Sir Jervis Redwood
Mientras tanto, de nuevo a solas, Emily también tenía correspondencia de la cual ocuparse. Además de la carta de Cecilia (dirigida a la atención de Sir Jervis Redwood) había recibido unas líneas del propio Sir Jervis. Las dos misivas habían llegado en un sobre cerrado que llevaba la dirección de su casa.
Si Alban Morris había sido en verdad la persona que Sir Jervis escogiera como mensajero, la conclusión que de ello se derivaba hizo que Emily experimentara fuertes sentimientos de curiosidad y sorpresa.
Aun cuando ya no lo animaba el propósito de servirla y protegerla, Alban debía haber emprendido el viaje a Northumberland. Seguramente se habría ganado el favor y la confianza de Sir Jervis, e incluso era probable que hubiera sido huésped de la mansión campestre del barón a la llegada de la carta de Cecilia. ¿Qué podía significar ese hecho?
Emily repasó los recuerdos de su último día de escuela y se acordó de la conferencia que sostuvieran ella y Alban sobre la señora Rook. ¿Estaría todavía empeñado en elucidar sus sospechas sobre el ama de llaves de Sir Jervis? ¿Habría seguido con ese fin a la mujer tras su regreso a la residencia de su amo?
Súbitamente, casi con irritación, Emily tomó en sus manos la carta de Sir Jervis. Antes de la llegada del doctor le había echado un vistazo y la había dejado a un lado, impaciente por leer lo que le escribía Cecilia. Ahora, tras los cambios que se habían operado en su mente, se inclinaba a pensar que Sir Jervis podía ser el corresponsal más interesante de los dos.
Al volver a comenzar la lectura de la carta, al principio se sintió decepcionada. En primer lugar, la letra de Sir Jervis era tan abominablemente mala que se veía obligada a adivinar su contenido. En segundo lugar, no hacía ninguna referencia a las circunstancias merced a las cuales le confiara la carta de Cecilia al caballero que la dejara a las puertas de Emily.
Habría vuelto a echar a un lado la misiva del barón si no hubiera descubierto que contenía una oferta de empleo en Londres que ponía a su disposición.
Sir Jervis se había visto obligado a contratar a otra secretaria debido a la ausencia de Emily pero aún requería de una persona que se ocupara de sus intereses literarios en Londres. Tenía razones para pensar que los descubrimientos realizados por viajeros contemporáneos a la América Central habían aparecido ocasionalmente en la prensa inglesa, y deseaba obtener una copia de cualquier noticia de esa índole que pudiera encontrarse en los periódicos atesorados en la sala de lectura del Museo Británico. Si Emily se consideraba capaz de contribuir de esa forma a la culminación de su magna obra sobre «las ciudades en ruinas», no tenía más que dirigirse a su editor de Londres, quien le abonaría la remuneración usual en esos casos y le brindaría cualquier ayuda que precisara. A continuación aparecían el nombre y la dirección del editor (aunque las únicas palabras legibles eran «Bond Street»), y con eso terminaba la propuesta de Sir Jervis.
Emily hizo a un lado la carta y pospuso su respuesta hasta concluir la lectura de la carta de Cecilia.