CAPÍTULO
TREINTA Y CUATRO

Una vez en el pasillo, dejo de intentar llegar a Jeanine. Me duele el costado, donde Peter me ha dado el puñetazo, aunque no es nada comparado con la sensación de triunfo que me hace palpitar las mejillas.

Peter me acompaña a la celda sin decir palabra. Me quedo de pie en el centro del cuarto un buen rato, mirando la cámara de la esquina izquierda de la pared del fondo. ¿Quién me estará observando continuamente? ¿Serán traidores osados, para vigilarme, o los eruditos, para observarme?

Cuando se me pasa el calor de la cara y remite el dolor del costado, me tumbo.

Una imagen de mis padres flota por mi cerebro en cuanto cierro los ojos. Una vez, cuando tenía unos once años, me paré en la puerta de su dormitorio para ver cómo hacían la cama los dos juntos. Mi padre sonreía a mi madre mientras tiraban de las sábanas hacia atrás y las alisaban en perfecta sincronía. Por la forma en que la miraba, sabía que ella le inspiraba un gran respeto, mayor que el que sentía por él mismo.

Ni el egoísmo ni la inseguridad le impedían ver toda su bondad, como a menudo nos ocurre a los demás. Esa clase de amor solo es posible en Abnegación. Yo no lo conozco.

Mi padre: nacido en Erudición, criado en Abnegación. Solía resultarle difícil estar a la altura de las exigencias de la facción que había escogido, igual que a mí, pero lo intentaba, y era capaz de reconocer el verdadero altruismo cuando lo veía.

Aprieto la almohada contra el pecho y oculto el rostro en ella. No lloro. Solo me duele.

La pena no pesa tanto como la culpa, pero te quita mucho más.

—Estirada.

Me despierto sobresaltada, con las manos todavía aferradas a la almohada. Hay una mancha de humedad en el colchón, bajo mi cara. Me siento y me seco los ojos con las puntas de los dedos.

Las cejas de Peter, que suelen arquearse por el centro, están arrugadas.

—¿Qué ha pasado?

Sea lo que sea, no puede ser bueno.

—Han programado tu ejecución para mañana a las ocho de la mañana.

—¿Mi ejecución? Pero no ha…, no ha desarrollado la simulación todavía; no puede haber…

—Ha dicho que seguirá experimentando con Tobias.

—Oh —es lo único que se me ocurre decir.

Me agarro al colchón, y me balanceo adelante y atrás, adelante y atrás. Mi vida se acaba mañana. Puede que Tobias sobreviva lo suficiente para escapar en la invasión de los abandonados. Los osados elegirán a un nuevo líder. No les costará atar todos mis cabos sueltos.

Asiento con la cabeza. No queda familia, no quedan cabos sueltos, no es una gran pérdida.

—Podría haberte perdonado, ¿sabes? —digo—. Por intentar matarme durante la iniciación. Seguramente lo habría hecho.

Guardamos silencio un momento. No sé por qué le he dicho eso, puede que solo porque es cierto, y esta noche, sobre todo esta noche, ha llegado el momento de la sinceridad. Esta noche seré sincera, sacrificada y valiente. Divergente.

—Nunca te lo he pedido —responde, y se vuelve para marcharse, pero, entonces, se detiene en la puerta y añade—: Son las nueve y veinticuatro.

Decirme la hora es un pequeño acto de traición y, por tanto, un acto de valentía. Puede que sea la primera vez que Peter se comporta de verdad como un osado.

Moriré mañana. Hace mucho tiempo que no estaba segura de nada, así que esto es como un regalo. Esta noche, nada. Mañana, lo que haya después de la vida. Y Jeanine todavía no sabe cómo controlar a los divergentes.

Cuando empiezo a llorar, aprieto la almohada contra el pecho y dejo que ocurra. Lloro con ganas, como un niño, hasta que me arde la cara y me dan náuseas. Puedo fingir ser valiente, aunque no lo soy.

Supongo que ahora toca pedir perdón por todo lo que he hecho, pero estoy segura de que nunca terminaría con la lista. Además, no creo que lo que haya después de la vida dependa de que recite correctamente mi lista de transgresiones: eso suena demasiado a Erudición, precisión sin alma. No creo que la otra vida dependa de que yo haga o deje de hacer algo.

Mejor será que haga lo que me enseñó Abnegación: olvidarme de mí, proyectarme hacia fuera y esperar que lo que venga sea mejor que esto.

Sonrío un poco. Ojalá pudiera contarles a mis padres que moriré como una abnegada. Creo que se sentirían orgullosos.