Los rayos de sol avanzaron lentamente sobre el parqué. Gunilla siguió el movimiento con calma. Lars estaba echado sobre el suelo, sin nada encima, como un niño pequeño en posición fetal. Con suma lentitud, la luz se movió sobre su hombro y le alcanzó la barbilla. A Gunilla le pareció que el camino de la luz sobre Lars Vinge era como una sinfonía, una sinfonía muda. Esperó con paciencia, como siempre. Los rayos de sol treparon por la mejilla y al final tocaron uno de sus ojos cerrados. Ella vio un movimiento debajo del párpado, vio cómo tragaba saliva. Abrió los ojos, miró al suelo, cerró los ojos y volvió a tragar saliva. —Buenos días —susurró con suavidad. La vio, sentada en la silla, contemplándolo desde arriba. Lars se incorporó a medias, se quedó sentado en el suelo, recién despertado, con resaca de morfina y la cabeza empaquetada al vacío—. ¿Qué haces aquí? —preguntó con voz ronca—. He intentado dar contigo, pero no he podido, quería ver si estabas bien. —La miró con ojos grumosos. —¿Si estaba bien? —Sí. —Lars trató de pensar, ¿cómo habría entrado? ¿Lo habrían perseguido la noche anterior? —¿Lars? —La miró, deseando haber tenido más tiempo para poder diseñar un plan para enfrentarse a ella—. No, no me encuentro muy bien —dijo en voz baja—. ¿Por qué no? —No lo sé. Habré trabajado demasiado. —Gunilla lo escudriñó, levantando una cajita de pastillas que había descansado sobre su rodilla—. ¿Qué es esto? —Solo unas cuantas medicinas —dijo. Gunilla lo observó—. ¿Y tienes todo el cajón lleno? —Lars no contestó. —No es algo normal, Lars… ¿Estás enfermo? —Quería decir que tenía un cáncer terminal. Los que tenían cáncer terminal podían hacer lo que querían.
Pero no, ella ya sabía todo sobre él. —No. —Entonces ¿por qué estás tomando morfina? —Eso es asunto mío. —Gunilla negó con la cabeza—. No mientras trabajes para mí. —Ahora Lars la miró a los ojos, estaban apagados de alguna manera, vacíos y muertos. Como si alguien se hubiese colado dentro para bajar las persianas. ¿Siempre había tenido esos ojos? Él no lo sabía, solo sabía que ahora ella estaba allí, que era letal, que seguramente no había venido sola. Que él no tenía la pistola a mano. Que ella podía conocer lo que él sabía. Tal vez hubiera encontrado el micrófono en la calle Brahegatan… ¿Había llegado ya su hora? Lars miró las cajitas de las pastillas sobre su rodilla. Recordó cómo le había mentido al cura en la residencia de La Moneda de la Suerte, lo fácil que resultaba mentir cuando partías de la realidad. La verdad siempre es la mejor mentira. —¿Lars? Contesta a la pregunta. —Estaba sentado en el suelo, secándose los ojos—. ¿Qué quieres saber? —Quiero saber qué has estado haciendo estos últimos días, quiero saber por qué tomas morfina, benzo y pastillas para los nervios. —Él dejó pasar unos instantes—. Perdóname, Gunilla… —susurró. Ella le miró de manera penetrante—. ¿Perdonarte por qué, Lars? —Perdóname por haberte engañado… —La calma de Gunilla se convirtió en una tensa curiosidad—. ¿De qué manera me has engañado? —Ahora ya susurraba. Lars inspiró pesadamente un par de veces. —Cuando era joven… —empezó—. Cuando tenía unos diez, once años, me daban pastillas para dormir, drogas. Mi madre sacaba las recetas… Desarrollé una adicción enseguida. Más tarde, al final de la adolescencia, me ayudaron a dejarlo…, pero el daño ya estaba hecho. Me he abstenido de drogarme durante la mayor parte de mi vida adulta. He evitado el alcohol, nunca he tomado medicamentos fuertes. Hace poco fui al médico por problemas de espalda —continuó Lars—, y cuando el médico me preguntó cómo me encontraba, le dije que tenía problemas de insomnio. Siempre lo he tenido, y bueno… No me di cuenta. Me recetó algunas cosas, analgésicos y calmantes, y me las tomé. Alzó los ojos y la miró, ella seguía escuchando. —No eran cosas especialmente peligrosas, pero fue como pulsar un botón. Disfruté…, disfruté de una manera en la que no lo había hecho desde…, ni sé cuándo. Todo mi organismo respondió, reaccionó y absorbió aquellas pastillas… Y así fue como empezó todo. En menos de una semana estaba enganchado… Conseguí algunos medicamentos más potentes. Desde entonces me los estoy tomando. —Has dicho antes que me has engañado. —Lars clavó la mirada en el suelo y asintió con la cabeza de manera apenas perceptible. —No he trabajado como he debido. En los últimos días he estado aquí, en casa, incapaz de hacer nada… Te llamé desde aquí, dije que estaba buscando a Sophie. Te mentí. —Gunilla estaba intentando discernir la mentira y la verdad al mismo tiempo. Después de un rato Lars pudo ver que se relajaba. —No pasa nada, Lars —dijo—. No pasa nada… —dijo otra vez. Gunilla se levantó y lo miró, parecía que quería decir algo más. Sin embargo, comenzó a salir de la habitación. Lars miró cómo se iba.
—Gunilla —dijo. Se dio la vuelta—. Perdón. —Ella evaluó su disculpa. —No quiero perder este trabajo. Me has dado una oportunidad…; dame otra, te lo pido por favor… —Gunilla no contestó, desapareció en dirección a la entrada. Lars oyó cómo la puerta del hall se abría. Anders Ask pasó por delante del marco de la puerta que daba al estudio. Sonrió a Lars y fingió pegarle un tiro con el dedo índice, después siguió a Gunilla hacia el rellano de las escaleras. La puerta de entrada se cerró y el silencio envolvió el piso de nuevo. Se quedó quieto hasta que el ruido de los pasos desapareció en las escaleras. Lars se levantó, recogió sus pastillas, esperó un poco, abandonó el piso y se metió en el metro. Viajó, paranoico, cambiando de línea una y otra vez, buscando una sombra con la mirada. Cuando se sintió seguro de que nadie lo perseguía, volvió al hotel de la calle Strandvägen, colgó la señal de «No molesten» en la puerta temblando hasta el tuétano, porque sabía que acababa de salvar la vida por un pelo. Lars comprendió que ahora estaba luchando contra el tiempo. Puso manos a la obra, comenzó a diseñar un plan de actuación.
* * *
Leszek estaba friendo panceta. Tenía uno de los brazos vendado, pero consiguió hacer todo con la mano izquierda. Raimunda estaba sentada en una butaca leyendo un libro de Annie Proulx, Sonya dormía en el sofá, Héctor yacía boca arriba en la cama, tal vez estuviera en otra dimensión. Se oía música de Chopin a bajo volumen en el equipo de música. Era lo que había decidido Raimunda. Había dicho que Héctor debía oír música bonita todo el tiempo.
Sophie escuchaba desde el extremo del sofá. Era la grabación de Bernstein, el segundo concierto… En fa menor. Ella misma había tocado partes de esa pieza cuando era niña. Había dejado de tocar en algún momento de la adolescencia, no era capaz de recordar por qué. Sophie se levantó y se acercó a Leszek, que estaba dando la vuelta a la panceta en la sartén. Tenía la mirada vacía, contemplando la grasa. Parecía que estaba triste. Sophie le dio una palmadita ligera en el hombro bueno. —¿Quieres que te ayude a preparar la comida? —preguntó. Leszek negó con la cabeza. Sophie sacó platos de los armarios y ya había comenzado a poner la mesa cuando se oyó el ruido de un coche en el patio. Leszek actuó con rapidez, sacó la sartén del fuego, cogió la pistola que descansaba sobre la balda de las especias y se colocó junto a una ventana. La puerta del coche se abrió, Aron salió del lado del conductor. Leszek se relajó y salió a su encuentro. Sophie vio a través de la ventana cómo se abrazaron. A continuación iniciaron una conversación en la que Leszek no paraba de hablar, probablemente le estaba contando todos los detalles de lo que había ocurrido en los últimos días. Aron entró, dio un abrazo a Sonya e intercambió algunas palabras con ella. Saludó a Raimunda y se sentó junto a Héctor.Comenzó a hablarle en voz baja en español y a acaricirle el pelo. Luego miró a Sophie. —Ven, salgamos a dar un paseo. —Abandonaron la casa y subieron por un camino de tierra que les llevaba hacia las montañas. Aron tenía las manos metidas en los bolsillos. Caminaron un trecho, el aire se enfriaba a medida que ascendían.
Sophie miraba al suelo, la grava del camino era diferente; tenía un color más marrón y estaba más desmenuzada que en un camino de grava sueco, pero a la vez había muchas piedras más grandes. Ella trataba de esquivarlas mientras caminaba. —¿Alguna noticia sobre tu hijo? —Sophie negó con la cabeza—. ¿Qué dicen los médicos? —No lo sé —contestó. Aron aguardó un poco antes de ir al grano—. Héctor me dijo por teléfono que la autorización iría a tu nombre, ¿sabes por qué? —No contestó, repitió el gesto negativo con la cabeza. —Yo tampoco. Al menos, no al principio. —Ahora ella lo miró—. He pensado en dos razones posibles, que son totalmente diferentes entre sí. —Dieron unos pasos antes de que Aron continuase. —Has visto muchas cosas, has oído cosas, puede que hayas comprendido algo que no debías comprender, no lo sé. Quizá Héctor se diera cuenta de que no podíamos dejarte al margen, y la autorización sea una manera de atarte a nosotros, de tenerte cerca, donde no puedes hacernos daño.
Aron la miró durante unos segundos. —Esa fue mi primera idea. —Héctor comprendió que estaba herido… Aron dejó pasar un poco de tiempo—. Pero también puede haber otra razón —dijo—. Aunque no sé si seguía vigente cuando me llamó desde el coche… —Una brisa movió el pelo de Sophie. Se lo recogió. —Héctor hablaba a menudo de ti, antes de que pasara todo esto… De tu personalidad…, de tus cualidades. Te apreciaba de una manera distinta a como había apreciado a otras mujeres, eso lo entendí. Ella estaba mirando al suelo—. Vio otra cosa en ti. —¿Qué cosa? —susurró. Aron se encogió de hombros—. No lo sé. Pero vio algo. —Habían subido ya bastante, las vistas abarcaban un valle que se extendía centenares de metros hacia abajo hasta perderse en una vegetación de color verde oscuro. Aron se detuvo para contemplar el paisaje. —Me dijo que tú no comprendías qué tipo de persona eres en realidad. —Sus palabras resultaban confusas—. ¿Qué clase de frase es esa? No son más que palabras —dijo—. No. Cuando vienen de él, son más que eso. —La mirada de Aron se quedó clavada en un punto en la lejanía—. Deseaba algo para ti. Pero no lo comprendo, no termino de comprender del todo lo que quería decir en nuestra última conversación. —¿Y tienes que comprenderlo? —Él la miró. —Sí, tengo que comprenderlo. —La mirada de Aron ya estaba enfocada de otra manera. Estaba tomando una decisión—. Voy a ponerte en una especie de cuarentena hasta que vuelva la normalidad, o hasta que Héctor se despierte y pueda explicar su postura. —¿Y eso qué significa? —La autorización te otorga cierto poder de decisión en nuestro trabajo. Más o menos quiere decir que serás parte implicada en lo que estamos haciendo, y si eres parte implicada, dejas de ser una amenaza. —¿Y en qué me implica eso? —Quiere decir que vas a tener que ayudarme. Tendré que quedarme aquí, esconderme una temporada, hasta que todo se tranquilice un poco. —¿Qué se supone que tengo que hacer? —No podemos dejar que todo el mundo piense que Héctor está fuera de combate, sería devastador para nosotros y para mucha gente que depende de él. Tú lo conoces, ¿verdad? —¿Qué quieres decir? —Él te conoce, o eso dice. Entonces, tú también le conocerás a él, ¿no? —Creo que sí —dijo cautelosamente—. Entonces, ¿sabes cómo actuaría? —¿Había un tono de súplica en la voz de Aron? ¿Algo que se asomaba ligeramente tras sus palabras?— Quizá. Pero tú también lo conoces, Aron. —Sí, pero de otra manera… Bueno, haremos esto juntos. —¿Y en el futuro? —Aron reflexionó—. No lo sé. —¿Y qué es lo que sabes? —preguntó. La miró—. Si las cosas salen mal, tú nos acompañas en la caída. Más o menos eso.
Sophie sopesó sus palabras, todo sonaba tan absurdo… —Héctor tiene un hijo —dijo ella. Aron asintió con la cabeza. —Lothar Manuel —dijo—. ¿Y por qué no él? O tú. ¿Por qué no Sonya, Leszek, Thierry, Daphne… o Ernst? —Aron la miró a los ojos y se encogió de hombros. Esa fue su respuesta. Sophie intentó ordenar las ideas en su cabeza. —¿Y si me niego? ¿Si me marcho de aquí y no vuelvo? —Lamentablemente, eso no es posible —dijo—. ¿Por qué no? —Porque Héctor me ha dicho que tú eres la beneficiaria de la autorización, y eso es así. —También yo tendré algo que decir al respecto, ¿no? —Aron negó con la cabeza. —No —dijo en voz baja. Lo miró fijamente. Él permaneció inmóvil, y después de un rato Sophie apartó la mirada—. La policía sabe quién soy. Me vieron en el restaurante. —Tenemos que asumir ese riesgo. Esos policías querían nuestro dinero. Tú no les importas. Leszek te acompañará a casa, te protegerá si fuera necesario. —¿Y tú? —preguntó. —Estaré escondido por un tiempo, te daré instrucciones. —Sophie tenía mil preguntas, mil súplicas—. Voy a explicarte cómo trabajamos.
Dedicaremos unos días a ese tema aquí en las montañas, luego veremos cómo va saliendo todo en Estocolmo. Se dio la vuelta y comenzó a bajar por el arenoso camino. Ella se quedó quieta, sin poder tranquilizar los pensamientos que estaban rebotando en el interior de su cabeza. Después de un rato echó a andar tras él, con pasos lentos. Aron se paró un poco más abajo, esperándola.
Caminaron juntos. —Golpearon a mi hijo, Aron. Lo atropellaron. Probablemente se ha quedado paralítico para toda la vida. —Aron no contestó—. No había hecho nada —susurró—. No es justo… Aron tenía un papel doblado en la mano, era la autorización que Héctor había firmado. Sophie cogió el documento y se lo metió en el bolsillo. El resto del camino de vuelta a la casa transcurrió en silencio.
* * *
Había sido fácil seguir a Anders Ask. Después del trabajo había pasado por el 7-Eleven de la esquina de la calle Odengatan y la calle Sveavägen, había comprado un diario vespertino, un refresco y chuches, y había intercambiado unas palabras con la chica adolescente de la caja. Luego, una parada en boxes donde el italiano con los manteles a cuadros para recoger una pizza. Y después, a casa, un piso enfrente del parque Vanadislunden. Lars había entrado en el edificio y había fotografiado la cerradura de la puerta de Anders, una Assa con algunos años a sus espaldas. Al día siguiente había encontrado otra igual en una cerrajería de Kungsholmen, la había comprado y había ensayado con la ganzúa en la habitación del hotel. No era fácil forzarla, costó tiempo aun contando con las mejores herramientas disponibles para tal propósito. Estuvo practicando hasta bien entrada la madrugada, deseando haber nacido con tres manos. Al día siguiente, cuando el sol salía por encima de los tejados de Djurgården, consiguió forzar la cerradura por primera vez. Lars dedicó toda la mañana, el mediodía y parte de la tarde a practicar, y al final consiguió forzarla en menos de siete minutos. Se preparó y se marchó a la calle Sveavägen a pie. Eran las tres y media de la tarde cuando por segunda vez entró en el portal, subió hasta la tercera planta en el desvencijado ascensor, corrió la reja y salió del ascensor delante de la puerta del piso de Anders Ask. Anders tenía dos vecinos, Norin y Grevelius. No se oía nada en la casa de Norin, y en el piso de Grevelius oyó el sordo zumbido de un televisor. Se puso un gorro, sacó las ganzúas, se arrodilló en el frío suelo de piedra, respiró hondo un par de veces y se puso a trabajar.
Lars trabajó metódicamente, todo marchaba según su plan, las ganzúas encontraban su sitio en el interior de la cerradura, presionando los pasadores del pestillo. Una puerta se abrió y se cerró en la planta de arriba, y el ascensor inició su ruidoso viaje hacia arriba. Lars tuvo que parar, sacar las ganzúas y esconderse en las escaleras cuando el ascensor volvió a bajar. Después ya pudo dedicar los siete minutos a la cerradura. Se oyó un chasquido. Lars se puso un par de fundas sobre los zapatos, una mascarilla sobre la cara y guantes en las manos. Luego entró en el piso de Anders Ask. El piso tenía tres habitaciones y una cocina relativamente grande. Echó un vistazo al salón. Un sofá con cojines aplastados, una desvencijada mesa de centro de Ikea. Una vitrina con unas polvorientas estatuillas de cristal sobre una balda. Cuadros de pintores conocidos en las paredes. Un enorme televisor de plasma, altavoces en el suelo y pequeños altavoces de agudos montados en el techo. A Anders le gustaba el sonido surround. Lars entró en el dormitorio. La cama estaba sin hacer y las persianas, bajadas. Había un libro de bolsillo sobre la mesilla de noche, El año de la liebre, de Paasilinna. Lars vio una maleta junto a la pared. Se puso en cuclillas y la abrió. Ropa, pasaporte, dinero… Anders se iba de viaje. Volvió a la cocina.
Lars se sentó en una silla, las agujas del reloj de la pared se movían despacio, se quitó la mascarilla de la boca y la dejó colgando de sus cordones elásticos alrededor del cuello. El ruido de fondo del tráfico de la calle Sveavägen era adormecedor, Lars se quedó amodorrado. Después de un par de horas le despertó el ruido de una llave que fue introducida en la cerradura. La puerta se abrió y volvió a cerrarse. Anders se aclaró la voz en la entrada, luego llegó el ruido de unas llaves que fueron depositadas sobre la cómoda, un par de zapatos que fueron tirados al suelo, una cremallera que fue bajada; después, el susurro de nailon sobre el torso cuando Anders se quitó la cazadora. Un suspiro alto, el olor a pizza recién horneada. Pasos desde la entrada. Anders dio un salto al descubrir a Lars con el rabillo del ojo. Se protegió haciendo un aspaviento con los brazos en el aire. La caja de la pizza cayó al suelo. —¡¿Qué hostias?! ¡Joder, cómo me has asustado! —Anders miró fijamente a Lars, enfadado y asustado al mismo tiempo—. ¿Qué haces tú aquí? —Echó una mirada confusa a su alrededor.
—¿Cómo cojones has entrado? —Lars lo estaba apuntando con la Makarov de Gunilla. —Ven, entra y siéntate. —Anders dudó. Miró primero la boca del cañón, luego la caja de pizza que estaba a sus pies. Lars señaló con la cabeza hacia una silla. Al principio, Anders no lo comprendía, pero luego entró en la cocina, vacilando por un momento antes de sentarse—. ¿Cómo te va, Anders? —preguntó Lars, con el cañón de la pistola apuntando a su barriga. —¿Qué has dicho? —Lars no repitió la pregunta. Anders tragó saliva—. ¿Cómo me va el qué? —Todo. —Anders miró la mascarilla que colgaba alrededor de la boca de Lars. —Bien, supongo… No comprendo, ¿qué está pasando, Lars? —Parecía asustado. —¿Qué es lo que no comprendes? —¡Pues esto! ¿Qué haces tú aquí… con una pistola? —Anders trató de sonreír—. Ya lo sabes, ¿no? —¡No, no lo sé! —Ahora, de repente, parecía cabreado—. ¿Estás enfadado, Anders? —Anders hizo un gesto con las manos. —No, perdona, no estoy enfadado. Simplemente estoy… sorprendido. —La sonrisa sumisa de Anders volvió, era retorcida y fea. —Vamos, Lars, ¿qué pasa? Podemos solucionar esto. Por favor, aparta esa pistola. —Lars le miró con los ojos vacíos y la pistola en la misma posición—. ¿Cómo vamos a solucionarlo? —preguntó—. Como tú quieras, tú decides —dijo Anders, con voz desesperada. Lars puso una cara pensativa—. ¿Y qué es lo que dices que quieres solucionar? —Anders no comprendió. —¿Qué? —¿Qué es lo que vamos a solucionar? Has dicho que lo podemos solucionar. Pero ¿qué? —Anders miró fijamente a Lars—. No lo sé, por algo habrás venido. —¿Por qué crees que he venido? —¡No lo sé! —La mirada de Anders se posó sobre las fundas de los zapatos de Lars, el miedo se le subió por la garganta—. Sí que lo sabes… —¡No, no lo sé! —La voz de Anders salió un poco demasiado clara. Lars dejó pasar unos segundos, una pausa retórica larga y dolorosa—. Sara. Anders trató de mostrar una sonrisa inquisitiva. —¿Sí? ¿Quién es? —Lars miró fijamente a Anders—. Déjalo ya —dijo con tranquilidad—. No sé de qué me estás hablando, Lars. —A Anders se le daba mal mentir cuando estaba asustado. Lars mostró con una mueca que se daba cuenta y, por extraño que pudiera ser, Anders pareció relajarse ante la situación. Se quedó callado, echó un vistazo por la ventana de la cocina, inspiró profundamente. —No fui yo. Fue Hasse… Y fue Gunilla la que dio la orden. Yo no tuve nada que ver con eso—. ¿Qué pasó? —preguntó Lars.
Anders tenía la boca seca. —Sara había comprendido algo que había leído en tu pared. Habías escrito todo sobre la pared… ¿verdad? —Lars no contestó—. Así que dio la orden, es decir, Gunilla la dio. La chica lo sabía todo, incluso otras cosas de Gunilla del pasado, algo de una tía…, Patricia o algo así…, nada que yo conozca. —Lars negó con la cabeza. —No, Sara no sabía nada, lo diría para ver si colaba. —Anders no comprendió—. Tú mismo viste aquella pared, ¿verdad? —¿Cómo cojones iba a entender algo de lo que ponía allí? Si casi no se sabía de qué iba… ¡Estaba colocado como un cabrón cuando puse todo aquello! Ella no comprendió nada, yo tampoco comprendía nada… —¿Pero ahora sí? —Lars asintió con la cabeza—. Sí, ahora sí. Anders parecía casi orgulloso. —¿Y te sorprende? —Lars no tenía ninguna respuesta a eso, se encogió de hombros. —¿Te das cuenta de lo listos que hemos sido? Lars levantó la mirada—. ¿Por qué no me dejasteis participar? —La voz de Lars sonaba casi suplicante. —Lo íbamos a hacer, Lars, ¿qué te crees? Lo que pasa es que teníamos que estar seguros antes. Pero todavía no es tarde, todavía puedes apuntarte, podemos hacerlo juntos. —Pero habéis asesinado a Sara. —Anders miró al suelo—. Vale, Lars, piensa un poco. Gunilla es nuestro problema. Juntos podemos cambiar esto, tú solo no tienes nada, yo tengo acceso a todo. Con tal de que bajes la pistola… Hacemos esto juntos, Lars, le endiñamos el marrón de una vez por todas… Lars dudó, se puso a pensar y miró a Anders. —¿Y cómo lo haríamos? —Anders vio una salida y eso le infundió un poco de confianza. Miró la pistola, luego a Lars—. Reunimos todo el material que tengamos, definimos un plan y la denunciamos. Tú no dices nada sobre mí, yo no diré nada sobre ti… —¿Y Hasse qué? —Tú decides, Lars. Nos lo cargamos si quieres, puedo hacerlo yo. Recuerda que fue él quien mató a tu novia, no yo.
Lars asintió con la cabeza para sí. —Bueno, no es mala idea… —Anders sonrió aliviado y se dio un golpe en el muslo con la palma de la mano—. ¡Bien! ¡Eso es, Lars! Ahora sí que va a ver la tipa esa, lo haremos juntos, los dos, trabajo en equipo. —Anders expulsó aire balanceándose sobre la silla. —¿Cómo empezamos? >—preguntó Lars. Anders contestó rápidamente: —Lo importante es no crear sospechas ni en Gunilla ni en Hasse… Seguimos como si nada durante un par de días, quedamos por las noches, planificamos, luego definimos un plan y lo seguimos. Va a salir bien, con tal de que lo hagamos juntos, ¡tú y yo, Lars! —Lars bajó la pistola un poco, dubitativo—. Perdóname por venir aquí de esta manera, Anders, armado y todo. —Anders hizo un gesto con la mano, convencido de que sus capacidades persuasivas habían funcionado con el idiota de Lars Vinge.
Pero entonces Lars levantó la pistola. La dejó reposar en la palma de su mano izquierda un par de segundos, luego apuntó y disparó directamente a la boca medio abierta de Anders. Un estallido alto retumbó en la cocina. La bala atravesó la garganta y el cuello de Anders Ask y se incrustó en la puerta del frigorífico, detrás de él. Se hizo el silencio. Anders miraba sorprendido a Lars.
La silla en la que había estado balanceándose se quedó en una tierra de nadie ingrávida, donde se mecía sobre las dos patas traseras antes de que la gravedad tomara el mando y la silla cayese al suelo de la cocina, llevándose consigo a Anders Ask. Lars se puso la mascarilla, se levantó, se acercó a Anders y se puso en cuclillas. Anders estaba mirando a Lars, un charco de sangre se extendía debajo de su cabeza. —Eres un hijo de puta, Anders Ask. ¿De verdad creías que soy tan bobo? —Lars sintió un leve olor a carne quemada—. Ahora para un momento y analiza esta situación…: yo sigo con vida y tú te mueres. Anders trató de decir algo, pero no se oyó nada, solo una boca que se movía laboriosamente, como un pez fuera del agua. —No te oigo, Anders —susurró—. Ahora te toca ir al infierno. Has matado a mujeres. Hay un niño en el hospital, puede que se quede tetrapléjico de por vida. Tendrán una planta especial reservada para gente como tú ahí abajo. —Lars contempló con paciencia cómo la vida de Anders Ask se derramaba por el suelo de linóleo. Cuando ya estaba muerto, Lars se levantó, abrió la ventana de la cocina y limpió el arma con un trapo de cocina, sin apartar los ojos del cadáver de Anders, que yacía en el suelo. ¿Qué sentía? ¿Arrepentimiento? No… ¿Liberación? Tampoco. No sentía nada. Lars encendió la radio de la cocina y subió el volumen al máximo. Era el canal de noticias. Volvió a ponerse en cuclillas junto a Anders. Agarró la mano derecha del cadáver, la puso alrededor de la pistola, apuntó el cañón hacia la ventana abierta y giró su propia mano para que la pólvora salpicase la mano de Anders con la mayor nitidez posible. Lars apretó el gatillo. Las noticias ahogaron el ruido del estallido y la bala salió por la ventana, por encima del parque Vanadislunden, describió una trayectoria sobre la estación del Este y aterrizó en algún punto de Lidingö. Los vecinos podían haber oído los dos disparos. Pero era lo que había… Además, los testigos casi siempre se equivocaban. Todos los policías partían de eso. Los testigos eran todos unos inútiles. Cerró la ventana, observó la posición de Anders en la estancia, calculó cómo la pistola debería haber caído de su mano. La puso sobre el suelo a una cierta distancia del cadáver. Después fue al dormitorio, cogió la maleta de Anders, la deshizo y devolvió la ropa a su sitio en el armario. Dejó el pasaporte en el cajón de la cómoda. Cerró la maleta vacía y la metió debajo de la cama de Anders Ask. Lars salió del piso, se quitó los guantes de látex y la mascarilla y cerró la puerta con suavidad tras de sí.
Lars durmió profundamente aquella noche y se despertó a las cinco y media de la mañana. Pidió café del servicio de habitaciones, no necesitaba comida. Esperó hasta las ocho antes de hacer la llamada. El hombre del otro lado de la línea no lo tenía muy claro, Lars le convenció. Se había duchado y había planchado una camisa. Se miró a sí mismo en el espejo del baño mientras se peinaba para tratar de conseguir un aspecto un poco más correcto. La desabotonada camisa era lisa.
Lars estaba colocado, pero de manera controlada. Se peinó con movimientos lentos… Había sacado brillo a los zapatos, había dormido con los pantalones bajo el colchón. Parecía respetable. Evaluó su cara en el espejo, siempre se le daba bien hacerlo cuando estaba colocado. Ensayó una expresión. Una expresión que iba a ser difícil de definir. Lars encontró algo vacío y anodino, y después se abotonó la camisa. Cogió la americana que colgaba sobre el respaldo de la silla y se la puso. Camino de la puerta, agarró la bolsa de deportes de la cama, y después abandonó la habitación. La luz del día era peligrosa para él.
Pero no tenía elección. Tenía que hacerlo de día para que la persona con la que había quedado no sospechase nada. Lars había elegido la plaza de Mariatorget.
Era un lugar despejado que sería fácil de controlar.
Estaba en el rellano de las escaleras en la última planta de un edificio, mirando el parque a través de unos prismáticos. Eran las 11.44. Habían fijado la hora del encuentro a las once y media. Buscó con los prismáticos, observando a la gente.
Sobre todo había madres con sillas de bebé, niños columpiándose y algunos padres con la espalda encorvada que agarraban a sus niños de un año de edad que se empeñaban en intentar caminar. Buscó más allá en el parque, en dirección a la calle Sankt Paulsgatan. Vio a gente que caminaba deprisa, un grupo de adolescentes que se reían, unos jubilados sentados sobre bancos. Lars giró los prismáticos hacia la calle Hornsgatan, pero tampoco había nada por ahí.
Coches y personas que paseaban sin rumbo fijo, turistas gordos provincianos que estaban tomando helado junto al pequeño quiosco. Bajó los prismáticos y miró el reloj. Eran las 11.48, ¿debería largarse ya? Revisó el parque por última vez… Y ahí, en medio del movimiento, un hombre sentado solo en un banco.
Lars lo enfocó. El hombre estaba con una mano apoyada en el respaldo del banco, tenía el pelo bastante largo y una calva en la coronilla. El hombre se giró un poco, Lars vio el bigote de madero. Claro que era él. Lars marcó un número en su teléfono. Se puso el móvil en la oreja y miró al hombre a través de los prismáticos. Vio cómo se ponía a buscar el móvil en el bolsillo, al final lo sacó y contestó. —¿Sí? —¿Tommy? —¿Qué? —La voz era casi inaudible—. Voy a llegar un poco tarde, quizá cinco minutos… —Lars colgó. Miró a Tommy Jansson a través de los prismáticos otra vez. Tommy se quedó en el banco, mirando a la gente del parque. No llamó a nadie, no hizo ninguna señal. Estaba esperando, sin más; aburrido, impaciente y sudado. Lars movió los prismáticos por el resto del parque, mirando a la gente de alrededor. Buscó entre los árboles al otro lado, junto al viejo cine, no vio nada. Parecía que Tommy había llegado solo. Metió los prismáticos en la bolsa y bajó por las escaleras. Lars salió al sol y se acercó al banco donde estaba Tommy. El banco de al lado estaba vacío, Lars se sentó en él. Tommy le echó un ojo, después dirigió la mirada hacia el parque de nuevo.
Lars esperó y esperó, parecía que todo estaba en orden. Tommy suspiró y miró el reloj. Lars se levantó, se acercó y se sentó a su lado. —Yo soy Lars. Tommy estaba irritado—. Eres un cabrón arrogante, Lars. Aquí me tienes esperando como un bobo, eso no me gusta. ¿Qué quieres? —Tommy tenía acento del barrio de Söder, su madre podría haberlo parido justo en el lugar donde estaban en aquel momento. —Quiero hablar contigo de algunas cosas—. Ya, ya me lo has dicho por teléfono… Trabajas para Gunilla, ¿por qué no hablas con ella? Conocerás el protocolo de comunicación, ¿no? —Lars miró a su alrededor, había mucha gente en movimiento. De repente se sintió nervioso otra vez. —¿Podemos ir a otro sitio? —Tommy bufó. —Olvídalo, estoy aquí fuera de mi horario de trabajo… Suelta lo que tengas que soltar, que si no, me marcho ya.
Lars se recompuso y miró a Tommy. Las dudas le asaltaron como un torrente de agua. ¿Acertaba al hablar con este hombre o estaba a punto de cometer el error más grande de su vida? —Tengo información —dijo Lars—. ¿De qué? —De Gunilla. —La arruga de la frente seguía en su sitio—. ¿Y bien? —Gunilla no está llevando ninguna investigación, todo es un fraude —dijo en voz baja. Tommy lo escrutó—. ¿Por qué dices eso? —Porque llevo varios meses trabajando para ella.
Tommy miró escéptico a Lars. —¿Te parece que cuatro muertos en Vasastan no es suficiente para justificar una investigación? —Se puso en marcha una investigación relacionada con los asesinatos, pero eso no es lo que a ella le interesa—. ¿Qué quieres decir? —preguntó Tommy. Lars quería explicarle todo desde el principio—. Comenzó cuando pinchamos la casa de la enfermera. —La frente de Tommy seguía marcada por la irritación. —¿Qué enfermera? —Lars estaba tenso—. Espera, déjame hablar… Héctor Guzmán estaba en el hospital. >Gunilla fue allí, comenzó a interesarse por una enfermera que evidentemente tenía algún tipo de relación con Guzmán. Anders Ask y yo pinchamos la casa de la enfermera. —Tommy escuchó, la arruga irritada se convirtió poco a poco en una expresión de curiosidad. —Me pusieron a vigilar a la enfermera, Gunilla estaba segura de que ella y Héctor acabarían teniendo una relación, lo cual sucedió. Tenía razón, como siempre, pero no salió nada, ni de las escuchas ni de la vigilancia. —Tommy quiso decir algo, pero Lars continuó: —Pasó el tiempo, Gunilla se ponía cada vez más nerviosa al darse cuenta de que no estaba sacando nada provechoso. Llamó a Hasse Berglund, un viejo gorila de los antidisturbios que había pasado a trabajar en la policía de Arlanda, y él se convirtió en su brazo ejecutor junto con Erik y Anders. Cuando creció la frustración, reaccionó de manera extraña—. ¿Cómo? —Tommy hablaba en voz baja. Lars miró hacia el parque. —La tomó con el hijo de la enfermera. —Tommy no entendía nada—. Hasse y Erik lo llevaron a comisaría para interrogarlo, fue un montaje. Se habían inventado una historia de que el hijo había violado a una chica… Tommy no sabía qué pensar. —De esa manera la tenían atada… Creo que estaban intentando sacarle información sobre Héctor a cambio de que los problemas del hijo desaparecieran, o algo por el estilo. Tommy reflexionó—. ¿Y le dio información? —Lars se encogió de hombros. —No sé…, me parece que no. No creo que la enfermera tuviera nada. —Tommy se dio un golpe en el muslo derecho. —Vale, Lars, todo esto suena muy mal, si es verdad lo que me estás contando. Gunilla siempre ha usado métodos poco convencionales, pero ahora se ha pasado de la raya, sin duda. Hablaré con ella. Gracias por ponerte en contacto conmigo. —Tommy se levantó y le dio la mano—. Vamos a dejar que esto quede entre nosotros, ¿vale? —Lars miró la mano de Tommy. —Siéntate, esta historia no ha hecho más que empezar. —Lars se lo contó todo a Tommy Jansson, de principio a fin. El resumen duró veinte minutos. Tommy estaba mirando fijamente a Lars. Su cara había cambiado—. ¡Hostia puta…! —susurró. Ahora ya no acariciaba su bigote de madero; en lugar de eso, estaba rascándose la barba de la mejilla con la mano—. ¡Joder…! —Seguía mirando a Lars. —¿Y dices que tienes todo esto grabado? —Tengo material grabado en el que Gunilla habla del asesinato de Sara, con Anders Ask y Hasse Berglund presentes. Mencionan el asesinato de Patricia Nordström. En las escuchas también salen las conversaciones de cómo se la clavaron al hijo de la enfermera, cómo lo atropellaron. Hablan de la vigilancia no autorizada, de todo el modus operandi. Tengo apuntes y contabilidad que demuestran que ella, su hermano y Anders Ask han robado varios millones valiéndose de las investigaciones en las que han trabajado a lo largo de los años. Tommy juró por lo bajo por décima vez. —¿Y el chaval qué? ¿Sigue en el hospital? —Lars asintió con la cabeza—. Está muy mal.
Tommy suspiró, trataba de encajar las piezas del puzle. —¿Qué vas a hacer? —preguntó Lars. La pregunta pareció sentar mal a Tommy Jansson, como si no quisiera tener que afrontarla. —No sé… Ahora mismo no lo sé —dijo en voz baja—. Sí que lo sabes. —Miró a Lars. —¿Qué quieres decir? —Gunilla es una asesina, una criminal…, y es policía. Tú eres su jefe, por lo que ella es responsabilidad tuya. —¿De qué me estás hablando? —De que ahora tienes dos alternativas. —¿Y cuáles son? —Lars esperó hasta que pasara una pareja de jubilados delante de ellos. —O bien la metes entre rejas por asesinato, extorsión, amenazas, hurtos, abuso de poder, escuchas ilegales…, vamos, la lista entera. En ese caso tú, como jefe suyo, caerás con ella, probablemente por algo que encuentren cuando todos los polis y periodistas del país comiencen a hurgar en el caso. Nadie va a creerse que has permanecido totalmente ajeno a todo esto—. Pero ¡si es verdad! No me he enterado de nada. —¿Y crees que a la gente le va a importar eso? —Tommy se echó hacia atrás en el banco—. ¿Y la segunda alternativa? —preguntó en voz baja. Lars había estado esperando que llegara esa pregunta—. La segunda alternativa es echarla. Lars se inclinó hacia delante.
—Evitas problemas, preguntas, responsabilidades. Ella dimite, simplemente. La edad, el dolor por la muerte de Erik, yo qué sé. Pero va a tener que marcharse de aquí, lejos. A cambio de mi silencio, quiero que me des su puesto… o algo mejor en la Judicial. Quiero que tú seas mi jefe más cercano. Pero no quiero tenerte encima en mi trabajo. Después de unos años quiero un ascenso… —A Tommy se le nubló la cara—. Tú eres un patrullero que por alguna razón inexplicable ha acabado en el grupo de Gunilla. No tienes experiencia, no tienes nada en tu expediente que lo justifique, nada. ¿Cómo cojones lo voy a explicar cuando la gente me pregunte? —Algo se te ocurrirá. —Tommy se mordió el labio. —¿Y cómo puedo saber que lo que me dices es verdad? A saber si te has inventando toda esta historia. —Lars empujó la bolsa de deportes hacia Tommy.
—Échale un vistazo tú mismo y ponte en contacto conmigo. Lo haces esta noche, a poder ser —dijo Lars. Tommy trató de pensar. Lars se levantó y se marchó.
Tommy miró cómo se iba, luego se levantó con la bolsa de deportes en la mano y salió en sentido opuesto.