Shauna está tirada en el suelo, cabeza abajo, y una mancha de sangre se le extiende por la camiseta. Lynn está agachada a su lado, mirándola sin hacer nada.
—Es culpa mía —masculla Lynn—, no debería haberle disparado. No debería…
Me quedo mirando la mancha de sangre. La bala le ha dado en la espalda. No sé si respira o no. Tobias le pone dos dedos en el lateral del cuello y asiente.
—Tenemos que salir de aquí —dice—. Lynn, mírame. Yo cargaré con ella, y le va a doler mucho, pero no hay otra alternativa.
Lynn asiente. Tobias se agacha junto a Shauna y le mete las manos bajo los brazos. La levanta, y ella gime. Corro a ayudarlo a echarse su cuerpo inerte sobre el hombro. Noto un nudo en la garganta, así que toso para aliviar la presión.
Tobias deja escapar un gruñido al levantarse, por el esfuerzo, y, juntos, caminamos hacia el Mercado del Martirio: Lynn delante con su pistola y yo detrás. Camino de espaldas para vigilar, pero no veo a nadie. Aunque creo que los traidores osados se han retirado, debo asegurarme.
—¡Eh! —grita alguien; es Uriah, que corre hacia nosotros—. Zeke ha ido a ayudarlos a llevar a Jack… Oh, no —se interrumpe, de repente—. Oh, no. ¿Shauna?
—Ahora no es el momento —lo corta Tobias en seco—. Corre de vuelta al Mercado y busca un médico.
Pero Uriah no hace más que mirarla.
—¡Uriah! ¡Vete, ahora!
El grito resuena en la calle, donde no hay nada que amortigüe el sonido. Por fin Uriah da media vuelta y corre en dirección al edificio.
A pesar de que es menos de un kilómetro, con los gruñidos de Tobias, la respiración entrecortada de Lynn y la certeza de que Shauna se desangra, se me hace interminable. Observo el movimiento de expansión y contracción de los músculos de la espalda de Tobias cada vez que respira, y no oigo nuestras pisadas, solo mi corazón. Cuando por fin llegamos a las puertas, me dan ganas de vomitar, de desmayarme o de gritar a todo pulmón.
Uriah, un erudito que se tapaba la calva peinándose con cortinilla y Cara nos reciben nada más entrar. Colocan una sábana para tumbar a Shauna, Tobias la deja encima y el médico se pone a trabajar de inmediato, cortándole la camiseta de la espalda. No quiero ver la herida de bala.
Tobias se pone frente a mí, rojo de cansancio. Quiero que vuelva a envolverme en sus brazos, como después del último ataque, pero no lo hace, y no soy tan tonta como para iniciarlo yo.
—No fingiré entender lo que pasa contigo —dice—, pero si vuelves a arriesgar la vida sin ningún motivo…
—No estoy arriesgando la vida sin motivo, intento hacer sacrificios, como habrían hecho mis padres, como…
—Tú no eres tus padres. Eres una chica de dieciséis años…
—¿Cómo te atreves…? —respondo, apretando los dientes.
—… que no entiende que el valor de un sacrificio reside en su necesidad, ¡no en malgastar tu vida! Y si vuelves a hacerlo, hemos terminado.
No esperaba que dijera eso.
—¿Me estás dando un ultimátum? —pregunto, bajando la voz para que los demás no lo oigan.
—No, te lo digo como es —responde, y sus labios no son más que una fina línea—. Si vuelves a ponerte en peligro sin motivo, te habrás convertido en otra osada enganchada a la adrenalina que busca un chute, y yo no pienso ayudarte a conseguirlo —explica, escupiendo las palabras como si amargaran—. Yo quiero a Tris, la divergente, la que toma decisiones sin tener en cuenta la lealtad a la facción, la que es algo más que el arquetipo de una facción. Pero la Tris que hace todo lo que puede por destruirse… A esa no puedo quererla.
Me dan ganas de gritar, pero no porque esté enfadada, sino porque temo que tenga razón. Me tiemblan las manos y me aferro al borde de la camiseta para calmarlas.
Él apoya su frente en la mía y cierra los ojos.
—Creo que sigues ahí dentro —dice contra mi boca—. Vuelve.
Me da un suave beso, y estoy demasiado conmocionada para detenerlo.
Regresa junto a Shauna, mientras yo me quedo sobre uno de los platillos de la balanza veraz del vestíbulo, sin saber qué hacer.
—Ha pasado mucho tiempo.
Me dejo caer en la cama que hay frente a la de Tori, que está sentada con la pierna apoyada en una pila de almohadas.
—Es verdad —respondo—. ¿Cómo estás?
—Como si me hubiesen disparado —dice, esbozando una breve sonrisa—. Me han dicho que estás familiarizada con la sensación.
—Sí, es estupendo, ¿verdad? —contesto, aunque solo puedo pensar en la bala de la espalda de Shauna; al menos, Tori y yo nos recuperaremos de nuestras heridas.
—¿Descubristeis algo interesante en la reunión de Jack?
—Unas cuantas cosas. ¿Sabes cómo podríamos convocar una reunión de Osadía?
—Puedo organizarlo. Lo bueno de dedicarse a los tatuajes en nuestra facción es que… conoces prácticamente a todo el mundo.
—Claro. También cuentas con el prestigio de haber sido espía.
—Casi se me había olvidado —responde, torciendo el gesto.
—¿Descubriste tú algo interesante? Como espía, me refiero.
—Mi misión se centraba principalmente en Jeanine Matthews —dice, mirándose con rabia las manos—. En ver a qué se dedica. Y, sobre todo, dónde lo hace.
—En su despacho, no, ¿verdad?
Al principio, no responde.
—Supongo que puedo confiar en ti, divergente —contesta al fin, mirándome por el rabillo del ojo—. Tiene un laboratorio privado en la planta más alta, con unas medidas de seguridad demenciales. Estaba intentando entrar cuando averiguaron quién era.
—Estabas intentando entrar —repito, y aparta la mirada—. Imagino que no para espiar.
—Creía que sería más… conveniente que Jeanine Matthews no sobreviviera.
Reconozco la sed en su expresión, es la misma que vi cuando me contó lo de su hermano en la habitación de atrás del estudio de tatuajes. Antes de la simulación del ataque, quizá hubiese pensado que se trataba de una sed de justicia o incluso de venganza, pero, ahora, la identifico como una sed de sangre. Y, aunque me asuste, la entiendo.
Lo que a lo mejor debería asustarme todavía más.
—Iré organizando esa reunión —dice Tori.
Los osados están reunidos en el espacio entre las filas de literas y las puertas, que han cerrado usando una sábana bien enrollada, el mejor cerrojo dentro de las posibilidades. No me cabe duda de que Jack Kang accederá a las demandas de Jeanine. Ya no estamos seguros aquí.
—¿Cuáles fueron los términos? —pregunta Tori.
Está sentada en una silla entre algunas literas, con la pierna herida estirada delante de ella. Se lo pregunta a Tobias, pero él no parece prestarle atención; está apoyado en una de las literas, de brazos cruzados, mirando al suelo.
—Puso tres condiciones —respondo tras aclararme la garganta—: devolver a Eric a los eruditos, informar de los nombres de todas las personas que no recibieron los disparos de las agujas y llevar a los divergentes a la sede de Erudición.
Miro a Marlene, que me devuelve la mirada, sonriendo con cierta tristeza. Seguramente le preocupa Shauna, que sigue con el doctor erudito. Lynn, Hector, sus padres y Zeke están con ella.
—Si Jack Kang está haciendo tratos con Erudición, no podemos quedarnos aquí —dice Tori—. Bueno, ¿adónde podemos ir?
Pienso en la sangre en la camiseta de Shauna y echo de menos los huertos de Cordialidad, el sonido del viento entre las hojas, la sensación de la corteza de los árboles en las manos. Quién iba a pensar que desearía volver a aquel lugar; creía que no era para mí.
Cerré los ojos un momento y, al abrirlos, vuelvo a la realidad y Cordialidad no es más que un sueño.
—A casa —interviene Tobias, levantando por fin la cabeza; todos prestan atención—. Deberíamos volver a nuestro sitio. Podemos romper las cámaras de seguridad de la sede de Osadía para que no nos vean en Erudición. Deberíamos volver a casa.
Alguien lo aprueba con un grito, y otra persona se le une. Así es como se deciden las cosas en Osadía: con movimientos de cabeza y gritos. En estos momentos ya no parecemos individuos, sino partes de una misma mente.
—Pero, antes de eso —dice Bud, que antes trabajaba con Tori en el estudio de tatuajes y ahora está de pie, con la mano en el respaldo de su silla—, debemos decidir qué hacer con Eric, si lo dejamos aquí, con los eruditos, o lo ejecutamos.
—Eric es osado —responde Lauren mientras le da vueltas con la punta de los dedos al anillo que lleva en el labio—. Eso significa que nosotros decidimos su destino, no Verdad.
Esta vez, el grito se me escapa solo y se une a los demás que expresan su aprobación.
—De acuerdo con la ley de Osadía, solo los líderes de la facción pueden ejecutar a alguien. Nuestros cinco antiguos líderes son traidores —dice Tori—, así que creo que ha llegado el momento de elegir nuevos líderes. La ley exige que sean más de uno, y necesitamos un número impar. Si tenéis sugerencias, gritadlas ahora, y votaremos en caso necesario.
—¡Tú! —grita alguien.
—Vale —responde Tori—. ¿Alguien más?
Marlene se pone las manos en la boca para hacer bocina y grita:
—¡Tris!
Se me acelera el corazón, pero me sorprendo al comprobar que nadie masculla una negativa y nadie se ríe. Todo lo contrario, unos cuantos asienten con la cabeza, igual que cuando se mencionó el nombre de Tori. Examino el grupo y doy con Christina, que está con los brazos cruzados y no parece reaccionar a mi nominación.
Me pregunto cómo me verán, porque seguro que ven algo que yo no veo, a alguien capaz y fuerte. A alguien que no puedo ser; a alguien que puedo ser.
Tori responde a Marlene asintiendo con la cabeza y busca entre nosotros otra recomendación.
—Harrison —dice alguien.
No sé quién es Harrison hasta que alguien da una palmada en el hombro de un hombre de mediana edad rubio con coleta, y él sonríe. Lo reconozco: es el osado que me llamó «chica» cuando Zeke y Tori regresaron de la sede de Erudición.
Los osados guardan silencio durante un momento.
—Yo voy a nominar a Cuatro —dice Tori.
Salvo por algunos murmullos de enfado en el fondo de la sala, nadie muestra su desacuerdo. Después de la paliza a Marcus en la cafetería, ya nadie lo llama cobarde. Me pregunto cómo reaccionarían de saber lo calculado que fue aquel movimiento.
Ahora podría conseguir justo lo que pretendía, a no ser que me interponga en su camino.
—Solo necesitamos tres líderes —anuncia Tori—. Tendremos que votar.
Nunca habrían pensado en mí si no hubiese detenido la simulación. Y puede que nunca me hubieran considerado de no ser por la puñalada a Eric junto a los ascensores o porque me metí debajo del puente. Cuanto más imprudente me vuelvo, más popular soy entre los osados.
Tobias me mira; no puedo ser popular entre los osados porque él tiene razón: no soy osada, sino divergente. Soy lo que decida ser, y no puedo decidir ser esto. Tengo que mantenerme separada de ellos.
—No —contesto; después me aclaro la garganta y lo repito más alto—. No, no hace falta votar. Renuncio a mi nominación.
—¿Seguro, Tris? —pregunta Tori, arqueando las cejas.
—Sí, no la quiero, estoy segura.
Entonces, sin discusión y sin ceremonia, eligen a Tobias como líder de Osadía. Y a mí, no.