Las búsquedas en Internet habían servido de ayuda, aunque no demasiado. Bronson y Ángela sabían ahora mucho más acerca de los romanos en general, y del emperador Nerón en particular, pero seguían sin saber prácticamente nada acerca de Marco Asinio Marcelo, que permanecía como un personaje vago e insustancial, carente prácticamente de registro histórico, y tampoco tenían ni idea de qué había sido enterrado bajo las órdenes de Nerón.
En su habitación de hotel de Santa Marinella, Bronson examinó el skyphos detenidamente mientras Ángela consultaba uno de sus libros acerca de Nerón.
—Lo que no hemos mirado en realidad —dijo Bronson lentamente—, es esta taza para beber.
—Sí lo hemos hecho —objetó Ángela—. Ahora está vacía porque se han llevado el pergamino, pero hemos copiado la especie de mapa que aparece en su exterior, ya no nos puede revelar más información.
—No me refería a eso exactamente. He estado intentando reconstruir la secuencia de sucesos. Este recipiente es una copia de un skyphos romano del siglo I, pero, ¿por qué los cátaros no utilizaron un recipiente contemporáneo para ocultar el pergamino? Podrían haber utilizado cualquier vasija antigua y haber inscrito ese diagrama en ella. Pero, ¿por qué se molestaron en fabricar una réplica de una taza para beber romana? Tiene que existir un buen motivo para ello.
»El verso en occitano que encontramos contenía una única palabra en latín (calix) que significa «cáliz», lo que es un indicador claro de esta vasija, pero creo que el hecho de que se asemeje a un recipiente romano apunta directamente a la inscripción en latín. Puede que esta vasija y las dos piedras formen parte del mismo mensaje silencioso dejado para alguien por el último de los cátaros.
—Ya le hemos dado vueltas a eso, Chris.
—Lo sé, pero queda una pregunta por contestar. —Bronson señaló el lateral del skyphos—. ¿De dónde procede eso? —dijo él.
—¿La vasija?
—No. El mapa o diagrama, o lo que demonios sea. Puede que hayamos entendido mal lo del «tesoro cátaro», o que lo hayamos entendido a medias. Debían de tener el pergamino (las pistas que hemos seguido cuando lo encontramos eran demasiado específicas como para tratarse de una coincidencia) pero supón que el pergamino constituyera solo una parte de su tesoro.
—¿Qué otra cosa tenían?
—Me pregunto si los cátaros encontraron o heredaron tanto el pergamino como la piedra con la inscripción en latín.
Ángela parecía desconcertada.
—No veo de qué forma nos puede servir esto de ayuda. Todo lo que hay en la piedra son esas tres palabras en latín.
—No —dijo Bronson—. Hay (o al menos había) algo más. Recuerda lo que Jeremy Goldman me contó. Dijo que la piedra había sido seccionada, y que el fragmento cubierto de cemento de la casa de los Hampton era solo la mitad superior. De hecho, esa pista es la que nos hizo a Mark y a mí comenzar a buscar por el resto de la casa.
Buscábamos el fragmento inferior que faltaba.
—Pero nunca lo encontrasteis, ¿de qué forma puede ayudarnos entonces?
—Tienes bastante razón. No lo encontramos, pero me pregunto si lo hemos hecho ahora, o al menos si hemos encontrado lo que aparecía escrito en ese fragmento. Piénsalo. ¿Cómo describirías las letras talladas en la inscripción romana?
—Mayúsculas sin florituras. Una inscripción en latín típica del siglo I. Existen cientos de ejemplos similares.
—¿Y que hay de los versos en occitano?
Ángela reflexionó durante un momento.
—Son completamente diferentes. Estaban escritos en cursiva, supongo que el equivalente actual sería una especie de bastardilla.
—Exacto. Vale, calculaste que la inscripción en occitano fue tallada prácticamente al mismo tiempo que se creó el skyphos, probablemente en el siglo XIV, ¿no es así?
—Es probable, sí.
—Mira ahora el diagrama que aparece a un lado de la vasija, y las letras y los números. Los números son latinos (eso es lo primero) y las letras son mayúsculas. En otras palabras, aunque sea posible que el skyphos y la inscripción en occitano sean contemporáneos, nunca lo deducirías con solo con mirar los dos textos. Parecen completamente distintos.
—Estás diciendo entonces que si el skyphos fue fabricado por los cátaros, ¿por qué la decoración lateral es claramente romana? Aparte de que se trate de una copia evidente de una vasija para beber romana, claro.
—Sí —dijo Bronson—, y creo que se hizo de forma deliberada. Los cátaros realizaron una copia de una vasija romana para guardar en ella el pergamino, y la decoración que eligieron para el skyphos es también romana, y lo que es más, el diagrama se encuentra encabezado por «H V L» («Hic vanidici latitant») al igual que la piedra con la inscripción en latín.
—Sí —dijo Ángela, con un repentino tono de emoción—. ¿Quieres decir que lo que estamos viendo aquí puede ser una copia exacta del mapa o del fragmento que falta de la piedra?
Bronson asintió con la cabeza.
—Supón que los cátaros hubieran estado en posesión de la piedra durante años, pero que nunca hubieran sido capaces de descifrar su significado. Es probable que el pergamino haga referencia a la piedra, o a lo que enterraran, lo que les convenció de la verdadera importancia del mapa o diagrama. Cuando los últimos cátaros huyeron de Francia y llegaron a Italia, eran conscientes de que su religión estaba condenada a morir, pero continuaban deseando conservar el «tesoro» que habían logrado sacar en secreto de Montségur, por lo que dividieron la piedra en dos, dejaron una parte (la superior) en un lugar donde pudiera ser encontrada con facilidad, pero ocultaron la parte importante, el diagrama, en otro lugar.
»Para que un cátaro, o alguien que conociese lo bastante acerca de su religión, pudiera descifrarlo, prepararon la inscripción en occitano, cuyas pistas conducirían al pergamino, que se encontraba a salvo, oculto en el skyphos, y en la vasija dejaron una copia exacta del diagrama que nunca lograron entender. Creo que ese mapa muestra el lugar exacto en el que se ocultan los «mentirosos».
—Pero no se parece a ningún mapa de los que haya visto nunca. Son solo líneas, letras y números. Podrían significar algo.
Una vez más Bronson asintió con la cabeza.
—Si se tratara de algo fácil, los cátaros lo habrían descifrado hace setecientos años. Es una suposición, pero creo que Nerón debió insistir en que el escondite se ubicara en una zona que no pudiera nunca ser encontrada por accidente, lo que quiere decir en algún lugar bien alejado de la Roma imperial. Está claro que el emperador (o probablemente Marcelo) decidió trazar un mapa que mostrara la ubicación, para que el escondite pudiera ser encontrado en un futuro, en caso necesario. Sin embargo, para protegerlo aun más, idearon un tipo de mapa que debería ser descifrado.
—Entiendo a qué te refieres —dijo Ángela—. Pero este recipiente es mucho más pequeño que la piedra. ¿Qué pasa con la escala?
—He estado pensando en eso, y no creo que importe. Conozco algo de las técnicas para realizar mapas, y siempre que se conozca la escala, se puede interpretar un mapa de cualquier tamaño. Ese diagrama —señaló el skyphos—, no es un mapa convencional, ya que carece de una escala, al menos que yo sepa, y tampoco muestra costa, ríos ni ciudades. He estado intentando ponerme en el lugar del hombre que lo preparó, en un intento por averiguar qué pudo hacer para crear un mapa que perdurara durante siglos, en caso necesario.
»Si el lugar del enterramiento se encontraba fuera de Roma, no habría podido utilizar los edificios como puntos de referencia, dado que las únicas estructuras que vería no serían permanentes. Quiero decir, si hubiera enterrado algo en Roma, habría supuesto que lugares como el Coliseo perdurarían, y los habría utilizado para identificar la ubicación del enterramiento, pero en el campo, incluso una enorme villa podría ser abandonada o destruida en una generación o dos, por lo que la única opción realista habría sido la de utilizar características geográficas muy específicas.
»Creo que Marcelo (o quienquiera que creara esto) eligió objetos permanentes, cosas que, independientemente de lo que ocurriera en Italia, fueran siempre visibles e identificables. No creo que este mapa requiera una escala, porque probablemente haga referencia a un grupo de colinas cercano a Roma. Creo que las líneas muestran las distancias entre ellas y sus respectivas alturas.
Durante unos segundos, Ángela observó el diagrama que aparecía a un lado del skyphos, y luego al dibujo que Bronson había trazado, siguiendo con los dedos las letras y los números que había copiado de la vasija. Más tarde, cogió un libro sobre el Imperio romano, lo hojeó hasta llegar al índice, y abrió la página específica, que contenía una tabla con letras y cifras.
—Eso puede tener sentido —dijo ella, mientras hojeaba la copia del diagrama de Bronson y la tabla del libro—. Si tienes razón y las líneas representan distancias, entonces «p» se traduciría como passus, el ritmo del paso doble de un legionario romano que correspondía a 1,480 metros, «M P» significaría mille passus, mil passus, lo que correspondería a la milla romana equivalente a 1480 metros. Las marcas de la «P» que aparecen junto a los puntos representarían las alturas de las colinas, medidas en pes, pedes en plural, el pie romano de 29,62 centímetros, y «A» el actus, 120 pedes o aproximadamente 116 pies.
—Pero, ¿crees que los romanos eran capaces de utilizar cifras tan exactas? —preguntó Bronson.
Ángela asintió con rotundidad.
—Sin duda. Los romanos disponían de una serie de instrumentos de medición, entre los que se incluía uno denominado groma, que fue utilizado durante siglos, antes del reinado de Nerón, y que permitía realizar mediciones con gran sofisticación. Además, no olvides la cantidad de edificios romanos que continúan en pie en la actualidad, que no habrían sobrevivido si los constructores no hubieran dispuesto de una habilidad para medir bastante avanzada.
Ángela se dirigió al teclado del ordenador portátil, introdujo la palabra «groma» en el motor de búsqueda y pulso la tecla «Intro». Cuando aparecieron los resultados, eligió una página e hizo clic sobre ella.
—Ahí está —dijo ella, señalando a la pantalla—. Eso es una groma.
Bronson observó el diagrama del instrumento durante un momento. Estaba compuesto por dos brazos horizontales que se cruzaban formando un ángulo recto y que reposaban sobre un pivote adjunto a una pértiga vertical, y cada uno de los brazos soportaba en su extremidad una plomada.
—Y también utilizaban un objeto denominado gnomon para ubicar el norte (de forma bastante aproximada), y podían medir distancias y alturas con la ayuda de un dioptre.
—Por lo que lo único que nos queda es averiguar qué colinas utilizó Marcelo como puntos de referencia.
—Eso parece fácil, pero solo si se dice a la ligera —comentó Ángela irónicamente—. ¿Cómo demonios vas a conseguirlo? Debe haber cientos de formaciones montañosas fuera de Roma.
—Tengo un arma secreta —dijo él, con una sonrisa—. Se llama Google Earth, y lo puedo utilizar para comprobar la elevación de cualquier punto de la superficie del planeta. Existen seis puntos de referencia en ese diagrama, así que, lo único que tengo que hacer es convertir las cifras en unidades de medida modernas, y luego encontrar seis colinas que coincidan con dichos criterios.
»Entonces encontraremos a los mentirosos.