II

El consumo de cafeína del cardenal Joseph Vertutti iba en aumento a gran velocidad. Una vez más había sido citado por Mandino, y una vez más se encontraron en la terraza de una cafetería plagada de gente, esta vez en la Piazza Cavour, a no demasiada distancia del Vaticano. Como de costumbre, Mandino iba acompañado de dos guardaespaldas, y esta vez, Vertutti tenía la esperanza de que tuviera buenas noticias.

—¿Han encontrado sus hombres el resto de la piedra? —preguntó con una ligera esperanza de que así hubiera sido.

Mandino negó con la cabeza.

—No. Ha habido un problema —dijo, pero no parecía dispuesto a contarlo.

—Entonces, ¿ahora qué?

—Este asunto me está llevando cada vez más tiempo, cardenal, aparte de causarme unos significativos gastos. Soy consciente de que fuimos contratados para resolver este problema en nombre de su superior, pero es necesario que sepa que espero que estos gastos corran por su cuenta.

—¿Qué? ¿Espera que el Vaticano… —Vertutti bajó el tono de voz al decir la palabra— le pague?

Mandino asintió con la cabeza.

—Exactamente. Le adelanto que el total de nuestros gastos ascenderá a aproximadamente cien mil euros. Quizá pueda arreglárselas para transferirnos esa suma de dinero una vez que solucionemos el asunto. Le informaré de los datos de la cuenta a su debido tiempo.

—No haré tal cosa —resopló Vertutti—. No tengo acceso a una suma tan elevada y, aunque lo tuviera, no le daría ni un solo euro.

Mandino lo miró inexpresivo.

—Esperaba esta reacción por parte de usted, cardenal. Se lo voy a decir más claro, no está en posición de discutir. Si no está de acuerdo en cubrir estos modestos gastos, puede que decida que los intereses de mi organización sean satisfechos no destruyendo la reliquia ni entregándosela a usted. Puede que sacar a la luz nuestros hallazgos sea la mejor opción. Pierro está muy interesado en lo que hemos descubierto hasta ahora, y cree que su carrera académica se vería enormemente favorecida si pudiera encontrar ese objeto para que sea examinado desde un punto de vista científico. Pero, por supuesto, depende de usted.

—Creo que eso se llama chantaje, Mandino.

—Puede llamarlo como quiera, eminencia, pero no olvide con quién está tratando. Mi organización está incurriendo en gastos, necesarios para llevar a cabo esta operación en su nombre. Por lo que sería razonable que usted corriera con ellos. Si decide no hacerlo, por mi parte nuestras obligaciones contractuales para con usted habrán tocado a su fin, y entonces tendremos completa libertad para hacer lo que creamos más apropiado con lo que logremos recuperar. Y no olvide que no soy simpatizante de la iglesia. Lo que pase con la reliquia no me preocupa en absoluto.

Vertutti lo fulminó con la mirada, pero ambos sabían que no tenía alternativa, ninguna en absoluto.

—Muy bien —dijo Vertutti con voz de irritación—. Veré si puedo arreglar algo.

—Excelente —dijo Mandino sonriendo—. Sabía que al final vería las cosas a mi manera. Le informaré en cuanto hayamos solucionado la situación en Ponticelli.