CAPÍTULO LVII

Se aproxima el final

Alban llegó a Londres tan temprano que encontró al doctor almorzando.

—Demasiado tarde para ver a la señora Ellmother —le anunció este—. Siéntese y coma algo.

—¿Me dejó algún mensaje?

—Un mensaje, mi querido amigo, que no le gustará. Partió esta mañana con su ama para una visita a la casa de la hermana del señor Mirabel.

—¿Él fue con ellas?

—No, las seguirá en un tren que sale más tarde.

—¿La señora Ellmother dejó la dirección?

—Ahí está, de su puño y letra.

Alban leyó la dirección: «Señora Delvin, The Clink, Belford, Northumberland».

—Vea el dorso del papelito —dijo el doctor—. La señora Ellmother le escribió algo ahí.

La sirvienta había escrito lo siguiente:

El señor Mirabel no ha descubierto nada hasta el momento. Sir Jervis Redwood murió. Se cree que los Rook están en Escocia, y, si hay necesidad, la señorita Emily ayudará al pastor a encontrarlos. No hay noticias de la señorita Jethro.

—Ahora que ya tiene su información, déjeme echarle un vistazo a usted —continuó el doctor Allday—. No está furioso: ese es un buen signo, para empezar.

—Pero no por eso estoy menos decidido —respondió Alban.

—¿A lograr que Emily recobre la cordura? —preguntó el doctor.

—A hacer lo que Mirabel no ha hecho, y a dejar entonces que escoja entre nosotros dos.

—¿Sí? ¿No ha cambiado su buena opinión sobre ella a pesar de que lo ha tratado tan mal?

—Mi buena opinión tiene en cuenta el estado anímico de mi pobre amada después de la conmoción que sufrió —respondió Alban con voz queda—. En estos momentos no es mi Emily. Pero volverá a ser mi Emily. En otros tiempos, en la escuela, le dije que estaba convencido de eso, y mi convicción es ahora tan fuerte como entonces. ¿La ha visto después de mi regreso a Netherwoods?

—Sí, y está tan enojada conmigo como con usted.

—¿Por la misma razón?

—No, no. Oí lo suficiente para saber que debía aguantarme la lengua. Me negué a ayudarla: eso es todo. Usted es un hombre, y puede correr riesgos que ninguna joven debe arrostrar. ¿Recuerda cuando le pedí que abandonara toda ulterior averiguación sobre el asesinato, por el bien de Emily? Las circunstancias han cambiado desde entonces. ¿Hay algo en que pueda ayudarlo?

—Puede ayudarme extraordinariamente si me proporciona la dirección de la señorita Jethro.

—¡Oh! ¿Se propone empezar por ahí?

—Si. ¿Sabe que la señorita Jethro fue a verme a Netherwoods?

—Continúe.

—Me mostró su respuesta a una carta que ella le había escrito. ¿La tiene?

El doctor Allday la buscó. La dirección era la de una oficina de correos de un pueblo en la costa sur. Después de copiarla, Alban levantó la vista y vio los ojos del doctor clavados en él con una curiosa mezcla de simpatía e indecisión.

—¿Tiene algo que sugerirme? —preguntó.

—No le sacará nada a la señorita Jethro —respondió el doctor—, a menos que…, —y se interrumpió.

—¿A menos que qué?

—A menos que la asuste.

—¿Y cómo lograrlo?

Tras unos momentos de reflexión, el doctor Allday retomó, sin motivo aparente, el tema de su última visita a Emily.

—Emily dijo algo en el curso de nuestra conversación que me pareció sensato, porque estaba de acuerdo con ella (dado que todos estamos más o menos pagados de nosotros mismos) —continuó—. Sospecha que la señorita Jethro sabe más acerca de ese vergonzoso asesinato de lo que está dispuesta a admitir. Si quiere producirle el efecto deseado… —miró fijamente a Alban y volvió a interrumpirse.

—¿Sí? ¿Qué debo hacer?

—Dígale que tiene una idea de quién es el asesino.

—Pero no tengo la menor idea.

—Pero yo sí.

—¡Santo cielo! ¿Qué quiere decir?

—¡No me malinterprete! He tenido una impresión, eso es todo. Llámelo quimera o imaginación; quizás esté alentando un experimento audaz y nada más. Acérquese un poco más. Mi ama de llaves es una mujer excelente, pero una o dos veces la he pillado demasiado cerca de esa puerta. Mejor se lo diré al oído.

Se lo dijo al oído. Con un asombro que le cortó el aliento, Alban escuchó la sospecha que había cruzado por la mente del doctor la tarde en que Mirabel fuera a su consultorio.

—Me da la impresión de que no me cree —comentó el doctor.

—Pienso en Emily. Por su bien, tengo la esperanza de que se equivoque. ¿Debo ir a su lado de inmediato? ¡No sé qué hacer!

—Averigüe primero, mi buen amigo, si me equivoco o estoy en lo cierto. Puede hacerlo, si se arriesga a someter a la señorita Jethro a esa prueba.

Alban se recobró. El consejo de su viejo amigo era, obviamente, el consejo a seguir. Examinó su guía del ferrocarril y después consultó su reloj.

—Si logro encontrar a la señorita Jethro, la someteré a esa prueba antes de que acabe el día —respondió.

El doctor lo acompañó a la puerta.

—¿Me escribirá?

—Sin falta. Gracias y adiós.