23

Las lágrimas no llegaron. Lars estaba pintando la pared con un rodillo. Los apuntes, los razonamientos, las flechas…, el contexto. Todo desapareció bajo una gruesa capa de pintura blanca. Sara había estado en su casa. Había visto la pared, había entendido algo. Y se había puesto en contacto con Gunilla. Fue asesinada. En breve lo matarían a él también. Lo había copiado todo, tanto los documentos digitales como los analógicos. Dos juegos. Uno estaba guardado bajo llave en la caja de seguridad del banco. El otro estaba en la bolsa de deportes que se encontraba en el suelo. Comprobó que la pistola estaba cargada, que el cargador estaba lleno y que tenía otro de recambio en el bolsillo de la cazadora. Siempre solía llevar la pistola en una funda del cinturón. Ahora la llevaba en una funda de hombro, notó la presión sobre la espalda y los hombros.

Revisó el estudio con la mirada. La pared estaba blanca como nieve recién caída, acababa de limpiar la habitación, no quedaba nada de interés para nadie.

Levantó la bolsa de deportes negra que estaba en el suelo. Cogió el portátil y el equipo de escucha y abandonó el piso. Una vez en la calle, dirigió sus pasos al coche de alquiler. Si hubiera prestado atención, habría visto al hombre que estaba sentado en un coche, unos portales más adelante. Pero no lo hizo, estaba despistado… Estaba de bajón y tenía la atención puesta principalmente en su propio dolor. Lars condujo el coche de alquiler por la ciudad. No había mucho tráfico, las vacaciones de verano ya habían empezado. Aparcó en la calle Brahegatan, a una manzana de distancia de la comisaría. Colocó el equipo de escucha sobre sus rodillas, estableció contacto con el micrófono de la oficina.

Pasó el dispositivo al maletero y abandonó el coche con la bolsa y el portátil en las manos. Lars caminó con la mirada clavada en el suelo, cruzó la calle Karlavägen, atravesó la mediana y giró hacia la plaza Stureplan. Alguien lo empujó en el costado izquierdo. Fue un ligero empujón y Lars levantó la mirada, vio a un hombre fornido que caminaba a su lado. —Walk with me —dijo el hombre en un inglés con acento del este de Europa. Lars se quedó frío y movió la mano para coger su arma reglamentaria. El hombre le enseñó la pistola que llevaba en la mano derecha. Hizo un gesto para que Lars le diera su arma.

Todo sucedió muy rápido; de repente el grandullón tenía la pistola de Lars en el bolsillo de su cazadora, y lo llevaba por la calle hacia un coche que estaba aparcado junto a la acera. Michail abrió la puerta trasera de golpe y empujó a Lars adentro. —Quédate quieto y cállate la boca —dijo Jens desde el asiento del conductor. Se incorporaron al tráfico de la calle—. ¿Quiénes sois? —preguntó. El grandullón le propinó un puñetazo en la cara.

* * *

La habitación era horrible. Era como un camarote de un barco, con el susurro constante de los coches que pasaban por la autopista al otro lado, a pesar de las ventanas insonorizadas. Cuando Jens y Michail se hubieron marchado, Sophie se metió en un taxi y fue hacia el sur por la vía de Essingeleden, continuando en la E4 en dirección a los barrios periféricos del sur de la ciudad. El motel estaba junto a la autopista de Midsommarkransen. No había recepción, solo un vestíbulo en el que los clientes se registraban con una tarjeta de crédito; Jens le había dado una de las suyas. Estaba sentada sobre la cama, esperando. Parecía más una litera que una cama, era dura e incómoda. Estuvo llamando a Jane sin parar. Jane siempre le decía lo mismo. «Nada nuevo». Sophie se vio a sí misma en el espejo que colgaba de la pared encima del escritorio. Vio a una persona triste y agotada; apartó la mirada. Después de media eternidad llamaron a la puerta. Sophie se levantó y fue a abrir la puerta. Jens empujó a Lars Vinge adentro, la puerta se cerró por sí sola a sus espaldas. Lars Vinge estaba perdido.

Preguntó dónde estaba. Ella lo miró, parecía estar enfermo, débil y pálido, tenía unas ojeras oscuras bajo los ojos; parecía hambriento. Tenía rastros de sangre junto a la nariz, se veía sangre seca en la fosa nasal. Jens le hizo un gesto para que se sentara. Lars encontró una silla junto al escritorio, que estaba fijado en la pared. —¿Podéis darme algo de beber? —Habló en voz baja—. No —dijo Jens.

Lars se frotó los ojos. —¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó Jens. Lars no contestó, en cambio miró a Sophie y comenzó a sonreír. Sonrió como si fueran viejos amigos, buenos amigos que llevaban tiempo sin verse. La sonrisa incomodó a Sophie. Solo lo había visto brevemente en ocasiones anteriores.

Ahora se dio cuenta de qué tipo de persona era. No le gustaba. Lars Vinge irradiaba una extraña mezcla de baja autoestima y una falsa confianza en sí mismo. Era inestable, desagradable… y estaba asustado. —No era necesario hacer esto —dijo Lars—. ¿Hacer el qué? —No apartaba los ojos de Sophie, su pie izquierdo estaba botando contra el suelo inconscientemente. —No hubiera hecho falta… Me hubiera comunicado contigo de todas maneras… —¿Para qué? —preguntó Sophie. Miró la mesa. —Lo siento por ti, me han dicho lo que le pasó a Albert. ¿Cómo está? —Cuéntanos todo lo que sepas sobre eso —dijo Jens.

Hubo un largo silencio. —Gunilla quería que Anders y Hasse lo atrapasen—. ¿Por qué? —No lo sé. Estaban tramando algo. Necesitaban una baza contra ti, Sophie, eso fue lo que dijeron. Querían asegurarse de que no te inventaras alguna cosa imprevista. —¿Como qué? —No lo sé, te tendrían miedo… Miedo de que hicieras algo imprevisto, ya que te habían amenazado. Tarde o temprano se te ocurriría algo. —Sophie no comprendía—. Pero ¿por qué ahora? —Lars reflexionó—. Están tramando algo… —Cuéntanoslo desde el principio —lo interrumpió Jens. Lars miró a Sophie y a Jens, siguió pensando. Puso la palma de la mano derecha sobre la mesa, parecía buscar algún tipo de apoyo. Luego comenzó a hablar. Primero de manera indecisa, pero tras un rato de cierta confusión encontró el hilo conductor y a partir de entonces el relato fue más coherente. Describió cómo Gunilla Strandberg se había puesto en contacto con él, cómo había empezado a trabajar para ella. Cómo, muy al principio, Lars perdió la noción del propósito de lo que estaban haciendo. Cómo vigilaba a Sophie. Les habló de los micrófonos en su casa, de los informes que había enviado a Gunilla, de cómo él no sabía nada sobre el rapto de Albert. Cómo no sabía nada de nada, cómo le habían marginado. A Sophie todo le sonaba irreal.

Allí, delante de ella, estaba el hombre que la había perseguido a lo largo de las últimas semanas, contando cosas que le resultaban incomprensibles. Poco a poco comenzó a tomar forma una imagen en su cabeza, de cómo ella había sido una especie de figura central de algo. Lars les habló de la gente que formaba parte de una investigación en la que ella era el punto de partida, pero que no parecía tener fundamento alguno. De cómo Gunilla Strandberg había trabajado dentro y fuera de los protocolos, que el hombre con el que había hablado en la comisaría era Erik Strandberg, el hermano de Gunilla, que acababa de morir repentinamente. Habló de los intentos de los agentes por presionar a más gente del entorno de Héctor, de una enfermiza obsesión por llegar a alguna conclusión. Habló de Anders Ask, un investigador que cobraba en negro, y de Hans Berglund, un gorila agresivo. De cómo estos dos habían ido a por Albert.

Lars dejó de contar, se quedó mirando la mesa y repasó una mancha invisible de su superficie con el dedo índice. —Has dicho que comenzabas a comprender el contexto… ¿A qué te referías? —preguntó Sophie—. No lo sé… Se rascó la frente.

—Nuestras vidas están en peligro. La tuya y la mía, Sophie…, y la de Albert, pero eso ya lo sabéis. —Miró a Sophie y Jens otra vez. —¿Fuiste tú el que dejó la nota en el buzón? —preguntó. Lars asintió con la cabeza—. ¿Y también te metiste en mi casa? —Ahora la miró fijamente. —¿Qué? —Contesta —dijo Jens.

Lars agachó la cabeza, negando. Clavó la mirada en el suelo. —No… —murmuró—. ¿No qué? —No, no voy a contestar a eso —susurró. Jens y Sophie se miraron. Este tío tenía un tornillo suelto—. Y el Saab, ¿por qué lo quemaste? —preguntó Jens. —Acababa de darme cuenta de que estaban pasando un montón de cosas que yo desconocía por completo… Cuando apareciste y me pillaste la placa y las otras cosas se me ocurrió una cosa, tuve una idea. Saqué el equipo de escucha…, incendié el coche, dije a Gunilla que todo había desaparecido en las llamas—. ¿Por qué? —Lars movió el dedo índice derecho en círculos sobre la mesa. —He empezado a grabar sus conversaciones—. ¿Las de quién? —quiso saber Jens—. De Gunilla, de mis colegas. —¿Por qué? —Lars dejó de mover el dedo, levantó la mirada—. ¿Qué has dicho? —preguntó, como si de repente hubiese olvidado todo lo que acababa de decir—. ¿Por qué empezaste a grabar las conversaciones de tus colegas? —Jens había pronunciado la pregunta lentamente, con sílabas nítidas. Lars recuperó la memoria y tragó saliva—. Porque me di cuenta de que estaba pasando algo que…, bueno, que me mantenían al margen de algo. —¿De qué? —preguntó Jens—. En aquel momento todo era demasiado confuso, no conseguía sacar nada en claro…, pero al final tenía razón. Jens y Sophie esperaron. —Asesinaron a mi pareja. —Dejó de dibujar círculos sobre la mesa—. ¿Perdón? —dijo Sophie. Lars levantó la mirada hacia ella y Jens—. Asesinaron a Sara, mi pareja.

Michail les condujo de vuelta al centro, Sophie y Jens estaban en el asiento trasero. —¡Por Dios! —susurró Jens. Ella estaba de acuerdo. Miraba por la ventanilla, vio cómo el tráfico se movía lentamente a su alrededor.

* * *

Michail y Klaus ya se habían marchado, la despedida había sido rápida. Sonó el timbre. Jens echó un vistazo al reloj. —Michail ha debido de olvidar algo —murmuró para sí. Miró por la mirilla, había esperado ver a dos hombres. Sin embargo, fuera había tres hombres de otro tipo: ojos hundidos, rostros cansados y agresivos al mismo tiempo. Gosha con la cabeza rapada, Vitali con una botella de licor en la mano, Dimitri con los ojos muy separados. Joder. Había pensado que llegarían a Estocolmo ya de noche, se había preparado para recibirlos más tarde. Tenían que haber conducido de un tirón. Jens se apartó de la puerta y entró en la cocina. Sophie vio su expresión. —¿Qué pasa? —Jens dio unos pasos estresados hacia la ventana de la cocina—. ¿Qué pasa, Jens? —Han llegado antes de lo previsto… Tenemos que salir de aquí, ya. —Se oyeron unos fuertes golpes en la puerta—. ¿Quiénes son? —Jens abrió la ventana de la cocina. —Nadie importante. Vamos, tenemos que irnos—. Déjame decirles que no estás en casa.

—No quieres hacer eso, créeme. —Los golpes en la puerta se convirtieron en un ataque en toda regla. Todo el marco tembló en la entrada. Jens señaló en dirección a la ventana abierta. Sophie quiso buscar otra alternativa. Los empujones contra la puerta se convirtieron en fuertes patadas. Oyó las excitadas voces de los rusos. Jens salió por la ventana, se giró y le dio la mano. Sophie lo miró, miró la mano, dudó. Después salió de la cocina hacia el interior del piso.

—¡Sophie! —siseó Jens. Un pie atravesó la madera de la puerta de la entrada, las excitadas voces ya se oyeron con más claridad. Sophie volvió con su bolso, le cogió de la mano y subió a la repisa. El ruido de la madera que estaba siendo arrancada de la puerta se mezcló con las exclamaciones y los gritos de los hombres cuando entraron en el piso. Salió a la estrecha plataforma de fuera. La superficie era vieja, de chapa claveteada. El viento soplaba racheado. Sophie se agarró a los marcos de las ventanas del ático, forrados de chapa, que adornaban la parte superior de la fachada. Había mucha distancia a la calle y la chapa era resbaladiza. Echó una mirada hacia abajo. Los coches se veían lo suficientemente pequeños como para causar un inmediato miedo a la muerte.

Miró en dirección a Jens, pero ahí la vista era igual de mareante. El cielo sobre ella le parecía demasiado grande. —Tenemos que alejarnos un poco. Ten cuidado, hay que dar pasitos pequeños —susurró, moviéndose hacia la izquierda. Sophie lo siguió. Se oyeron voces desde el interior del piso, los rusos estaban dando vueltas por las habitaciones. Dimitri bramaba indignado, algo se rompió, los hombres comenzaron a vociferar, acusándose mutuamente. Sophie se movió con mucha cautela. Sudaba y temblaba. El vértigo comenzó a dominarla, se dejaba notar como una fuerte náusea. Jens se giró hacia ella, notó su pavor—. Unos pasitos más y ya está. Vas muy bien —dijo con tranquilidad.

Se movieron lentamente hacia otro piso. La fachada cambió, estaban pasando al siguiente edificio. Jens se paró, intentando encontrar alguna vía para seguir. El espacio para los pies era más reducido, la repisa estaba inclinada hacia abajo y no había dónde agarrarse, solo chapa resbaladiza con algunos bordecillos en los tres metros que les separaban de la siguiente ventana. Ella lo miró fijamente, parecía imposible. Jens trató de agarrarse a uno de los bordes con una mano, un pequeño apretón en el que los dedos hacían todo el trabajo. —No puedo hacerlo —dijo ella. El corazón estaba latiendo violentamente en su pecho. Tenía la garganta seca, no podía tragar. Jens cambió de postura, colocó uno de los pies y se agarró al borde otra vez. —Tenemos que pasar al siguiente piso—. No, no puedo hacerlo —suplicó. La angustia estaba apoderándose de ella. Solo quería sentarse y esperar a que alguien viniera a buscarla. Jens se arrastró hasta la siguiente fachada. Estaba con los pies apoyados en la estrecha repisa, agarrándose con los dedos cerrados alrededor del borde de la chapa. Se quedó así un rato para ver si la posición era sostenible. Ella lo miró. Lo que estaba a punto de hacer parecía imposible. Ella nunca lo haría. Miró hacia abajo. Vio la muerte por todas partes. La respiración le salía como pequeños soplos. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas—. Estás loco, lo sabes, ¿no? —dijo. Jens vio sus lágrimas, su estado de ánimo. Dio un paso más, mantuvo el cuerpo apretado contra la fachada del edificio y dio unos pasos pequeños. Tenía los nudillos blancos. Jens se paró y respiró hondo. Al recuperar la calma dio unos pasitos más. Recorrió dos metros de esta manera y se acercó a la ventana; pero todavía no estaba lo suficientemente cerca como para poder estirar el brazo y agarrarse a ella. Al final llegó a la ventana del ático. Jens se paró y se mantuvo firme por un momento antes de concentrarse y sacar la pierna en ángulo hacia fuera. Luego dio una patada fuerte a la ventana. El cristal se rompió. Una vez que la ventana estuvo rota, tuvo que sentarse en cuclillas para tratar de abrir el gancho que cerraba la ventana por dentro. Soltó la mano derecha y dobló las piernas con cuidado, metió la mano, abrió la ventana y entró. Fue un solo movimiento largo y bien coordinado. Desapareció durante unos segundos antes de salir otra vez. Ahora estaba doblado en el marco de la ventana, estirándose hacia Sophie todo lo que podía. Podía haber ganado un metro, pero ¿de qué le servía? Sophie se levantó, el viento la zarandeó. Jens hizo un gesto con la mano.

—¡Vamos! —Sophie necesitaba más aire, pero el terror hizo que la inspiración fuera intermitente, llegaba en pequeñas porciones. Los latidos del corazón ya eran tan violentos que parecieron absorber todo el oxígeno dentro de su cuerpo.

Sophie expulsó aire, pero el nudo seguía en su garganta. —Tú puedes, agárrate con las manos y ya está —dijo él. Sophie comenzó a hiperventilar y volvieron las lágrimas—. ¡Ya! —dijo Jens, apremiándola con la mano. Sophie se dio cuenta de que solo tenía una posibilidad: hacer lo que él había hecho, apretar el bordecillo entre los dedos y después subirse hasta la siguiente repisa con la ayuda de una pierna—. ¡Sophie! —siseó. Los rusos gritaron desde la cocina. Ella parpadeó para eliminar las lágrimas, tragó el nudo de la garganta y realizó el movimiento sin pararse. Consiguió agarrar la parte de la chapa que sobresalía, y se puso con la espalda hacia el abismo. Tuvo la sensación de que un pequeño golpe de viento bastaría para que cayera al vacío. Dio un paso hacia la izquierda. La repisa estaba inclinada. Apretó los dedos alrededor de la chapa con tanta fuerza que se pusieron blancos. Se preparó para cambiar de mano, dar el siguiente paso y atrapar el tercer bordecillo. Sophie estiró el brazo, agarró el extremo de la chapa con la mano izquierda y dio un rápido paso hacia la izquierda. El pie comenzó a deslizarse, los dedos se resbalaron sobre la chapa. Dio un grito y perdió contacto con la repisa. Sintió cómo Jens la agarraba del pelo con una mano, y puso un brazo alrededor de su cuello. Por un momento, todo se volvió negro. Cayeron estrepitosamente sobre el suelo del interior del piso y se quedaron tumbados entre los fragmentos de cristal. Sophie no podía moverse.

Estaba tumbada sobre Jens. Él estaba nervioso, le sudaba la frente. Se miraron a los ojos. —Lo has conseguido —dijo Jens. Se levantó y la ayudó a ponerse en pie con el mismo movimiento. Caminaron deprisa a través del piso. Ella estaba funcionando a base de adrenalina. Se pararon en la entrada. Jens le indicó que esperase. Marcó un número en su móvil y dijo en inglés que ahora era él el que necesitaba ayuda. Tras una breve conversación, colgó y estaba a punto de salir a las escaleras cuando se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada por fuera—.

—¡Busca! —le dijo. Se pusieron a buscar por la entrada, Sophie repasó los bolsillos de los abrigos, mientras Jens hurgaba en los cajones de una cómoda que estaba colocada debajo de un gran espejo. No encontró nada, ni ella tampoco. Sophie abrió un armario y volvió a repasar la cómoda, como si desconfiara de las habilidades de búsqueda de Jens. Buscó con la mirada por la entrada, a lo largo de la pared, por el suelo, el marco de la puerta, encima del cuadro de luz… Allí, colgada de un gancho, había una llave solitaria. Estiró el brazo, la cogió y la metió en la cerradura. La giró —clic— y la puerta se abrió. Bajaron por las escaleras hasta la calle a grandes zancadas, Jens le sujetó la pesada puerta de madera. Corrieron hacia su coche de alquiler y montaron a la carrera. En el mismo momento en que arrancaron, Dimitri salió corriendo por el portal. Jens pisó el acelerador hasta el fondo y salieron a toda velocidad. Dimitri y sus amigos corrieron hacia su coche. Sophie cogió el teléfono y marcó un número.

—Hola… Soy yo. —Sí, ya me doy cuenta—. ¿Qué estás haciendo? —Héctor no contestó inmediatamente, tal vez estuviera sorprendido por una pregunta tan directa. —No estoy haciendo nada. —¿Podemos vernos? —¿Cuándo? —¿Ahora?

Volvió a callarse. —¿Tan pronto? Bien, estoy en el restaurante. —Sophie colgó, Jens condujo por las calles de la ciudad—. ¿Estás segura de esto? —preguntó—. No… —dijo ella en voz baja—. ¿Por qué quieres ir? —No tenemos otra posibilidad, ¿no? —Continuó conduciendo por las calles—. Siempre hay otra posibilidad. —Solo allí tenemos un refugio seguro —dijo. Jens miró en el espejo retrovisor, no vio el coche de Dimitri.

* * *

Hasse estaba en el coche, que estaba aparcado en batería delante del Trasten, vigilando el entorno con mirada perezosa. Sus instrucciones eran claras. Había que esperar delante del restaurante sin intervenir, pasara lo que pasase. Aron Geisler saldría para avisarle, o quizá un hombre llamado Ernst Lundwall. Hasse lo seguiría al interior del restaurante sin más. Según el plan, una vez dentro debía llamarla, contarle cómo iban las cosas, qué le decían aquellos hombres.

Pero sobre todo se trataba de supervisar la transferencia de dinero. Gunilla también lo comprobaría desde su puesto, y cuando todo hubiera terminado, Hasse, si tenía la oportunidad, mataría a Héctor Guzmán y a Aron. Intentaría hacerlo de tal modo que pareciera un acto en defensa propia, y después, carpetazo al caso. Anders daba vueltas por la ciudad sin rumbo fijo, buscando a Sophie y Lars. Sus cabezas ya tenían precio, sobre todo la de Sophie. Había que eliminarla, era un poco triste, tal vez… O no, ya no sabía muy bien qué sentir. El asesinato de la novia ecofeminista de Lars lo había cambiado por dentro de raíz, había apagado algo dentro de él, eliminando otra cosa. Pero también sentía una enorme carga de culpabilidad. Estaba ahí todo el tiempo. Y ahora quería volver a matar, para que se convirtiera en costumbre. Entonces, tal vez, el sentimiento de culpabilidad se volvería menos agudo. Un coche pasó junto a Hasse. Lo siguió con la mirada y vio que encontraba sitio más adelante. El conductor maniobró y aparcó. Un hombre se bajó del vehículo, y esperó a la mujer que estaba saliendo del asiento del copiloto. Pasaron unos segundos antes de que Hasse se diera cuenta de quién era. Solo la había visto unos segundos, tumbada boca arriba, mientras trataba de estrangularla. Entraron en el restaurante. Marcó el número del móvil de Anders. Este se mostró excitado y le dijo que esperase, que no se dejara ver, que él ya estaba en camino. Poco después, otro coche pasó a su lado y aparcó más adelante en la calle. Era un coche con matrícula rusa, pero no le dio mayor importancia. En lugar de eso, Hasse se preparó para matar dos pájaros de un tiro, o tal vez tres. Comprobó el estado de su pistola, tenía el seguro quitado y una bala en la recámara.

* * *

El restaurante estaba cerrado. Héctor estaba sentado al lado de una mesa junto con Aron, Ernst Lundwall y Alfonse Ramírez. La mesa se había convertido en un espacio de trabajo. Alfonse estaba sentado delante de un ordenador con wifi, Ernst estaba repasando una gran cantidad de documentos, Héctor y Aron estaban haciendo cálculos sobre un papel. Todos tomaban café salvo Alfonse, que tomaba vino. Se vio un atisbo de sorpresa en la mirada de Héctor cuando vio que Sophie venía acompañada de Jens. Estuvo a punto de decir algo, pero Sophie se anticipó. —Tenemos que hablar. Héctor se levantó y le dijo que podían sentarse en otra mesa. Le sacó una silla. Ella se sentó y él también lo hizo, mirándola, esperando a que ella empezase. Sophie inspiró hondo y lanzó una breve mirada a Jens, que había encontrado una silla junto a otra mesa solitaria, luego a Erns, Aron y el hombre desconocido. Todos parecían estar ocupados con su trabajo—. ¿He venido en mal momento? —preguntó. Héctor negó con la cabeza e hizo un breve gesto hacia Jens—. ¿Qué hace él aquí? —Toda la situación le resultaba sumamente incómoda, quería que fuera de otra manera—. Luego te lo cuento —dijo. Sophie se recompuso y trató de encontrar una introducción adecuada. Puso las manos sobre las rodillas, preparándose para lo que podía ser su propio suicidio—. Mi hijo Albert está en el hospital. Ha sido atropellado, tiene la espalda rota. —Un repentino miedo se apoderó de la cara de Héctor y estuvo a punto de preguntar algo, pero ella levantó la mano. Cogió carrerilla otra vez. —Hace alrededor de un mes contactó conmigo… —No pudo seguir. La puerta de entrada del restaurante se abrió de golpe y se quedó colgando de un gozne—. ¡Jeans! —gritó alguien. Dimitri entró en el restaurante con un revólver en la mano. Después llegó Gosha con una barra de hierro y Vitali con una pistola. Dimitri descubrió a Jens—. ¿Me has echado en falta? Jens miró a Dimitri con repugnancia. Héctor y Aron intercambiaron miradas, como si quisieran saber quiénes eran esos hombres. —¿Qué quieres? —preguntó Jens.

Dimitri se señaló a sí mismo con el revólver, tratando de poner cara de sorpresa.

—¿Que qué quiero? Eso da igual… Porque ahora estoy aquí y…, y ha sido un viaje largo de cojones y no he hecho más que pensar en cómo te voy a matar una y otra vez. —Sophie vio que Jens estaba tecleando algo en su teléfono bajo la mesa.

Echó una mirada cautelosa por la sala. Aron estaba quieto, el desconocido estaba balanceándose levemente en su silla, tomando pequeños sorbos de su copa de vino. Ernst Lundwall tenía la mirada clavada en la mesa. Y Héctor… estaba ahí, quieto, con una sonrisa tranquilizadora dirigida a ella. Jens se levantó. Sophie vio cómo, en el mismo movimiento, metió el móvil en el bolsillo.

—He dicho lo que tenía que decir a Risto, él te lo ha transmitido a ti… Si has viajado hasta aquí con la esperanza de que cambie de idea, tu viaje ha sido en vano. —Dimitri estaba mirándole fijamente, con la boca medio abierta. De repente pareció cansarse e hizo una señal a Gosha, quien se acercó a Jens y le dio unos cuantos golpes con la barra de hierro en la cabeza. Jens cayó al suelo, Dimitri se abalanzó sobre él y comenzó a darle patadas. Vitali mantuvo al resto quietos apuntándoles con su pistola. La paliza a Jens fue cruda e impulsiva. Sophie no quería verlo. Jens pensó que las patadas terminarían, pero no fue así. Tuvo una repentina sensación de que estaba a punto de morir, de que Dimitri estaba tan mal de la cabeza que acabaría matándolo a patadas. Jens trató de protegerse, encogiéndose en posición fetal. El zapato de Dimitri impactó por todas partes de su cuerpo: en la cabeza, en el cogote, en la espalda, en el estómago. Luego cambió de táctica y comenzó a pisotear a Jens en la cara. —¡Ya basta! —exclamó Héctor. Dimitri se detuvo para mirar a Héctor; respiraba trabajosamente—. ¿Quién es este… negrata? —Sophie vio un destello de algo en los ojos de Héctor.

Algo que llameó por un momento. No era una ira normal. Era otra cosa, algo que estaba más allá de la ira. Aron vio su estado y negó con la cabeza tranquilamente. Incluso la cara del desconocido, que hasta ahora había mostrado tanto temple, comenzó a cambiar. Dimitri agarró al destrozado Jens, lo levantó del suelo y contempló su cara rota. —Qué ganas tenía de hacer esto, no lo sabes tú bien, tu puñetera actitud de tío guay me ha estado royendo por dentro y… —Dimitri no tuvo fuerzas para terminar la frase y le propinó un puñetazo mal dirigido que impactó en la parte trasera de la cabeza. Jens cayó redondo. Gosha había sacado una cajita y se metió un montoncito de polvo blanco directamente con el dedo índice. Preparó otra dosis y puso el dedo debajo de la nariz de Dimitri. Este se metió el polvo y gritó al aire, como si quisiera expresar algún tipo de fuerza primitiva a los presentes. Volvió a acercarse a Jens, le cogió del cuello, lo levantó a medias, apuntó con la derecha y lo golpeó con todas sus fuerzas. El puño impactó en el ojo de Jens con un ruido sordo. Dimitri respiró excitado al retirar el brazo y se inclinó sobre Jens para repetirlo—. ¡Para! —exclamó Sophie, con lágrimas rodando por sus mejillas. De repente Dimitri la vio. Se alegró, como si ella fuera un regalo que no se había esperado. Se acercó a ella, mirándola mientras cerraba la mano alrededor de su barbilla. Dimitri se inclinó y acercó su cara a la de ella—. ¿Quién eres?, ¿su puta? —Apestaba a algo. —Eres su puta… Y si no eres la suya…, serás la de otro. ¡Porque está claro que eres una puta! —Dimitri miró a sus amigos y soltó una risa sorprendida, como si lo que acababa de decir fuera un chiste inusualmente agudo—. ¡Si no eres la suya, serás la de otro! —volvió a decir. Vitali y Gosha se rieron exageradamente, haciéndole la pelota. Dimitri le agarró fuerte de la barbilla a Sophie—. Cuando este que está en el suelo esté muerto, te follaré…, y todo el mundo va a tener que mirar—. Héctor ya estaba temblando de furia.

Estaba mirando la mesa, respiraba laboriosamente y no paraba de apretar los músculos de la mandíbula. El odio ardía en él, Sophie pudo percibir su aura con el rabillo del ojo, estaba iluminado por la furia. Aron lo estaba vigilando. Ahora Dimitri parecía confundido, como si no recordase qué estaba haciendo allí.

Volvió a sacar su revólver, hizo un gesto hacia la mesa donde estaban sentados Aron, Alfonse y Ernst. —¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis aquí? ¿De qué conocéis a ese hijo de puta? —Señaló con la pistola hacia Jens, que yacía en el suelo. Nadie contestó. Dimitri se acercó a la mesa y puso el cañón del arma contra la cabeza de Alfonse. Este mantuvo la calma. Dimitri se impacientó, dio unos pasos hacia Héctor y Sophie, apuntó con el revólver a Sophie—. ¡Tú, puta, cuéntame! —Baja la pistola —susurró Héctor. Dimitri trató de imitar a Héctor. No pudo hacerlo, ya se había olvidado de lo que Héctor acababa de decir. En vez de eso, puso el arma contra la cabeza de Sophie. Ella cerró los ojos. Jens se movió un poco en el suelo—. Dimitri… —siseó a través de la sangre y los cartílagos rotos. Dimitri se dio la vuelta, mirándolo desde arriba—. ¿Sí? —Risto me dijo que ya nadie quiere saber nada de ti en Moscú… Dijo que no dejas de meter la pata… Una y otra vez —susurró Jens. Dimitri miró a la sala y luego a Jens otra vez. —¿Qué? —Hay personas que no saben hacer nada, que no tienen capacidades ni conocimientos…, personas estúpidas, que carecen por completo de cualquier tipo de talento…, que tratan de compensar sus fracasos con más fracasos…, lo cual les convierte en perdedores perpetuos. Tú eres una de esas personas, Dimitri, y todo el mundo lo sabe. —Jens sonrió en medio de sus dolores—. Todo el mundo lo sabe salvo tú, Dimitri. Hasta tu madre… ¡Tu puta madre! La putilla de tu madre, Dimitri… La que se ha follado a todos los hombres del pueblo de retrasados donde tú naciste… ¡Hasta ella lo sabe! —Jens se rio, sabía que sus palabras habían dado un respiro a Sophie. Tal vez no fuera suficiente, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Su única esperanza residía en que Aron u otra persona armada comenzara a disparar. Pero parecía que eso no iba a suceder. Jens vio cómo Dimitri giraba el revólver hacia él, miró a la oscura boca del cañón y se preguntó por un momento en qué parte de su cuerpo impactaría la bala, si le iba a doler, cuánto tiempo tardaría en morir. Si iba a encontrarse con su abuelo Esben. Y si iban a empezar a discutir, como siempre hacían cuando se veían. El dedo de Dimitri ya estaba presionando el gatillo cuando se oyó un carraspeo en la entrada. El ruso se dio la vuelta. Vio a dos hombres, un hijo de puta gigantón y otro tipo fibroso con poco pelo y el brazo derecho en cabestrillo. Tenían las armas sacadas y ya estaban dentro del restaurante. Por un momento pareció que el suceso se quedaría en eso, que todo se quedaría congelado en aquel preciso instante, como si Dios hubiera pulsado el botón de pausa. Pero Él no lo había hecho. Héctor comprendió qué estaba sucediendo. Se lanzó sobre Sophie y la tiró al suelo. En ese mismo momento se oyó un potente estallido, cuando Michail y Klaus abrieron fuego con sus armas. Gosha y Vitali, que seguían de pie, fueron perforados por las balas. Sangre, fragmentos de hueso y droga casera del este de Europa volaron por el restaurante. Sophie se golpeó contra el suelo bajo el peso de Héctor. Vio a Jens, destrozado, cerca de ella. Vio cómo los dos hombres muertos cayeron con las extremidades flojas y los cuerpos acribillados.

Vio a Dimitri, que seguía sin comprender lo que estaba sucediendo. Vio a Jens, que, con un último esfuerzo cargado de adrenalina, se estiró para agarrar el brazo de Dimitri, tirándolo al suelo a la vez que le quitaba el arma. Después vio cómo Jens consiguió agarrarle del pelo a Dimitri, acercándolo hacia él y mirándolo a los ojos por un momento antes de reventarle la nariz, el ojo y los dientes con una serie de golpes sistemáticos e implacables. Ella no comprendía de dónde sacaba las fuerzas para hacerlo. Pero estaban allí. Y nadie podía privarle de su justificada venganza. Dimitri hizo un ruido gutural, pidiendo clemencia y tragándose sus dientes rotos. Sophie se giró hacia la mesa. El humo de la pólvora y la droga en polvo habían creado una neblina en el interior del restaurante. Vio a Aron Geisler, que se había levantado del suelo, apuntando su revólver hacia Michail y Klaus. Sophie y Jens vieron lo que estaba a punto de suceder y gritaron a la vez. —¡Aron, no! —Llegó la confusión. Michail y Klaus giraron sus armas hacia Aron—. ¡No han venido a por vosotros! —gritó Sophie.

Aron, con el revólver apuntando a los dos hombres, no pareció escuchar.

Efectuó dos disparos. Michail y Klaus, con los brazos extendidos, dispararon a su vez. El ruido fue atronador. Aron se había refugiado detrás de un pilar. Las balas impactaron en él, hubo una explosión de partículas de cal. —¡No hemos venido a por vosotros! —gritó Michail. Aron sacó el brazo con el revólver y disparó dos veces a ciegas. Las balas impactaron en la pared detrás de Michail y Klaus. Sophie exclamó algo, Jens también, Aron volvió a disparar—. ¡Podría pegarle un tiro a Héctor Guzmán ahora mismo si quisiera! Pero, mira, tiramos las armas —gritó Michail. Klaus y él pusieron las armas sobre el suelo delante de ellos. Aron esperó un rato, sacó la cabeza dos veces por el otro lado del pilar.

Al ver que los dos hombres estaban desarmados, dio un paso hacia delante con el revólver apuntado a Michail. —¿Por qué habéis venido? Michail asintió con la cabeza en dirección a Jens, que, con la cara destrozada, estaba estrangulando a Dimitri con los brazos. Aron seguía apuntando con su arma a Michail—.

Explícate. —Yo puedo explicarlo —dijo Sophie. Otro disparo estalló en la sala.

Esta vez la confusión fue total, Michail, Aron, Klaus y Héctor intercambiaron gritos y exclamaciones. Hasse estaba agachado en la puerta, y por detrás de él se asomaba Anders. Michail reconoció a los hombres del hospital. Agarró la pistola que estaba a sus pies y estuvo a punto de disparar, pero a Hasse y Anders ya les había dado tiempo de refugiarse al otro lado de la pared. —¡Policía! —gritó Hasse Berglund, con un rastro de pánico en la voz. Hubo un silencio, y después volvieron a aparecer Hasse y Anders Ask—. ¡Policía! —repitió Hasse—. ¡Héctor! ¡Teníamos un acuerdo! —gritó Anders. Aron miró a Héctor. Héctor negó con la cabeza. Aron asintió para indicar que lo había captado, alzó la pistola y apuntó a Anders. Michail y Klaus tenían la frente de Hasse en el punto de mira. Jens había recogido la pistola de Dimitri, que estaba en el suelo; estaba tumbado boca arriba con el arma en la mano, apuntando a lo largo del cañón. La trayectoria de la bala pasaría entre Michail y Klaus—. Tengo la línea de tiro despejada para meterle un balazo en el corazón a ese madero gordo —dijo a Aron con voz ronca. Seis cañones de pistola apuntando a cuerpos y cabezas. Hasse era el que más nervioso estaba—. Soltad las armas —dijo, esta vez con la voz más débil que antes—. No. Entrad, dejad vuestras armas sobre el suelo. Somos cuatro, vosotros sois dos… Calcula tú mismo vuestras posibilidades —dijo Aron.

Anders trató de salvar la situación: —Nos vamos a retirar. Os dejamos… —Si dais un solo paso hacia atrás, disparamos. —La voz y la mano de Aron eran firmes. Sophie siguió todo desde su posición en el suelo, bajo el peso de Héctor.

Jens estaba agotado, sangraba profusamente. Ella no podía comprender cómo era capaz de mantener la postura, con el arma apuntando a los policías. Aron amartilló la pistola para no tener que repetir sus palabras. Hasse puso su arma sobre el suelo, le dio un empujón con el pie y entró a gatas. Ahora todas las armas estaban apuntando a Anders. Estuvo un rato mirando las bocas de los cañones, sonrió levemente, descartó un repentino impulso, puso su pistola sobre el suelo y entró en el restaurante. Volvió a estabilizarse la situación. Jens se dio cuenta de que Aron nunca sería el primero en bajar la pistola. —Michail —susurró. Michail comprendió. Volvió a dejar la pistola sobre el suelo, y Klaus hizo lo propio. Sophie notó cómo Héctor se levantaba, vio sus deseos de venganza en medio del odio que chorreaba de él cuando se acercó a Dimitri, que estaba inconsciente en el suelo. Héctor cogió uno de los brazos del ruso y lo arrastró hacia dentro. Alfonse Ramírez apareció por detrás, agarró una de las piernas de Dimitri, y juntos desaparecieron hacia la cocina, como si lo único que importase en aquel momento fuera devolver el golpe y saciar la sed de venganza.

Aron empujó a Anders y Hasse por delante de sí en dirección a la cocina y el despacho. Sophie, que se había incorporado, miró a Anders y Hasse a los ojos cuando pasaron. Se acercó a Jens, puso su cabeza sobre la rodilla. Estaba maltrecho. Los músculos y los huesos de la cara estaban machacados, le faltaban varios dientes y tendría una buena cantidad de huesos rotos en el resto del cuerpo. Respiraba con un ruido sibilante. Sophie estaba emocionalmente anestesiada, quería vomitar, quería salir de allí, salir de sí misma, salir de todo.

Estaba sentada en el restaurante fantasma, acariciándole el pelo a Jens y viendo cómo Klaus y Michail recogían sus armas del suelo. Vio los cadáveres de los rusos, que yacían en posturas extrañas. Ernst Lundwall, pálido y asustado, se apresuró a abandonar el restaurante con un portafolios en la mano y un portátil bajo el brazo. En su cabeza vio el accidente de Albert, lo vio tumbado en la cama del hospital; inconsciente, solo, roto. La cabeza le daba vueltas mientras luchaba por agarrarse a algo racional. Tal vez fuera la mano que acariciaba el pelo de Jens lo que le hizo mantener la cordura. Hacia delante y hacia atrás, el mismo movimiento, una y otra vez. Se centró en el tacto de su cabello bajo la palma de la mano. Estaba caliente. Cerró los ojos, trató de concentrarse en lo que estaba haciendo y nada más, de no pensar ni en la sala ni en lo que acababa de suceder.

Moviendo la mano hacia delante y hacia atrás, caricias suaves sobre el pelo de Jens, lentamente… De repente, Michail estaba en cuclillas a su lado, mirando a Jens. —Ya nos vamos —dijo en voz baja. Jens no dijo nada, su magullada cara se limitó a devolverle la mirada. Michail se giró hacia Sophie, quizá viera su miedo. No tenía nada que decir al respecto, así que se levantó y se encaminó a la salida. Klaus se acercó a ella, dijo algo en un inglés macarrónico de que él le debía algo, que ella le había salvado la vida dos veces y que no sabía por qué.

Buscó otra manera de expresarse, pero no encontró ninguna. Dejó de hablar y sacó un bolígrafo, se apoyó en una mesa, apuntó algo en una servilleta y se la dio. Sophie miró la servilleta, leyó el nombre de Klaus Köhler y un número de teléfono. Le miró a los ojos. Klaus se dio la vuelta y siguió a Michail, que abandonó el restaurante. Héctor salió de la cocina con la camisa remangada, las manos ensangrentadas y los ojos desorbitados. Miró el caos de la sala, vio a Sophie, que estaba sentada en el suelo con la cabeza de Jens en el regazo. Era diferente, estaba cargado de alguna manera. Cargado con dos mil voltios. Algo ardía en su interior, algo que no era capaz de controlar. Posó la mirada en Sophie, ella tuvo la sensación de que no la estaba viendo. Héctor estaba a punto de decir algo cuando el hombre desconocido salió de la cocina. Estaba recién lavado y aseado, le dio dos besos a Héctor. Intercambiaron algunas palabras rápidas en español, después se dirigió a la salida, sonriendo a Sophie antes de desaparecer por la puerta rota. Héctor volvió a entrar en la cocina. Sophie no le había dicho lo que había venido a contarle. Ahora estaba Anders Ask ahí dentro, junto con Hans Berglund. Los hombres que habían atropellado a su hijo, los hombres que habían intentado asesinarla… Sophie puso la cabeza de Jens sobre el suelo con cuidado, se levantó y atravesó la cocina, pasando por delante de Dimitri. Estaba muerto, sentado en una silla en medio del suelo con la cabeza echada hacia atrás. Tuvo tiempo de ver que tenía un cuchillo de trinchar clavado en el corazón, que uno de sus ojos colgaba fuera y que había varios litros de sangre en un gran charco bajo la silla. —¡Héctor Guzmán! —se oyó la voz de Anders en el interior del despacho. Se detuvo, la puerta estaba entreabierta. Vio a Anders, atado al radiador junto al escritorio, con Hasse a su lado. Vio a Aron trabajando delante de un ordenador. Sophie metió la cabeza un poco más y vio a Héctor con el torso desnudo, limpiándose las manos con una toalla mojada. Su ensangrentada camisa estaba tirada sobre el suelo—. Hemos venido a supervisar la transferencia… —dijo Anders. Héctor no contestó. Anders luchó contra su desventaja—. ¿Empezamos? —dijo. Sophie trató de comprender.

Héctor sacó el cajón de un armario, cogió otra camisa y quitó el envoltorio de plástico de golpe. —Por lo que veo, estás esposado a un radiador —dijo, y empezó a quitar los ocho mil alfileres—. Solamente tienes que quitarme las esposas y hacemos lo que hemos acordado con Gunilla. Luego nos marcharemos. —¿Gunilla? Sophie no se había esperado esta sorpresa. Héctor levantó una mano y señaló en dirección al restaurante. —La situación ha cambiado. No habrá transferencias, creía que ya lo habías entendido después de todo esto. Sacudió la camisa—. Vale. Nos marcharemos, no hemos visto nada —dijo Anders en un intento infructuoso de iniciar algún tipo de acuerdo. Héctor no se molestó en contestar a su propuesta. Se puso la camisa. —¡No seas tonto, Héctor Guzmán! —Las palabras de Anders chirriaron. Aron dejó de trabajar con el ordenador un momento y se volvió hacia Anders. Héctor se quedó quieto—. ¿Perdón? —susurró. Aquello no pareció importar a Anders—. A ver, podemos ayudarte… con tal de que nos dejes libres. Hacemos la transacción juntos, nos llevamos a los testigos, abandonamos el restaurante y tú quedas en libertad.

Héctor, que se estaba abotonando la camisa, levantó la mirada. —¿En libertad? —dijo con una voz monótona. —Sí, en libertad—. Lo cierto es que eres un tipo extraño. ¿Siempre das por hecho que todo el mundo es tan estúpido como tú?

Anders estuvo a punto de decir algo, pero Héctor levantó la mano. Después terminó de abotonarse la camisa con la barbilla apoyada sobre el pecho. —Cállate —dijo. —Pero Anders, el pitbull terrier, no había terminado—. Déjanos llevarnos a los testigos y nos marchamos, es lo único que te pido. —Sophie contuvo la respiración. —¿A quién has dicho? —A los testigos—. ¿Qué testigos? —La mujer, Sophie, y el hombre, que es su amigo. No tienen nada que ver con esto. —Héctor miró a Anders. —¿Cómo lo sabes? —Porque lo sé, simplemente.

Sophie oyó un ruido y se dio la vuelta. Carlos Fuentes había llegado. La estaba mirando. Parecía más pequeño, insignificante, encorvado de alguna manera.

Ella negó lentamente con la cabeza para pedirle que se callara, que no la delatase. Los ojos de Carlos eran fríos. Se marchó.

Estaba de nuevo junto a Jens cuando oyó un ruido a su espalda. Héctor y Aron salieron. Héctor llevaba una camisa nueva y una americana, además de un portafolio en la mano. —¿Sophie? Casi estaba susurrando—. Vas a tener que acompañarme —dijo—. ¿Por qué? —No tenía tiempo para explicaciones. —La policía vendrá en cualquier momento, los de la oficina te han visto. De nuevo, vio el otro lado de su personalidad, el que estaba emocionalmente desconectado—. ¿Y Jens? —preguntó—. Aron le ayudará. —¿Adónde vamos? —Pues, en primer lugar…, vamos a largarnos de aquí. Comprendió que no tenía elección. —Anders y Hasse estaban en la oficina, en el restaurante había tres hombres muertos, Gunilla y Héctor tenían negocios juntos… No tenía argumentos a su favor. ¿Anders le habría contado a Héctor todo sobre ella?

Sophie miró a Héctor, luego a Aron, trató de interpretar algo en sus caras. No vio más que prisas e impaciencia. Se inclinó sobre Jens, le dio un beso en la cabeza, deseó por un breve momento que se despertase, que se levantase, que la cogiera de la mano y se la llevara de allí. Pero no iba a hacerlo. No iba a hacer nada; Jens estaba reventado e inconsciente, apenas era capaz de respirar por su cuenta. Sophie se levantó, cogió su bolso y siguió a Héctor apresuradamente por la puerta del restaurante.

* * *

El olor a pólvora y muerte seguía en la sala. Carlos estaba contemplando su restaurante. Estaba en la cocina pasando los restos de Leffe Rydbäck por la máquina de picar carne cuando se produjeron los primeros disparos. Lo había dejado y se había escondido detrás de un armario. Pero cuando Héctor y el colombiano entraron con el ruso para liquidarlo, Carlos salió y se escondió en el despacho. Había oído la conversación telefónica entre Héctor y su padre, cómo Héctor le había pedido que enviara el G5 al aeropuerto de Bromma. Carlos había salido al restaurante y se había escondido en el suelo detrás de la barra del bar. No tenía una idea clara de quién era quién, pero reconoció a los policías, Kling y Klang. Había rezado a Dios mientras estaba tumbado, con la nariz apretada contra el frío suelo, pidiéndole que le perdonase su miserable vida. Y

Dios lo había hecho. Carlos había vuelto a entrar en la cocina, donde se había encontrado con Sophie, que estaba espiando a Héctor. Había encontrado otro escondite, donde se quedó hasta que Héctor y la mujer desaparecieron. Aron había entrado en el restaurante y había levantado al hombre herido, Jens, del suelo. Lo había echado sobre su espalda y había salido. Ahora reinaba el silencio, no había nadie allí, aparte de los muertos y los policías, que estaban esposados en el despacho. Echó un vistazo al infierno de sangre y cadáveres, analizó la situación y se puso a buscar un número en su móvil con dedos temblorosos. —Gentz —contestó Roland en el otro lado—. Soy Carlos…, el del restaurante de Estocolmo. —¿Sí? —Tengo unos cadáveres aquí… —¿Y bien? —Necesito vuestra ayuda. Puedo darte algo a cambio. —¿El qué? —La localización de Héctor—. Ya la conocemos. —¿Dónde? —Estocolmo. —No. —¿Dónde, pues? —¿Me vais a ayudar? —Tal vez. —Málaga, dentro de unas horas. —¿Qué clase de ayuda quieres, Carlos? —Protección. —¿De quién? —De todo el mundo. —¿Ahora dónde estás? —En Estocolmo—. Ve a esconderte a algún sitio, mantente al margen y llámame otra vez dentro de un tiempo. Ya veré qué puedo hacer… ¿Has dicho que hay muertos por ahí? ¿Quiénes son? —No lo sé.

Gentz colgó. Se oyó el ruido de sirenas policiales en la distancia. Carlos abandonó el restaurante.