Maestro y alumna
El primer impulso de Emily fue el de evitar por segunda vez al profesor de dibujo. Un momento después, se impuso en ella un sentimiento más caritativo. La conversación de despedida con Cecilia había dejado huellas que obraban a favor de Alban Morris. Era un día de despedidas y buenos deseos: quizás el profesor sólo hubiera ido a decirle adiós. Avanzó para tenderle su mano, pero él la detuvo señalando a la tarjeta de Sir Jervis Redwood.
—¿Podría decirle unas palabras sobre esa mujer, señorita Emily? —preguntó.
—¿Se refiere a la señora Rook?
—Sí. Sabe, por supuesto, por qué está aquí.
—Viene a acompañarme a casa de Sir Jervis Redwood. ¿La conoce?
—Me resulta totalmente desconocida. Me crucé con ella por casualidad cuando venía hacia aquí. Si la señora Rook se hubiera contentado con pedirme que le indicara el camino para llegar a la escuela, no estaría molestándola en este momento. Pero me forzó a sostener una conversación con ella. Y dijo algo que creo que usted debe saber. ¿Había oído hablar alguna vez del ama de llaves de Sir Jervis Redwood?
—Sólo lo que mi amiga, la señorita Cecilia Wyvil, me ha contado.
—¿La señorita Cecilia le dijo que la señora Rook conocía a su padre o a otros miembros de su familia?
—¡Por supuesto que no!
Alban reflexionó.
—Era bastante natural que la señora Rook sintiera alguna curiosidad con respecto a usted —continuó—. Pero ¿qué motivos tendría para preguntarme, y de manera muy singular, por su padre?
Emily sintió despertar inmediatamente su interés. Abrió la marcha hacia las sillas que se encontraban a la sombra.
—Dígame exactamente lo que le dijo esa mujer, señor Morris —mientras hablaba, le hizo un gesto de que se sentara.
Alban observó la gracia natural de sus movimientos cuando le dio el ejemplo tomando asiento, y el leve rubor ocasionado por sus deseos de escuchar lo que aún tenía que decirle. Olvidando la moderación que hasta ese momento se impusiera, disfrutó del placer de admirarla en silencio. Las maneras de la joven no delataban esa franca confusión que habrían exhibido si su corazón se inclinara en secreto hacia él. Emily veía que el hombre la miraba. Miró al hombre con sincera perplejidad.
—¿Vacila usted por mi causa? —preguntó—. ¿Dijo la señora Rook algo sobre mi padre que no debo saber?
—¡No, no; nada por el estilo!
—Parece confundido.
La inocente indiferencia de la joven era una dura prueba para la paciencia de Alban. Su memoria retrocedió al pasado; recordó la pasión que sintiera en su juventud por quien no la merecía y la cruel herida que le infligieran; su orgullo despertó. ¿Estaría poniéndose en ridículo? Los arrebatados latidos de su corazón casi lo sofocaban. Y allí estaba ella tranquila, preguntándose el motivo de su extraño comportamiento. «¡Hasta esta muchacha actúa con tanta sangre fría como el resto de su sexo!»
Esa idea, fruto de la ira, le permitió recuperar el control sobre si mismo. Se excusó con la fácil cortesía de un hombre de mundo.
—Le ruego que me perdone, señorita Emily. Reflexionaba sobre cómo formular de la manera más breve y clara posible lo que tengo que decirle. Déjeme ver si puedo. Si la señora Rook se hubiera limitado a preguntarme si sus padres vivían, habla atribuido la pregunta a la curiosidad normal de una mujer chismosa y no habría pensado más en el asunto. Pero lo que dijo exactamente fue: «Quizás pueda usted decirme si el padre de la señorita Emily…». En ese punto se detuvo, cambió de idea repentinamente y me preguntó: «¿Sabe si viven los padres de la señorita Emily?». Quizás estoy viendo fantasmas donde no los hay, pero en ese momento pensé (y todavía lo pienso) que tenía un interés muy especial en hacer averiguaciones sobre su padre y que, como por alguna razón no quería que me percatara, cambió la forma de su pregunta de modo que incluyera a su madre. ¿Le parece una conclusión muy traída por los pelos?
—Aunque así fuera, es la mía también. ¿Qué le respondió usted?
—Lo obvio. No podía darle ninguna información, y eso le dije.
—Permítale informarle, señor Morris, antes de que sigamos hablando. Perdí a mi madre y a mi padre.
El momentáneo acceso de irritación de Alban se desvaneció al instante. De nuevo se mostró preocupado y gentil; le perdonó que no comprendiera cuán querida y encantadora le resultaba.
—¿Le molestaría que le preguntara cuánto tiempo ha transcurrido desde la muerte de su padre? —dijo.
—Casi cuatro años —contestó Emily—. Era el más generoso de los hombres. Seguramente el interés de la señora Rook está inspirado en el agradecimiento. Quizás le hizo algún favor en otros tiempos y lo recuerda con gratitud. ¿No cree usted?
Alban no coincidía con ella.
—Si el interés de la señora Rook por su padre fuera tan inofensivo como supone, ¿por qué reformular sus palabras de modo tan inexplicable cuando me preguntó al principio si vivía? Cuanto más pienso en ello, menos convencido me siento de que conozca la historia de su familia. Tal vez me ayudaría si me dijera cuándo ocurrió la muerte de su madre.
—Hace tanto tiempo que no la recuerdo —contestó Emily—. Entonces era yo una niña pequeña.
—¡Y aun así la señora Rook me preguntó si vivían «sus padres»! Una de dos —concluyó Alban—: O hay algún misterio en el asunto que no tenemos manera de desvelar por el momento, o la señora Rook hablaba sin saber, confiando en que la casualidad le ayudara a descubrir si estaba usted emparentada con un cierto «señor Brown» que conociera en otros tiempos.
—Además, hay que recordar que mi apellido es muy corriente, y que las personas se equivocan con mucha facilidad. Me gustaría saber si era en mi difunto padre en quien pensaba cuando habló. ¿Cree que podré averiguarlo?
—Si la señora Rook tiene alguna razón para ocultarlo, creo que no tendrá oportunidad de averiguarlo, a menos, claro, que la tome por sorpresa.
—¿Cómo, señor Morris?
—En este momento sólo se me ocurre una manera —dijo—. ¿Tiene una miniatura o una fotografía de su padre?
Emily sacó un hermoso medallón con un monograma de diamantes que colgaba de la cadena de su reloj.
—Tengo aquí su fotografía —replicó—. Me la dio mi querida tía en su época de prosperidad. ¿Debo enseñársela a la señora Rook?
—Si, si por un golpe de suerte se presenta la oportunidad.
Impaciente por llevar a cabo el experimento, Emily se puso de pie cuando él aún no había terminado de hablar.
—No debo hacer esperar a la señora Rook —dijo.
Alban la detuvo cuando ya se alejaba. La confusión y la inseguridad que Emily ya notara comenzaron a evidenciarse de nuevo en sus maneras.
—Señorita Emily, ¿puedo pedirle un favor antes de que se marche? No soy más que uno de los profesores de la escuela, pero no creo… mejor dicho, espero no pecar de presuntuoso si me brindo para serle de alguna utilidad a una de mis alumnas…
En ese punto la turbación le impidió continuar. Se despreciaba no sólo por dejarse vencer por su debilidad, sino también por vacilar como un necio al expresar una sencilla petición. Las palabras que tenía intención de pronunciar a continuación murieron en sus labios.
Esta vez Emily lo entendió.
La sutil penetración que desde hacía mucho tiempo la hiciera descubrir su secreto, eclipsada hasta ese momento por su absorbente interés en el asunto que la ocupaba, volvió a entrar en acción. Recordó de golpe que el móvil de Alban al alertarla sobre la conversación que sostendría con la señora Rook no era la mera motivación, hija de la amistad, que podría haberlo animado de tratarse de otra de las jóvenes. A la vez, su rápido entendimiento le advirtió que no debía correr el riesgo de alentar a ese persistente enamorado mostrándose turbada. Era evidente que Alban ansiaba participar (para serle de utilidad) en la entrevista con la señora Rook. ¿Por qué no? ¿Podría acusarla de alentar en él falsas esperanzas si aceptaba sus servicios en circunstancias sospechosas y difíciles que él mismo había sido el primero en señalar? Nada de eso. Sin esperar a que se recobrara, Emily le contestó tan (aparentemente) serena como si el profesor de dibujo le hubiera hablado en los términos más claros.
—Después de todo lo que me ha comunicado, le agradecería mucho que asistiera a mi entrevista con la señora Rook —dijo.
El fulgor repentino de sus ojos, el rubor de felicidad, que de golpe lo hicieron parecer más joven, eran señales imposibles de confundir. Cuanto antes se encontraran en presencia de una tercera persona (concluyó Emily para sus adentros) mejor sería para ambos. Emprendió rápidamente el camino de regreso a la casa.