Me tomo mi tiempo en el camino de vuelta a la casa de los Eaton e intento recordar lo que me dijo mi madre cuando me salvó del tanque durante el ataque de la simulación. Algo sobre haber vigilado los trenes desde el inicio del ataque.
«No sabía qué haría cuando te encontrara, pero mi intención era salvarte».
Pero cuando rememoro su voz en mi cabeza, suena distinto. ¿Dijo «No sabía qué haría cuando te encontrara» o «No sabía qué haría cuando te encontré»? Porque entonces habría querido decir que no sabía cómo salvarme a mí y también el archivo. «Pero mi intención era salvarte».
Sacudo la cabeza. ¿Lo dijo así o manipulo mis recuerdos por lo que me ha contado Marcus? No hay forma de saberlo, solo debo decidir si confío en él o no.
Y aunque haya hecho cosas crueles y malvadas, nuestra sociedad no se divide en «buenos» y «malos». La crueldad no convierte a una persona en deshonesta, igual que la valentía no te convierte en alguien amable. Marcus no es ni bueno ni malo, sino un poco de todo.
Bueno, seguramente sea más malo que bueno.
Pero eso no quiere decir que mienta.
En la calle que tengo delante veo el resplandor naranja de un fuego. Alarmada, aprieto el paso y veo que las llamas salen de unos enormes cuencos metálicos del tamaño de personas que han colocado en las aceras. Los osados y los abandonados están reunidos alrededor, con una estrecha separación entre ambos grupos. Y, ante ellos, están Evelyn, Harrison, Tori y Tobias.
Localizo a Christina, Uriah, Lynn, Zeke y Shauna a la derecha del grupo de osados, y me pongo a su lado.
—¿Dónde has estado? —pregunta Christina—. Te hemos buscado por todas partes.
—He ido a dar una vuelta. ¿Qué está pasando?
—Por fin nos van a contar el plan de ataque —dice Uriah, ansioso.
—Ah.
Evelyn levanta las manos con las palmas hacia fuera y los abandonados guardan silencio. Están mejor entrenados que los osados, cuyas voces tardan treinta segundos en irse apagando.
—Durante las últimas semanas hemos desarrollado un plan para luchar contra Erudición —dice Evelyn, y su grave voz se proyecta sin problemas—. Y, una vez terminado, nos gustaría contároslo.
Evelyn señala a Tori con la cabeza, y ella la releva.
—Nuestra estrategia no se centra en un solo punto, sino que es más amplia. No hay forma de saber qué eruditos apoyan a Jeanine. Por lo tanto, podemos suponer que todos los que no la apoyan ya han salido de la sede de Erudición.
—Sabemos bien que el poder de Erudición no reside en su gente, sino en su información —dice Evelyn—. Mientras posean esa información, no nos libraremos de ellos, y menos cuando muchos de nosotros estamos conectados a sus simulaciones. Llevan demasiado tiempo usando la información para controlarnos y dominarnos.
Un grito surge del grupo de abandonados y se extiende entre los osados, une a la multitud como si formásemos parte de un único organismo y siguiésemos las órdenes de un solo cerebro. Sin embargo, no sé bien qué pensar ni qué sentir. Parte de mí también grita, exige la destrucción de los eruditos y de todo lo que les importa.
Miro a Tobias. Su expresión no revela nada, y está detrás del brillo del fuego, con lo que apenas se le ve. Me pregunto qué pensará de esto.
—Siento deciros que los que recibisteis el disparo con los transmisores de la simulación tendréis que quedaros aquí —dice Tori—, ya que los eruditos podrían activaros en cualquier momento y usaros como armas.
Se oyen unos cuantos gritos de protesta, aunque nadie parece demasiado sorprendido. Puede que porque saben demasiado bien lo que Jeanine es capaz de hacer con las simulaciones.
Lynn gruñe y mira a Uriah.
—¿Tenemos que quedarnos?
—Tú tienes que quedarte —responde él.
—A ti también te dispararon, lo vi.
—Divergente, ¿recuerdas? —dice él; Lynn pone los ojos en blanco, y él sigue hablando a toda prisa, seguramente para ahorrarse la teoría de la conspiración divergente de Lynn—. De todos modos, te apuesto a que nadie lo comprueba, ¿y qué posibilidades hay de que te active a ti específicamente, si sabe que todos los demás con transmisores se han quedado atrás?
Lynn frunce el ceño y se lo piensa, pero parece más alegre (todo lo alegre que puede parecer Lynn, claro) cuando Tori sigue con su discurso.
—El resto nos dividiremos en grupos mixtos de abandonados y osados. Un solo grupo de gran tamaño intentará entrar en la sede de Erudición y subirá por el edificio para limpiarlo de la presencia erudita. Otros grupos más pequeños irán directamente a los niveles superiores del edificio para acabar con ciertos dirigentes clave. Esta noche se entregarán las misiones de cada grupo.
—El ataque tendrá lugar dentro de tres días —dice Evelyn—. Preparaos. Será difícil y peligroso. Pero los abandonados están acostumbrados a las dificultades.
Al oír esto, los abandonados lanzan vítores, y me recuerdan que nosotros, los osados, somos los mismos que, hace pocas semanas, criticábamos a Abnegación por darles comida y otros artículos necesarios. ¿Cómo nos ha costado tan poco olvidarlo?
—Y los osados están acostumbrados al peligro…
Todos los que me rodean alzan los puños y gritan. Noto sus voces dentro de mi cabeza, además de un fuego triunfal en el pecho que me hace querer unirme a ellos.
La expresión de Evelyn es demasiado neutra para alguien que da un discurso tan apasionado. Es como si llevara puesta una máscara.
—¡Abajo con Erudición! —chilla Tori, y todos lo repiten, todas las voces se unen, al margen de su facción; compartimos un enemigo común, pero ¿nos convierte eso en amigos?
Me doy cuenta de que Tobias no se une al grito, ni tampoco Christina.
—Esto no está bien —dice ella.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Lynn mientras las voces siguen subiendo de tono—. ¿No recuerdas lo que nos hicieron? ¿Que metieron nuestras mentes en una simulación y nos obligaron a disparar a otra gente sin darnos cuenta? ¿Que asesinaron a todos los líderes de Abnegación?
—Sí —responde Christina—. Es que… Invadir la sede de una facción y asesinar a todo el mundo, ¿no es eso lo que los eruditos hicieron con los abnegados?
—Esto es diferente, esto no es un ataque gratuito, no provocado —dice Lynn, mirándola con el ceño fruncido.
—Sí, sí, lo sé —responde Christina.
Me mira. Yo no digo nada. Tiene razón, no está bien.
Camino hacia la casa de los Eaton en busca de silencio.
Abro la puerta principal, subo las escaleras y, cuando llego al antiguo dormitorio de Tobias, me siento en la cama y miro por la ventana a los abandonados y los osados reunidos en torno a las fogatas, riendo y hablando. Sin embargo, no se mezclan; sigue existiendo una incómoda división entre ellos, los abandonados a un lado y los osados al otro.
Observo a Lynn, Uriah y Christina al lado de uno de los fuegos. Uriah mete la mano en las llamas, aunque muy deprisa, para no quemarse. Su sonrisa parece una mueca, ya que la tristeza la tuerce.
Al cabo de unos minutos oigo pisadas en las escaleras, y Tobias entra en el cuarto y se quita los zapatos junto a la puerta.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Nada, en realidad. Es que pensaba que me sorprende que los abandonados hayan aceptado trabajar con Osadía tan fácilmente. Tampoco es que hayamos sido amables con ellos alguna vez.
Se pone a mi lado en la ventana y se apoya en el marco.
—No es una alianza natural, ¿verdad? —dice—. Pero compartimos el mismo objetivo.
—Ahora mismo, pero ¿qué pasará cuando cambien los objetivos? Los abandonados querrán librarse de las facciones, y los osados, no.
Tobias aprieta los labios. De repente recuerdo a Marcus y a Johanna caminando juntos por el huerto… Marcus tenía la misma expresión cuando le ocultaba algo.
¿Habrá heredado Tobias esa expresión de su padre? ¿O para él significa algo distinto?
—Estás en mi grupo —dice—. Durante el ataque. Espero que no te importe. Se supone que debemos abrir camino hacia las salas de control.
El ataque. Si participo en el ataque, no podré ir a por la información que robó Jeanine a los abnegados. Tengo que elegir una cosa o la otra.
Tobias dijo que encargarse de Erudición era más importante que descubrir la verdad, y, si no hubiese prometido a los abandonados control sobre todos los datos eruditos, puede que estuviese en lo cierto. Sin embargo, me ha dejado sin alternativa. Debo ayudar a Marcus, si es que existe una posibilidad, por pequeña que sea, de que esté diciendo la verdad. Debo trabajar contra las personas que más quiero.
Y, ahora mismo, debo mentir.
Me retuerzo los dedos.
—¿Qué es? —pregunta.
—Sigo sin poder disparar un arma —respondo, mirándolo—. Y, después de lo que pasó en la sede de Erudición… —digo, y me detengo para aclararme la garganta—. Arriesgar la vida ya no me resulta tan atractivo.
—Tris —dice, rozándome la mejilla con la punta de los dedos—, no hace falta que vayas.
—No quiero parecer una cobarde.
—Eh —responde, y me sujeta la mandíbula con los dedos, que me refrescan la piel; me mira con aire serio—, ya has hecho más que nadie por esta facción. Eres… —Suspira y apoya su frente en la mía—. Eres la persona más valiente que he conocido. Quédate aquí. Debes curarte.
Me besa y me siento como si fuese a desmoronarme de nuevo, empezando por lo más profundo. Cree que estaré aquí, cuando, en realidad, estaré trabajando contra él, trabajando con ese padre que tanto desprecia. Esta mentira…, esta mentira es la peor que le he contado. Jamás podré retirarla.
Cuando nos separamos, temo que oiga lo mucho que me tiembla el aliento, así que me vuelvo hacia la ventana.