CAPÍTULO
VEINTISIETE

Me abro paso entre la gente que hay cerca del abismo. Hay mucho ruido en el Pozo, y no solo por el rugido del río. Necesito algo de silencio, así que escapo al pasillo que lleva a los dormitorios. No quiero oír el discurso que dará Tori en honor a Marlene, ni estar durante el brindis y los gritos con los que los osados celebrarán su vida y su valentía.

Esta mañana, Lauren informó de que nos habíamos dejado algunas cámaras intactas en los dormitorios de los iniciados, donde Christina, Zeke, Lauren, Marlene, Hector y Kee, la niña del pelo verde, estaban durmiendo. Así averiguó Jeanine a quién controlaba la simulación. No me cabe duda de que Jeanine eligió a los osados más jóvenes porque sabía que sus muertes nos afectarían más.

Me detengo en un pasillo que me resulta familiar y aprieto la frente contra la pared. La piedra es basta y fresca. Oigo los gritos osados detrás de mí, aunque las capas de roca amortiguan sus voces.

Después oigo que se acerca alguien, así que vuelvo la cabeza hacia el sonido. Christina, todavía con la misma ropa de anoche, está a pocos metros.

—Hola —saluda.

—Ahora mismo no estoy de humor para sentirme más culpable todavía, así que vete, por favor.

—Solo quiero decirte una cosa y después me iré.

Tiene los ojos hinchados y la voz algo adormilada, lo que puede deberse al agotamiento, al alcohol o a ambas cosas. Sin embargo, su mirada es lo bastante directa como para saber lo que está diciendo. Me aparto de la pared.

—Nunca antes había visto una simulación así. Ya sabes, desde fuera. Pero, ayer… —empieza, y sacude la cabeza—. Tenías razón, no podían oírte, no podían verte. Igual que Will…

Se ahoga con el nombre, hace una pausa, respira y traga saliva con dificultad. Parpadea unas cuantas veces y vuelve a mirarme.

—Me contaste que habías tenido que hacerlo, que te habría disparado, y no te creí. Ahora te creo y… voy a intentar perdonarte. Eso es… lo que quería decirte.

Parte de mí se siente aliviada. Me cree, intenta perdonarme, aunque no será sencillo.

Sin embargo, otra parte de mí se enfada: ¿qué pensaba antes de esto? ¿Que quería disparar a Will, uno de mis mejores amigos? Debería haber confiado en mí desde el principio, debería haber sabido que no lo habría hecho de tener otra opción en aquellos momentos.

—Qué suerte para mí que por fin tengas pruebas de que no soy una asesina a sangre fría. Ya sabes, unas pruebas que no sean mi palabra. En fin, ¿por qué razón ibas a confiar solo en mi palabra? —pregunto, y fuerzo una carcajada, intentando sonar despreocupada; ella abre la boca, pero sigo hablando, incapaz de detenerme—. Será mejor que te des prisa con eso del perdón, porque no queda mucho tiempo…

Se me rompe la voz y no soy capaz de seguir conteniéndome: empiezo a sollozar. Me apoyo en la pared para no caerme y noto que me deslizo por ella cuando me fallan las piernas.

Tengo la vista demasiado borrosa para verla, pero noto sus brazos cuando me rodea con ellos y me aprieta tan fuerte que duele. Huele a aceite de coco y parece fuerte, justo como era durante la iniciación de Osadía, cuando se quedó colgando del abismo por las puntas de los dedos. Entonces (en realidad, no hace tanto tiempo), me hacía sentir débil en comparación. Sin embargo, en estos momentos, su fuerza me hace sentir que yo también puedo ser más fuerte.

Nos arrodillamos juntas en el suelo de piedra, y me aferro a ella con la misma intensidad con la que ella se aferra a mí.

—Ya está hecho —dice—. Eso quería decir, que ya te he perdonado.

Los osados callan cuando entro en la cafetería por la noche. No los culpo; como soy divergente, en mis manos está que Jeanine mate a uno de ellos. Es probable que casi todos deseen que me sacrifique. O que los aterrorice que no lo haga.

Si esto fuera Abnegación y no Osadía, no quedaría ningún divergente aquí sentado.

Durante un instante no sé adónde ir ni cómo llegar hasta allí. Entonces, Zeke, con gesto abatido, me invita a acercarme a su mesa, y yo muevo los pies hacia allí. Sin embargo, por el camino, Lynn se me acerca.

Es una Lynn distinta a la que conocía, no tiene la misma expresión feroz, sino que está pálida y se muerde el labio para esconder su temblor.

—Hmmm… —empieza; mira a la izquierda, después a la derecha, a cualquier parte excepto a mi cara—. Echo mucho… Echo de menos a Marlene. La conocía desde hacía mucho tiempo y… —se interrumpe, sacudiendo la cabeza—. El tema es que no creas que esto que te digo tenga nada que ver con Marlene —sigue, como si me regañara—, pero… gracias por salvar a Hec.

Lynn cambia el peso del cuerpo de un pie al otro mientras sus ojos dan vueltas por la habitación. Después me abraza con un solo brazo, agarrándome la camiseta con la mano. Noto una punzada de dolor en el hombro, aunque no digo nada al respecto.

Me suelta, se sorbe la nariz y regresa a su mesa, como si no hubiese pasado nada. Me quedo mirándola unos segundos y después me siento.

Zeke y Uriah están sentados juntos en la mesa, que, por lo demás, se encuentra vacía. El rostro de Uriah parece flojo, como si no estuviese del todo despierto. Tiene una botella marrón oscuro delante y bebe de ella cada pocos segundos.

Intento ser precavida. Salvé a Hec…, lo que quiere decir que no salvé a Marlene. Sin embargo, Uriah no me mira. Saco la silla que hay frente a él y me siento en el borde.

—¿Dónde está Shauna? —pregunto—. ¿Sigue en el hospital?

—No, está ahí —responde Zeke, señalando con la cabeza la mesa a la que ha regresado Lynn; la veo allí, tan pálida que podría ser translúcida, en una silla de ruedas—. No debería haberse levantado, pero Lynn está bastante fastidiada, así que le hace compañía.

—Y si te preguntas por qué están todos allí… Shauna descubrió que soy divergente —añade Uriah, arrastrando las sílabas—. Y no quiere que se le pegue.

—Ah.

—También se puso muy rara conmigo —dice Zeke, suspirando—. «¿Cómo sabes que tu hermano no trabaja contra nosotros? ¿Lo has estado vigilando?». Daría lo que fuera por pegarle un puñetazo al que le ha estado metiendo esa porquería en la cabeza.

—No tienes que dar nada —responde Uriah—, su madre está ahí mismo, ve y pégale.

Sigo su mirada hasta llegar a una mujer de mediana edad con mechones azules en el pelo y anillos por toda la oreja. Es guapa, igual que Lynn.

Tobias entra en el cuarto un momento después, seguido de Tori y de Harrison. He estado evitándolo, no he hablado con él desde la pelea, antes de lo de Marlene…

—Hola, Tris —me saluda cuando llega a mi altura; su voz es grave y tosca, me transporta a lugares tranquilos.

—Hola —respondo con una vocecita tensa que no me pertenece.

Se sienta a mi lado y apoya el brazo en el respaldo de mi silla, acercándose. No le devuelvo la mirada, me niego a devolverle la mirada.

Pero se la devuelvo.

Ojos oscuros, un peculiar tono azul, capaz, de algún modo, de aislarme del resto de la cafetería, de consolarme y también de recordarme que estamos más lejos el uno del otro de lo que a mí me gustaría.

—¿No me vas a preguntar cómo estoy? —digo.

—No, estoy bastante seguro de que no estás bien —responde, sacudiendo la cabeza—. Pero sí te voy a pedir que no tomes ninguna decisión hasta que lo hayamos hablado.

«Demasiado tarde —pienso—, la decisión ya está tomada».

—Hasta que todos lo hayamos hablado, querrás decir, ya que nos afecta a todos —interviene Uriah—. Creo que no debería entregarse nadie.

—¿Nadie? —pregunto.

—¡No! —insiste Uriah, frunciendo el ceño—. Creo que deberíamos atacar.

—Sí, lo mejor es provocar a la mujer que puede obligar a medio complejo a suicidarse. Qué gran idea —respondo con voz apagada.

He sido demasiado dura. Uriah apura la botella y la deja sobre la mesa con tanta fuerza que temo que se rompa.

—No hables de eso así —me dice, gruñendo.

—Lo siento, pero sabes que tengo razón. La mejor forma de asegurarse de que media facción no muera es sacrificar una vida.

No sé qué me esperaba, quizá que Uriah, que sabe demasiado bien lo que sucederá si uno de nosotros no se marcha, se presentase voluntario. Sin embargo, baja la vista, poco dispuesto.

—Tori, Harrison y yo hemos decidido aumentar la seguridad. Con suerte, si todos son más conscientes de la posibilidad de los ataques, conseguiremos detenerlos —dice Tobias—. Si no funciona, pensaremos en otra solución. Fin de la discusión. Pero nadie va a hacer nada todavía, ¿de acuerdo?

Me mira al hacer la pregunta y arquea las cejas.

—De acuerdo —respondo, sin mirarlo del todo a los ojos.

Después de la cena, intento volver al dormitorio donde he estado durmiendo, pero no consigo pasar por la puerta, así que recorro los pasillos rozando las paredes de piedra con las puntas de los dedos y prestando atención al eco de mis pisadas.

Sin querer, paso junto a la fuente donde Peter, Drew y Al me atacaron. Supe que era Al desde el principio por su olor, todavía recuerdo el aroma a hierba limón. Ahora lo asocio no solo con mi amigo, sino también con la impotencia que sentí cuando me arrastraron hasta el abismo.

Acelero el paso con los ojos muy abiertos para que me cueste más trabajo visualizar el ataque en mi cabeza. Tengo que salir de aquí, que alejarme de los lugares donde mi amigo me atacó, donde Peter apuñaló a Edward, donde un ejército ciego de mis amigos inició la marcha hacia el sector de Abnegación, dando comienzo a toda esta locura.

Voy derecha al sitio donde me sentía segura: el pequeño apartamento de Tobias. En cuanto llego a la puerta, me calmo.

La puerta no está del todo cerrada, así que la abro con el pie. No está aquí, pero no me voy, me siento en su cama y abrazo la colcha, enterrando la cara en la tela y respirando hondo por la nariz. El olor que solía tener casi ha desaparecido, ya que hace mucho tiempo que no duerme aquí.

La puerta se abre y entra Tobias. Los brazos se me caen a los lados y la colcha se queda en mi regazo. ¿Cómo explico mi presencia? Se supone que estoy enfadada con él.

No frunce el ceño, aunque su boca está tan tensa que sé que él también está enfadado conmigo.

—No seas idiota —me dice.

—¿Idiota?

—Estabas mintiendo. Dijiste que no irías a Erudición, pero estabas mintiendo; ir a Erudición te convertiría en idiota. Así que no lo hagas.

Dejo la colcha y me levanto.

—Intentas que suene sencillo, pero no lo es. Sabes tan bien como yo que es lo correcto.

—¿Tenías que elegir este momento para comportarte como una abnegada? —pregunta, y su voz llena la habitación y despierta el miedo en mi pecho; su rabia es demasiado repentina, demasiado extraña—. Después de pasar tanto tiempo insistiendo en que eras demasiado egoísta para ellos, ahora, cuando tu vida está en juego, ¿tienes que ser un héroe? ¿Qué pasa contigo?

—¿Qué pasa contigo? Ha muerto gente, ¡se tiraron desde la azotea de un edificio! ¡Y yo puedo evitar que suceda de nuevo!

—Eres demasiado importante para… morir sin más —responde, sacudiendo la cabeza; ni siquiera me mira, no deja de apartar la mirada para dirigirla a la pared que tengo detrás, al techo que tengo encima, a cualquier cosa, salvo a mí. Estoy demasiado sorprendida para enfadarme.

—No soy importante. A todo el mundo le irá bien sin mí.

—¿Y a quién le importa todo el mundo? ¿Qué hay de mí?

Baja la cabeza hasta la mano para cubrirse los ojos; le tiemblan los dedos.

Después cruza la habitación de dos grandes zancadas y me roza los labios con un beso. Su suave presión borra los últimos meses, y vuelvo a ser la chica que se sentó en las rocas junto al abismo, con el agua del río salpicándole los tobillos, y que lo besó por primera vez. Soy la chica que le dio la mano en el pasillo solo porque le apeteció hacerlo.

Me retiro y le pongo la mano en el pecho para apartarlo. El problema es que también soy la chica que disparó a Will y mintió al respecto, la que eligió entre Hector y Marlene, y la que hizo mil cosas más. Y no puedo borrarlo.

—Te irá bien —le aseguro, sin mirarlo; clavo la vista en su camiseta, que aprieto entre los dedos, y en la tinta negra que le da vueltas por el cuello, pero no lo miro a la cara—. Al principio, no, pero seguirás adelante y harás lo que tengas que hacer.

Me rodea la cintura con un brazo y me aprieta contra él.

—Eso es mentira —dice antes de volver a besarme.

Esto está mal, está mal olvidar en quién me he convertido y permitir que me bese cuando sé lo que estoy a punto de hacer.

Pero quiero permitirlo. Sí, quiero.

Me pongo de puntillas y lo abrazo. Le aprieto la espalda con una mano, entre los omóplatos, mientras que, con la otra, le abarco la parte de atrás del cuello. Noto su respiración en la palma de la mano, su cuerpo expandiéndose y contrayéndose, y sé que él es fuerte, firme, imparable. Todo lo que tengo que ser yo, pero no lo soy, no lo soy.

Camina de espaldas y tira de mí sin apartarse, así que tropiezo. Tropiezo de tal modo que pierdo los zapatos. Se sienta en el borde de la cama y me quedo de pie frente a él, de manera que, por fin, nos miramos a los ojos.

Me toca la cara y me cubre las mejillas con las manos, deslizando las puntas de los dedos por mi cuello, encajándolos en la suave curva de mis caderas.

No puedo parar.

Aprieto mi boca contra la suya, y noto su sabor a agua y su olor a aire fresco. Le paso la mano desde el cuello hasta la parte inferior de la espalda y después se la meto bajo la camiseta. Él me besa con más ganas.

Aunque sabía que era fuerte, no lo había podido comprobar hasta este momento en que los músculos de su espalda se tensan bajo mis dedos.

«Detente», me digo.

De repente es como si tuviéramos prisa, las puntas de sus dedos me rozan el costado, bajo la camiseta, y mis manos lo agarran, luchan por acercarlo más a mí, aunque es imposible. Nunca antes había deseado a nadie así, ni tanto.

Se aparta lo suficiente para mirarme a los ojos con los párpados medio entornados.

—Prométeme que no irás —susurra—. Por mí, es lo único que te pido.

¿Podría hacerlo? ¿Podría quedarme aquí, arreglar las cosas con él, dejar que otra persona fuera en mi lugar? Al mirarlo, creo por un instante que podría. Entonces veo a Will, veo la arruga entre sus cejas, los ojos vacíos por la simulación, el cuerpo que cae.

«Es lo único que te pido». Los oscuros ojos de Tobias me suplican.

Sin embargo, si no voy a Erudición, ¿quién irá? ¿Tobias? Es la clase de cosa que haría.

Noto una punzada de dolor en el pecho cuando le miento.

—Vale —respondo.

—Promételo —insiste, frunciendo el ceño.

El dolor se vuelve atroz, se extiende por todas partes…, todo se mezcla: culpa, terror y ansia.

—Lo prometo.