Capítulo 5

—¿Qué quieres decir con eso? —inquirió Nia.

—Pues verás…

—¿Q Estaba a punto de confesarles que en ocasiones veo cosas (vamos, lo más normal del mundo, ¿no?), pero entonces caí en la cuenta de que no les había hablado de la lista que encontré en el ordenador de Thornhill.

¡Menuda cabeza la mía!

Inspiré profundamente y empecé desde el principio.

—Mirad, ahora no hay tiempo para explicaciones, tendréis que confiar en mí. Primero necesito contaros una cosa muy importante, aunque es posible que después de escucharme penséis que me estoy volviendo majara.

—Tranqui, Hal —dijo Nia, poniéndome una mano en el hombro—. Nadie ha dicho que estés loco… por mucho que a veces lo pensemos.

—Claro, y aunque estés como una cabra, podemos seguir siendo amigos —añadió Callie con una sonrisa contagiosa—. Cuando te encierren, iremos a visitarte al manicomio. ¡Tenlo por seguro!

—Bueno, me alegra saber que al menos habrá alguien que quiera visitarme —me di una palmada en las piernas y cogí aire—. A ver, chicas, lo que voy a contaros es lo más raro que he visto en mi vida.

Les hablé de la lista que encontré en el ordenador del subdirector y enumeré todos los nombres que recordaba. Nia se puso pálida cuando escuchó el nombre de sus padres, y Callie se quedó boquiabierta al enterarse de que su madre también estaba incluida.

—Debe de haber unos cien nombres por lo menos —concluí—, o puede que incluso doscientos.

Al comparar todos los nombres que vi con los poquitos que había logrado recordar, me sentí fatal. ¡Menuda diferencia de número!

—¿Seguro que no estaba el nombre de Amanda? —preguntó Nia.

Negué con la cabeza.

—Juraría que no lo vi, pero la letra era bastante pequeña —aseguré, y separé los dedos pulgar e índice dejando un hueco entre ellos—. Y apostaría a que no me dio tiempo a revisar todas las páginas. También es posible que no lo reconociera si, en vez de Amanda Valentino, aparecía su verdadero nombre.

Las chicas intercambiaron una mirada y se ve que también una pregunta, porque Callie se encogió de hombros y negó con la cabeza.

¿Era así cómo reaccionaba la gente justo antes de llamar a los loqueros para que te encerrase?

Abrí la boca para decir algo en defensa de mi cordura, pero antes de que pudiera articular palabra, alguien me interrumpió: —Chicos, ¿habéis encontrado la caja?

Me di la vuelta y vi a Louise, subida a una escalera, intentando alcanzar una bolsa de plástico de un estante. Cuando la abrió, sacó una maraña de hilos que no resultaron ser otra cosa que un vestido.

—¡Qué chulada! —exclamó Nia.

—Es de 1965 —dijo Louise con una sonrisa, apreciando el buen gusto de Nia.

—¿Has dicho algo de la caja? —añadió Nia.

Entonces me pregunté si a Nia le gustaba realmente ese vestido de hilo, o si solo le estaba haciendo la pelota a Louise.

—Puede ser —respondió la dueña de la tienda lacónicamente—. En cualquier caso, si yo estuviera en vuestro lugar, empezaría a buscarla por allí —señaló el rincón al otro lado del perchero.

El gesto habría sido de gran ayuda de no ser porque la zona a la que se refería estaba repleta de objetos, apilados unos encima de otros.

Nia se encaminó en la dirección que nos había indicado Louise, pero se detuvo al ver un precioso espejo de plata sobre un tocador antiguo.

Cuando lo cogió, la expresión que apareció en su cara me resultó tan enigmática que me acerqué a ella, preocupado.

—¿Qué? —preguntó Nia, confusa, cuando reparo en mí; parecía que acababa de salir de un sueño.

—Te he preguntado si estás bien —respondí.

—Sí, es solo que… —titubeó, algo muy poco habitual en Nia—. Este regalo desprende mucha tristeza —se quedó con la mirada perdida, apretando el espejo contra el pecho.

Callie rodeó el perchero para acercarse a ella.

—¿Qué es? —preguntó.

Cuando Callie le quitó el espejo de las manos para verlo mejor, el rostro de Nia perdió la expresión soñadora y recuperó ese ceño fruncido que tanto la caracterizaba.

—«A mi queridísima Fran en el día de nuestra boda. Te querré siempre.

George. 4 de octubre de 1917» —Callie levantó la mirada, algo confusa— . ¿Por qué te parece triste? Yo creo que es muy bonito.

Nia puso los ojos en blanco y se dio la vuelta.

—Lo que tú digas —farfulló mientras retomaba su camino hacia el lugar indicado por Louise.

—¿Por qué has dicho que era triste? —insistí, pisándoles los talones.

Esperaba que me soltara algo, aunque solo fuera el típico comentario sarcástico, pero Nia estaba tan ensimismada que no pareció escucharme. Justo cuando iba a preguntarle de nuevo, pegó un grito y señaló algo con el dedo: una caja encajada entre un fonógrafo y un tocador de mármol. Parecía bastante pesada, a juzgar por el esfuerzo que tuvo que hacer Nia para intentar desencajarla. Me acerqué a ayudarla, pero…

—Ni se te ocurra, Hal Bennett. Sí, ya sé que pesa mucho, pero puedo hacerlo sola —replicó sin siquiera mirarme.

—Vale, vale…

Retrocedí unos pasos mientras Nia movía suavemente la caja adelante y atrás. Una vez que logró desencajarla, la levantó y la colocó sobre el tocador.

—¡Vaya! —exclamó Callie, alargando la mano para tocar la superficie de madera, tan negra como la tinta china.

—Y que lo digas… Vaya… ¡Vaya! —añadió Nia.

—Madre mía… Vaya, vaya… ¡vaya! —dije para aportar mi granito de arena a la ronda de exclamaciones.

A primera vista, la caja era de madera negra de grano fino con algún que otro toque de color turquesa (tanto en el dibujo de la propia madera como en los motivos de soles tallados en plata o nácar). Yo diría que databa de la época de los nativos americanos, pero tal vez me dejaba influir demasiado por el turquesa. Me acerqué con intención de abrirla y fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía ni tapa ni cajones.

—Oye, Louise —dijo Callie, pensando exactamente lo mismo que yo.

Como si hubiera sabido que necesitaríamos su ayuda, el rostro de Louise se reflejó en el espejo que había sobre el tocador.

— ¿De verdad es una caja? —preguntó Callie —Eso parece, ¿no? —espetó la dueña de la tienda.

Su respuesta no fue nada del otro mundo, pero la formuló en un tono suave y algo burlón. Me dio la impresión de que Louise se sentía aliviada porque la hubiéramos encontrado.

—Lo que Callie quiere saber es si esta caja se abre —dijo Nia en un tono de lo más agradable para ser ella.

Justo entonces, su móvil empezó a sonar con fuerza, como queriendo mostrar toda su mala leche contenida. Nía comprobó quién llamaba y se puso un poco pálida de repente.

—Hola, mamá —contestó.

Se alojó unos pasos para seguir hablando y no pude escuchar bien lo que decía, pero quedaba claro que su madre le estaba echando la bronca.

—Lo siento —dijo Nía, sonando realmente arrepentida—. No me he dado cuenta de la hora…

¡Mierda! Saqué mi móvil del bolsillo y vi que tenía tres llamadas perdidas. Por lo tarde que era, no había duda sobre quién me había estado llamando.

La había liado bien gorda.

Callie era la única de los tres que no parecía preocupada por la hora.

Supongo que algo tenía que ver que su progenitor no fuera el padre del año precisamente. Callie ni siquiera había sacado su móvil. En vez de eso, se puso a examinar la caja muy detenidamente.

—Hal, mira esto.

Me acerqué para echar un vistazo y enseguida comprendí el motivo de su sorpresa.

Al contrario de lo que pensé en un principio, la caja no estaba hecha de madera granulada. Los cambios de color no eran los dibujos naturales de la madera, sino tallados. Tenían un diseño de lo más elaborado, el más complejo y enmarañado que había visto en mi vida. A simple vista, parecía una mezcla de hoja y enredaderas de las que emergían una serie de criaturas, pero bajo la tenue luz de la estancia no podía distinguir exactamente de qué se trataba.

—Es preciosa —susurró Callie. Se levantó, colocó las manos sobre la caja y empezó a palparla—. Pero no encuentro la forma de abrirla.

Nia se acercó a nosotros después de cerrar el móvil con un gesto de cabreo.

—Chicos, estoy muerta. Mi madre acaba de darme tres minutos para que vuelva a casa, así que más vale que me crezcan alas para echar a volar, porque si no…

—Creo que yo también debería irme —dije, sin dejar de mirar la caja.

¿De verdad íbamos a marcharnos todos sin averiguar nada más?

Como si me hubiera leído la mente, Louise añadió: —Os gustaría seguir examinando esa caja, ¿eh?

Callie siempre era muy agradable, pero en ese momento se superó a sí misma. Se dirigió a Louise con la sonrisa más dulce que fue capaz de esbozar y (juro que no me lo invento) entrelazó las manos como si estuviera rezando.

—Louise, tengo que pedirte un favor enorme.

Como si la hubiera calado desde el principio, Louise rompió a reír en sonoras carcajadas.

—Cariño, guárdate ese rollo de niña buena para tus novios.

Callie se puso colorada, pero no se enfadó como habría hecho Nia.

—Podemos llevarnos la caja, ¿verdad? —dijo entonces Nía.

Más que una pregunta parecía una afirmación, pero el tono de Nia no era nada ofensivo, y me di cuenta de que las cosas habían empezado a mejorar entre ellas.

Louise respondió con rodeos.

—Esa caja es muy valiosa. Os dais cuenta de lo peligroso que sería que cayera en manos de las personas equivocadas, ¿verdad?

—Claro que sí, la protegeremos con nuestras vidas —añadí, y aunque suene un poco melodramático, en su momento me pareció que era lo que debía decir.

Louise nos miró con detenimiento, uno por uno, mientras se frotaba lentamente las manos como si se las estuviera lavando.

—Sé que lo haréis —sentenció finalmente.

Y dicho esto, se dio la vuelta y desapareció en las profundidades de la trastienda. Un minuto después, escuchamos el sonido de una puerta al cerrarse.

Los tres intercambiamos una mirada.

—Seguimos sin saber si se abre o no —comentó Nia.

Callie cogió la caja. Al final no era tan pesada como parecía (seguro que antes debió influir en la forma en la que estaba encajada entre los otros muebles), ya que mi amiga no tuvo ningún problema para levantarla.

Mientras la sostenía, siguió examinando la superficie de madera, que parecía cambiar de forma bajo la luz.

Y entonces, bajo nuestra atenta mirada, empezó a sacudir la caja con suavidad.

Se escuchó el traqueteo de algo que se movía en su interior.

—Chicos —dijo Nia, rompiendo el silencio—, creo que ahí tenemos la respuesta.