—Aquí están, doctor Plummer —dijo la enfermera, dando una palmada y pegando un saltito de entusiasmo.
—A —Muchas gracias —respondió el médico acercándose hasta nosotros.
Debía de medir alrededor de 1,70. El cabello ceniciento, las gafas de montura plateada, la bata blanca de médico y la carpeta que llevaba bajo el brazo le conferían la apariencia de un espectro, hasta el punto de que podrías pasar junto a él sin percatarte de su presencia.
— Así que habéis venido a ver a vuestro padre —dijo con voz seca, aunque al mismo tiempo nos dirigió una enorme sonrisa, como si conversar con los familiares de los pacientes internados en la UCI fuera su pasatiempo favorito.
—¿Es usted su médico? —preguntó Nia.
—Es posible —respondió el doctor Plummer clavándole los ojos.
El contraste entre su gélida voz y su cálida sonrisa era escalofriante, casi como si se tratara de dos personas diferentes compartiendo un mismo cuerpo.
—¿Podemos verle? —Callie cogió las flores que sostenía Nia y se las enseñó—.
Le hemos traído esto.
—Todo a su tiempo —replicó el médico, inclinándose para examinar las pegatinas con nuestros nombres—, Nia, Hal y Callie.
Cuando leyó el nombre de Callie, me pareció percibir cierta decepción en su voz, como si esperase encontrar a otra persona en su lugar.
—Los tres hijos de Thornhill —dijo en voz alta, y se cruzo de brazos antes de proseguir—. Bueno, bueno, bueno. ¿Y qué os trae por aquí?
—Ya se lo hemos dicho. Estamos buscando a Roger Thornhill —dijo Nia.
Me pregunté si el hecho de llamarlo Roger Thornhill en lugar de «nuestro padre» significaba que ella también empezaba a darse cuenta de la fragilidad de nuestra coartada.
—Sí, ya sé que a los tres os encanta buscar gente, ¿no es así? —sugirió el doctor Plummer.
Aquel comentario nos cayó como un jarro de agua helada.
—¿Qué? —exclamó Callie.
—¿Qué insinúa? —preguntó Nia con su habitual tono borde, acercándose para encararlo.
El guardia, que hasta entonces había permanecido junto a la puerta, también avanzó unos pasos, pero el doctor Plummer le hizo un gesto para que retrocediera.
—Tranquilo, no hay necesidad de montar un escándalo —después de calmar al gorila, añadió casi en susurro—. ¿Qué habéis descubierto?
Nia ignoró su pregunta.
—¿Dónde está Thornhill? —inquirió.
—¿Y ella? ¿Dónde está? —replico el médico apretando los dientes.
—No sabemos de quién está hablando. Solo hemos venido a ver a Roger Thornhill —respondió Nia sin dejarse amilanar por la furia que veía en sus ojos.
—Eso me han dicho —respondió Plummer—. Por desgracia, Thornhill ya no está en el hospital.
—¡¿Qué?!—exclamó Callie.
El doctor se encogió de hombros, como si lamentara profundamente no poder ayudarnos. Después se acercó hasta el escritorio de la enfermera y dejó la carpeta que había traído sobre el mostrador.
—Necesito que me archives esto cuando tengas un momento —murmuró, y la enfermera asintió con la cabeza.
Me pregunté si habría alguna conexión entre esa carpeta y el señor Thornhill, o si sería de otro paciente con el que Plummer justo estuviera trabajando cuando se enteró de que estábamos allí.
—¿Le ha ocurrido algo? —preguntó Callie.
El médico se dio la vuelta con el rostro enrojecido por la furia.
—¿Por qué os negáis a responder a mi pregunta?
—No tenemos nada que contarle —Nia había adoptado su postura de combate, con los brazos cruzados y un pie adelantado—. Si no piensa decirnos dónde está Roger Thornhill, nos largamos y se acabó.
—¡Que niños tan adorables! —exclamó el doctor dirigiéndose al guardia—. ¿No es enternecedor ver el cariño que sienten por su padre?
El guardia esbozó una sonrisa sarcástica, pero no dijo nada.
¿Se podría considerar esto una emergencia? ¿Había llegado el momento de pulsar el botón rojo?
—Me alegro de que se sienta conmovido, doctor —dijo Nia, remarcando la última palabra con tanto sarcasmo que casi pareció un insulto.
O una pregunta.
—Sí, sí, realmente conmovido —dijo Plummer, oteándonos a través de sus lentes. Después se las quito y empezó a limpiarlas—. Sabéis que hacerse pasar por familiares de un paciente es un delito, ¿verdad? —devolvió las gafas a su sitio y nos escrutó nuevamente a través de ellas—. Y, si no me equivoco, no sería la primera vez que os las tenéis que ver con las fuerzas del orden de Orion, ¿no es cierto? Y también tengo entendido que no sienten especial simpatía por ti, ¿no es así, Hal Thornhill? —dijo acentuando el apellido con sarcasmo, y sus ojos se clavaron en mí.
Hice un gran esfuerzo por sostener la mirada, pero fue Nia la que intercedió: —¿Nos está amenazando?
En lugar de sentirse ofendido, el doctor Plummer se echo a reír con una risa amarga y espeluznante, sin ningún rastro de humor.
—Nada de eso, señorita. Jamás se me ocurriría amenazar a tres chicos tan encantadores. Prefiero, simplemente… vigilarlos. Ver qué se traen entre manos.
—Ah, ¿y acaso eso no es un delito? —exclamó Nia.
El doctor Plummer dejo de reírse tan rápido como había empezado.
—Mira, jovencita, antes de empezar con amenazas legales, piensa de qué lado estás —sonrió, satisfecho por la agudeza de su comentario —Así es, todos deberíamos saber de parte de quién estamos.
El doctor Plummer no dijo nada más y, segundo después, desapareció por la doble puerta de la UCI, seguido muy de cerca por el guardia.
En cuanto se marchó, Callie y yo nos acercamos a Nia y chocamos los cinco con ella.
—¡Nia, eres una chica Bond! —exclamé.
—De eso nada —me corrigió ella meneando la cabeza—. Soy James Bond en persona.
Levanté las manos para indicarle que no pretendía ofenderla, mientras Callie esbozaba una pequeña sonrisa. Me di cuenta de que le temblaba la mano con la que sostenía las flores.
—Callie —dije—, dame eso y salgamos de aquí.
Alargué la mano hacia el ramo y, durante un segundo, me pareció que Callie iba a dármelo, pero de repente cambio de opinión y retrocedió.
—¡Espera!—susurró mirando de reojo a la enfermera—. Tengo una idea.
—¿Se puede saber que…? —empezó a decir Nia, pero se calló al darse cuenta que la tipa nos estaba mirando.
—Os sugiero que os marchéis de aquí. De inmediato —se puso en pie, precedida por su falsa sonrisa de animadora.
Sin apenas separar los labios, Callie murmuró: —Seguidme la bola.
Y dicho esto, los tres nos acercamos lentamente al mostrador de enfermería.
Cuando ya casi lo habíamos alcanzado, Callie empezó a decir: —Bueno, ya que hemos traído las flores, sería una pena que…
Y entonces se encogió de hombros y pegó un traspié, llevándose por delante a Nia, que cayó al suelo dando un grito. Callie aterrizó sobre el mostrador y le tiró el centro encima a la enfermera.
—¡Idiotas! —gritó la chica cuando el agua de las flores se derramó sobre su uniforme y su escritorio—. ¡Sois tontas de remate!
Pasó la mano sobre su mesa para limpiarla, produciendo una cascada de agua que se estrelló contra el suelo.
—Ay, lo siento mucho —dijo Callie, apoyándose sobre el escritorio—. Creo que el teclado se ha salvado, pero…
La enfermera empezó a sacar pañuelos de papel para secar el teclado de su ordenador.
—¡Largaos de aquí! —estalló.
Callie se apartó del mostrador y ayudó a Nia a levantarse.
—Lo siento muchísimo, de verdad —volvió a decir.
La enfermera retrocedió un paso y se oyó un crujido de algo rompiéndose.
—¡Cuidado con el cristal! —añadió Callie, y a continuación nos susurró—: Larguémonos de aquí.
No hizo falta que lo dijera dos veces. Nia y yo echamos a correr detrás de ella.
Atravesando el pasillo y cambiamos la lentitud del ascensor por la potencia de nuestras piernas. Mientras bajábamos por las escaleras de cemento, poco iluminadas y casi desiertas, se me ocurrió pensar que estábamos en el típico sitio donde el asesino arrinconaba al protagonista en las películas. Por suerte no nos topamos con nadie, y finalmente Callie empujo la puerta bajo el cartel de SOLO SALIDA y salimos a la calle, envueltos por la frescura del atardecer de Orion.
—¡Menuda pérdida de tiempo! —exclamé, dándole una patada a un contenedor que había por allí.
—El médico se refería a Amanda, ¿verdad? —preguntó Nia—. Es decir, decirme que no estoy teniendo alucinaciones…
—Lo he pillado —dijo Callie, que corría detrás de mí.
—Sí, todos lo hemos pillado. La cuestión es… ¿Por qué la buscan? —dijo Nia, exasperada.
—No —dijo Callie, poniendo una mano sobre el hombro de Nia y la otra sobre el mío.
Cuando nos dimos la vuelta para mirarla, caímos en la cuenta de que su rostro, al contrario que los nuestros, rebosaba entusiasmo y excitación.
—Lo que quiero decir —añadió—, es que he pillado esto.
Se metió la mano bajo el grueso poncho verde y sacó algo. Un instante después, ondeó ante nuestros ojos un sobre con el nombre de Roger Thornhill impreso en la lengüeta.