El sonido del teléfono rompió el silencio que reinaba en el despacho.
—Hemos descubierto algo, cardenal. —Vertutti reconoció el tono claro y ligeramente burlón de Mandino.
—¿Qué ha ocurrido?
—Uno de mis hombres ha estado vigilando la casa de Monti Sabini y hace escasos minutos ha sido testigo del descubrimiento de otra piedra inscrita en el interior de la propiedad, en la parte de atrás de la pared que está justamente detrás de la primera. No había ningún mapa, más bien parecen varios renglones de texto, puede incluso que se trate de un poema.
—¿Un poema? Eso no tiene ningún sentido.
—No he dicho que fuera un poema, cardenal, solamente que mi hombre creyó que parecía poesía. Pero sea lo que sea, debe corresponder a la sección que falta de la piedra.
—Entonces, ¿qué va a hacer ahora?
—Ahora es un asunto demasiado delicado para dejárselo solo a mis picciotti, mis soldados. Mañana por la mañana temprano viajaré hacia Ponticelli con Pierro. Una vez que hayamos entrado en la casa, fotografiaré las dos inscripciones, las copiaré, y luego las destruiré. Cuando dispongamos de esta información adicional, no tengo la menor duda de que Pierro podrá decirnos con exactitud dónde debemos buscar.
»Mientras permanezca fuera, podrá ponerse en contacto conmigo en el móvil, pero también le enviaré los números de teléfono de mi colaborador, Antonio Carlotti, por si surgiera una emergencia.
—¿De qué tipo de emergencia habla?
—De cualquier tipo, cardenal. Recibirá un mensaje con un listado de los números en un par de minutos. Y por favor, tenga el móvil encendido a todas horas. Bueno y ahora —continuó Mandino—, debe saber también que si los dos hombres que hay en la casa han resuelto…
—¿Dos hombres? ¿Qué dos hombres?
—Uno creemos que es el marido de la fallecida, pero no sabemos quién es el segundo hombre. Como le iba diciendo, si estos hombres han encontrado lo que estamos buscando, no me quedará otra alternativa que aplicar la Sanción.