Como cada día desde que habían llegado a Italia, la mañana del funeral de Jackie presagiaba un bonito día, con un cielo azul intenso y sin el mínimo rastro de nubes. Mark y Bronson se habían levantado bastante temprano, y estaban listos para salir de la casa a las once menos cuarto, a tiempo para asistir al funeral a las once y cuarto en Ponticelli.
Bronson había guardado el portátil y la cámara en el maletero del Alfa Romeo de los Hampton cuando salió al garaje minutos antes de las once. En el último momento, decidió volver a la casa para coger la pistola Browning de su dormitorio y guardársela en la cinturilla de los pantalones.
Dos minutos después, Mark se sentó en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón de seguridad mientras Bronson ponía el Alfa en primera y se alejaba.
El conductor de Mandino había aparcado el Lancia a unos cuatrocientos metros, en la carretera situada entre la casa de los Hampton y Ponticelli, en el aparcamiento de un pequeño supermercado de las afueras, y el coche de Rogan estaba justo al lado. El lugar ofrecía una excelente vista de la carretera y de la entrada de la casa.
Pocos minutos antes de las once, apareció un coche en la entrada y se dirigió hacia ellos.
—Ahí están —dijo Mandino.
Observó como el Alfa Romeo pasaba a su lado, con dos figuras poco definidas en los asientos de delante.
—Vale, eran los dos, así que la casa debe de estar vacía. Vamos.
El conductor salió de la plaza de garaje y tomó la carretera que conducía a la casa. Detrás de ellos, uno de los guardaespaldas de Mandino giró en dirección opuesta al Fiat de Rogan, y se colocó a aproximadamente doscientos metros de distancia del Alfa, siguiendo al vehículo hacia Ponticelli.
El Lancia pasó a gran velocidad entre los postes de la verja. El conductor giró de tal modo que dejó el coche de espaldas al camino de entrada. Rogan salió del coche y se dirigió a la parte trasera de la casa. Se sacó un cuchillo del bolsillo y soltó el cierre de los postigos exteriores del salón. Como se había imaginado, el panel de vidrio que Alberti había roto durante su último y fallido intento por entrar no había sido cambiado, así que solo tuvo que deslizar la mano por la ventana y soltar el cierre.
Con un rápido impulso entró por la ventana y cayó aparatosamente en el suelo de madera del salón. Inmediatamente, sacó la pistola de la funda que llevaba colgada al hombro y miró alrededor de la habitación, pero no oyó ningún ruido en ningún lugar de la casa.
Rogan atravesó la habitación en dirección al vestíbulo y abrió la puerta principal. Mandino condujo a Pierro y a sus guardaespaldas hacia el interior de la casa, esperó a que uno de ellos cerrara la puerta y le hizo una señal a Rogan para que les mostrara el camino. Los tres hombres lo siguieron a través del salón y hacia el interior del comedor, y se quedaron helados enfrente de la superficie vacía de la piedra de color marrón miel.
—¿Dónde demonios está? ¿Dónde está la inscripción? —La voz de Mandino era áspera y severa.
Parecía que Rogan hubiera visto un fantasma.
—Estaba aquí —gritó, mirando a la pared—. Estaba justo aquí, sobre esta piedra.
—Mire el suelo —dijo Pierro, señalando la parte inferior de la pared. Se agachó y cogió un puñado de pequeños fragmentos de piedra—. Alguien ha quitado con un cincel la capa inscrita de la piedra. Algunos de los fragmentos conservan aún letras escritas, o al menos parte de ellas.
—¿Puede hacer algo con ellos? —preguntó Mandino.
—Parecerá un rompecabezas en tres dimensiones —dijo Pierro—, pero creo que podré reconstruirlo en parte. Necesitaré que se extraiga la piedra de la pared. Si no hacemos eso, no podré averiguar dónde va cada fragmento. Existe también la posibilidad de que podamos analizar la superficie, e incluso aplicar productos químicos o rayos X, para intentar recuperar la inscripción.
—¿En serio?
—Merece la pena intentarlo. No es mi especialidad, pero es sorprendente lo que se puede lograr con los métodos de recuperación modernos.
Esto era más que suficiente para Mandino, y se dirigió a uno de sus guardaespaldas.
—Ve a buscar algo suave donde podamos guardar los fragmentos de piedra (toallas, ropa de cama, algo así) y recoge todos los cascotes que encuentres. —Luego se dirigió a Rogan—. Cuando él haya terminado, coge la escalera de mano y empieza a retirar el cemento que hay alrededor de la piedra. Pero —le advirtió— no dañes más la piedra. Te ayudaremos a bajarla cuando la hayas soltado.
Mandino observó durante un momento como sus hombres empezaban a trabajar, y luego se dirigió a la puerta, haciendo señales a Pierro para que lo siguiera.
—Comprobaremos el resto de la casa, por si se les ha ocurrido anotar lo que han encontrado.
—Si han sido ellos quienes le han hecho eso a la piedra —contestó el profesor—, dudo mucho que vaya a encontrar nada.
—Lo sé, pero buscaremos de todas formas.
En el estudio, Mandino vio de inmediato el ordenador y una cámara digital.
—Nos llevaremos esto —dijo.
—Podríamos mirar el ordenador aquí —propuso Pierro.
—Podríamos —dijo Mandino—, pero conozco a especialistas que pueden recuperar datos incluso de discos duros formateados, y preferiría que lo hicieran ellos. Y si esos hombres han fotografiado la piedra antes de borrar la inscripción, puede que las imágenes se encuentren aún en la cámara.
Mandino tiró del cable de alimentación y de los conectores principales situados en la parte trasera de la torre del ordenador de escritorio y se la llevó.
—Traiga la cámara —ordenó, y se dirigió al vestíbulo, donde cuidadosamente colocó la torre junto a la puerta principal.
Más tarde regresaron al comedor, donde Rogan y el guardaespaldas estaban extrayendo la piedra de la pared. Cuando la colocaron en el suelo, Mandino volvió a examinar la superficie, pero lo único que pudo ver fueron marcas de un cincel. A pesar del optimismo de Pierro, no creía que tuvieran la más remota posibilidad de recuperar la inscripción a partir de los fragmentos y la superficie de la piedra.
La opción más acertada consistía en hablar con los tipos que habían borrado la inscripción.
Los funerales en Italia son por lo general importantes asuntos familiares, por lo que se fijan carteles en los muros de la ciudad, se coloca un féretro abierto y se forman filas de dolientes lastimeros y llorosos. Los Hampton conocían a muy poca gente en el pueblo, ya que habían vivido allí solo unos meses y de manera intermitente, y habían invertido la mayor parte del tiempo trabajando en casa en lugar de conociendo a sus vecinos.
Bronson había organizado un funeral sencillo, previendo que allí solo habría tres personas, él mismo, Mark y el sacerdote. Sin embargo la realidad era que allí había alrededor de veinte dolientes, todos miembros de la amplia familia de María Palomo. Pero fue, de acuerdo con lo cánones italianos, una ceremonia muy restringida y relativamente breve. Treinta minutos más tarde los dos hombres estaban de vuelta en el Alfa y salían de la ciudad.
Ninguno de ellos se había percatado de que un hombre que conducía un anodino Fiat de color oscuro los había seguido hasta Ponticelli. Cuando habían aparcado junto a la iglesia, el tipo había pasado de largo, pero minutos después de que Bronson se hubiese alejado del borde de la acera, el coche volvía a seguirlos.
En el interior del vehículo, el conductor sacó un teléfono móvil del bolsillo y pulsó la tecla de marcación automática.
—Van de camino —dijo.
Mark apenas había dicho una palabra desde que salieron de Ponticelli, y a Bronson tampoco le apetecía hablar, los dos hombres estaban unidos en su dolor por la muerte de la mujer a la que ambos amaban, si bien es cierto que desde una perspectiva diferente. Mark intentaba aceptar el irrevocable final del capítulo de su breve matrimonio, mientas que la dolorosa pérdida de Bronson se atenuaba con un sentimiento de culpa, al saber que durante aproximadamente los últimos cinco años había estado viviendo una mentira, enamorado de la mujer de su mejor amigo.
El funeral había sido la última despedida de Jackie, y ya había terminado, iba a tener que tomar algunas decisiones acerca de qué hacer con su vida. Bronson pensaba que la casa (la propiedad a la que los Hampton tenían intención de retirarse) se pondría a la venta. Los recuerdos de su tiempo juntos en el antiguo lugar serían demasiado dolorosos para que Mark los reviviera durante mucho tiempo.
Cuando se aproximaba a la casa, Bronson se percató de que un Fiat iba detrás de ellos a gran velocidad.
—Malditos conductores italianos —masculló, mientras el coche no mostraba intención alguna de adelantarlos, simplemente se mantenía a unos diez metros del Alfa.
Frenó lentamente cuando se acercaba a la entrada, indicó y giró. Pero el otro coche hizo lo mismo, y se detuvo en la entrada, bloqueándola por completo. En ese instante, mientras Bronson dirigía su mirada a la antigua casa, se dio cuenta de que estaban atrapados y del riesgo que corrían.
En el exterior de la casa había un Lancia aparcado, y junto a la puerta principal (que parecía estar ligeramente entreabierta) había una caja gris alargada y un objeto cúbico de color terroso. Detrás del coche, había dos hombres de pie mirando al Alfa que se aproximaba, uno de ellos con la inconfundible forma de una pistola en la mano.
—¿Quién demonios son…? —gritó Mark.
—Espera —respondió, también gritando, Bronson. Giró a la izquierda y aceleró; salió disparado de la entrada de gravilla y atravesó la zona de césped en dirección al seto que formaba el límite entre el jardín y la carretera.
—¿Dónde estaba? —voceó Bronson.
En el asiento del copiloto con el cinturón puesto, Mark adivinó de inmediato a qué se refería Bronson. Cuando compraron la casa, el camino de entrada tenía forma de «U» y dos puertas, pero habían ampliado el seto y el césped a lo largo de la segunda entrada, y esa era ahora su única vía de escape. Señaló a través del parabrisas.
—Un poco más adelante a la derecha —dijo, se preparó y cerró los ojos.
Bronson giró las ruedas ligeramente mientras el Alfa avanzaba como un cohete. Oyó el ruido de dos disparos detrás de ellos, pero pensó que ninguno había impactado en el vehículo. Más tarde se percató del ruido de las ruedas del coche chocando con el seto, los arbustos se habían plantado hacía escasamente un año. A través del parabrisas, todo lo que veían era una impenetrable vorágine de verde y marrón, mientras el Alfa machacaba las plantas por debajo del chasis, y las ramas golpeaban las ventanillas laterales. Las ruedas de delante se levantaron del suelo por un momento, cuando el coche chocó contra el montículo que servía de base al seto, para volver a estrellarse de nuevo.
Lo habían conseguido. Bronson levantó el pie del acelerador y pisó los frenos durante un instante, mientras el coche iba dando bandazos por el borde de hierba, y comprobaba la carretera en ambas direcciones, y menos mal que lo hizo.
Un camión avanzaba pesadamente por la colina que conducía hacia ellos, y a unos metros de distancia, había una nube negra de diésel que salía del tubo de escape. La cara de terror del conductor casi daba risa, había visto como un coche de color rojo intenso se materializaba desde un seto delante de sus ojos.
Bronson volvió a pisar con fuerza el acelerador, y el Alfa salió disparado en línea recta por la carretera, sin chocar con la parte de atrás del camión por los pelos. Pisó el freno, giró la rueda hacia la izquierda y, en el momento en el que el coche comenzaba a bajar la colina, aceleró de nuevo. El Alfa daba coletazos mientras aumentaba la potencia, pero en cuestión de un momento volvió a chirriar por la carretera a más de cien kilómetros por hora.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Mark, dándose la vuelta en su asiento para mirar hacia la casa—. ¿Quiénes eran esos tipos?
—No sé quiénes son —dijo Bronson— pero sé qué eran. Ese objeto cúbico era la piedra de la pared de tu comedor, y la caja gris era la torre de tu ordenador. Eran las personas que entraron para leer la primera inscripción, y los que han estado intentando entrar desde entonces para encontrar la segunda.
Bronson miró por el espejo retrovisor antes de bajar la colina pisando el acelerador. A unos doscientos metros por detrás de ellos, vio como salían dos coches de la entrada, uno detrás del otro, y comenzaban a perseguirlos. El primero era el Fiat que había bloqueado la entrada por detrás de ellos, y el otro era el Lancia.
—Yo no… —comenzó Mark.
Bronson le interrumpió.
—Todavía no les hemos dado esquinazo. Hay dos coches persiguiéndonos.
Sus ojos inspeccionaron los mandos del coche para comprobar si habían sufrido algún daño por el duro tratamiento que el Alfa había recibido, pero todo parecía estar bien. Y tampoco había detectado ningún problema con el manejo, aunque parecía que había varios pedazos de exuberante vegetación pegados en la parte frontal del coche.
—¿Qué quieren?
—Obviamente, la inscripción. Saben que la hemos borrado, así que somos su única pista, simplemente porque la vimos. Cualquiera que sea su significado, es mucho más importante de lo que pensaba.
Bronson pisaba el acelerador del Alfa todo lo que podía, pero las carreteras eran bastante estrechas, con curvas y plagadas de baches, y aunque no podía ver los coches que los perseguían, sabía que debían de estar cerca. Era un hábil y competente conductor entrenado en el cuerpo de policía, pero no estaba familiarizado con el coche ni con la zona, y conducía por el lado contrario al que estaba acostumbrado, así que tenía muy pocas posibilidades de salir airoso.
—Tendrás que ayudarme, Mark. Tenemos que salir de aquí como sea, y lo antes posible. —Indicó una señal de la carretera que señalizaba un cruce—. ¿En qué dirección?
Mark miró por el parabrisas, pero durante un momento se quedó en silencio.
—Necesito saberlo —dijo Bronson con urgencia—. ¿Qué dirección tomo?
Mark pareció despertarse.
—A la izquierda —dijo—. Vete a la izquierda. Es el camino más rápido hacia la autopista.
Pero cuando Bronson se detuvo en medio de la carretera, esperando a que pasara un grupo de tres coches que venían en dirección opuesta, el Fiat apareció en el espejo retrovisor a unos cien metros de distancia.
—Mierda —masculló Bronson, y aceleró todo lo que pudo tan pronto como la carretera quedó despejada.
—Una rápida comprobación, Mark —dijo—. Mi ordenador portátil y la cámara están en el coche, y el pasaporte lo tengo en el bolsillo. ¿Necesitas coger algo más de la casa?
Mark introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó la cartera y el pasaporte.
—Solo mi ropa y mis cosas —dijo—. Aún no he acabado de guardarlas en la bolsa.
—Pues como si lo hubieras hecho —dijo Bronson con un tono de voz grave, mientras alternaba su mirada entre la carretera que tenía enfrente y los espejos.
—Tenemos que tomar la siguiente carretera a la derecha —le dijo Mark—. Luego la autopista está a solo cuatro kilómetros de distancia.
—De acuerdo.
Sin embargo, a pesar de que Bronson redujo la velocidad cuando el Alfa se aproximaba al cruce, no tomó la curva.
—Chris, te he dicho que giraras a la derecha.
—Ya lo sé, pero primero tenemos que perder de vista a este tipo. Espera un poco.
El Fiat estaba a menos de cincuenta metros de distancia del Alfa cuando Bronson entró en acción. Pisó el freno, esperó a que la velocidad del coche descendiera a unos treinta kilómetros por hora, luego soltó el freno, giró la rueda a la izquierda y, de manera simultánea, tiró del freno de mano. El coche comenzó a dar bandazos a ambos lados, mientras los neumáticos protestaban con un ruido chirriante, al ser este desplazado al otro lado de la carretera. En el momento en que el vehículo se situó en dirección opuesta, Bronson dejó caer el freno de mano y pisó el acelerador. El Alfa pasó rápidamente al Fiat, cuyos conductores seguían frenando con fuerza, y momentos después pasó también al Lancia, que acaba de alcanzarlos.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Mark.
—Técnicamente se llama giro en «J», porque esa es la forma de la marca que los neumáticos dejan en la carretera al derrapar. Es increíble lo que se puede aprender en el cuerpo de policía. Lo importante es que nos ha concedido un par de minutos de respiro.
Bronson no dejaba de comprobar los espejos retrovisores y, cuando llegaron a la curva que conducía a la autopista, seguía sin haber señales del Fiat ni del Lancia. Durante unos segundos se debatió entre ignorar el cruce y tomar una carretera secundaria en dirección a las colinas, donde tal vez encontraran un lugar en el que esconderse durante algunos minutos. Pero decidió que la velocidad era lo primordial, condujo el Alfa por la carretera sin apenas detenerse, y en tres minutos se encontraban comprando un tique en la barrera.
—¿Adónde vamos? —preguntó Mark.
—Vamos hacia la frontera italiana. Voy a poner la mayor distancia posible entre nosotros y ellos, y cuanto antes estemos en otro país, mejor que mejor, al menos en lo que a mí respecta.
Mark negó con la cabeza.
—En realidad, todavía no entiendo lo que está pasando. Robar el ordenador tiene sentido, supongo, ya que es posible que hayamos guardado las fotografías de los versos en él; pero ¿la piedra? Has destrozado la inscripción por completo, así que, ¿por qué se molestarían en llevársela?
—Probablemente crean que pueden recuperarla mediante determinados procesos altamente tecnológicos. Se pueden utilizar rayos X para leer el número del motor de un coche aunque el bloque se haya desgastado, por lo que es probable que exista una técnica similar que se pueda aplicar a la piedra. En realidad no lo sé. Pero tomarse la molestia de cortar ese bloque de piedra, por no hablar de dispararnos, significa que están decididos a encontrar esa inscripción.