Lars pagó la cuenta del hotel con una parte del dinero que había robado a Gunilla. Salió de la ciudad y llegó al centro de rehabilitación de Bergsjögården aquella noche. Dos personas de unos cincuenta años, un hombre y una mujer, le dieron la bienvenida. El trato era caluroso, tranquilo, normal. Se había esperado otra cosa, tal vez lo opuesto. Le pidieron permiso para revisar su maleta, él dejó que lo hicieran. Lars pagó un mes de tratamiento por adelantado con el resto del dinero de Gunilla, y al día siguiente estaba sentado en un círculo con otros once hombres de diferentes partes del país, con todo tipo de aspectos y provenientes de diferentes estratos sociales. Se presentaron con sus nombres y relataron, nerviosos, la razón por la que estaban allí. Todos estaban enganchados a pastillas que se conseguían con receta u otro tipo de drogas. Todos estaban asustados, nadie sabía lo que les esperaba. El primer día estuvo bien. Lars tuvo la sensación de que estaba en el lugar adecuado, que le estaban ayudando. Por la tarde habló con un tutor. Fue una conversación íntima, al menos por parte del tutor. Se llamaba Daniel, era un expastillero y agente de seguros de la provincia de Småland. Dijo que conocía bien las dificultades que Lars estaba atravesando, y que recibiría ayuda con tal de que estuviera dispuesto a cambiar su vida. Lars no comprendió gran cosa, pero la sensación dominante era que estaba en un lugar bueno y humano en el que predominaba una especie de sentido común colectivo. Un sentido común que él quería recuperar. El segundo día fue más difícil, al menos al principio. La tarea consistía en que cada uno redactase su propio historial de adicción, pero la resistencia se le ablandó cuando Lars oyó hablar a los otros hombres. Fue un diálogo abierto, emocionante y sincero. Por la noche, Lars estuvo escribiendo hasta que el bolígrafo se quedó sin tinta.
Comenzó a sentir una sensación de libertad y de gratitud. Cuanto más escribía, más clara se volvía su idea de la realidad, y tuvo la sensación de que podía arreglarla; de que su vida, a partir de ahora, podría llegar a ser diferente y mejor. Durmió profundamente aquella noche, tuvo sueños reconocibles y se despertó con hambre. Por la tarde del tercer día llegaron la abstinencia y la negación. Ahora Lars había olvidado la sensación positiva. Daniel lo notó y trató de devolverlo a la senda correcta. Pero el rostro de Lars Vinge ya estaba marcado por una sonrisa cruel. De repente, Daniel y los otros hombres del centro de Bergsjögården se habían convertido en sus enemigos. Se comparó con ellos. Eran todos unos idiotas y miembros de una secta. Él no tenía nada en común con ninguno de ellos. Eran las débiles víctimas de un lavado de cerebro, y podían meterse el poder divino por el culo. El impulso de huir no paró de crecer en su interior, y por la noche escapó por la ventana de su habitación y acudió al aparcamiento donde estaba su coche. Se iría a casa a colocarse durante unos días, después lo volvería a dejar, no iba a ser difícil. Ahora sabía que existía ese centro, y no iba a desaparecer. Además tenía derecho a hacer lo que quisiera con su vida, ¿no? No estaba haciendo daño a nadie.
Lars llegó al piso, se metió alcohol y todas las pastillas que pudo encontrar. El cerebro se le volvió espeso. Lars anduvo a cuatro patas por el suelo, buscando hormigas y otros bichos con los que poder charlar. Vomitó en el fregadero, fue una sensación agradable y purificadora. Después se metió una gran cantidad de Hibernal. Sabía que era como una especie de lobotomía química. Las pastillas funcionaron justo como debían. Lars se quedó clavado en medio del suelo, mirando a la nada durante una eternidad, ni siquiera tuvo un atisbo de sentimientos. Lars Vinge existía, sin más: no sentía nada, no opinaba nada, no esperaba nada. Era una gran nada que no contenía nada. Después, todo se volvió negro, como siempre. Al día siguiente se despertó en el suelo de la cocina con una sensación de frío entre las piernas. Se tocó con la mano, los vaqueros estaban mojados, y sí, se había meado encima. El móvil sonó sobre el parqué a su lado. Lars estiró la manó y contestó. —Qué pasa, chaval. —Era la voz de Tommy. Lars se limpió la saliva de la comisura de los labios con la mano—. Hola —dijo con voz ronca—. ¿Ya has salido del centro? —Lars trató de organizar las ideas en su cabeza. —¿Cómo lo sabías? —Estoy al loro de lo que hace mi gente; deberías habérmelo dicho, Lars. Aquí nos cuidamos unos a otros… No eres el único, ¿sabes? ¿Cómo estás? —Lars se frotó el labio superior con el dedo índice—. No sé, creo que bien. —Ahora me paso —dijo Tommy. Lars no tuvo tiempo de protestar. Tommy llegó media hora más tarde. Trajo comida y bebida, y dos refrescos con sabor a naranja. Estaban en el salón y hablaron abiertamente, Lars sentado en una butaca, Tommy en el sofá. Tommy dijo que pensaba que Lars debería volver a intentarlo, que el trabajo no desaparecería, que él, como jefe, tenía la posibilidad de pagar el tratamiento de Lars. Este escuchó cada palabra que decía. Tommy hizo preguntas sobre la drogadicción de Lars, sobre las pastillas que estaba tomando, cómo las conseguía, cuáles eran las más potentes. Lars contestó como buenamente pudo. Le contó la historia de cómo había empezado a abusar de las pastillas ya en la adolescencia, cómo había perdido el norte cuando volvió a tomar algunas cosas relativamente inofensivas.
Tommy escuchó y negó con la cabeza. —Menudo infierno —dijo en voz baja. Lars casi estaba de acuerdo. —Pero lo vamos a solucionar —dijo Tommy, dándose un golpe con la mano en la pierna. Guiñó un ojo a Lars, se levantó y fue al baño. Lars se quedó solo, bostezó y se estiró. Cuando Tommy volvió, pasó por detrás de Lars. Él no comprendió nada cuando el fuerte golpe impactó en su cogote. Comprendió menos todavía cuando Tommy le cogío las dos manos, las dobló hacia atrás y lo tiró al suelo desde la butaca. Lars se golpeó la cara con fuerza contra el parqué, con el cuerpo de Tommy encima de él. Trató de oponer resistencia, pero Tommy tenía ventaja. La presión de Tommy fue constante, y Lars estaba resacoso por las pastillas. La lucha fue desigual. Lars protestó de manera confusa, Tommy le dijo que cerrase la boca. Sacó un par de esposas de la funda que colgaba de su cinturón y las cerró en las muñecas de Lars—. ¿Qué haces?, ¿qué hostias he hecho? ¿Tommy? —Tommy volvió a salir del salón. Lars estaba tendido boca abajo en el suelo. —¡Tommy! —gritó. No hubo respuesta.
Lars escuchó, oyó cómo Tommy abría la puerta en la entrada y cómo la volvía a cerrar. ¿Se había marchado? —¿Tommy? ¡No te vayas! —Lars se quedó así, con los brazos esposados tras la espalda, tratando de pensar. Apoyó la mejilla contra el frío suelo—. ¡Tommy! —gritó de nuevo después de un rato, y sintió su propio aliento rebotando en el parqué. Lars oyó pequeños ruidos en la cocina, parecían dos personas susurrando… —¡Tommy, por favor! ¿No podemos hablar? —La voz de Lars era débil. Estaba con la cara contra el suelo. Pasó el tiempo, no sabía cuánto, pero de repente le pareció ver el contorno de una persona en la entrada.
No era Tommy, la silueta era de una mujer. Entornó los ojos y la reconoció, era Gunilla… Apareció en la puerta que daba al salón, estaba apoyada en el marco, con el bolso colgado del hombro. Comenzó a darse cuenta de algo que apenas se atrevía a rozar con el pensamiento. De repente, la respiración se le volvió pesada y forzada. Suspiró varias veces, tosió cuando la angustia le oprimió el corazón.
—¿Qué haces tú aquí? —consiguió decir. Tommy se abrió paso por detrás de Gunilla y entró en la habitación. En la mano tenía una pistola automática con un largo silenciador fijado en el cañón. Lars trató de toser para expulsar la angustia de la muerte, volvió a mearse encima e intentó incorporarse, pero fue imposible con las manos esposadas tras la espalda. En lugar de ello, sus movimientos sobre el resbaladizo y duro suelo fueron espasmódicos, como una foca fuera del agua. Trató de razonar con Tommy, pero el miedo hizo que las palabras le salieran débiles e incomprensibles. Intentó decir algo a Gunilla, explicarle que todo esto era exagerado…, que no tenía sentido matarlo, no era proporcional a lo que había hecho. Pero tampoco ella pareció oírle ni comprender lo que quería decir. Tommy se colocó detrás de Lars y tiró de él hasta sentarlo. Puso el silenciador a un centímetro de su sien derecha y buscó la mirada de Gunilla.
Ella asintió con la cabeza. Lars intentó decir algo otra vez. Salió un sonido sibilante que olía a terror oscuro, angustioso y desgarrador. Tommy apretó el gatillo, plop, clin; el mismo ruido que cuando uno llena la boca de aire y lo expulsa de golpe. La bala atravesó la cabeza de Lars e impactó en la pared del salón un poco más allá. Un corto y fino chorro de sangre salió de la sien izquierda de Lars, con mucha presión. Gunilla lo miró fijamente. Lars se desplomó sobre el suelo. Tommy dio unos pasitos hacia atrás y después se puso a trabajar rápidamente. Se puso en cuclillas, abrió las esposas y secó el suelo donde había estado.
Gunilla sintió lo opuesto a lo que había pensado que iba a sentir. Había pensado que sentiría satisfacción y alivio al verlo morir, una sensación de haberse vengado por lo que había hecho a Erik. Pero no tuvo esa sensación. Solo sintió tristeza y un gran vacío. Había pedido a Tommy que acabase con Lars justo así, que lo último que viera fuera a ella, para que se diera cuenta de que jamás sería capaz de vencerla, que estas cosas estaban predestinadas. Quizá lo comprendiera, quizá no, pero la sensación no dejaba de ser diferente de lo que se había esperado. Había algo trágico en el hecho de que la miserable y patética vida de Lars se hubiese acabado de aquella manera tan deplorable. Estaba cansada de todo lo que tenía que ver con la muerte. —Gracias, Tommy —dijo en voz baja. La miró—. ¿Cómo te encuentras? —No contestó. Tommy se levantó con las esposas en una mano y la pistola en la otra, buscando su mirada. —Echo de menos a Erik —dijo con voz queda. Tommy suspiró. Estaban mirándose a los ojos. Levantó la pistola. No hizo falta apuntar, solo apretar el gatillo. De nuevo, el mismo sonido duro y breve de aire expulsado del arma, el retroceso que empujó el silenciador hacia arriba en un ángulo de quince grados. La bala impactó en la parte derecha de la frente de Gunilla. Se quedó quieta por un momento. Como si se hubiera quedado tan pasmada que la fuerza de la sorpresa fuera lo que la mantuviera con vida por un breve momento antes de que las piernas se le doblaran bajo el cuerpo. Se cayó justo donde estaba, igual que una marioneta de la que alguien hubiera soltado todos los hilos de golpe.
Sus ojos miraron hacia un lado del techo, del agujero en la frente comenzó a brotar sangre. Tommy respiró pesadamente, el corazón le latía con violencia.
Tenía la boca seca y luchó contra los sentimientos que estaban pidiendo paso.
Trató de recomponerse, reprimió las emociones y murmuró para sí lo que tenía que hacer, el procedimiento que había memorizado. No había que dejar nada al azar. Tommy miró a Gunilla y después a Lars. Se dijo que no eran más que dos objetos muertos. Tommy desenroscó el silenciador, se lo metió en el bolsillo, puso el arma en el suelo, sacó un bastoncillo de algodón de la bolsita de plástico y lo pasó ligeramente por encima del gatillo, donde había rastros invisibles de restos de pólvora. Pasó el bastoncillo con la pólvora por la mano derecha de Lars en la zona blanda entre el pulgar y el dedo índice. Después, Tommy colocó la pistola en la mano de Lars, calculó la posición en la que debería estar, teniendo en cuenta que se suponía que Lars Vinge se había «suicidado». Dejó las esposas en la habitación de Lars. Los peritos criminalistas encontrarían pequeñas marcas en sus muñecas, y un par de esposas en el dormitorio llevarían a pensar en lo que todo el mundo piensa cuando ve esposas en un dormitorio.
Agachándose junto al cadáver de Gunilla, revisó su bolso en busca del más mínimo detalle que tuviera que ver con el caso o la investigación, aunque sabía que ella nunca llevaría nada parecido encima, porque era tan cautelosa como él.
Se había puesto en contacto con ella tras repasar el material que Lars le había dado en la plaza de Mariatorget. No había montado una escena, solo le había dicho que estaba al tanto de lo que ella y Erik habían hecho, y que quería una parte del botín. Ya que ella lo conocía, se había limitado a preguntarle cuánto.
¿La parte de Erik sería razonable? «Vale», había contestado. Después de que el chulito de Lars Vinge le hubiera contado, en el funeral, que había dejado morir a su hermano, Gunilla añadió un punto más en el contrato: quería decidir cómo tenía que morir Lars. No había supuesto mayores problemas. Sin embargo, a Tommy le había dolido mucho tener que matarla a ella. Le había dolido porque se sentía identificado con Gunilla. Pero era la única manera de hacerlo. Tommy la conocía, sabía que acabaría exigiendo que le devolviera su parte más adelante, ella era así. Iba a tener que estar vigilando por encima del hombro constantemente. Pero el motivo principal fue que había visto los importes en los papeles que Lars le había dado, y se había dado cuenta de una cosa que no se podía obviar. Su mujer, Monica. El dinero puede salvar vidas… Con esto tal vez podría pagar un tratamiento, alargar su vida, quizá incluso curarle la ELA.
Luego había un tercer aspecto a tener en cuenta; pequeño pero sumamente importante. Una sensación borrosa que él solía comparar con la sensación de tener dos cervezas sin alcohol en el frigorífico cuando uno quería emborracharse. La sensación de déficit. Antes de tener que sentirla, prefería perder el partido. Tenía que ser todo o nada. Y después de que Lars Vinge le hubiera dado la bolsa en la plaza de Mariatorget y él hubiese revisado el material en su casa esa misma noche, lo que vio fue un superávit. Un superávit que estaba al alcance de su mano. Fue en aquel segundo cuando quedó claro lo que tenía que hacer. Más claro que el agua. Eva Castroneves estaba en Liechtenstein. Su misión era la de manejar el dinero de Guzmán. Pero recibió otra tarea cuando aquel proyecto se fue a tomar por saco. Tras una conversación con Gunilla había transferido dinero a una cuenta de testaferro que Tommy podría usar a su antojo. Ahora Tommy contactaría con Castroneves para decirle que también le transfiriera el dinero de Gunilla. Ella podía quedarse con un diez por ciento. Si protestaba, él se pondría en contacto con la Interpol, que la perseguiría hasta el fin del mundo. Tenía un bolso lleno de pruebas en las que su nombre salía en prácticamente todos los documentos. Eva Castroneves no se opondría, de eso estaba seguro. Tommy recorrió el piso de Lars Vinge y comprobó, una vez más, que no quedaba nada allí que estuviera relacionado con el caso. Nada, estaba limpio. Se puso en el lugar de los criminalistas y trató de pensar en lo que les podría interesar. Sabía cómo trabajaban, podían ser la hostia a la hora de sacar conclusiones. Cuando Tommy se sintió seguro, abandonó a Lars y Gunilla y bajó a la calle. Se sentó en su Buick Skylark GS, encendió el motor, dejó que el V8 rugiera entre las fachadas de los edificios. Pisó el freno con el pie derecho, puso la palanca del coche automático en la posición D. El motor, que estaba trucado, hizo que el coche entero diera un bote cuando entraron las desmultiplicaciones. Se marchó de allí rumbo a casa, donde le esperaban Monica y las chicas. Por la noche asarían algo en la terraza. Saludaría a los vecinos, Krister y Agneta, por encima de la valla que separaba los adosados. Diría algo divertido a Krister, que se reiría, siempre lo hacía. Después, Tommy ayudaría a Vanessa con los deberes de verano de inglés. Ella le tomaría el pelo por su pronunciación, él exageraría su acento, se reirían. Emilie se quedaría absorta delante del ordenador. Él le diría que lo apagara. Ella se enfadaría un poco, pero se le pasaría. Después de un rato delante de la tele, Monica propondría una partida de backgammon en la terraza acristalada, con un café y un pequeño trozo de ese brazo gitano al que tanto se habían aficionado. Monica ganaría la partida. Se irían a la cama a leer; él, una revista de coches; ella, algo de Jean M. Auel. Antes de apagar la luz, Tommy le acariciaría la mejilla y le diría que la quería. Ella, tan fuerte a pesar de la enfermedad, que siempre estaba presente, le contestaría algo bonito… Más o menos así. Todo parecería igual durante un tiempo más. Después, él entraría en acción y salvaría a su mujer de una lenta agonía. Tommy se abrió paso por el tráfico de Estocolmo en su Buick. Calculó lo rico que iba a ser. Terminó con un número compuesto de dos cifras delante de seis ceros. Eran dos cifras relativamente altas. Difíciles de digerir para un chaval que había nacido en Johanneshov a finales de los años cincuenta, que había fumado cigarrillos Robin Hood sin permiso, que había escuchado la música de Jerry Williams y que había pensado que el Fantasma y Biggles eran unos tipos guays.
* * *
Ella le canturreaba algo en voz baja, lo lavaba, lo peinaba y le ponía ropa limpia todos los días. Siguió leyéndole el libro que él había estado leyendo antes del accidente. Lo había encontrado junto a su cama con un marcapáginas dentro. La puerta que daba a la habitación de Albert estaba entreabierta. Jens se paró, miró adentro. La visión de la madre junto al hijo inconsciente era tan triste como siempre. Jens tenía una baraja de cartas en la mano, la había comprado en la tienda del hospital. Se le había ocurrido que Sophie y él podrían jugar a las cartas para matar el tiempo. Pero, ahora que estaba allí, era como si se hubiese levantado una pared delante de él, una pared invisible que le imposibilitaba entrar en la habitación, ser parte de la vida de ella y de Albert, superar sus miedos de una vez por todas y dar el paso hacia el calor. Ella estaba leyendo, se apartó un mechón de la cara. Era tan bella cuando no era consciente de que la estaban observando… Jens se dio la vuelta y se marchó por el pasillo.
* * *
El ambiente era serio y tenso. Los dos hombres estaban cavilando. Estaban en la misma habitación de siempre, la sala de conferencias que era como una zona de fumadores privada de Björn Gunnarsson. Este, que era el jefe de Tommy, prensó tabaco que le quedaba en la pipa antes de romper el silencio: —¿Qué sabemos, Tommy? —Tommy se había quedado con la mirada clavada en la mesa, con la espalda apoyada en el respaldo de la silla. Dejó que sus ojos permanecieran fijos en un punto invisible antes de levantar la mirada—. Lars Vinge era un tipo inestable. Gunilla le tenía miedo. Lo dejó caer en alguna ocasión. No le di mucha importancia en aquel momento, pero parece que el tipo insistía, se consideraba sobrecualificado para las tareas que ella le daba. La llamaba, le enviaba emails, la amenazaba de manera agresiva. Además, su madre y su novia murieron hace poco, una seguida de la otra. Parece que eso hizo que se le fuera la pinza un poco más todavía… Gunnarsson escuchaba y fumaba. Tommy siguió: —Vinge había acudido a un centro de rehabilitación, pero se fugó un par de días después. Tenemos registrada una llamada suya al teléfono de Gunilla la misma noche en que llegó a casa. Puede ser que la llamara para pedir ayuda, no lo sé. Sea como fuere, ella evidentemente acudió a su piso a la mañana siguiente. Vinge le pegó un tiro y luego se suicidó. Todo parece indicar que lo hizo bajo los efectos de una medicación muy fuerte… —¿Qué clase de medicación? —Drogas de las que se obtienen con receta… Estaba colocado, abusaba de esas cosas. Parece que el tío tenía un historial de adicción. No conozco los detalles, pero según Gunilla perdió el control otra vez. Podría haber sido algo relacionado con la madre y la novia. —¿Y las investigaciones? —Gunnarsson le dio a la pipa.
Tommy se quitó unas legañas invisibles del ojo. —Aquí es donde el asunto empieza a tomar un cariz extraño. —En la oficina de la calle Brahegatan no había casi nada. Estaba vacía, a excepción de unos pocos informes de vigilancia, algunas fotografías y otro material de investigación—. ¿Por qué? —Tommy hizo una pausa retórica y levantó la mirada. —No lo sé. —¿Qué opinas? —Se vio una reacción de dolor en la cara de Tommy, como si lo que estaba a punto de decir le doliera físicamente. —¿Qué? —preguntó Gunnarsson. —Tenía la pipa clavada entre los dientes—. Posiblemente, Gunilla y Erik no tuvieran nada, tal vez no hubieran llegado a ningún sitio… O por lo menos, no tan lejos como ella había dado a entender. Dijo lo último con una especie de tono forzado, como si le estuviera costando hablar mal de los muertos. —¿Qué te hace pensar eso? —La voz de Gunnarsson era rasposa—. Recuerda que fue ella la que nos vendió esta forma de trabajar. Dimos el visto bueno sin más condiciones y le dimos carta blanca. Ella tal vez se sintiera avergonzada cuando las cosas no salían como esperaba. O quizá quería seguir recibiendo apoyo, y sabía que no iba a obtenerlo si no podía demostrar que avanzaba. —Tommy se encogió de hombros—. Pero no lo sé —dijo. Gunnarsson suspiró hondo. Dio unos golpecitos con la pipa contra la palma de la mano para sacar el tabaco consumido, lo tiró a la papelera que tenía al lado—. ¿Y los asesinatos del Trasten? —preguntó—. Antonia Miller lo lleva. Le he dado todo lo que tenía de Gunilla, es decir, lo poco que había. Esperemos que los peritos criminalistas nos ayuden con ese tema. —¿Y dices que el Guzmán ese ha huido? —Sí. Hemos emitido una orden de busca y captura a través de todos los canales. Su padre fue asesinado en Marbella más o menos a la vez que se produjeron los disparos en el Trasten. Evidentemente, este ajuste de cuentas tiene mayor alcance de lo que pensábamos. —Björn Gunnarsson frunció el ceño—. ¿Hans Berglund? —Desaparecido —dijo Tommy—. ¿Por qué? —Tommy negó con la cabeza. —No lo sé. Ya estaba bastante pringado antes de ser contratado por Gunilla. Se habrá largado. Hubo un rato de silencio—. ¿Y dónde está? —Tommy negó con la cabeza. —No tengo ni idea. —¿Y Ask qué? ¿Qué cojones pintaba Anders Ask con Gunilla? —Tommy hizo una nueva pausa retórica antes de contestar. —Se lo pregunté a Gunilla cuando lo vi en el Trasten. Me dijo que le había ayudado con algunas tareas de vigilancia. Que no quería cargar al cuerpo de la policía más de lo necesario. Gunnarsson levantó al mirada. —¿Dijo eso, que no quería cargar al cuerpo? —Tommy asintió con la cabeza—. ¿Y por qué Ask se suicidó entonces? —preguntó Gunnarsson. —¿Por qué se suicida la gente? No lo sé, pero no es el primer colega que toma ese atajo. Ya conoces su pasado. Nadie quería trabajar con él, ni siquiera tener nada que ver con él tras la debacle en la Säpo. Estaba contagiado, caducado, solo… Estaría harto de todo eso, me imagino. —Tommy vio un pequeño gesto afirmativo en la cara del hombre que tenía enfrente. Estar harto era un fenómeno que Gunnarsson conocía muy bien. Gunnarsson inspiró ruidosamente. —¿No te parece que hay demasiados interrogantes en este asunto, Tommy? —Tommy dejó pasar un poco de tiempo—. Pues sí… —No explicó más. Se oía el ruido del tráfico de la calle. Estaban en la comisaría de Kungsholmen. Björn Gunnarsson volvió a llenar la pipa y suspiró, por costumbre más que otra cosa. —¿Cómo lo hacemos? —No hay mucho que podamos hacer. Es una tragedia, Björn. La obra de un loco, un pirado llamado Lars Vinge, punto y final. En cuanto a la investigación de Guzmán que dejó Gunilla, continuaremos con lo que tenemos. Lo mismo con el tema del Trasten.
Gunnarsson tenía las cerillas preparadas, habló con voz ronca y la pipa chasqueando entre los dientes: —Creo que hemos sido nosotros los que hemos metido la pata en esta trágica historia. Gunilla quería trabajar sin control externo, nosotros se lo permitimos. Permitimos este fracaso. Si ella, por su cuenta, hubiera superado ese síndrome de niña buena y nos hubiera pedido ayuda al darse cuenta de que no iba a avanzar más, la situación actual podría haber sido muy distinta. Tommy trató de interpretar la cara de su jefe.
Gunnarsson, detrás de la fachada, estaba cagado de miedo. Cagado ante la perspectiva de tener que asumir la responsabilidad de este caos. Justo lo que estaba deseando Tommy. —Yo me ocupo de esto, Björn. Yo lo arreglo.
Gunnarsson encendió la pipa otra vez, dio un par de caladas profundas, el humo era casi azul. Escrutó a Tommy mientras dejaba que la nicotina penetrase por la lengua y el interior de las mejillas. —Gunilla y Erik eran amigos cercanos nuestros, Tommy. Tenían una buena reputación. Quiero que esa reputación se mantenga intacta. —Tommy asintió con la cabeza.