Durante el camino de vuelta de Ponticelli a Roma, Gregori Mandino telefoneó a Pierro y le ordenó que esperara en un restaurante de la Via delle Botteghe Oscure. Debido a la naturaleza de su trabajo, Mandino no disponía de despacho y solía celebrar todas sus reuniones en cafeterías y restaurantes. Le dijo también a Pierro que buscara mapas detallados de la ciudad y de los alrededores, así como de las estructuras construidas en la antigua Roma, y que se los llevara, junto con un ordenador portátil.
Se encontraron en un pequeño comedor privado situado al fondo del restaurante.
—¿Ha encontrado la Exomologesis? —preguntó Pierro, después de que Mandino y Rogan se sentaran y pidieran algo de beber.
—Sí —contestó Mandino—, y creí de verdad que eso acabaría con el asunto, pero cuando Vertutti desenrolló el pergamino completamente, había una posdata que no esperábamos.
—¿Una posdata?
—Una breve nota en latín acompañada del sello imperial de Nerón Claudio César Druso, que alarmó bastante a Vertutti, ya que implicaba que el pergamino era solo una parte de lo que Marcelo había enterrado bajo las órdenes de Nerón, y que ni siquiera se trataba de la más importante.
—Entonces, ¿qué otra cosa enterró?
Mandino le contó lo que Vertutti había traducido del latín.
—¿Habla en serio? —preguntó Pierro, con un ligero pero perceptible temblor en su tono de voz—. No puedo creerlo. ¿Los dos?
—Eso es lo que afirma el texto en latín.
El académico palideció a pesar de la cálida luz de la habitación.
—Pero yo no… Quiero decir… ay, Dios. ¿De verdad lo cree?
Mandino se encogió de hombros.
—Mis opiniones carecen de relevancia, y sinceramente, no me importa si lo que aparece escrito en el pergamino es verdad o no.
—Pero ¿Es posible que esas reliquias se hayan conservado realmente durante dos mil años?
—Vertutti no está dispuesto a arriesgarse. La cuestión es, Pierro, que estamos obligados contractualmente a resolver esto, por lo que estoy esperando a que descifre lo que aparece en la piedra.
—¿Dónde está ahora?
—La hemos dejado en el coche. Rogan ha realizado fotografías de la inscripción, con las que podrá trabajar.
Rogan le entregó la tarjeta de datos de la cámara.
Pierro la introdujo en un bolsillo de la funda de su ordenador.
—Me gustaría ver la piedra por mí mismo.
Mandino asintió con la cabeza.
—El coche está a la vuelta de la esquina. Iremos a echar un vistazo en unos minutos.
—¿Y qué es la inscripción exactamente? ¿Un mapa? ¿Instrucciones?
—No estamos seguros. Definitivamente es el fragmento inferior de la inscripción en latín (hemos colocado las dos piezas juntas y coinciden) pero parecen ser solo tres líneas rectas, seis puntos y algunos números y letras. Es más probable que se trate de un diagrama que de un mapa, pero debe indicar el lugar en el que se ocultaron las reliquias, de no ser así no habría tenido sentido, en primer lugar, tallarla, y en segundo lugar, que alguien ocultara la piedra.
—¿Líneas? —masculló Pierro—. Ha dicho letras y números. ¿Podría recordar qué letras? ¿Es posible que sean las letras «PO» y «MP»?
—Si, y creo que también la letra «A». ¿Por qué? ¿Sabe lo que significan?
—Bueno, es posible que signifiquen pedes o passus, mille passus yacus. Son unidades romanas para medir distancias.
Quienquiera que preparase el diagrama pudo haber elegido algunos edificios o monumentos históricos prominentes como puntos de referencia.
—Espero que esté en lo cierto —dijo Mandino—. Vamos a echar ahora un vistazo a la piedra, y luego puede ponerse manos a la obra. —Se levantó y salió del restaurante.