I

Ángela salió del estrecho cubículo de la ducha, se envolvió con una toalla y se dirigió al lavabo. Mientras se secaba el cabello, se miró, haciéndose reproches, en el pequeño espejo, y preguntándose una vez más qué demonios estaba haciendo.

Durante las últimas veinticuatro horas su mundo había dado un vuelco. Antes, su vida era ordenada y predecible, pero ahora uno de sus mejores amigos había sido asesinada y su ex marido era aparentemente el principal sospechoso, y estaba huyendo con él, intentando evitar a la policía y a una banda de asesinos italianos.

Sin embargo, de forma extraña, empezaba a divertirse. A pesar del fracaso de su matrimonio, aún le gustaba Chris, y disfrutaba estando en su compañía. Y, a pesar de que no lo admitiría jamás ante nadie, lo encontraba tan atractivo como la primera vez que lo vio. Todavía se estremecía cada vez que él entraba en la habitación, exigiéndole atención de inmediato.

Quizá eso fuera parte del problema, reflexionó mientras se vestía. Chris era atractivo, y quizá eso había enturbiado su juicio al elegirlo. Puede que si le hubiera prestado una atención más meticulosa, se hubiese dado cuenta de que su verdadero afecto iba en otra dirección, hacia la inalcanzable Jackie, lo que le habría ahorrado numerosos dolores de cabeza de haberlo deducido a tiempo.

Dio un ligero respingo al oír que llamaban a la puerta.

—Buenos días —dijo Chris—. ¿Has desayunado ya?, porque tenemos que ponernos a trabajar.

—Tomaré algo más tarde —contestó Ángela—. Voy a salir a hacer unas llamadas, y a echar un vistazo por ahí. Quédate aquí hasta que regrese.

En el exterior del hotel, caminó con decisión calle abajo hasta que encontró un teléfono público que funcionaba, introdujo una tarjeta telefónica en la ranura y marcó el número de su superior inmediato en el museo Británico.

—Soy Ángela —dijo con voz ronca—. Me temo que tengo algo, Roger. Gripe o algo así. Voy a tener que tomarme un par de días de descanso.

—Dios mío, parece que estuvieras muerta. No te atrevas a acercarte por aquí hasta que te encuentres mejor. En serio, ¿necesitas algo, comida, medicina, o lo que sea?

—No, gracias. Simplemente voy a quedarme en la cama hasta que se me haya pasado.

Ángela y Bronson habían estado discutiendo su plan en el tren hacia Cambridge la noche anterior. Había utilizado un teléfono público, porque así no dejaba ningún rastro: Bronson sabía que si mantenían los móviles encendidos podrían ser localizados de inmediato con apenas unos metros de error, por lo que los dos teléfonos Nokia estaban en su bolsa de viaje, con las baterías retiradas, como medida de precaución.

Ángela realizó una segunda llamada, y luego volvió por la calle East Road, parándose en la panadería por el camino.

—Toma —dijo, cuando entró en la habitación de hotel de Bronson, y le entregó una pequeña bolsa de papel—. He comprado un par de bollitos como tentempié antes del almuerzo.

—Gracias. ¿Has hecho las llamadas? —preguntó Bronson.

Ángela asintió con la cabeza.

—Roger estará contento. Tiene paranoia con todo tipo de resfriado o gripe.

—¿Y Jeremy?

—Bueno, lo he llamado y le he dado el mensaje. Le he explicado lo de Mark, y que pensamos que su muerte tiene algo que ver con las inscripciones. Le he advertido que él también puede ser un objetivo, pero se lo ha tomado a risa. Continúa pensando que los versos no tienen ningún significado para nadie de este siglo.

Bronson frunció el ceño.

—Me gustaría creer que tiene razón —dijo él—. Bueno, has hecho lo que has podido.

—De acuerdo —dijo Ángela, mientras se quitaba las migas de la falda—. Vamos a ponernos manos a la obra. ¿Tienes alguna idea?

—En realidad, no. El problema con los versos en occitano es que parece que lo que dicen está muy claro, pero no tengo ni idea de su significado real. Así que me preguntaba si la mejor opción sería comenzar por la inscripción en latín (o más bien con las iniciales que aparecen debajo de ella) y ver si podemos identificar al hombre que ordenó que la piedra fuera tallada.

—Eso parece tener lógica —dijo Ángela—. Hay un par de cibercafés cerca de aquí, plagados de desaliñados estudiantes sin afeitar, probablemente accediendo a sitios porno de alta calidad. —Se quedó callada y le lanzó una mirada crítica—. Tú encajarías a la perfección.

Bronson había optado por un disfraz rudimentario. Había dejado de afeitarse, aunque necesitaría un par de días para que la barba realmente se le notase, y había sustituido sus habituales traje y corbata por una camiseta ajada, vaqueros y unas zapatillas de deporte.

Diez minutos más tarde, entraron en el primero de los cibercafés que Ángela conocía. Había tres ordenadores disponibles, así que pidieron dos cafés y comenzaron a navegar por la web.

—¿Te convence la sugerencia de Jeremy acerca de que «PO» sean las iniciales de per ordo? —preguntó Ángela.

—Sí. Creo que debemos dar por hecho que ese es su significado e intentar averiguar quién era «LDA». Otra de las cosas que sugirió es que esa talla probablemente date del siglo I d. C. Pero, Ángela, debemos darnos prisa. Después de lo que le ha sucedido a Jackie, solo me pienso quedar en este ordenador durante una hora. Hayamos o no encontrado algo, dentro de una hora nos levantamos y nos vamos. ¿De acuerdo?

Ángela asintió con la cabeza.

—Vamos a comenzar de la forma más fácil —dijo ella, e introdujo «LDA» en Google, pulsó la tecla «intro» y se inclinó hacia delante con expectación.

El resultado no les sorprendió: prácticamente medio millón de coincidencias, pero de cuerdo con lo que vieron, a primera vista, ninguna de utilidad a no ser que se buscara información sobre la agencia británica London Development Agency o la asociación Learning Disabilities Association.

—Ya pensaba yo que parecía demasiado fácil —masculló Bronson—. Vamos a refinar la búsqueda. Intenta encontrar una lista de senadores romanos para ver si uno de ellos encaja.

Eso resultaba más fácil decirlo que llevarlo a cabo, y transcurrida la hora que Bronson había asignado, habían encontrado información detallada sobre las vidas de numerosos senadores, pero ninguna lista que pudiesen examinar.

—De acuerdo —dijo Bronson, mirando a toda prisa su reloj—. Un último intento. Escribe «LDA senado romano» y veamos qué nos sale.

Ángela introdujo la frase y esperó a que el motor de búsqueda proporcionase los resultados.

—Nada —dijo Ángela, mientras se desplazaba hacia abajo por la página.

—Espera —dijo Bronson—. ¿Qué es eso? —Y señaló una entrada titulada «Pax Romana» que incluía una referencia a «LDA y Aurora».

—Prueba con esa —dijo él.

Ángela hizo clic sobre la entrada. En el lado izquierdo había una larga lista de nombres romanos, bajo el título «Miembros regulares».

—¿Qué demonios es eso? —dijo Bronson en voz alta.

—Ay, ya lo sé —dijo Ángela, desplazándose hacia arriba y hacia abajo por la página—. He oído hablar de eso. Es una especie de novela en línea acerca de la antigua Roma. Puedes leerla, o incluir material, si lo deseas. Incluso se puede aprender algo.

Bronson recorrió con la mirada la lista de nombres, luego se detuvo.

—Qué sorpresa. Mira, ¿es eso casualidad o qué? —Señaló el nombre «Lucius Domitius Ahenobarbus» que estaba situado casi al final de la lista—. Los colaboradores de esta novela deben utilizar los nombres reales de romanos históricos.

Ángela copió el nombre y lo introdujo en Google.

—Se trata de un personaje real —dijo ella, mirando la pantalla— y fue un cónsul en el año 16 a. C. Puede que Jeremy estuviera equivocado con respecto a la antigüedad de la inscripción. Puede que sea unos cincuenta años más antigua.

Bronson se inclinó e hizo clic con el ratón.

—Puede que sea incluso más simple que eso —dijo—. Parece que este era un nombre familiar y bastante común. En esta lista hay nueve personas que se llaman Domitius Ahenobarbus, de las cuales cinco tienen Gnaeus como nombre de pila, y las otras cuatro Lucius. Tres de los cuatro que se llaman Lucius Domitius Ahenobarbus eran cónsules: el que has encontrado del año 16 a. C., y dos más, uno del año 94 a. C. y el otro del año 54 a. C.

—¿Qué hay del cuarto Lucius?

Bronson hizo clic sobre otro enlace.

—Aquí está, aunque parece algo distinto. «Al igual que el resto, su nombre de pila era Lucius Domitius Ahenobarbus, pero su nombre completo era Nero Claudius Caesar Augustus Germanicus, conocido también como Nero Claudius Drusus Germanicus». Para complicar las cosas aún más, cuando tomó el trono imperial en el año cincuenta 54 d. C., adquirió el nombre de Nero Claudius Caesar Drusus.

Se deslizó hacia abajo y entonces comenzó a reírse.

—Aunque es más conocido como el emperador que tocaba la lira mientras Roma ardía.

—¿Nerón? ¿Crees que esa inscripción puede referirse a Nerón?

Bronson negó con la cabeza.

—Lo dudo, aunque encaja mejor con la fecha estimada de Jeremy. Él sugirió que las iniciales podían hacer referencia a un cónsul o a un senador. Imaginemos por un momento que la inscripción se realizara bajo las órdenes de Nerón, ¿no sería más probable que pusiera «PO NCCD» para que quedara reflejado su nombre imperial?

—Quizá la inscripción fue tallada antes de que se convirtiese en emperador —sugirió Ángela—. O puede que tuviera la intención de ser personal, para enfatizar que quienquiera que tallase la piedra sabía mucho acerca de Nerón, puede incluso que estuviese relacionado con él.

—Vayámonos de aquí —dijo Bronson, mientras miraba el reloj y se ponía de pie para salir—. ¿Crees entonces que merece la pena echar un vistazo a Nerón?

—Sin lugar a dudas —dijo Ángela—. Vamos a buscar el otro cibercafé.