Los delgados dedos del jeque se deslizaron suavemente por el cuero de la portada del Corán, como si el maestro creyera que con aquel gesto acariciaba a Dios.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó el jeque Saad con voz meliflua.
Ahmed mantuvo el rostro inmóvil, mirando fijamente a los ojos al maestro, convencido de que no habría censura que lo pudiera apartar del camino de la verdad.
—Son kafirun, jeque.
—¿Y? ¿Qué daño te han hecho?
—Han hecho daño al islam. Quien hace daño al islam, hace daño a Alá y a la umma. Y quien hace daño a Alá y a la umma me hace daño a mí.
—¿Eso es lo que piensas?
—Sí.
—¿Es eso lo que te he enseñado a lo largo de estos últimos cinco años? ¿Es eso lo que has aprendido de mí? ¿Es eso lo que has aprendido en la mezquita?
El muchacho bajó la cabeza y no contestó. El jeque se rascó la barba, pensativo.
—¿Quién te ha contado esas cosas?
—Unas personas.
—¿Qué personas?
El muchacho se calló por un instante. Pensó que si mencionaba al profesor Ayman le podía acarrear problemas. Quizás era mejor dar una evasiva.
—Mis amigos.
Saad señaló a su pupilo.
—Entonces, les dices a tus amigos que, al perseguir a los cristianos, ellos mismos son kafirun.
Ahmed levantó los ojos desconcertado.
—¿Qué quiere decir con eso, jeque?
El maestro señaló el Corán que tenían en las manos.
—¿Por qué sura vas?
—¿Disculpe?
—¿Hasta qué sura has recitado ya?
El pupilo sonrió con orgullo.
—He llegado a la 25, jeque.
—¿En estos cinco años ya has recitado todo el Corán hasta la sura 25?
—Sí.
—Entonces, recita la sura 5. Ahora.
—¿La sura 5, jeque? —Sus ojos reflejaban la sorpresa de Ahmed—. Pero es larguísima…
—Recita el versículo 85 de la sura 5.
El muchacho cerró los ojos, haciendo un esfuerzo para recordar. Recorrió mentalmente la sura 5 y llegó por fin al versículo que el jeque le pedía.
—«En los judíos y en quienes asocian encontrarás la más violenta enemistad para quienes creen —recitó—. En quienes dicen: “Nosotros somos cristianos”, encontrarás a los más próximos, en amor, para quienes creen».
—¿Ves? —preguntó el jeque—. ¡Entre los cristianos encontrarás a los más próximos a los creyentes! ¡Es lo que dice Alá en el Corán! ¡Lo dice la propia voz de Alá!
—Pero, jeque, la misma sura 5 revela otras cosas también —argumentó Ahmed, combativo—. En el versículo 56, Alá dice lo siguiente: «¡Oh, los que creéis! No toméis a judíos y a cristianos por amigos: los unos son amigos de los otros. Quien de entre vosotros los tome por amigos, será uno de ellos».
—Es verdad —reconoció el jeque—. Pero recuerda lo que dice Alá en el versículo 257 de la sura 2: «¡No hay apremio en la religión!». O sea, no podemos obligar a los cristianos a convertirse.
—El problema, jeque, es que en la propia sura 2, versículo 187, Alá dice otra cosa: «Si os combaten, matadlos: ésa es la recompensa de los infieles». Y, dos versículos más adelante, Alá dice: «Matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Dios. Si ellos ponen fin a la idolatría, no más hostilidad si no es contra los injustos».
El jeque se incorporó en su asiento. El condenado muchacho, además de ser precoz, se sabía al dedillo la primera parte del Corán. No sabía dónde absorbía toda esa información, pero lo cierto es que siempre traía la lección preparada.
—Escucha, Ahmed. Es cierto que todo eso está escrito en el Corán y se corresponde con la voluntad de Alá —afirmó, hablando lentamente, como si sopesara sus palabras—. No obstante, debo recordarte que Dios reconoce a los judíos y a los cristianos a los que llama «Gentes del Libro». Y, en el versículo 103 de la sura 2, Alá dice: «Muchas Gentes del Libro querrían volveros a hacer infieles después de que profesasteis vuestra fe, por envidia, después que la verdad se les mostró claramente. Perdonad y contemporizad». ¿Ves? «Perdonad y contemporizad». Aunque Alá censure a los judíos y a los cristianos, Él pide a los creyentes que perdonen a las Gentes del Libro. Tenemos, pues, que perdonar y contemporizar. Es una orden directa de Alá.
—Pero, jeque, no ha recitado todo ese versículo —corrigió el pupilo—. Se ha dejado una parte.
—¿Cuál? ¿Qué parte me he dejado?
—En el versículo 103, Alá nos habla como usted dice —admitió—, pero la frase completa del «perdonad y contemporizad» dice: «Perdonad y contemporizad hasta que venga Dios con su orden». O sea, los creyentes deben perdonar y olvidar hasta que Alá aparezca con su orden. Esto implica que, una vez que aparezca la orden, ya no se debe perdonar ni contemporizar. Debemos hacer otra cosa. Debemos cumplir con el mandato: «Matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Dios», como dice la propia sura unos versículos más adelante.
El jeque suspiró, exasperado.
—Escucha, Ahmed —dijo—. El Libro Sagrado a veces es complejo, y, a veces, contradictorio. Además de…
—¿Complejo? ¿Contradictorio? —se sorprendió el pupilo, que cada vez hablaba con mayor atrevimiento.
Señalando el Corán, el muchacho añadió:
—Jeque, lo que está escrito en el Libro Sagrado es simple y directo. Alá dice en la sura 2, versículo 189: «Matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Dios». ¡Está muy claro! Es…
—¡Cállate! —cortó Saad con un tono repentinamente irritado y con el rostro rojo de rabia.
Era la primera vez que le levantaba la voz a Ahmed en los cinco años en que había sido su maestro.
—¡No debes hablar así! ¡Ningún buen musulmán debe hablar así! ¡Sólo tienes doce años, no eres más que un niño! ¡No me vengas a enseñar qué dice o deja de decir Alá en el Corán! ¡Sé muy bien lo que Dios dice en el Libro Sagrado! ¡He estudiado el Corán toda mi vida! ¡El islam es Alá, a quien llamamos «Ar-Rahman» y «Ar-Rahim», el Compasivo, el Misericordioso! ¡El islam es Mahoma, que dijo ser hermano de todo aquel hombre que fuera piadoso! ¡El islam es Saladino, que perdonó a los cristianos cuando liberó Al-Quds! ¡El islam son los ciento catorce versículos del Corán que hablan sobre el amor, la paz y el perdón!
Ahmed se encogió en su silla, intimidado por aquella furia repentina.
—Alá nos aconseja en el Corán que seamos generosos con nuestros padres, con nuestra familia, con los pobres, con los viajantes —continuó Saad en el mismo tono, casi atrancándose—. No debemos despilfarrar ni engañar a los demás. La ostentación y el orgullo son grandes defectos; la honestidad es una virtud. Eso es lo que Alá dice en el Corán.
Arrebatado por sus propias palabras, levantó el dedo con severidad.
—El islam es lo que el Misericordioso enuncia en la sura 2, versículo 172: «Piadoso es quien cree en Dios, en el Último Día, en los ángeles, en el Libro y los profetas; quien da dinero por su amor a los prójimos, huérfanos, pobres, al viajero, a los mendigos y para el rescate de esclavos; quien hace la oración y da limosna. Los que cumplen los pactos cuando pactan, los constantes en la adversidad; en la desgracia y en el momento de la calamidad; ésos son los veraces y ésos son los temerosos».
Aún furioso, miró fijamente al pupilo:
—Y por encima de todo, no olvides que el islam es pacífico. ¿Me has oído? ¡Pa-cí-fi-co! Alá nos ordena en la sura 4, versículo 33: «¡Oh, los que creéis! ¡No os matéis!». Por tanto, matar está prohibido. Así lo afirma el Corán: «¡No os matéis!».
Se hizo el silencio en la pequeña sala de la mezquita. Sólo se oía la respiración apresurada del jeque y el eterno zumbido de las moscas. Saad se pasó la mano por la cara. Se esforzaba por calmarse y recuperar el dominio de sí mismo. El pupilo bajó la mirada, abochornado por la propia vergüenza de su maestro.
Más sereno, el mulá se aclaró la voz y, recuperada su serenidad habitual, dijo:
—A través del Corán, Alá reconoció a los profetas de los judíos y los cristianos como sus mensajeros. Dios dice en la sura 3, versículo 2: «Dios ha hecho descender sobre ti, ¡oh, Profeta!, al Libro con la verdad, atestiguando los que le precedieron. Hizo descender el Pentateuco y el Evangelio, anteriormente, como guía para los hombres». Y Alá añade en la sura 4, versículo 161: «Te hemos inspirado como inspiramos a Noé y a los profetas que vinieron después de él, pues inspiramos a Abraham, Ismael, Isaac, Jacob, a las doce tribus, a Jesús, a Job, a Jonás, a Aarón, a Salomón y a David, a quien dimos los Salmos». El problema es que los intermediarios, como los rabinos y los sacerdotes, adulteraron los mensajes originales de estos profetas de la Torá y del Evangelio. De ahí, surgió la necesidad de que Alá hiciera una última revelación, esta vez a Mahoma, y por eso Alá ordenó que sus palabras quedaran registradas en el Libro Sagrado para que nunca más se adulteraran. Cuando el Corán habla, es Alá quien habla. Y en el Corán se reconoce que Jesús era un profeta verdadero. ¿No lo has leído?
—Sí, jeque. Lo he leído.
—El mensaje de Alá es un mensaje de bondad, de piedad y de tolerancia. En su último sermón antes de morir, Mahoma dijo: «Nadie es superior a nadie. Ni los árabes respecto a los no árabes, ni algunos árabes respecto a otros árabes, ni los blancos respecto a los negros, ni los negros respecto a los blancos. Sólo existe la superioridad que se alcanza a través del conocimiento de Dios». —Hizo una pausa para dejar que la frase calara en el alumno—. ¿Ha quedado claro?
—Sí, jeque —asintió Ahmed de nuevo.
El pupilo dudó como si quisiera añadir algo, pero, preocupado por la inesperada irascibilidad del maestro se contuvo.
—¿Qué ibas a decir, muchacho? —preguntó Saad al ver que dudaba.
—Nada, jeque.
—Di lo que tengas que decir.
Ahmed posó la mirada sobre el volumen que el maestro aún acariciaba.
—Cuando Mahoma dijo que no había superioridad de razas, decía lo que dice el propio Corán.
—Claro.
—Pero, jeque, en esa misma frase el Profeta deja claro que, pese a que no haya superioridad entre razas, el islam sí es superior. Lo que dice el apóstol de Alá es que no hay superioridad entre los hombres «excepto la superioridad que se alcanza a través del conocimiento de Dios». O sea, los musulmanes son superiores. Alá dice en la sura 3, versículo 17: «La religión, ante Dios, consiste en el islam».
—Claro, el islam es la sumisión a Dios. Quien se somete a Dios es superior. Pero recuerda que las Gentes del Libro también tienen conocimiento de Dios…
—Es un conocimiento adulterado por los rabinos y los curas, jeque. No es verdadero conocimiento. Ellos sólo conocen a Dios a través de intermediarios, no de forma directa como nosotros.
—Es verdad —reconoció el maestro—. ¿Y qué?
—Eso muestra que no somos todos iguales, jeque.
—Admito que no lo somos —reconoció Saad—. Pero recuerda lo que dice Alá en la sura 2, versículo 59: «Ciertamente quienes creen, quienes practican el judaísmo, los cristianos y los sabios (quienes creen en Dios y en el Último Día y hacen obras pías) tendrán su recompensa junto a su Señor. No hay temor para ellos, pues no serán entristecidos». Este mensaje se repite en otros dos versículos. Como ves, las personas buenas entre las Gentes del Libro serán recompensadas por Alá. Esto es una muestra de tolerancia para con otras religiones.
—Y en cambio, en la sura 5, versículo 56, Alá deja claro que un creyente no puede ser amigo de un judío o de un cristiano…
—Es verdad.
Ahmed volvió a dudar si debía exponer lo que pensaba, pero esta vez venció sus temores.
—Hay algo más, pero le pido que no se enfade por lo que voy a decir…
Saad sonrió con benevolencia.
—Puedes estar tranquilo.
—Usted ha dicho no hace mucho que Alá prohibió matar en el Corán.
—Sí.
—Pero si es así, jeque, ¿por qué la sura 2, versículo 189, dice: «Matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Dios»? Si es así, ¿por qué el versículo 187 de la misma sura dice: «Si os combaten, matadlos: ésa es la recompensa de los infieles»? Si es así, ¿por qué Alá impone la muerte en el Corán para aquellos que cometen ciertos crímenes? En fin, ¿está prohibido matar o no lo está?
Por un instante, el maestro no supo qué responder.
—Bueno…, está prohibido, pero… también se permite… En fin…, se permite sólo en determinadas circunstancias, claro.
—Así es, jeque. Se permite en determinadas circunstancias. Es más, la muerte se ordena, como ocurre en el caso de los creyentes que cometen asesinato, apostasía o que mantienen relaciones sexuales ilegales, o en el caso de los kafirun. Recuerde que la sura 4, versículo 33, se dirige a los creyentes. Alá dice: «¡Oh, los que creéis! ¡No os matéis!». O sea, no matéis a otros creyentes, no matéis a otros musulmanes, salvo a los criminales. Pero Alá no prohíbe matar a los kafirun. Y eso, sin hablar siquiera de lo que dice la sura 9, versículo 5, donde Alá…
Ahmed se quedó sin voz al ver al maestro palidecer en el momento en que mencionó ese versículo. No obstante, el jeque siguió callado y el pupilo recuperó la voz y acabó la frase.
—… en la sura 9, versículo 5, Alá dice: «Matad a los asociadores donde los encontréis. ¡Cogedlos! ¡Sitiadlos! ¡Preparadles toda clase de emboscadas!».
Los músculos de la mandíbula del maestro se contrajeron en una muestra del esfuerzo que hacía por dominarse.
—Ese versículo se refiere a los idólatras, no a las Gentes del Libro —argumentó con voz fría y tensa.
—¡Todos son idólatras, jeque! ¿No rezan los kafirun cristianos a las estatuas que ponen en las iglesias? ¿No adoran a los santos y a la madre de Jesús? ¿No dicen que Jesús es el hijo de Dios? ¡Eso es idolatría! Está en el Corán: «¡No hay más Dios que Alá!». ¡Usted mismo lo ha dicho en todas nuestras lecciones a lo largo de estos años! ¡Sólo hay un Dios! ¡Nadie reza a Mahoma! ¡Nadie reza a la madre de Mahoma! ¡Nadie reza a Abu Bakr ni a ningún otro califa! ¡Un verdadero creyente sólo reza a Dios, únicamente a Dios! ¡Pero los kafirun cristianos rezan a Jesús, a su madre, al Papa, rezan delante de estatuas…, le rezan a todo! Hasta piensan que Jesús es una especie de Dios… ¡Eso es idolatría! Y Alá dice: «Matad a los asociadores donde los encontréis».
—Está bien, pero ese mandato se dio en el contexto de una batalla específica. No se puede tomar como un mandato general.
—Sólo no es un mandato general para quien no quiere leerlo así, jeque —repuso el pupilo con arrogancia—. Es evidente que todos los versículos del Corán tienen un contexto. Pero ¿no es Alá As-Samad, el Eterno? Por tanto, sus mandatos, aunque los profiriera en un contexto, también son eternos. Cuando Alá, en su infinita sabiduría, reveló al Profeta el versículo que dice que ciertas acusaciones exigen al menos cuatro testigos, ¿ese mandato tenía un contexto?
—Claro que sí.
—Y, en cambio, es eterno. Lo mismo ocurre con el mandato de matar a los idólatras. Como todos los versículos del Corán, ese mandato tiene también un contexto. Sin embargo, es tan eterno como los demás —dijo señalando al maestro—. Usted mismo ha dicho varias veces que el Libro Sagrado es atemporal. Si es así, este versículo también lo es.
Saad respiró profundamente. De pronto se sintió sumamente cansado.
—No sé quién te enseña esas cosas —exclamó, impotente, pasando por alto el problema que el pupilo le planteaba.
En una muestra de que daba por zanjada la conversación, el jeque cogió con ternura el Corán y se levantó.
—Sea quién sea, debes tener cuidado.
—¿Por qué, jeque?
El maestro lanzó una última mirada al alumno antes de darle la espalda y abandonar la salita.
—Porque lo que estás diciendo es peligroso.