Frank Bellamy señaló a la rubia que acababa de llegar.
—Les presento a Rebecca Scott, una agente de la CIA que se encuentra adscrita ahora al NEST y que se une a nuestra pequeña reunión.
Tras la presentación, hubo un coro de «hellos» y «good afternoons», acompañados de muchos gestos con la cabeza y sonrisas. La recién llegada era realmente atractiva y todas las miradas se dirigieron hacia ella. La rubia se sentó al lado de Bellamy y dejó el maletín de ejecutivo a sus pies.
—La especialidad de miss Scott —continuó el orador— es el montaje y desmontaje de armas nucleares. Eso quiere decir que, en caso de emergencia nuclear, ella es una de las personas a las que podríamos recurrir para neutralizar una bomba atómica. Además de eso, miss Scott tiene experiencia en combate en Afganistán.
Miró fijamente a la mujer.
—Su hermoso rostro parece el de un ángel, ¿no les parece? Sin embargo, queridos míos: ¡tiene dientes de acero!
El grupo se rio, aunque nadie tuviera la certeza de si se trataba de un chiste. Con modos muy profesionales, Rebecca se incorporó y se dirigió a la mesa:
—Muchas gracias, mister Bellamy. Es un placer estar aquí con ustedes. Según me ha parecido oír cuando entraba en la sala, ya han analizado las posibilidades de que los terroristas adquieran una bomba nuclear intacta.
—Así es —confirmó Bellamy—. Íbamos a ponderar ahora escenarios aún más probables.
Rebecca Scott asintió.
—Bueno, más que robar un arma nuclear, es más probable que los terroristas construyan una bomba atómica. Es más, ese escenario es más preocupante. Las probabilidades de que se dé son increíblemente elevadas.
Los presentes fruncieron el ceño, sorprendidos e intrigados.
—¿Es posible? —quiso saber Tomás, sin perder tiempo para darse a conocer a la beldad que iluminaba la sala—. Tenga en cuenta que estamos hablando de una bomba nuclear…
—¿Y?
—Bueno, supongo que no se construye una bomba nuclear como si nada.
Rebecca levantó dos dedos.
—Bastan dos días —dijo—. O incluso menos.
—¿Qué?
—Construir una bomba nuclear es facilísimo. Subraye la palabra «facilísimo», por favor. La única dificultad es conseguir material capaz de producir fisión. Si un grupo terrorista tuviera ese material y contara con un ingeniero mínimamente competente, el resto es un juego de niños.
—¿Está hablando en serio?
—¡No lo dude! La mayoría de la gente piensa que para construir una bomba nuclear hace falta un megaproyecto con instalaciones y recursos gigantescos, como el Proyecto Manhattan, por ejemplo. Nada más lejos de la realidad. Las instrucciones para montar una bomba de este tipo se pueden encontrar en Internet y en varios libros técnicos en cualquier buena biblioteca. Basta con leer.
—Disculpe, pero no puede ser tan sencillo…
—Hay algunas dificultades, claro —asintió ella—, pero, en lo esencial, la construcción de una bomba nuclear es realmente sencilla. Para que se hagan una idea, déjenme explicarles lo siguiente: hay dos tipos de bombas nucleares. Uno es las de plutonio, las preferidas por las fuerzas armadas por ser altamente físil, lo que permite provocar una explosión con cantidades muy pequeñas y, por ende, miniaturizar las bombas.
—Como los maletines de ejecutivo rusos.
—Eso mismo. La bomba de Nagasaki, por ejemplo, era de plutonio. Pero un dispositivo de este tipo plantea problemas delicados. El primero es su construcción. La bomba de plutonio detona por implosión, lo que exige una ingeniería compleja y muy minuciosa de simetría implosiva. Además de eso, el plutonio es difícil de manejar al ser altamente radiactivo. Respirar una cantidad ínfima es mortal.
—Yo creía que había dicho que la construcción de un arma nuclear era un juego de niños…
—Y lo es —aseguró Rebecca—. Pero ningún grupo terrorista optará por construir una bomba de plutonio, debido a los problemas que acabo de enumerar. Su opción será siempre la bomba de uranio, como la que se usó en Hiroshima. Se trata de un dispositivo que emplea uranio altamente enriquecido, que contiene más de un noventa por ciento del isótopo físil U-235. Si tuviéramos uranio altamente enriquecido con ese isótopo, podríamos montar una bomba atómica en cualquier lugar, hasta en un garaje.
—Está usted de broma… —dijo la profesora Cosworth.
—Por desgracia, no. Con uranio altamente enriquecido, la construcción del dispositivo es de una sencillez infantil.
—Sí, pero la manipulación de uranio altamente enriquecido debe exigir precauciones especiales —argumentó Tomás—. No podemos olvidar que se trata de material radiactivo. ¡Que yo sepa, eso no se hace en un garaje!
—Basta con un garaje —repitió Rebecca, categórica—. Fíjense, ¿qué es exactamente el uranio altamente enriquecido? En forma natural, el uranio está formado por tres isótopos: el U-234, que es residual, el U-235 y el U-238. Para uso militar, sólo nos interesa el U-235. El problema es que, cuando se extrae uranio de la tierra, la presencia de este isótopo es inferior al uno por ciento. El uranio en estado natural está formado, de forma abrumadora, por el isótopo U-238. Por eso es necesario procesar el uranio con centrifugadoras para eliminar el U-238 y enriquecer la proporción del isótopo U-235. ¿Lo entienden?
—¿Eso es el enriquecimiento?
—Exacto. Se busca enriquecer el uranio con el isótopo U-235. Y ésa es la única parte compleja de la producción de una bomba atómica. El uranio extraído de la tierra se sumerge en ácido sulfúrico, de manera que sólo quede el uranio puro. Ese uranio puro se seca y se filtra. Del proceso se obtiene un polvo llamado yellowcake. Este polvo se somete luego a un gas a temperaturas elevadas y se convierte así en un compuesto gaseoso, que se envía luego a unas máquinas de rotación supersónica llamadas centrifugadoras. A medida que estas centrifugadoras giran, los diferentes isótopos, al tener distinto peso, se separan. El más pesado, el U-238, sale al exterior de las centrifugadoras, mientras que el menos pesado, el U-235, se queda más cerca del eje. El gas va pasando de centrifugadora en centrifugadora, lo que aumenta cada vez más el nivel del isótopo U-235. Este proceso exige unas mil quinientas centrifugadoras trabajando en cascada durante un año hasta conseguir reunir el U-235 necesario para superar el punto crítico de detonación. En ese momento, el gas se convierte en un polvo metálico, llamado óxido de uranio, y finalmente en un metal de color ceniza, preferentemente con forma oval, frío y seco al tacto. Bastan…
—¿Al tacto? —insistió Tomás-Pero ¿ese uranio no es radiactivo?
—Claro que es radiactivo —confirmó ella—. Pero tiene una toxicidad baja. El uranio altamente enriquecido es tan tóxico como…, no sé, como el plomo, por ejemplo. Si alguien respira o traga fragmentos de este elemento se sentirá mal, claro, pero sólo eso. El uranio altamente enriquecido es moderadamente radiactivo, lo que significa que puede manipularse sin guantes y hasta transportarse en una mochila. ¡Con un poco de protección ni siquiera hace saltar los detectores de radiación! ¡Imagínense!
—Good heavens! —exclamó la profesora Cosworth, horrorizada.
—Por eso una bomba atómica de uranio es muy interesante para los terroristas. ¡Se puede hasta dormir con una cantidad pequeña de este material debajo de la almohada! —Levantó el índice—. Pero, ojo, se deben tomar algunas precauciones. El uranio altamente enriquecido no se puede almacenar a partir de determinadas cantidades, ya que, a veces, los átomos de U-235 se dividen de forma espontánea y disparan neutrones que, a partir de una masa de cierta dimensión, podrían dividirse en un número de átomos suficiente para provocar una reacción en cadena y la consiguiente explosión nuclear. Esto es, hay un valor crítico de masa de uranio enriquecido que no se puede sobrepasar. Al tratar con este material, debe procurarse mantenerlo separado en pequeñas cantidades subcríticas. ¿Me explico?
—En el caso del uranio altamente enriquecido, ¿cuál es el valor crítico? —quiso saber Tomás, cuya curiosidad era infinita—. ¿Cómo sé que la cantidad de material que tengo es subcrítica o crítica?
—La masa crítica de uranio es inversamente proporcional al nivel de enriquecimiento. El nivel más bajo de enriquecimiento necesario para desencadenar una reacción nuclear es el veinte por ciento. En este caso, se tendría que acumular casi una tonelada de uranio para provocar una explosión nuclear espontánea. En el otro extremo del espectro se encuentra el enriquecimiento al noventa por ciento o más. En este caso, bastan pequeñas cantidades.
—¿Cuánto?
—Unos cincuenta kilos. —Con las manos mostró el volumen de una bomba de ese peso—. Tendría el tamaño de una pelota de fútbol.
—¿Quiere decir que si junto cincuenta kilos de uranio enriquecido al noventa por ciento puedo generar una explosión nuclear espontánea?
—Sí.
—¡Caramba!
—¡Es tan sencillo como eso! —exclamó Rebecca moviendo la cabeza afirmativamente—. De ahí que la construcción de una bomba de este tipo sea tan fácil.
Cogió un bolígrafo y garabateó un dibujo en una hoja.
—Basta construir un tubo, poner veinticinco kilos de uranio altamente enriquecido en un extremo, al que llamaremos «bala»…; poner otros veinticinco kilos en el otro extremo, al que llamaremos «blanco»…; poner un poco de material propulsor detrás de la bala…; disparar la bala en dirección al blanco…; en este punto, las dos cantidades subcríticas colisionan y se vuelven críticas…; ¡y, bingo, ya tenemos una reacción nuclear!
Mostró el esquema a los rostros boquiabiertos de la mesa.
—I say, ¿sólo eso? —quiso saber la profesora Cosworth, entre escandalizada y aterrorizada.
—Ya les había avisado de que la construcción de una bomba nuclear era sencilla, ¿no? —observó Rebecca, que seguía mostrando el dibujo a su auditorio—. Cuando dos masas de uranio altamente enriquecido se juntan y cruzan el umbral crítico de los cincuenta kilos, se produce la detonación. La bomba de Hiroshima era así. —Guardó el dibujo—. ¡Y aún no saben lo peor!
—¿Hay algo peor?
—En última instancia, los terroristas no tienen ni siquiera que construir el dispositivo. Les bastaría con poner veinticinco kilos en un primer piso y lanzar desde cierta altura otros veinticinco kilos de uranio sobre el material que hayan dejado en el suelo. Al colisionar, a pesar de no estar dentro de un dispositivo, las dos partes subcríticas podrían cruzar el umbral crítico y desencadenar una explosión nuclear. —Se encogió de hombros—. ¡Un juego de niños!
El alemán que estaba sentado a la mesa volvió a echarse las manos a la cabeza, aterrorizado.
—Mein Gott!
La reunión terminó media hora después. Antes se distribuyeron documentos y bibliografía para su consulta posterior. Tomás ojeó el material, y vio que los esquemas y las ecuaciones abundaban en la documentación. Él quizá tendría dificultades para seguir aquellos razonamientos, pero sabía que para un ingeniero todo aquello era obvio.
—Tom —lo llamó una voz.
El portugués levantó la cabeza y vio a Frank Bellamy al lado de la rubia. Ambos lo miraban.
—¿Sí?
—Venga aquí. Déjeme presentarle a Rebecca Scott.
Tomás se levantó y le ofreció la mano.
—How do you do? —la saludó Tomás con su mejor inglés británico.
La rubia tenía la palma de la mano blanda y caliente.
—Hi, Tom —respondió Rebecca con su acento americano—. Mister Bellamy me ha hablado mucho de usted.
—Espero que bien.
La mujer se rio.
—Me dijo que el Palazzo Ducale era el lugar perfecto para que nos conociéramos.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
Rebecca se encogió de hombros y miró al hombre de la CIA para que él respondiera la pregunta.
—Entonces, Tomás, ¿no sabe quién estuvo preso aquí? —preguntó Bellamy.
—¿Aquí, en este palacio? No tengo ni la menor idea.
—Su colega italiano. —Señaló el gran cuadro de Tintoretto que adornaba la pared—. Estuvo preso aquí e intentó huir por un agujero del techo.
—No sé de quién habla.
—Ya se lo he dicho, de su colega italiano. —Bellamy miró a Rebecca de reojo—. Casanova.
La rubia soltó una carcajada, divertida con la observación y sobre todo con la cara aterrorizada de Tomás.
—¡Oh, usted y sus chistes! —observó el historiador con acidez, acusando el golpe.
Bellamy siguió centrando su atención en Rebecca.
—Tenga cuidado con este portugués —la avisó—. Tiene pinta de soso, pero es un depredador de féminas.
—No le haga caso —le pidió Tomás, que intentaba recuperarse del bochorno—. ¿Hace mucho que trabaja en el NEST?
La mejor táctica era cambiar de tema.
—Hace algún tiempo —confirmó ella—. Me destinaron a Madrid, y desde allí coordino las operaciones en la península Ibérica.
—¡Ah, bueno! Eso explica que mister Bellamy nos haya presentado.
El hombre de la CIA aprovechó para meter una cuña.
—¡Cuento con que su colaboración será muy provechosa!
El historiador lo reprendió con la mirada.
—Mister Bellamy, ya le he dicho que no estoy seguro de querer trabajar para el NEST…
—Come on, Tom. Esto es sólo una colaboración. Le pagaremos bien y será un trabajo fácil para usted. Ya verá.
—No sé, no sé. Tengo que pensármelo.
—No me diga que no quiere trabajar para mí —dijo Rebecca haciendo un mohín y pestañeando mucho.
Esta vez fue el portugués quien soltó una carcajada.
—¡Caramba, veo que usan ustedes todo tipo de argumentos!
—Vamos, Tom —lo apremió Bellamy—. Necesitamos una decisión ya. ¿Qué va a ser? ¿Se une a nosotros o no?
El historiador, dubitativo, miraba una y otra vez a Bellamy y a Rebecca.
—¿Me garantizan que esto no me llevará mucho tiempo?
—¡Claro que no! Lo que queremos de usted no es cantidad de trabajo, sino calidad. Como ya le he explicado, tenemos que descifrar un correo de Al-Qaeda y estamos convencidos de que usted es el único que puede hacerlo.
«Realmente —pensó Tomás—, ¿qué puedo perder?». Haría el trabajo de consultoría y le pagarían bien. ¿Por qué dudaba, entonces? La decisión estaba clara.
—¡Está bien! Cuenten conmigo.
Los dos norteamericanos sonrieron y le apretaron las manos.
—Atta boy! —exclamó Bellamy, que consultó su reloj por enésima vez y miró luego a Rebecca—. Yo tengo que marcharme a otra reunión. Ahora que van a trabajar juntos, supongo que tendrán mucho de lo que hablar…
—Sí, mister Bellamy —asintió ella—. Tengo que hablar con Tom, de hecho. Voy un momento al baño y vuelvo.
Dejó tras de sí a los dos hombres, que contemplaron sus formas femeninas mientras se alejaba.
—Una pin-up, ¿eh? —observó el hombre de la CIA—. Conociéndolo como lo conozco, apuesto a que ella ha sido un motivo crucial para que haya decidido unirse a nosotros.
Sin apartar la vista de la mujer, que doblaba ahora la esquina, Tomás se rio.
—¿Qué le hace pensar eso?
Rebecca salió de la sala y Frank Bellamy suspiró. Se volvió hacia el portugués. Sus ojos azules brillaban con frialdad.
—¡Es usted un fucking tarado!