Gunilla lanzó una mirada inquisitiva a Anders. —Repite eso otra vez—. Entraron dos hombres en el restaurante después de que Héctor le abriera la puerta a la enfermera… Él no volvió a salir, pero la enfermera sí. Lars la siguió.
—¿Y los dos hombres? —Anders se encogió de hombros. —Desaparecieron, se largaron. Entré en el restaurante media hora después. No había ni rastro de ellos. Hay una puerta trasera que da a un patio interior, supongo que salieron por ahí. Saldrían a la calle al otro lado de la manzana. —¿Y luego? —Anders negó con la cabeza—. Luego nada. Me fui a casa. —Estaban en un banco del parque Humlegården. La mayor parte de las personas a su alrededor parecían disfrutar del calor del verano. Anders Ask era el único en todo el parque que llevaba chaqueta—. Bien, entonces llegaron Sophie y Héctor al restaurante, entraron, y después aparecieron otros dos hombres. ¿Cuánto tiempo has dicho que pasó antes de que Sophie saliera? —Media hora, más o menos. —¿Más o menos? —Tengo el dato exacto, pero no lo llevo encima. —Gunilla reflexionó. —¿Y Lars la siguió? —Anders asintió con la cabeza. Gunilla cogió su móvil y marcó un número—. Lars, ¿te llamo en mal momento? ¿Puedes venir a Humlegården, por favor? Ya. Gracias, cariño —dijo, y colgó. Anders sonrió ante su tono amable, que no había dejado que Lars pudiera ni contestar ni protestar. Ella se dio cuenta—. Va a venir —dijo—. Ya lo sé. —Luego estuvieron sentados allí sin más, como dos robots en modo de espera, totalmente quietos, registrando el parque con miradas vacías. Fue Anders el que se movió primero. Metió la mano en el bolsillo de la cazadora, sacó una bolsita arrugada de golosinas y se la pasó a Gunilla. Ella también se despertó del letargo, tal vez por el crujido de la bolsita.
Cogió dos regalices sin dar las gracias, masticó y se quedó pensativa otra vez.
Una idea se le quedó grabada. Regresó de su ensimismamiento, cogió su teléfono y buscó el número de Eva Castroneves. Se llevó el móvil a la oreja. —Eva, ¿puedes mirarme una fecha? —Gunilla esperó—. Este sábado, el día 5 creo que fue. —Gunilla miró a Anders, quien lo confirmó con una inclinación de cabeza—. Mira las veinticuatro horas, pero especialmente las últimas horas del sábado y las primeras del domingo. La zona de referencia es Vasastan, pero puedes ampliarla un poco si quieres. Nos interesa todo. Gracias. —Gunilla colgó.
Anders la miró, Gunilla se encogió de hombros. —¿Por dónde voy a empezar si no? —Anders no contestó. Lars llegó andando por el camino de grava del lado del parque que daba a la plaza Stureplan. Ella lo miró. Caminaba con pasos rígidos, como si tuviera problemas de espalda. Seguramente los tendría, la gente que cargaba con culpas casi siempre las somatizaba en la zona lumbar. Se acercó a ellos, había algo inseguro y hostil en su cara—. Hola. —Gunilla lo miró. —¿Te has cortado el pelo? —Lars se pasó la mano por el pelo inconscientemente—. Solo un poco —murmuró—. Gracias por venir tan rápido. —Lars esperó, metió una de las manos en el bolsillo del vaquero. —Si lo recuerdo bien, pusiste en tu informe que el sábado por la noche Sophie volvió a casa después de su visita al Trasten. Anders dice que te vio delante del restaurante, que seguiste a Sophie cuando ella salió de allí. —Así es. Se marchó del chalé sobre las once de la noche, fue al restaurante. Creo que salió sobre la medianoche. La seguí hasta Norrtull, allí la dejé y fui a casa. Daba por hecho que ella iba a casa. —Gunilla y Anders lo miraron, parecía que estaban buscando alguna señal de que estuviera mintiendo. Lars se rascó el cuello—. ¿Ha pasado algo? —quiso saber—. No lo sé, Anders te vio —dijo Gunilla. Lars miró a Anders—. ¿Y bien? —Él vio a otros dos hombres entrar en el restaurante. —Lars mostró impaciencia, irritación—. Sí. ¿Y? —¿Los viste? Lars negó con la cabeza—. No. O puede que sí, entraba y salía gente, es un restaurante. —Lars sacó una pastilla para la tos, se la metió en la boca, miró a Gunilla. —¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? —Gunilla no contestó, y Anders no paraba de escrutarlo—. Esos hombres no volvieron a salir. Héctor tampoco. Hay una puerta trasera. Cuando seguiste a Sophie, después de que ella saliera del restaurante, ¿se paró en algún sitio? La pastilla, que se encontraba cerca de la faringe, le daba derecho a tragar. Lo hizo y después negó con la cabeza. —No. —Lars había estado colocado como un cabrón. La pérdida de memoria de aquella noche era casi total. Solo retenía una imagen borrosa de que había perdido la pista de Sophie cerca de Haga, el resto estaba en blanco. Solo Dios sabía qué había pasado, y cómo él había conseguido llegar a casa siquiera, y no podía preguntárselo a Él porque la relación entre los dos se había vuelto directamente fría. El truco era convencerse a sí mismo de que la mentira era verdad. Entonces no mentías, no mostrabas señales de inseguridad—. Se marchó de allí sin parar en ningún sitio, dejé de vigilarla cuando entró en la autovía. —¿Por dónde fue? —Se esforzó en no hacer gestos inseguros, mientras trataba de visualizar la mentira—. En la plaza Odenplan dobló a la izquierda y entró en la calle Sveavägen, a pesar de que está prohibido. Luego bajó por la calle Sveavägen, atravesó la rotonda y salió a la E4 rumbo norte. —¿Y por qué no fue por Roslagstull y la calle Roslagsvägen? Es más corto para llegar a su casa. —Lars se encogió de hombros—. Es prácticamente lo mismo. Iría por Bergshamra y atravesaría el puente de Stocksund. Yo qué sé. —¿Por qué no la seguiste hasta su casa? —Lars estuvo chupando la pastilla para la tos, se oyó el golpeteo contra los dientes—. Era tarde, había poco tráfico. Tengo que tener cuidado. —Gunilla lo miró, y Anders también. —Gracias, Lars, gracias por molestarte en venir. Lars miró a los dos—. ¿Y? —Gunilla puso cara de no entender a qué se refería. —¿Y qué más? ¿Qué ha pasado? —preguntó Lars—. No, no ha pasado nada. Simplemente que no conseguía hacerme una idea completa de esa noche. —¿Qué hace él aquí? —Lars preguntó a Gunilla directamente sin mirar a Anders—. No hace falta vigilarme, Gunilla —dijo en voz baja. Su rabia la sorprendió—. Claro, Lars, es que no lo hacemos. Anders nos está ayudando con la identificación de la gente que rodea a Héctor, y dio la casualidad de que estabais en el mismo lugar a la misma hora. Como no conseguía hacerme una idea completa de esa noche, tenía que consultarte. Sin embargo, parece que no tienes nada que añadir que no esté ya en tu informe, así que todo está bien. ¿Verdad? —Lars no contestó, la oscuridad que le envolvía pareció dispersarse un poco. —Gracias, Lars… Continúa con la vigilancia. —Se dio la vuelta y volvió por el mismo camino por el que había venido. Había estado a punto de perder el control, temblaba por dentro.
Gunilla y Anders se quedaron callados hasta que Lars hubo desaparecido de su vista. —¿Qué opinas? —preguntó ella. Anders reflexionó—. No lo sé, la verdad es que no estoy seguro. No parece que esté mintiendo. —¿Pero? —Los ojos de Anders estaban fijos en el parque—. Es un tipo inseguro por naturaleza. Hoy parecía demasiado seguro, casi como si hubiera encontrado un truco para ocultar algún tipo de mentira. —Gunilla se levantó. —Llévame a la comisaría, quédate por aquí cerca durante un tiempo.
Gunilla estaba sentada delante del escritorio de Eva Castroneves. Eva recogió sus papeles y estuvo leyendo en voz baja antes de llegar a la sección que buscaba. —El sábado. Nada reseñable por Vasastan aparte de las borracheras, algunos casos de maltrato, un robo en la tienda de 7-Eleven de la calle Sveavägen… Una sobredosis en la casa Guldhuset del parque de Vasaparken, robos de coches, vandalismo. Un sábado normal. Lo único que he encontrado que destaca un poco es un hombre no identificado con herida de bala al que dejaron en el hospital Karolinska sobre la una de la madrugada. —¿Quién es? —Eva se giró hacia uno de sus ordenadores y comenzó a teclear. Leyó en la pantalla. —No hay información sobre su nombre. Había hablado en alemán durante los delirios febriles, según declaró el personal del hospital a los policías que acudieron al lugar. Por lo demás, por ahora no hay nada en cuanto a material de investigación, todavía estará inconsciente. —¿Has dicho que lo dejaron allí? —Eva asintió con la cabeza. —Sí, un turismo que abandonó el lugar.
Un rato más tarde, Gunilla y Anders estaban contemplando el cuerpo inconsciente de Klaus Köhler, que estaba metido entre las sábanas blancas de una cama de hospital. —No sé… Puede que fuera uno de ellos; el pequeño, en todo caso. —Gunilla quería más. Anders se tomó su tiempo, miró a Klaus desde diferentes ángulos. Gunilla se impacientó—. ¿Anders? —Anders le echó una breve mirada irritada, como si al hablarle le hubiera desconcentrado. —No lo sé, ¿lo levantamos? —El hombre estaba conectado a un dispositivo colocado sobre un carrito con ruedas junto a la cama mediante tubos, suero y cables. Gunilla se agachó, miró debajo de la cama—. Creo que se puede elevar la cabecera. —Anders se acercó, encontró un pedal debajo de la cama. Puso el pie encima, el mecanismo hidráulico comenzó a trabajar y, contrariamente a lo que quería, la cama empezó a bajar hacia el suelo rápidamente. La aguja del suero, con el tubo que la acompañaba, que estaba enganchada bajo la piel de la mano de Klaus, se había doblado bajo su brazo y salió con un ruido hueco cuando la cama descendió al nivel más bajo. Uno de los aparatos comenzó a emitir un pitido—. Mierda. —Anders cogió la aguja y la volvió a meter en la mano de Klaus, el pitido aumentó de frecuencia. Al final encontró el pedal correcto bajo la cama. La parte superior del cuerpo de Klaus Köhler se fue elevando majestuosamente delante de ellos. Cuanto más se erguía, más ruido hacía la máquina. La sinusoide de una de las pantallas se volvió muy pronunciada. Anders miró al suelo para tratar de recobrar algún tipo de recuerdo, volvió a levantar la cabeza, y así sucesivamente. Después abandonó la habitación. Gunilla lo siguió, el pitido ininterrumpido del aparato seguía sonando cuando la puerta se cerró a sus espaldas. —¿Y bien? —preguntó Gunilla. Se cruzaron con una enfermera que venía corriendo por el pasillo—. Puede que sí… Es probable que sí. Está en algún punto intermedio, tirando a probablemente. Diría que un setenta por ciento.
Gunilla estaba sentada sobre el borde de cemento de un arriate con flores en la entrada del hospital, con el móvil pegado a la oreja, haciendo preguntas amables a Sophie y recibiendo respuestas igualmente amables de su parte. —Pero ¿no ibais a cenar juntos? —Al final no. Héctor tuvo que ir a una reunión inesperada, así que me fui a casa. Anders se encontraba unos metros alejado de ella. Estaba matando el tiempo tirando guijarros a un cenicero; el ruido cuando daba en el blanco era metálico—. ¿Ha pasado algo? —Algunos detalles están un poco borrosos, sin más. Sophie estaba callada en el otro lado—. ¿Sabes con quién se reunió? —preguntó Gunilla—. No, ni idea. Anders Ask dio en el cenicero un par de veces. Clin, clan. —¿Seguro que no? —Sí. ¿Qué pasa, Gunilla?
* * *
Estaba sentada con el móvil en la mano, mirando el mantel de hule que adornaba la mesa de la sala de personal. La conversación con Gunilla seguía retumbando en su interior. Trató de recordar qué había dicho, cómo se había desarrollado la conversación. Intentó recordar el timbre de su voz…, su actitud.
¿Había revelado algo? Las ideas rebotaron en el interior de su cabeza. El teléfono volvió a sonar en su mano, tono y vibración al mismo tiempo. La confusión hizo que se olvidara de mirar la pantalla. —¿Sí? —El tono de su voz era impersonal. Dijo que quería verla, y eso la sorprendió. Ella le preguntó dónde estaba Héctor—. Da lo mismo —dijo. De repente se sintió incómoda. Aron le dijo que esperase delante del hospital cuando terminara de trabajar, que él pasaría a buscarla—. No puedo —contestó—. Sí puedes —dijo Aron, y colgó.
Él se quedó sentado al volante, no la miró cuando abrió la puerta y se sentó en el asiento del copiloto. Aron se alejó de la entrada del hospital y condujo en dirección a la autovía. En lugar de girar hacia Estocolmo, tomó la otra salida, la que llevaba hacia Norrtälje. —¿Adónde vamos? —preguntó Sophie. Aron no contestó y ella repitió la pregunta—. Vamos a hablar un poco… Deja de preguntar. —Dejó que el coche les llevara hacia delante por la autovía. El viaje se le estaba haciendo eterno. —¿Qué ocurre, Aron? —susurró. Aron no contestó, no parecía ni verla ni oírla. El miedo comenzó a apoderarse de ella—. ¿No puedes decirme adónde vamos? —suplicó. Seguramente captaría su preocupación, tal vez fuera exactamente lo que quería oír. Después de un rato salió de la autovía, tomó la salida de la derecha. Ella vio una señal, tuvo tiempo de leer «Calle Sjöflygvägen». Él continuó hacia el agua. Encontró un lugar apartado y apagó el motor. El silencio que siguió fue peor de lo que habría podido imaginarse; era compacto, casi malvado. Él miraba hacia delante, a través del parabrisas—. En breve vas a empezar a hacerte preguntas sobre la noche de ayer. No vas a encontrar respuestas claras. Al no encontrarlas, vas a querer compartir tus dudas con alguien. Ella no contestó. —No lo hagas —dijo en voz baja. Sophie tenía la mirada clavada en sus rodillas, luego miró por la ventanilla. El sol brillaba como siempre, el agua centelleaba un poco más adelante—. ¿Héctor sabe que estamos aquí? —preguntó en voz baja—. Eso da igual —dijo él. Ella sintió cómo el corazón le latía en el pecho, cómo parecía que se acababa el oxígeno dentro del coche—. ¿Me estás amenazando, Aron? —En ese momento se volvió hacia ella, mirándola. El terror que sentía se canalizó por sus conductos lagrimales. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, pesadas y espesas.
Se aclaró la voz y se limpió las lágrimas con la manga del jersey. —¿Debo tomarme en serio lo que dices? —No sabía por qué hizo esa pregunta, tal vez porque quería saber si había algo humano en él o no—. Así es —dijo, controlando la voz. Descubrió que le estaban temblando los brazos. Era solo un poco, de manera casi imperceptible, pero estaba ahí. Le dolían los brazos.
También le dolía la garganta; luchó por no tragar, parecía que todo el malestar se había concentrado allí, en la garganta… Quería tragar, su cuerpo se lo pedía.
Sophie apartó la mirada de Aron y tragó saliva. —¿Podemos volver? —Solo si me dices que has comprendido lo que te acabo de decir. —Sophie miró por la ventanilla del coche—. Sí, lo he comprendido… —dijo sin timbre en la voz. Aron se inclinó hacia delante y giró la llave. El coche arrancó.