No lo veo morir otra vez.
Cierro los ojos en el instante de apretar el gatillo y, cuando los abro, es la otra Tris la que yace en el suelo, entre las manchas oscuras que me nublan los ojos; soy yo.
Suelto la pistola y corro hacia la puerta, a punto de tropezar con ella. Me lanzo contra la superficie, giro el pomo y caigo al otro lado. La cierro y sacudo las manos dormidas para recuperar su uso.
La siguiente habitación es tan grande como la primera, y también tiene una luz azul, aunque más pálida. Hay una gran mesa en el centro, y fotografías, diagramas y listas pegados en las paredes.
Respiro hondo un par de veces y empiezo a recuperar la visión; mi pulso también regresa a la normalidad. Entre las fotografías de las paredes reconozco mi propia cara, la de Tobias, la de Marcus y la de Uriah. Una larga lista de lo que parecen ser elementos químicos está pegada al lado de nuestras fotos. Han tachado todos con un rotulador rojo. Aquí debe de ser donde Jeanine desarrolla los sueros de la simulación.
Oigo voces en alguna parte, delante de mí, y me regaño mentalmente: «¿Qué estás haciendo? ¡Corre!».
—El nombre de mi hermano —oigo—. Quiero que lo digas.
La voz de Tori.
¿Cómo ha atravesado la simulación? ¿También es divergente?
—Yo no lo maté —dice la voz de Jeanine.
—¿Crees que eso te exonera? ¿Crees que eso significa que no mereces morir?
Tori no grita, sino que gime, toda su pena se le escapa entre los labios. Me dirijo a la puerta, pero demasiado deprisa, ya que me golpeo la cadera contra la esquina de la mesa y tengo que pararme, dolorida.
—No alcanzas a comprender las razones de mis actos —dice Jeanine—. Estaba dispuesta a realizar un sacrificio por el bien común, algo que nunca has comprendido, ¡ni siquiera cuando éramos compañeras de clase!
Me acerco cojeando a la puerta, que es de cristal esmerilado. Se desliza para dejarme entrar, y veo a Jeanine apretada contra la pared y a Tori a unos cuantos pasos, con la pistola en alto.
Detrás de ellas hay una mesa de cristal con una caja plateada encima (un ordenador) y un teclado. Una pantalla de ordenador ocupa toda la pared de enfrente.
Jeanine se me queda mirando, pero Tori no se mueve ni un milímetro; ni siquiera parece oírme. Tiene la cara roja y manchada de lágrimas, y le tiemblan las manos.
No estoy segura de ser capaz de encontrar el archivo yo sola. Si Jeanine está aquí, puedo obligarla a buscarlo por mí, pero, si está muerta…
—¡No! —grito—. ¡Tori, no lo hagas!
Pero ella ya tiene el dedo en el gatillo. Me abalanzo sobre ella con todas mis fuerzas, y mis brazos la golpean en el costado. La pistola se dispara y oigo un grito.
Me doy de cabeza contra el suelo. Sin hacer caso de las estrellitas que me bailan en los ojos, me tiro sobre Tori. Empujo la pistola, que se desliza por el suelo y se aleja de nosotras.
«¿Por qué no la has cogido, idiota?».
El puño de Tori me acierta en el lateral del cuello. Me quedo sin aire, y ella aprovecha la oportunidad para desembarazarse de mí y arrastrarse a por la pistola.
Jeanine está en el suelo, con la espalda contra la pared y la pierna manchada de sangre. ¡La pierna! Entonces lo recuerdo y golpeo con fuerza a Tori cerca de la herida de bala del muslo. Ella chilla, y yo consigo ponerme en pie.
Doy un paso hacia el arma caída, pero Tori es demasiado rápida. Me abraza las piernas y tira de ellas. Caigo de rodillas al suelo, pero sigo por encima de ella, así que le encajo un puñetazo en las costillas.
Ella gruñe, pero no se detiene; me arrastro hacia la pistola y ella me muerde la mano. Es un dolor distinto a cualquiera de los golpes que he recibido, distinto incluso a una herida de bala. Grito a todo pulmón, más de lo que creía posible, y las lágrimas me nublan la vista.
No he llegado tan lejos para permitir que Tori dispare a Jeanine delante de mí antes de conseguir lo que necesito.
Tiro de la mano para arrancarla de la boca de Tori mientras se me oscurece la visión por los bordes y, lanzándome por el suelo, llego hasta la culata de la pistola, me giro y apunto a Tori.
Mi mano. Tengo la mano cubierta de sangre, al igual que la barbilla de Tori. La escondo para que me resulte más sencillo no hacer caso del dolor y levantarme, sin dejar de apuntar hacia ella.
—No te creía una traidora, Tris —dice, y suena como un ladrido, no como un sonido humano.
—No lo soy —respondo, y parpadeo para que las lágrimas me caigan por las mejillas y me permitan ver mejor—. Ahora mismo no te lo puedo explicar, pero… lo único que te pido es que confíes en mí, por favor. Hay algo importante, algo que solo Jeanine sabe dónde está…
—¡Es verdad! —dice Jeanine—. Está en ese ordenador, Beatrice, y solo yo puedo localizarlo. Si no me ayudas a sobrevivir, morirá conmigo.
—Es una mentirosa —dice Tori—. Una mentirosa y, si te lo crees, ¡además de traidora serás una idiota!
—Me lo creo —respondo—. ¡Me lo creo porque tiene sentido! ¡La información más confidencial que existe está guardada en ese ordenador, Tori! —exclamo; respiro hondo y bajo la voz—. Por favor, escúchame. La odio tanto como tú, no tengo ningún motivo para defenderla. Te digo la verdad, esto es importante.
Tori guarda silencio. Durante un instante creo haber ganado, haberla convencido, pero entonces responde:
—Nada es más importante que su muerte.
—Si eso es lo que te empeñas en creer, no puedo ayudarte. Pero tampoco permitiré que la mates.
Tori se pone de rodillas, se limpia la sangre de la barbilla y me mira a los ojos.
—Soy una líder de Osadía. No puedes decidir por mí.
Y, antes de que pueda pensar…
Antes de que tan siquiera pueda pensar en disparar la pistola…
Ella se saca un largo cuchillo de la bota, se abalanza sobre Jeanine y se lo clava en el estómago.
Chillo. Jeanine deja escapar un sonido horrible, un borboteo, un grito, un sonido moribundo. Veo que Tori aprieta los dientes, la oigo murmurar el nombre de su hermano («George Wu») y, de nuevo, clava el cuchillo.
Y los ojos de Jeanine se vuelven de cristal.