La campana de la basílica tocó acompasadamente, como si marcara el ritmo de Venecia. El sonido reverberaba con melancolía en la enorme plaza y marcaba el murmullo sordo de las bandadas de palomas, que se movían dando pequeños saltitos entre la multitud.
—Ya son las siete —constató Rebecca, lanzando una mirada a la discreta Torre dell’Orologio situada enfrente—. ¿Quiere ir a tomar algo?
—Sí, ¿por qué no? —asintió Tomás—. Vamos a comer un helado.
—Está bien. Pero después nos acercamos al Harry’s, ¿vale?
—Perfecto.
Cruzaron la Piazzeta y pasaron entre el Campanile y la basílica. Las cúpulas blancas y redondeadas del santuario reflejaban los rayos de sol y el crepúsculo sembraba sombras en las columnas sucias de las viejas galerías que rodeaban la plaza de San Marcos. Toda la plaza estaba dominada por un bullicio nervioso. Era un verdadero mar de personas: los turistas llenaban las plazas y se fotografiaban delante de los edificios, sin reparar en las palomas que revoloteaban de un sitio para otro a la caza de las migajas que les lanzaban a manos llenas los venecianos.
Tomás y Rebecca pasaron por una de las terrazas al lado de la Torre dell’Orologio, donde unos músicos, ataviados con elegantes esmóquines, afinaban violines, violoncelos y un piano para el concierto al aire libre con el que comenzaría la noche. Rodearon la terraza y en las galerías vecchie se pararon delante de la pequeña vitrina de helados del Gran Caffé Lavena.
—Un chocolate ice cream —pidió ella.
Decidido a impresionarla, Tomás optó por exhibir su mejor italiano. Se acercó al mostrador de estilo antiguo y, observando la reacción de Rebecca en el reflejo de los espejos oxidados por el tiempo, pidió.
—Per me, uno gelato di fragola, per favore.
La norteamericana lo miró, sorprendida.
—¡Gee, no sabía que hablaba italiano!
—Bueno, hablo muchas lenguas. —Le guiñó el ojo y sonrió con malicia—. ¡En realidad, me encanta ejercitar las lenguas!
Captando el doble sentido del comentario, Rebecca no se azoró y soltó una carcajada.
—Reserve la lengua para el sorbete.
Con el helado en la mano, abandonaron el Lavena y atravesaron la plaza de San Marcos en dirección al estrecho pasaje que se abría en el vértice entre el museo Correr y las largas arcadas de la Procuratie Nuove. Tras ellos, la orquesta de la terraza comenzó a tocar los primeros acordes de Strangers in the night, llenando el aire de una melancolía vibrante.
—Y bien, ¿qué hace una mujer hermosa como usted en el NEST? —preguntó Tomás, mientras saboreaba su helado de fresa.
—Me gustan la aventura y los retos —replicó ella, que con una mano sostenía el helado y con la otra el maletín—. Cuando acabé la carrera de Ingeniería, la CIA me reclutó y acabé trabajando a las órdenes de mister Bellamy en el Directorate of Science and Technology. Después del 11-S, cundió el pánico con el incidente Dragonfire, una alerta nuclear en Nueva York que…
—Lo conozco; mister Bellamy me lo ha contado.
—Ah, bueno. Pues, ante el desasosiego que produjeron esos atentados, comprendimos que los terroristas musulmanes estaban dispuestos a todo, hasta aquello que nos parecía impensable. El Gobierno del país llegó a la conclusión de que era inevitable que se produjera un ataque nuclear terrorista y decidió reforzar el NEST. Destinaron a mister Bellamy al equipo y me invitó a unirme a ellos. Sin embargo, poco después, se concluyó que no se podía combatir la amenaza sólo en Estados Unidos y que era necesario ampliar nuestro ámbito operativo al resto del mundo. Como resultado de esta nueva estrategia, me enviaron primero a Afganistán y luego a dirigir nuestro centro operativo del sur de Europa en Madrid.
—¿Por qué en Madrid?
Rebecca frunció el ceño.
—Usted es historiador, ha vivido el último año en El Cairo estudiando el islam y aún pregunta por qué Madrid.
—¿Se refiere a al-Ándalus?
—Claro.
Tomás rumió la elección de Madrid como sede de aquel centro operativo del NEST.
—Tiene sentido —reconoció—. Los musulmanes ocuparon gran parte de la península Ibérica entre el 711 y 1492. Cuando estaba en la Universidad de Al-Azhar, en El Cairo, oí hablar a algunos fundamentalistas islámicos de al-Ándalus con nostalgia y de la necesidad de recuperar para el islam la península Ibérica. —Se encogió de hombros—. Pero me parece más bien un objetivo a largo plazo.
—Se equivoca.
El portugués miró a la chica, que mordía ya la galleta del cucurucho.
—¿Qué quiere decir con eso? ¿Cree que tienen intenciones inmediatas respecto a la península Ibérica?
Rebecca dejó de masticar por un instante y lo miró de soslayo.
—¿Está de broma? ¡Claro que sí! Osama bin Laden escribió, y cito de memoria: «Pedimos a Alá que la umma recupere su honra y su prestigio y arbole de nuevo la única bandera de Alá sobre toda la tierra islámica que se nos robó, de Palestina y de al-Ándalus».
—¿Bin Laden escribió eso?
—En una carta al gran muftí de Arabia Saudí, en 1994.
—¡Vaya!
—Y piense que eso es sólo una pequeña muestra. La recuperación de al-Ándalus forma parte del discurso de los yihadistas. La mano derecha de Bin Landen en Al-Qaeda, el egipcio Ayman Zawahiri, declaró en una grabación difundida en 2007: «La nación musulmana del Magreb es zona de batalla y de yihad. Devolver al-Ándalus al islam es un deber de la umma en general, y vuestro en particular». Y también el mentor de Bin Laden, Abdullah Azzam, estableció que la guerra para recuperar las tierras musulmanas de al-Ándalus es obligatoria. ¡Hasta la revista infantil de Hamás habla del asunto!
—¿En serio? ¿Qué les cuentan los tipos de Hamás a los niños palestinos?
—Que es el deber de los musulmanes recuperar Sevilla y todo al-Ándalus. Eso por no hablar del jeque Qaradawi, líder espiritual de la Hermandad Musulmana, que escribió que el islam fue expulsado de dos regiones de Europa, al-Ándalus y los Balcanes y Grecia, pero que ahora volvería. O del jeque Al-Hawali, que en una carta al presidente Bush poco después del 11-S escribió: «¡Como usted se imaginará, señor presidente, aún lloramos por al-Ándalus y nos acordamos de lo que Fernando e Isabel hicieron con nuestra religión, nuestra cultura, nuestro honor! ¡Soñamos con reconquistarlo!».
—Bueno, si lo piensa, no son más que palabras…
La norteamericana se paró poco después de dejar atrás la terraza del Caffé Florian, delante del estrecho pasaje que conducía fuera de la plaza de San Marcos.
—¿Palabras, Tom? ¡Con esta gente no se bromea! ¡Hemos pasado años pensando que eran sólo palabras, que los musulmanes hablaban y hablaban, pero que no harían nada! ¡Y… mire adónde nos ha llevado nuestra ingenuidad!
—Pero ¿ha habido pasos concretos de los fundamentalistas islámicos en relación con al-Ándalus?
Reanudaron la marcha, salieron de la plaza y doblaron a la izquierda en dirección a los muelles de los vaporetti.
—Los atentados de Madrid, en marzo de 2004.
—Está bien, pero eso estaba relacionado con el apoyo español a la invasión de Iraq.
—No, Tom. Los atentados de Madrid estaban relacionados con las intenciones de los musulmanes respecto a al-Ándalus. El apoyo español a la invasión de Iraq fue sólo el pretexto. ¿No ha oído lo que Bin Laden dijo en su carta al gran muftí? ¡Esa carta es de 1994, diez años antes de los atentados de Madrid! ¿Y no ha oído lo que declaró Al-Zawahiri en la grabación de 2007? ¡Se trata de los jefes de Al-Qaeda! ¡Si ellos dicen que se debe recuperar al-Ándalus, puede estar seguro de que actuarán en consecuencia!
—Muy bien —aceptó Tomás—. Admitamos que los atentados de Madrid están relacionados con las intenciones islámicas respecto a la península Ibérica. Lo que yo quiero saber es si ustedes han visto otros signos de que los fundamentalistas planeen actuar para recuperar al-Ándalus.
—Da la causalidad de que los ha habido.
—¿Cuáles?
—En Argelia existe una organización terrorista llamada Grupo Salafista para la Predicación y el Combate. Este grupo se unió a la organización de Bin Laden y Al-Zawahiri y cambió su nombre al de Al-Qaeda en el Magreb islámico. Tras un atentado en Argel en 2007, esta gente afirmó: «No descansaremos hasta que recuperemos nuestro amado al-Ándalus». Desde entonces, las autoridades españolas están muy alarmadas con las actividades de estos grupos. El servicio secreto español, el CNI, detectó la presencia de un grupo que se hacía llamar «Grupo para la Liberación de al-Ándalus» en Internet. Sabemos que más de tres mil personas en España consultan regularmente las páginas de Internet musulmanas de carácter fundamentalista y que casi el ochenta por ciento de las personas detenidas en España por conexiones con el terrorismo internacional procedían del norte de África. Esto significa que los terroristas están instalando células durmientes en el país. Entre tanto, las autoridades españolas han descubierto que los fundamentalistas islámicos han tomado el control del diez por ciento de las mezquitas informales del país y predican en sótanos, garajes y locales similares. Y eso no es todo. Se han detectado muchos muyahidines oriundos de España que se entrenan en campos terroristas de Mali, Níger y Mauritania, y que una parte importante de los muyahidines enviados a Iraq proceden de España. ¡Imagine lo que harán con la experiencia que adquieran en los campos de entrenamiento del Sahel y en los campos de batalla de Iraq cuando regresen a España! ¡No se engañe, la situación es muy preocupante!
—No tenía ni idea de que la situación fuera ésa…
—La verdad, Tom, es que Al-Qaeda piensa que todo territorio que fue musulmán debe volver a serlo. Bin Laden quiere recuperar al-Ándalus para integrarlo en el Gran Califato. Se mantiene a la gente en la más absoluta de las ignorancias respecto al asunto, pero muchos políticos saben bien lo que pasa. El antiguo ministro de Exteriores alemán, Joschka Fischer, afirmó en círculos íntimos que, si Israel cae, el próximo país que atacarían los fundamentalistas sería España.
Tomás se rascó la nuca.
—Pues, realmente… —Suspiró—. No hay duda de que España tiene un gran problema.
—Y Portugal.
—¿Y eso?
—Tom, ¿está usted dormido o qué? ¿Ha olvidado qué era Portugal antes de formarse como país?
—¿Insinúa que Al-Qaeda…, que Al-Qaeda tiene los ojos puestos en Portugal?
Se pararon en la puerta del Harry’s, a poco metros del embarcadero de los vaporetti. Las aguas del Gran Canal mojaban la piedra de los muelles y las góndolas negras pasaban una tras otra, como espectros cosidos a la sombra del destino.
—Dígame, ¿qué territorios formaban, al fin y al cabo, al-Ándalus?
—Bueno, España y… Portugal, claro.
Rebecca abrió la puerta del Harry’s Bar y, antes de entrar, miró de reojo al historiador.
—Pues ahí tiene la respuesta.