El accidente en Belford
Temprano en la mañana Mirabel partió hacia Redwood Hall en uno de los vehículos que la señora Delvin mantenía en The Clink para uso de los visitantes. Regresó poco después del mediodía tras obtener información sobre el paradero de la señora Rook y su esposo. La última vez que se supo de ellos estaban en Lasswade, cerca de Edimburgo. Ni la señorita Redwood ni ninguna otra persona en Redwood Hall sabía si habían obtenido la colocación que buscaban.
Media hora después se ensilló otro caballo y Mirabel emprendió el viaje a la estación del ferrocarril de Belford, para seguir a la señora Rook, ante las apremiantes instancias de Emily. Antes de su partida, se reunió con su hermana.
La señora Delvin era lo bastante rica como para creer a pie juntillas en el poder del dinero. Su método para librar a su hermano de las graves dificultades que lo asediaban consistía en hacer que para el señor y la señora Rook resultara un buen negocio marcharse de Inglaterra. Su pasaje a los Estados Unidos se pagaría anónimamente, y se les entregaría una carta de crédito para un banquero de Nueva York. Si Mirabel no lograba encontrarlos después de que se hubieran embarcado, Emily no podría achacarlo a la falta de dedicación a su causa. Mirabel lo comprendía, pero seguía abatido e indeciso, incluso después de tener el dinero en las manos. La única persona que podía despertar su valor y alentar sus esperanzas era también la única que no debía enterarse de nada de lo que hablaba con su hermana. No tenía otra opción que marcharse del lado de Emily sin que lo reanimara su aspecto resplandeciente ni lo fortalecieran sus palabras inspiradoras. Mirabel partió a realizar su incierta misión con el corazón apesadumbrado.
The Clink quedaba tan lejos de la oficina de correos más cercana que las pocas cartas que solían llegar dirigidas a la torre las entregaba un mensajero con el que se había llegado a un arreglo particular. Su puntualidad dependía de la conveniencia de los empleados superiores de la oficina. A veces llegaba temprano, a veces llegaba tarde. Ese día se presentó a la una y media con una carta para Emily, y cuando la señora Ellmother le reprochó incisivamente la tardanza, la atribuyó, sin inmutarse, a la hospitalidad de unos amigos con quienes se había encontrado en el camino.
La carta, que llevaba la dirección de la casa de Emily, había sido reenviado desde Londres por la persona que se quedara al cuidado de la vivienda. El autor de la misiva le daba el tratamiento de «honorable señorita». Emily miró primero el final, ¡y descubrió la firma de la señora Rook!
—¡Y el señor Mirabel se marchó precisamente ahora que su presencia nos resulta de la mayor importancia! —exclamó Emily.
La sagaz, señora Ellmother sugirió que quizás sería mejor leer primero la carta para después formarse una opinión.
Emily la leyó.
Lasswade, en las inmediaciones de Edimburgo, 26 de septiembre.
Honorable señorita: Tomo la pluma para recabar su bondadosa conmiseración para conmigo y con mi esposo, dos ancianos que hemos vuelto a quedar desamparados debido a la muerte de nuestro excelente patrón. Se nos ha entregado un aviso de que debemos marcharnos de Redwood Hall en el plazo de un mes.
Al enterarnos de un puesto en este lugar (y también de que se nos reembolsarían los gastos, si lo solicitábamos personalmente), pedimos una licencia y vinimos a presentar nuestra solicitud. O bien la dama y su hijo son las personas más avaras del mundo o nos han cobrado antipatía a mi esposo y a mí, de modo que han hecho del dinero un instrumento para deshacerse fácilmente de nosotros. Baste decir que nos hemos negado a aceptar unos salarios de hambre y que seguimos sin trabajo. Quizás se haya enterado usted de algo que nos convenga. Por eso le escribo de inmediato, sabiendo que a menudo se pierden buenas oportunidades debido a demoras innecesarias.
Haremos una parada en Belford a nuestro regreso, para reunirnos con unos amigos de mi esposo, y confiamos en llegar a Redwood Hall, con buen tiempo, el 28. Le agradecería que me respondiera a la atención de la señorita Redwood si sabe de un buen puesto de trabajo que podamos solicitar. Quizás nos veamos obligados a probar suerte en Londres. En ese caso, ¿me permitiría tener el honor de presentarle mis respetos, como me atreví a proponerle cuando le escribí poco tiempo atrás?
Le ruego que me considere, honorable señorita, su humilde servidora,
R. Rook
Emily le pasó la carta a la señora Ellmother.
—Léala y dígame lo que opina —dijo.
—Creo que debería andar con cuidado.
—¿Con la señora Rook?
—Sí, y con la señora Delvin también.
Emily se asombró.
—¿Habla realmente en serio? —dijo—. La señora Delvin es una persona encantadora, tan paciente con sus sufrimientos, tan amable, tan inteligente, tan interesada en todo lo que me interesa a mi. Le llevaré la carta de inmediato y le pediré su consejo.
—Haga lo que le parezca, señorita. ¡No sé por qué, pero no me agrada!
El celo de la señora Delvin por los intereses de su huésped sorprendió incluso a Emily. Después de leer la carta de la señora Rook, hizo sonar la campanilla que estaba sobre su mesa presa de un arrebato de impaciencia.
—Hay que mandar a buscar de regreso a mi hermano al instante —dijo—. Envíele usted misma un telegrama contándole lo que ha sucedido. Encontrará el mensaje esperándolo al término de su viaje.
Se le ordenó al mozo de cuadra, que acudió al llamado de la campanilla, que ensillara el tercer y último caballo que quedaba en el establo, llevara el telegrama a Belford y aguardara allí por la respuesta.
—¿Qué distancia hay hasta Redwood Hall? —preguntó Emily después de que el hombre recibiera esas instrucciones.
—Diez millas —respondió la señora Delvin.
—¿Cómo puedo llegar hasta allí hoy?
—Querida mía, no hay manera de que pueda hacerlo.
—Perdóneme, señora Delvin, pero tengo que llegar.
—Perdóneme usted a mí. Mi hermano es su representante en este asunto. Déjelo todo en sus manos.
El tono adoptado por la hermana de Mirabel era categórico, por decir lo menos. Emily recordó lo que le dijera su fiel sirvienta y empezó a dudar de su propia prudencia al enseñarle tan confiadamente la carta. No obstante, el error —si de un error se trataba— ya se había cometido; y estuviera equivocada o en lo cierto, no estaba dispuesta a ocupar la posición subordinada que la señora Delvin le asignara.
—Si vuelve a leer la carta de la señora Rook, verá que debo responderle. Ella supone que estoy en Londres —contestó Emily.
—¿Se propone decirle a la señora Rook que se encuentra en esta casa? —preguntó la señora Delvin.
—Por supuesto.
—Es mejor que consulte con mi hermano antes de cargar con cualquier responsabilidad.
Emily logró no perder los estribos.
—Permítame recordarle que el señor Mirabel no conoce a la señora Rook, mientras que yo sí —dijo—. Si le hablo personalmente puedo hacer mucho para contribuir al objetivo de nuestras averiguaciones, antes de que él regrese. La señora Rook no es una mujer con la que resulte fácil tratar…
—Y, por tanto, es el tipo de persona que requiere que la maneje cuidadosamente un hombre como mi hermano: un hombre de mundo —la interrumpió la señora Delvin.
—Me atrevo a pensar que es el tipo de persona a la que debo ver con la menor pérdida de tiempo posible —insistió Emily.
La señora Delvin aguardó un momento antes de contestar. En el estado en que se encontraba su salud, no le resultaba fácil soportar las desazones. La carta de la señora Rook y la obstinación de Emily la habían irritado mucho. Pero, como todas las personas hábiles, era capaz de controlarse, cuando había un motivo serio para hacerlo. Realmente le gustaba Emily y la admiraba, y siendo la mayor de las dos, y la anfitriona, dio ejemplo de tolerancia y buen humor.
—Está fuera de mi alcance enviarla a Redwood Hall de inmediato —continuó—. El único de mis tres caballos del que puede disponer es el que llevó a mi hermano allí mismo esta mañana. Una distancia de veinte millas, de ida y vuelta. Estoy segura de que no tiene tanta prisa como para no darle al caballo un rato de descanso.
Emily presentó sus sinceras excusas con gran gentileza.
—No tenía ni idea de que la distancia era tan grande —confesó—. Esperaré, querida señora Delvin, todo lo que le parezca necesario.
Se separaron tan amigas como siempre, aunque con ciertas reservas por ambas partes. Emily, debido a su carácter impulsivo, se sentía deprimida e irritada por la perspectiva de una demora. Por su parte, la señora Delvin (consagrada a promover los intereses de su hermano) consideraba esperanzada los obstáculos que se podrían presentar en ese lapso de tiempo. El caballo podía demostrarse incapaz de realizar nuevos esfuerzos ese día. O el aspecto amenazador del tiempo podía desembocar en una tormenta.
Pero transcurrieron las horas, el cielo se aclaró, y se recibieron noticias de que el caballo estaba listo de nuevo para ponerse en marcha. La suerte estaba en contra de la dama de la torre; no tuvo más remedio que someterse a las circunstancias.
La señora Delvin acababa de enviarle un mensaje a Emily de que el coche estaría listo en diez minutos cuando llegó de regreso el cochero que había llevado a Mirabel hasta Belford. Traía noticias que sorprendieron agradablemente a ambas damas. Mirabel había llegado a la estación cinco minutos tarde; el cochero lo había dejado esperando la llegada del siguiente tren al norte. Ahora recibiría el mensaje telegráfico en Belford y podría regresar de inmediato en el caballo del mozo de cuadra. La señora Delvin dejó que Emily decidiera si dirigirse sola a Redwood Hall o esperar por el regreso de Mirabel.
En esas nuevas circunstancias, Emily habría sido poco gentil si hubiera insistido en su intención original. Consintió en esperar.
El mar seguía en calma. En medio del silencio que imperaba en la soledad de la marisma que quedaba al oeste de The Clink, se oyeron en el camino, a cierta distancia, las pisadas de un caballo.
Emily salió corriendo, seguida por la diligente señora Ellmother, esperando encontrar a Mirabel.
La joven sufrió una decepción: era el mozo de cuadra quien regresaba. Cuando llegó a la casa y desmontó del caballo, Emily advirtió que mostraba síntomas de nerviosismo.
—¿Sucedió algo malo? —preguntó.
—Ocurrió un accidente, señorita.
—¡No al señor Mirabel!
—No. No, señorita. Un accidente a una pobre tonta que venía de Lasswade.
Emily miró a la señora Ellmother.
—¡No puede tratarse de la señora Rook! —dijo.
—¡Ese es su nombre, señorita! Se bajó antes de que el tren hubiera acabado de detenerse y cayó en el andén.
—¿Está herida?
—Oí decir que gravemente herida. La llevaron a una casa cercana y mandaron a buscar al médico.
—¿El señor Mirabel fue uno de los que la auxilió?
—Estaba en el andén del lado opuesto, señorita, esperando el tren de Londres. Llegué a la estación y le di el telegrama justo en el momento en que ocurría el accidente. Cruzamos al otro lado para enterarnos de algo. El señor Mirabel me estaba diciendo que regresaría a The Clink en mi caballo cuando oyó el nombre de la mujer. Al escucharlo, cambió de idea y se dirigió a la casa.
—¿Lo dejaron pasar?
—El médico se negó rotundamente. Estaba examinando a la mujer y dijo que sólo podían pasar a la habitación el esposo de la accidentada y la dueña de la casa.
—¿El señor Mirabel se quedó esperando para verla?
—Sí, señorita. Me dijo que esperaría todo el día, si era necesario, y me dio esta nota para la patrona.
Emily se volvió hacia la señora Ellmother.
—Es imposible permanecer aquí sin saber si la señora Rook vivirá o morirá —dijo—. Iré a Belford, y usted me acompañará.
El mozo de cuadra intervino.
—Con perdón, señorita. El señor Mirabel me especificó que no debía usted ir a Belford, bajo ningún concepto.
—¿Por qué no?
—No me lo dijo.
Emily le echó un vistazo a la nota que el hombre tenía en la mano con bien fundada desconfianza. Era muy probable que el objetivo de Mirabel al escribirla fuera el de darle instrucciones a su hermana de que le impidiera a su huésped dirigirse a Belford. El coche esperaba a la puerta. Con su acostumbrada prontitud para tomar decisiones, Emily resolvió dar por sentado que estaba en libertad de usar como quisiera un coche que ya había sido puesto a su disposición.
—Dígale a su ama que voy a Belford en vez de a Redwood Hall —le dijo al mozo de cuadra.
Un minuto después, Emily y la señora Ellmother estaban en camino para reunirse con Mirabel en la estación.