—¿Dónde está su hotel?
Acababan de salir del Harry’s y Tomás decidió comportarse como un caballero hasta el final.
—Al pie del teatro La Fenice —dijo Rebecca—. Está aquí al lado, no se preocupe.
—La acompaño. Mi hotel tampoco queda lejos.
De noche, Venecia tenía algo de irreal, parecía un escenario fantasmagórico. La luz desmayada de los quinqués acariciaba tímidamente las fachadas pintadas de blanco, de amarillo y de rosa. Había por todas partes tiendas elegantes, restaurantes acogedores y edificios históricos exquisitamente conservados. La multitud deambulaba distraída, posando la vista en los escaparates ricamente decorados. Sus pasos la llevaban sin rumbo concreto por el entramado de calles.
—Es curioso que los musulmanes fundamentalistas usen imágenes pornográficas para ocultar mensajes cifrados, ¿no le parece? —observó la americana.
—Eso tiene relación con una orden dada por Alá en el Corán.
—¿En serio? ¿Alá mandó ocultar los mensajes detrás de mujeres desnudas?
Tomás se rio.
—Claro que no —dijo—. Pero hay un pasaje del Corán, creo que en el capítulo 57, que dice: «Hemos hecho descender el hierro (en él hay grandes daños y gran utilidad para los hombres) para que Dios, en secreto, conozca a quienes les socorren a Él y a sus enviados». Este versículo se interpreta como una autorización divina para que los musulmanes usen tecnologías modernas para difundir el islam. De ahí que los fundamentalistas no duden en recurrir a armas sofisticadas y a ordenadores, incluidos esos sites pornográficos. En tiempos de guerra, todo vale. Es la filosofía de esos tipos. Supongo que han detectado mucha actividad en Internet…
—Mucha, es verdad —confirmó Rebecca—. Hoy en día, Internet es un elemento clave para Al-Qaeda para muchas cosas: propaganda, entrenamiento, planificación, logística… ¡Todo! Lo usan para comunicarse entre ellos, para mostrar vídeos de atentados, para transmitir información, órdenes y planes secretos, y para atacar ordenadores occidentales. Ya hemos detectado unos cinco mil sites fundamentalistas, en algunos de los cuales hay instrucciones detalladas para fabricar bombas sencillas. Hay otros con chat-rooms donde las personas preguntan lo que quieren y, al otro lado, hay un especialista en ley islámica que les responde. Una vez, en uno de esos chat-rooms, un internauta fundamentalista, que decía pertenecer a un grupo que tenía un rehén, quería saber si según el islam era permisible decapitarlo con una sierra o si tenían que usar un cuchillo o una espada, conforme al ejemplo del Profeta…
—¿Y qué respondió el especialista?
—Dijo que se debía seguir el ejemplo del Profeta, como ordena el Corán, y le aconsejó usar un cuchillo o una espada.
Sin conseguir quitarse la escena de la cabeza, Tomás hizo un gesto de rechazo y respiró hondo.
—¿Qué hacen con esos sites?
—Clausuramos unos y vigilamos otros. Tenemos incluso una táctica que consiste en abrir sites fundamentalistas para ver quién viene a hablar con nosotros. Así, pescamos bastante…
—Peces pequeños, me imagino.
—Claro. Los tiburones tienen sus propios sites y sólo frecuentan aquellos en los que pueden confiar.
—¿Como Bin Laden?
—Ése ya no usa Internet.
—Tiene miedo de que lo cojan.
—Sí. Hoy en día, todo el núcleo duro de Al-Qaeda evita Internet. Saben que es un riesgo demasiado grande. Nuestra tecnología de intercepción es tan sofisticada que los podríamos localizar en cualquier momento. Por lo que sabemos, Bin Laden recurre a mensajeros para transmitir sus órdenes. Cuando usa un ordenador, sólo ve información que otros graban en un CD o en un DVD. Ni se le ocurre conectarse a Internet.
La note xe bela,
fa presto Nineta,
andemo in barcheta
i freschi a chiapar.
La voz, que cantaba una melodía melancólica, procedía del estrecho canal de enfrente. Atraídos por la promesa de romanticismo que el sonido encerraba, Tomás y Rebecca se callaron y subieron a un puente que unía las dos manzanas que el canal separaba. El puente era pequeño y pintoresco, y dibujaba un arco sobre las aguas oscuras.
De la penumbra líquida emergió entonces una góndola furtiva. De pie, el gondolero empujaba suavemente el remo, mientras su voz seducía a los turistas que lo oían. Parados en medio del puente, el portugués y la norteamericana no podían despegar los ojos de la embarcación, mientras disfrutaban del momento. La góndola pasó por debajo del puente, deslizándose suavemente por el canal, a lo largo del cual resonaba la melodía.
E Toni el so remo
l’è atento a menar.
nol varda, nol sente
l’è un omo de stuco.
El bulto negro desapareció tras una curva y la voz del gondolero se diluyó en la distancia. Tenía una apariencia tan irreal que su paso parecía sólo una ilusión.
—¿Sabe una cosa? —preguntó Tomás, volviendo al problema que más le preocupaba—. Aún me cuesta creer que haya fundamentalistas en Portugal.
Rebecca tardó unos instantes en liberarse del efecto embriagante de la barcarolle, la canción de los gondoleros venecianos, y en regresar al presente.
—No sé por qué —dijo al fin.
—Porque conozco a nuestra comunidad islámica. Me encuentro con ellos muchas veces, mantenemos discusiones, hablamos mucho. Son todos buena gente, ya se lo he dicho.
—¡Y yo le he dicho que en todas las comunidades hay ovejas descarriadas!
—Pero en este caso no hay precedentes. No ha habido ningún musulmán portugués implicado en actos de… terrorismo islámico. ¡Es algo impensable!
Rebecca volvió a caminar cruzando el puente hasta llegar a la manzana que ocupaba el otro lado.
—Se equivoca.
El comentario despertó la curiosidad de Tomás, que lanzó una mirada interrogativa a Rebecca desde el centro del puente.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Ha habido fundamentalistas islámicos oriundos de Portugal implicados en atentados.
El historiador cruzó por fin el puente, siguiendo los pasos de su acompañante.
—¿Habla en serio?
—Claro.
—¡Dígame quién!
Rebecca siguió caminando, imperturbable, pero volvió la cabeza hacia atrás.
—¿Sabe cuál fue el primer atentado perpetrado por Al-Qaeda en suelo europeo?
Tomás aligeró el paso y se puso a la altura de ella.
—¿No fue el de Madrid?
—Debe de estar bromeando…
—¿Al-Qaeda cometió atentados antes de los de 2004?
—Claro que sí. El primer ataque de la organización de Bin Laden en suelo europeo ocurrió en 1991. Fue en Roma. El antiguo rey de Afganistán, Mohammad Zahir Shah, por aquella época planeaba regresar a su país, lo que obviamente suponía una amenaza para los muyahidines fundamentalistas y, por extensión, para Al-Qaeda. Fue en ese momento cuando un miembro de Al-Qaeda se hizo pasar por periodista y consiguió acercarse al rey. Cuando lo tuvo delante, el terrorista sacó un cuchillo y se lo clavó en el corazón al ex monarca. Lo que salvó al rey fue una pitillera de plata que llevaba en el bolsillo y que impidió que la hoja penetrase en el corazón.
—No lo sabía.
—¿Sabe cómo se llamaba ese miembro de Al-Qaeda?
La norteamericana se paró, sacó una fotografía del maletín y se la enseñó a Tomás. La imagen mostraba a un hombre barbudo y bien nutrido, de aspecto europeo mediterráneo, sentado en una celda. Una leyenda bajo la foto indicaba: «Carcere di Rebibbia, Roma».
El historiador se encogió de hombros.
—No lo sé.
—Paul Almida Santous.
—¡Ah…! —exclamó—. Paulo Almeida Santos.
—Eso.
Le llevó aún un momento ver la conexión entre el nombre, aquella fotografía y la historia del atentado de Roma.
—¿Quiere decir que… aquel terrorista de Al-Qaeda era portugués?
—You bet —confirmó ella—. Los italianos lo detuvieron, claro. Primero se cerró en banda y sólo años más tarde accedió a hablar, pero se limitó a decir cosas que ya sabíamos. Aun así, nos enteramos de que el señor Santos se había entrenado en los campos de la organización de Afganistán y que tuvo tres reuniones con el propio Bin Laden para preparar el atentado.
—No tenía la más mínima idea de ese caso.
—Le cuento esto para que vea que el trabajo que esperamos de usted no es necesariamente un juego de niños —añadió Rebecca, mientras guardaba la fotografía en el maletín—. Es cierto que la comunidad islámica de Portugal es tranquila y que está formada por buena gente. Pero, como entre los cristianos portugueses, también es posible encontrar entre los musulmanes portugueses a quien opta por caminos diferentes. ¿O puede usted poner la mano en el fuego por toda la gente de su país?
—Claro que no.
—Nuestros sistemas de vigilancia indican que el mensaje que le he enseñado en el Harry’s se abrió hace dos meses en un cibercafé de Lisboa. Se envió desde una dirección que vigilamos desde hace años y que sabemos que sólo se usa para enviar órdenes operativas de gran magnitud. Eso demuestra que…
—Si es así —la interrumpió Tomás—, ¿por qué no clausuraron esa dirección?
—Porque ya la tenemos localizada y no la queremos quemar. Si la cerráramos, Al-Qaeda abriría otra, probablemente con más cautelas aún, y enviaría órdenes operativas sin que supiéramos nada. Teniendo identificada esta dirección, podemos al menos observar el tráfico, interceptar mensajes y enterarnos de si va a pasar algo.
—Ahora lo entiendo.
Rebecca se calló por un momento intentando recuperar la idea que exponía cuando Tomás la había interrumpido.
—Como le decía, el hecho de que se hayan enviado órdenes desde esa dirección nos indica que va a pasar algo. Y el hecho de que ese correo se haya abierto en un ordenador cuyo IP está en un cibercafé de Lisboa nos muestra que los miembros a los que se dirigían las órdenes estaban en Portugal.
—Entonces, cree que habrá un atentado en suelo portugués…
—Eso no lo sé —replicó ella—. Sólo hay una manera de responder a esa pregunta, ¿no le parece?
—¿Cuál?
—Descifre el mensaje que le he pasado hace un momento. Todo depende de lo que allí se diga.
Tomás se echó la mano al bolsillo y sacó una libreta. La ojeó y localizó la página donde había copiado la línea de letras y números que se encontraba oculta bajo la imagen pornográfica.
—No hay forma de que me proporcionen la clave de este mensaje cifrado, ¿no?
La mujer soltó una carcajada.
—¡Si la tuviéramos, Tom, puede estar seguro de que ya la habríamos usado! —exclamó—. Oiga, el correo contiene, sin duda alguna, órdenes operativas. Ese mensaje se abrió en Lisboa, lo que significa que este atentado podría afectar a su país. Si yo fuera usted, ¿sabe lo que haría? ¡Haría horas extraordinarias para descifrar el mensaje!
—Mire, oiga, yo sólo soy un historiador. ¿Por qué no pasan el asunto al SIS?
—Ya lo hemos hecho.
—¿Y qué hicieron ellos?
Rebecca entornó los ojos.
—No saben nada.
—Pero ¿qué dijeron?
—Que la comunidad musulmana portuguesa es muy pacífica y que no da problemas.
—Y tienen razón.
La norteamericana señaló el papel que Tomás tenía entre los dedos.
—¿Eso es lo que cree? Entonces ¿quién usó un cibercafé en Lisboa para abrir el correo que escondía ese mensaje cifrado? ¿El niño Jesús?
El portugués se paró para volver a leer la línea que había anotado en su cuaderno de notas. Dos segundos después, cerró el cuaderno con un gesto decidido y se lo metió de nuevo en el bolsillo.
—No lo sé —dijo—, pero puede estar segura de que lo descubriré.