En la iglesia sonaba la música de Fauré, el momento del pésame había comenzado. Gunilla estaba de pie a la cabecera del ataúd, hizo una reverencia y colocó una flor sobre la tapa, siguiendo el protocolo al pie de la letra. Algunos viejos maderos de uniforme, que ya no les quedaba tan bien, estaban entre la treintena de personas que habían venido para despedirse por última vez del idiota de Erik Strandberg. Lars observó el espectáculo desde un banco de la parte trasera de la iglesia. Tommy Jansson estaba en la cola del duelo, al menos tenía el buen gusto de limitarse a llevar una americana. Lars buscó la mirada de Gunilla cuando Tommy fue a sentarse. Pareció que le devolvía la mirada brevemente. Echó un vistazo a Tommy Jansson, ¿se chivaría?, ¿mostraría a Gunilla que lo sabía todo? Pero Tommy se limitó a sonreír amablemente, una sonrisa triste y segura, incluso le hizo una caricia en el hombro al pasar a su lado. Muy bien, Tommy. Cuando los pésames se hubieron terminado, la concurrencia abandonó la iglesia. Gunilla estaba junto a la salida, recibiendo a la gente. Lars le dio un abrazo. —Gracias por venir —dijo ella con tristeza—. ¿Tienes un minuto? —preguntó Lars.
Después de que Gunilla hubiera recibido las condolencias de todo el mundo, acudieron a un lugar apartado al lado de la iglesia. Encontraron un sitio debajo de un acebo. —¿Cómo estás? —preguntó Lars con amabilidad. Gunilla suspiró—. Triste, pero estoy bien. Ha sido un bonito funeral. —A mí también me lo ha parecido —dijo Lars también con voz amable. El cementerio estaba totalmente tranquilo. Una suave brisa de verano les revolvió el pelo ligeramente—. Esperé media hora antes de llamar a la ambulancia. Me pasé media hora esperando a que se muriera tu hermano. —La miró a los ojos mientras hablaba, el tono de su voz era bajo. —Sufrió una apoplejía… Se quedó tendido en el suelo. Habría sobrevivido si yo hubiera llamado a la ambulancia. Pero esperé… —Gunilla estaba pálida. Lars sonrió—. Sufrió de lo lindo, Gunilla. —Ella lo miró fijamente. —¿Y de verdad crees que Anders Ask se pegó un tiro con tu vieja Makarov? ¿Cómo va a ser eso posible? —Gunilla no sabía qué pensar, estuvo a punto de decir algo. Lars se le adelantó—. Ahora ya estamos en paz, ¿no? —dijo. Ella no comprendía y entornó los ojos—. No lo pillas, ¿verdad? —Gunilla negó con la cabeza lentamente. —Sara… Asesinaste a Sara. —Lars miró a los ojos de Gunilla Strandberg: estaban ausentes, aislados del resto del mundo. Lars señaló a Tommy—. Él sabe lo que has hecho. Te ha dado de plazo hasta esta noche para que te largues. Posiblemente sea la mejor oferta que te vayan a hacer nunca. Acéptala. —Tommy estaba en un grupo de hombres, mirando hacia Lars y Gunilla. Asintió con la cabeza de manera casi imperceptible. Gunilla se giró hacia Lars. —No tienes nada, Lars. Nunca te he dado nada. ¿Tienes la menor idea de por qué te he dejado participar en esto? —¿Porque soy moldeable?
Gunilla lo miró sorprendida. —Cogí un micrófono de la casa de Sophie y lo coloqué en la oficina de la calle Brahegatan. Tengo grabaciones de todo: el secuestro de Albert, las escuchas, el asesinato de Sara, el asesinato de Patricia Nordström… Está todo ahí… Claro y nítido. También tengo tus apuntes y los papeles del banco. Los importes que has robado junto con Anders y tu hermano a lo largo de los años… —Gunilla se quedó inmóvil, mirando fijamente a Lars y tratando de encontrar ideas y palabras. Después se dio la vuelta y se marchó.
Lars la observó mientras se alejaba, luego volvió a la iglesia. Encontró un banco, se sentó y sacó el móvil. Llenó los pulmones de oxígeno y expulsó el aire lentamente. Comenzaron a sonar las campanadas, él sacó el teléfono y marcó el número. El tono del teléfono sonaba extranjero. Ella contestó con un «Diga».
Lars se puso nervioso al oír su voz. Se presentó atropelladamente. El tono de voz de ella era cortante, no estaba nada contenta de que la llamase. Lars se disculpó y dijo que todo estaba arreglado, que ya podía sentirse segura. Ella preguntó qué quería decir y Lars le explicó lo que había hecho. —Estaré fuera durante un tiempo —dijo Lars. Sophie se quedó callada—. ¿Podríamos vernos para hablar cuando vuelva? —Sophie colgó.
* * *
Hicieron escala en el Ruzyne International de Praga. Leszek las llevó a la sala VIP, donde comieron y descansaron un poco. El vuelo a Arlanda saldría dos horas más tarde. Sophie trató de leer un periódico. Lo dobló, se levantó y dio una vuelta para estirar las piernas. Se puso al lado del cristal que daba a la sala de llegadas. La gente se movía ahí abajo en una especie de caos ordenado. Este viaje estaba llegando a su fin, pero no lo parecía. En lugar de ello tenía una sensación constante de que algo acababa de empezar, de que algo grande estaba a punto de iniciarse. Ahogó la mirada en el mar de gente que llenaba la terminal. Después de un rato se dio la vuelta. Vio a Leszek, que estaba dormido en el sofá, a Sonya, que estaba hojeando una revista. Fue a sentarse junto a ellos, cogió una revista de la mesa. Sonya levantó la mirada, sonrió hacia Sophie y continuó leyendo.
Desde Arlanda fue directamente al hospital Karolinska. Jane y Jesús estaban en la habitación de Albert, cada uno leyendo un libro. Jane se levantó, recibió a Sophie con un largo abrazo. Albert seguía inconsciente. Las piernas de Sophie ya no aguantaban más, tuvo que sentarse. Albert parecía muy sereno, tal vez estuviera soñando algo bonito, ella esperaba que sí, era lo único que deseaba en aquel momento. Le cogió la mano y el tiempo se disolvió. Mil y un pensamientos la habían mantenido ocupada en los últimos días, aunque en realidad era un único pensamiento, pero expresado de diferentes formas: que Albert se recuperase de una manera u otra. Se quedó allí mucho tiempo, tal vez horas. Después salió de la habitación. Atravesó el pasillo, pasó por delante de un hombre con perilla y pelo corto que estaba en una silla, apoyado contra la pared. Él buscó su mirada y Sophie se paró. —Soy amigo de Jens —dijo discretamente antes de que ella tuviera tiempo para preguntar—, y me ocupo de que no le pase nada a tu hijo. —Desvió la mirada como si la conversación hubiera terminado. Ella quiso decir algo, pero no sabía qué; se convirtió en un «Gracias» susurrado.
Abrió la puerta del chalé con llave y entró. El silencio del interior de la casa se percibía como una serie de chasquidos. Entró en la cocina y se quedó de pie en medio de la estancia. Quería llamarlo, decirle que había llegado a casa. Si se hubiera encontrado allí, él habría contestado, desde el salón o desde la planta de arriba. Habría dicho algo con tono enfadado, pero sin estarlo, y después ella habría comenzado a meter la comida en el frigorífico o a poner la mesa…, o se hubiera sentado sin más en una silla para leer una revista que acababa de comprar. Él habría entrado en la cocina y habría hecho alguna broma. Ella le habría preguntado algo sobre los deberes y le habría dicho que debía cortarse el pelo ya. Él no habría contestado, a ella le habría parecido que estaba bien. Pero… no hubo ruidos en ninguna parte. La única presencia en la casa era la de ella.
Tuvo la sensación de que se estaba viniendo abajo. No quería hacerlo, luchó contra ello, encontró el camino de vuelta a sí misma.
Llegaron a las siete y cuarto, como suelen hacer los invitados. Sonya, Leszek, Ernst, Daphne y Thierry, todos estaban en su salón. Leszek se había apostado junto a una ventana y estaba vigilando el jardín y la calle. Ernst estaba contemplando un cuadro. Los demás estaban viendo las fotografías y conversando entre sí. Ella les miró desde la cocina, donde estaba terminando de preparar la cena. Era un grupo variopinto, pero ahora era su grupo, su gente.
¿Eran amigos? No… Para nada. ¿Eran enemigos? No, eso tampoco. Se sentía sola, tenía la impresión de que estaba interpretando un papel. Tal vez los demás también tuvieran la misma sensación. Hablaron y cenaron. Sophie escuchó la fría conversación. Todo el mundo estaba de acuerdo en que de momento había que esperar y ver cómo evolucionaba Héctor. Los Hanke iban a morir, la cuestión era cómo y cuándo.