I

Bronson atravesó el vestíbulo en dirección a la puerta principal y la abrió de un empujón. En la puerta se encontraba un hombre bajito y de pelo oscuro, vestido con un mugriento mono blanco. Detrás de él había una vieja furgoneta blanca, cuyo motor diésel hacía un ruido tremendo, ocupada por tres hombres más, que estaban sentados en la cabina.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó Bronson en italiano.

—Nos gustaría hablar con el signor Hampton. Nos tiene que dar información acerca de la obra.

Bronson supuso que se trataba de los obreros que habían sido contratados para la renovación de la propiedad.

—Pasen —dijo, y condujo a los cuatro hombres a la cocina.

Mark los saludó con un italiano poco fluido.

Bronson se hizo cargo de inmediato, les explicó que era un amigo de la familia y les ofreció vino, una oferta que fue aceptada de buen grado. Una vez que Bronson hubo abierto un par de botellas y llenado los vasos, les preguntó qué querían.

—Teníamos un pequeño trabajo que hacer el miércoles por la mañana pero llegamos a mediodía —dijo el capataz—, y cuando llegamos vimos que la policía estaba aquí. Nos dijeron que había habido un accidente y que no volviésemos hasta que pasaran al menos dos días. Más tarde supimos que la signora había fallecido. Por favor, acepte nuestras más sinceras condolencias por la pérdida, signor Hampton.

Bronson le tradujo a Mark y este asintió con la cabeza para indicar que lo entendía.

—Lo que necesitamos saber —prosiguió el capataz, dándose la vuelta para mirar a Bronson—, es si el signor Hampton desea que continuemos con la obra. Tenemos otros clientes esperándonos en caso de que él no desee nuestros servicios, así que no nos ocasionará ningún problema, solo necesitamos saberlo.

Bronson transmitió la pregunta a Mark, quien de inmediato asintió con la cabeza. Las renovaciones estaban a medio terminar, y ya decidiera quedarse con la casa o venderla, era evidente que la obra tenía que ser terminada. Esa respuesta provocó amplias sonrisas en los obreros, y Bronson se preguntó cuántos clientes tendrían en realidad aparte de Mark.

Diez minutos más tarde, tras haberse bebido todos dos vasos de vino tinto, los cuatro obreros se disponían a marcharse. El capataz prometió que volverían a la casa el lunes a primera hora de la mañana, a fin de continuar con su trabajo.

Bronson los condujo hacia el vestíbulo, pero cuando pasaron por la puerta del salón (que estaba completamente abierta) uno de los obreros miró dentro y se detuvo de forma repentina. Le dijo algo a su compañero, que Bronson no pudo oír con claridad, y luego entró en la habitación.

—¿Qué pasa? —preguntó Bronson.

El capataz se giró para mirarlo. Su buen humor de antes parecía haberse esfumado.

—Sé que el signor Hampton ha sufrido un duro golpe, pero no estamos dispuestos a que intente aprovecharse de nosotros.

Bronson no tenía ni la más mínima idea de lo que el hombre estaba diciendo.

—¿Qué? Tendrá que explicarme a qué se refiere —dijo.

—Me refiero, signor Bronson, a que está claro que desde el pasado martes ha contratado a otro obrero para que trabaje aquí, y que es probable que ese obrero haya estado utilizando nuestras herramientas y nuestros materiales.

Bronson negó con la cabeza.

—Que yo sepa, nadie ha realizado ninguna obra aquí. La signora Hampton falleció en la noche del martes o el miércoles por la mañana. La policía estuvo aquí casi todo el día del miércoles, y nosotros llegamos tarde anoche, así que, ¿cuándo pudo…? —Su voz se apagó cuando imaginó la única explicación posible—. ¿Qué tipo de obra se ha llevado a cabo? —preguntó.

El capataz se dio la vuelta y señaló la chimenea.

—Allí —dijo—. Hay escayola húmeda sobre la pared, pero ninguno de nosotros la ha puesto allí. No podemos haberlo hecho, porque estábamos esperando a que la signora Hampton —se persignó— decidiera qué hacer con el dintel.

Bronson sintió que la conversación se le iba de las manos.

—Esperen aquí —dijo, y se dirigió rápidamente a la cocina—. Mark, necesito tu ayuda.

De vuelta en el salón, Bronson le pidió al capataz que explicara con exactitud lo que quería decir.

—El lunes a mediodía —dijo el italiano—, estábamos quitando la antigua escayola de la pared situada por encima de la chimenea. Cuando dejamos el dintel a la vista, avisamos a la signora Hampton, de que la piedra tenía una enorme grieta, justo por aquí. —Bosquejó una línea diagonal justo por encima de uno de los lados de la chimenea—. Tenía una plancha de acero debajo, por lo que era lo suficientemente seguro, pero no quedaba muy bonito que digamos. La signora quería que el dintel quedara expuesto, para que resaltara, pero cuando comprobó que estaba agrietado, no supo qué hacer. Nos pidió que esperáramos, y que continuáramos retirando la antigua escayola, que es lo que hicimos. Sin embargo ahora, como podrá comprobar, el área completa tiene escayola húmeda. Alguien ha estado trabajando aquí.

Bronson miró a Mark.

—¿Sabes algo de esto?

Su amigo negó con la cabeza.

—Nada. Que yo sepa, Jackie estaba muy contenta con estos obreros. Si no lo hubiera estado, estoy seguro de que se lo habría dicho. Siempre fue muy directa.

Eso era quedarse corto, pensó Bronson. Jackie siempre había tenido mucha confianza en sí misma y expresaba siempre sus opiniones. Era una de las numerosas cosas que le gustaban de ella. Siempre decía exactamente lo que pensaba, educada pero categóricamente.

Bronson se dirigió al capataz.

—Estamos seguros de que no ha estado ningún otro obrero aquí —dijo—, pero es evidente que usted sabe hasta dónde llegaron con la renovación. Dígame, cuando retiraron la escayola, ¿encontraron algo extraño en la pared, aparte de la grieta en el dintel?

El capataz negó con la cabeza.

—Nada —dijo—, aparte de la piedra con la inscripción, pero eso fue solo algo curioso.

Bronson miró a Mark con expresión de triunfo.

—Creo que acabamos de descubrir lo que Jackie encontró —dijo, al explicar lo que el obrero le había contado. Y sin esperar a que Mark respondiera, se volvió a dirigir al italiano.

—Retírenla —ordenó, señalando la pared—. Retiren la nueva escayola de la pared ahora mismo.

El obrero parecía desconcertado, pero dio las instrucciones. Dos de sus hombres cogieron martillos y cinceles de albañilería de hoja ancha, arrastraron un par de escaleras de tijera hasta la chimenea y comenzaron a trabajar.

Treinta minutos más tarde, los obreros se marcharon en su vieja furgoneta, prometiendo una vez más que volverían el lunes a primera hora de la mañana. Bronson y Mark volvieron a entrar en el salón para mirar la inscripción escrita en latín de la pared. Bronson tomó varias instantáneas con su cámara digital.

—Las primeras cuatro letras son las mismas que las que encontré impresas en esa hoja de papel del estudio —dijo Bronson—. Y se trata de una inscripción en latín. No sé lo que significa, pero el diccionario que Jackie compró me ayudará a descifrarlo.

—¿Crees que ella estaba buscando una traducción de eso (de esas palabras) en Internet, y que eso fue razón suficiente para que la asesinaran? Joder, eso es completamente ridículo.

—Yo no sé si su muerte fue deliberada o no, Mark, pero es la única posibilidad que parece tener sentido. Los obreros dejaron al descubierto la inscripción el lunes. Jackie anotó las palabras (lo que queda confirmado por el papel del estudio) y compró un diccionario de latín, probablemente el martes, y si realizó una búsqueda en Internet, esta debió ser ese mismo día. Pasara lo que pasara, alguien entró en la casa (supongo que el martes a altas hora de la noche) y el miércoles por la mañana Jackie fue hallada muerta en el vestíbulo.

»Vale, sé que probablemente suene estúpido que a alguien pueda preocuparle tanto una inscripción en latín tallada en una piedra de hace probablemente dos mil años como para arriesgarse a un cargo por robo, y mucho menos por homicidio sin premeditación o asesinato, pero el hecho es que alguien lo hizo. Esas tres palabras son de vital importancia para alguien, en algún sitio, y voy a averiguar para quién y por qué.

»Pero no voy —añadió— a utilizar Internet para hacerlo.