmed recibió la pregunta con un gesto inquisitivo.

—No lo sé.

—¡Porque eran las que le convenían! —exclamó Ayman con gran vehemencia—. ¡Porque eran las que le permitían presentar un islam en paz con los kafirun! ¡Porque eran las que no chocaban con los kafirun cristianos! ¡Ese maldito mulá prefirió ignorar que la yihad es el principal tema del Santo Corán! ¡Ese mulá hereje prefirió ignorar que la expresión «jihad fi sabilillah», o «la guerra es el camino de Alá», se usa veintiséis veces en el Santo Corán! ¡Ese mulá apóstata prefirió ignorar que el Santo Corán contiene suras enteras dedicadas exclusivamente a la guerra y que algunas de ellas llevan el nombre de batallas, como la sura Ahzaab, la sura Qital, la sura Fath y la sura Saff! ¿Qué dice la sura 8, versículo 66? «¡Profeta! ¡Incita a los creyentes al combate!». ¿Y qué dice la sura 9, versículo 14? «¡Combatidlos! Dios los atormentará en vuestras manos, los sonrojará y os auxiliará contra ellos». ¿Cómo podemos ignorar esas órdenes directas de Dios? ¡Y por si no bastara con eso, hay cientos de ahadith que ilustran la sunna del Profeta, que la paz sea con él, en relación con la guerra! ¡Sólo el Sahih Bujari contiene más de doscientos capítulos con el título de yihad, y el Sahih Muslim contiene unos cien del mismo título! No olvides que el Profeta, que la paz sea con él, dijo: «He descendido con la espada en la mano y mi riqueza surgirá de la sombra de mi espada. Y aquel que esté en desacuerdo conmigo será humillado y perseguido». —Se inclinó en dirección a Ahmed, con los ojos encendidos y la voz alterada—. ¿Sabes por qué tu mulá prefirió ignorar todo eso? ¿Lo sabes?

Al sentir la mirada intensa del maestro, el pupilo bajó la vista sin atreverse a pronunciar palabra.

—¡Porque forma parte de la conspiración kafir que intenta impedir que los creyentes comprendan verdaderamente el Santo Corán! —bramó—. ¡Ésa es la razón!

Ahmed tenía la boca seca y le costó recobrar la voz.

—Pero, hermano, Alá dice en el Corán que no puede haber apremio en la religión…

—Es cierto —concordó Ayman, bajando el tono de voz para recuperar la serenidad—. Ésa es su voluntad: no se puede obligar a nadie a convertirse al islam ni a someterse a Alá. Claro, aquellos que se nieguen a convertirse deberán rendir cuentas en el Juicio Final, pero ésa es una cuestión entre esa persona y Alá, no un problema de los creyentes. Alá nos mandó que los dejáramos en paz, Él se ocupará de ellos en su momento. Sin embargo, recuerda que las últimas revelaciones de Dios, que anulan las anteriores, prescriben que los kafirun que no se conviertan están obligados a pagar el jizyah y a convertirse así en dhimmies. Si no lo hacen, debemos matarlos. ¿O no es cierto?

—Sí.

—En cambio, como esto no les interesa, aquellos supuestos creyentes que quieren agradar a los kafirun cristianos, como tu mulá sufí, extraen de los primeros versículos coránicos verdades definitivas y pasan por alto, a su conveniencia, que se trata de verdades provisionales y que sólo fueron válidas en una etapa inicial de la revelación de la Ley Divina. Ellos enuncian una verdad, que no hay apremio en la religión, para defender que las guerras sólo pueden ser defensivas, lo cual es falso.

Esta última afirmación intrigó a Ahmed.

—¿Qué quieres decir con eso, hermano? ¿La yihad no es defensiva?

El antiguo profesor de religión esbozó una mueca de enfado.

—¿Defensiva? ¿Acaso fue defensiva la yihad del Profeta, que la paz sea con él, contra las tribus judías, o la yihad que lanzó después contra La Meca? Cuando Omar, bendito sea, conquistó El Cairo, Damasco y Al-Quds, ¿estaba haciendo una yihad defensiva? ¿Qué yihad defensiva? ¿Dónde se menciona la yihad defensiva en el Corán? Hablar de yihad defensiva es como si habláramos de guerra defensiva. ¡La yihad no es sólo una guerra! ¡No debemos tener miedo de pronunciar estas palabras: la yihad es el recurso a la fuerza para difundir la Ley Divina entre los hombres!

—Pero…, precisamente por eso, hermano, ¿no se trata de una contradicción? ¿Cómo podemos difundir la Ley Divina a la fuerza si no hay apremio en la religión?

Ayman suspiró, en un esfuerzo por dominar su impaciencia.

—Por Alá, veo que las influencias del mulá sufí aún te nublan el raciocinio —exclamó—. Estás confundiendo dos cosas distintas. Es verdad que no hay apremio en la religión. Pero también es cierto que, en las últimas revelaciones, que cancelan las anteriores, Alá ordenó que los kafirun que no se convirtieran tendrían que pagar el jizyah o deberían morir. El mandato de Alá en la sura 9, versículo 29 del Santo Corán es muy claro: «¡Combatid a quienes no creen en Dios ni en el Último Día ni prohíben lo que Dios y su enviado prohíben, a quienes no practican la religión de la verdad entre aquellos a quienes fue dado el Libro! ¡Combatidlos hasta que paguen la capacitación personalmente y ellos estén humillados!». —Levantó el dedo, en un ademán perentorio—: «Combatidlos hasta que paguen la capacitación» —repitió, señalando todo el patio de cárcel con los brazos extendidos—. ¿Acaso los kafirun pagan hoy en día el tributo que exige el versículo?

—Que yo sepa, no.

—Entonces, si no lo pagan, para obedecer los mandatos de Alá, ¿qué debemos hacer?

Confrontado directamente con la pregunta, Ahmed dudó si debía llevar el razonamiento hasta el final.

—¿Debemos… combatirlos?

—Siguiendo el ejemplo del Profeta, que la paz sea con él, tenemos que dar primero un plazo a los kafirun para que se conviertan o paguen el jizyah. —Se inclinó sobre su pupilo, con un aire casi amenazante—. Pero si no respetan ese plazo, debemos matarlos, claro está.

Ahmed se mordió el labio inferior.

—¿Eso no será un poco… brutal?

El rostro de Ayman enrojeció. Frunció el ceño. Todo su cuerpo reflejaba tensión.

—¿Brutal? —dijo casi a gritos, escandalizado—. ¿Qué quieres decir con «brutal»?

—Bueno…, matar a una persona, incluso a un kafir…, en fin…, hoy en día quizás ésa no sea la…

—¿Hoy en día? —cortó Ayman, furioso—. ¿Desde cuándo la sharia tiene plazo de validez? ¡La Ley Divina es eterna! ¡Las órdenes de Alá son eternas! ¡La ley de la gravedad está tan vigente hoy como en la época de Mahoma, que la paz sea con él! ¡La orden de obligar a un kafir a pagar el jizyah bajo pena de muerte es tan válida hoy como en el tiempo de Mahoma, que la paz sea con él! ¡La sharia es eterna! ¿Todavía no has entendido eso?

Ahmed agachó la cabeza, cohibido.

—Sí, hermano —susurró con un hilo de voz—. Tienes razón. Disculpe. Te ruego que me perdones.

Al ver que el alumno reculaba, Ayman se calmó. El antiguo profesor de religión levantó los ojos y barrió el cielo con la mano.

—Existe una ley que gobierna el universo, una fuerza que lo mueve, una voluntad que lo ordena —dijo en un tono de voz más sereno—. No es posible desobedecer la voluntad o la ley divina ni por un instante. Las estrellas, la Luna, las nubes, la naturaleza, todo está sometido a su ley y a su voluntad, y así es como el universo halla su armonía. —Señaló a los reclusos que estaban en el patio—. El hombre es parte del universo y, por eso, las leyes que lo gobiernan no son diferentes de las leyes que gobiernan el resto del universo. De la misma forma que Alá creó las leyes que regulan el universo, creó las leyes que gobiernan a los hombres. Los seres humanos tienen que obedecer la ley divina para estar en armonía con el universo y en paz consigo mismos. Si, en lugar de hacerlo, ceden a las tentaciones y a sus instintos y rechazan la sharia, entran en confrontación con el universo y surge la corrupción y todos los problemas que vemos en el islam y en el mundo. ¿Está claro?

—Sí, hermano.

—El islam es la declaración de que el poder pertenece a Dios y sólo a Dios. Los kafirun son libres de escoger su religión, pero esa libertad no implica que se puedan someter a las leyes humanas. Cualquier sistema instituido en el mundo debe responder a la autoridad de Alá, y sus leyes deben emanar de la ley divina. Sólo bajo la protección de este sistema universal, los individuos pueden adoptar la religión que quieran. Pero recuerda: quien usurpa el poder divino debe ser disuadido. Se le puede disuadir a través de la predicación o, cuando opone obstáculos, a través de la fuerza. O sea, con el recurso a la yihad.

Ahmed movió la cabeza, frustrado.

—El jeque Saad no me enseñó nada de eso nunca. Él decía que la yihad era sólo defensiva y que…

—Eso es un discurso de cobardes que tienen miedo de aceptar las consecuencias de los mandatos de Alá en el Santo Corán o de la sunna del Profeta, que la paz sea con él —dijo Ayman interrumpiéndolo—. ¡Fingen que no existe lo que es obvio que existe! Los kafirun cristianos distorsionan el concepto de yihad insinuando que impone la tiranía. Más bien al contrario, la yihad libera a los hombres de la tiranía. Y esos cobardes que dicen ser creyentes se avergüenzan tanto delante de los kafirun cristianos que argumentan que la yihad es meramente defensiva y muestran versículos ya abrogados del Corán como supuesta prueba. —Inclinó la cabeza—. Según tu mulá, ¿qué era lo que se defendía a través de la yihad defensiva?

—Bueno…, supongo que los territorios del islam.

—¡Qué vergüenza! ¿Cómo puede siquiera haber sugerido algo así? Quien dice algo así desprecia la grandeza del islam y da a entender que los territorios son más importantes que la fe. La yihad sólo es defensiva en el sentido de que defiende al hombre y lo libera de los grilletes de otros hombres. Sólo en ese sentido es defensiva. ¡En el resto de los casos, el mandato divino es que debemos difundir la ley divina a toda la humanidad! ¿Y cómo debemos hacerlo? ¿Sólo predicando? ¡Claro que no! Tendríamos que ser muy ingenuos para pensar que las sociedades jahili aceptarían someter sus leyes a la ley divina para facilitar un clima de libertad en el que los kafirun pudieran escoger su religión sin constreñimientos. ¡La yihad no tiene como objetivo defender un territorio, sino imponer la ley divina!

Ayman se agachó y barrió el patio con las palmas de las manos hasta reunir un pequeño montículo de arena. Después, cogió un poco de arena y se la mostró a Ahmed.

—¿Cuánto dirías que vale esto?

Ahmed miró la arena que se escapaba entre los dedos del maestro.

—No sé…, nada, supongo.

—Nada —repitió Ayman, frotándose las manos para deshacerse de la arena—. O sea, las tierras del islam en sí no tienen valor. El islam busca la paz, pero no una paz superficial que se limite a garantizar la seguridad de sus tierras y de sus fronteras. Lo que el islam busca es la paz más profunda de todas: la paz de Dios y de la obediencia exclusiva a Dios. Mientras no exista esa paz, tendremos que luchar por ella. La lucha se despliega a través de la predicación y, cuando es necesario, a través de la yihad. ¿Hay algún verdadero creyente que, después de leer el Santo Corán y de conocer la sunna del Profeta, que la paz sea con él, piense que la yihad se circunscribe a la defensa de las fronteras? ¡Dios dice en el Libro Sagrado que el objetivo es limpiar de corrupción la faz de la Tierra! Si la yihad fuera la defensa de las fronteras, lo habría dicho. Pero no lo dijo. La yihad no es, pues, una mera fase temporal, sino una etapa fundamental que existe mientras exista la jahiliyya entre los hombres. El islam tiene la obligación de luchar por la libertad del hombre hasta que todos se sometan a la ley divina. El destinatario del islam es toda la humanidad y su esfera de acción es todo el planeta. O los kafirun se convierten o pagan el jizyah. Ésas son las órdenes de Alá, y para eso existe la yihad.

—Sí, hermano.

Ayman se recostó en su sitio y miró fijamente el firmamento.

—Si los kafirun no lo hacen, deben morir.