Estoy de pie frente a uno de los lavabos de los servicios de mujeres de la planta recientemente reclamada por Osadía. Tengo una pistola en la palma de la mano. Lynn la ha puesto ahí hace unos minutos, aunque se quedó algo perpleja al ver que no cerraba la mano en torno a ella para guardarla en una pistolera o en la cintura de los vaqueros. Simplemente la he dejado ahí, y ella ha salido del baño antes de que me entrara el pánico.
«No seas idiota», me digo. No tiene sentido disponerse a hacer lo que pienso hacer sin llevar un arma. Sería una locura. Así que tendré que resolver en cinco minutos el problema que llevo ya un tiempo arrastrando.
Primero cierro el meñique en torno a la culata, después el siguiente dedo y después el siguiente. El peso me resulta familiar. El índice se mete en el gatillo. Dejo escapar el aire.
Empiezo a levantarla, llevando mi mano izquierda a reunirse con la derecha para estabilizarla. Sostengo la pistola alejada del cuerpo, con los brazos rectos, como me enseñó Cuatro cuando ese era su único nombre. Usé una pistola como esta para defender a mi padre y a mi hermano de los osados absorbidos por la simulación. La utilicé para evitar que Eric disparase a Tobias en la cabeza. No es malvada por naturaleza, no es más que un instrumento.
Veo un movimiento en el espejo y, antes de poder detenerme, miro mi reflejo. «Así me vio él —pienso—. Así me vio cuando le disparé».
Gimo como un animal herido y dejo que la pistola se me caiga de las manos para aferrarme el estómago. Quiero sollozar porque sé que me hará sentir mejor, pero no puedo forzar las lágrimas, así que me encojo en el suelo y me quedo mirando las baldosas blancas. No puedo hacerlo, no puedo llevarme la pistola.
Ni siquiera debería ir; pero iré.
—¿Tris? —dice alguien, llamando a la puerta; me levanto y descruzo los brazos mientras la puerta se abre, con un chirrido, unos centímetros, y Tobias entra en el cuarto.
—Zeke y Uriah me han dicho que vas a espiar a Jack —me dice.
—Ah.
—¿Es verdad?
—¿Y por qué te lo iba a contar? Tú nunca me cuentas tus planes.
—¿De qué me hablas? —pregunta, juntando las rectas cejas.
—Te hablo de machacar a Marcus delante de todos los osados sin razón aparente —respondo, dando un paso hacia él—. Salvo que había una razón, ¿no? Porque no es propio de ti perder el control; tampoco hizo nada para provocarte, ¡así que tiene que haber una razón!
—Debía probar a los osados que no soy un cobarde. Eso es todo, no hubo más.
—¿Y por qué debías…? —empiezo.
¿Por qué debía probarse Tobias ante los osados? El único motivo es que quisiera que le tuvieran un gran respeto. Que quisiera convertirse en líder de Osadía. Recuerdo la voz de Evelyn hablando entre las sombras del refugio de los abandonados: «Lo que te estoy sugiriendo es que te hagas importante».
Quiere que los osados se unan a los sin facción, y sabe que la única forma de lograrlo es hacerlo él mismo.
Por qué no ha sentido la necesidad de compartir su plan conmigo es otro misterio distinto. Antes de poder hablar, me dice:
—Entonces, ¿vas a espiar o no?
—¿Qué más da?
—Otra vez te lanzas al peligro sin motivo, igual que cuando subiste a enfrentarte a los eruditos con tan solo una… navajita para protegerte.
—Hay un motivo, un buen motivo. No sabremos qué pasa si no espiamos, y necesitamos saber lo que pasa.
Se cruza de brazos. No es corpulento, como algunos chicos osados. Y puede que algunas chicas se fijen en lo que le sobresalen las orejas o en que su nariz es algo corva en la punta, pero para mí…
Me trago el resto de ese pensamiento. Ha venido para gritarme, me está ocultando cosas. Seamos lo que seamos ahora, no puedo permitirme pensar en lo atractivo que es; eso solo servirá para que me cueste más hacer lo que hay que hacer. Y, ahora mismo, lo que hay que hacer es oír lo que Jack Kang quiere decir a Erudición.
—Ya no te cortas el pelo como los abnegados —comento—. ¿Es porque quieres parecer más osado?
—No cambies de tema. Ya hay cuatro espías, no tienes por qué ir.
—¿Por qué insistes tanto en que me quede en casa? —pregunto, alzando la voz—. ¡No soy de esos que se sientan a esperar mientras los demás se arriesgan por ellos!
—Mientras seas de los que no aprecian su propia vida…, alguien que ni siquiera es capaz de coger una pistola… —empieza, inclinándose sobre mí—, deberías sentarte a esperar mientras los demás se arriesgan por ti.
Su voz tranquila late a mi alrededor como un segundo corazón. Oigo las palabras «que no aprecian su propia vida» una y otra vez.
—¿Y qué vas a hacer? —respondo—. ¿Encerrarme en el cuarto de baño? Porque es la única forma de evitar que vaya.
Se toca la frente y deja caer la mano por un lado de su cara. Nunca lo había visto tan decaído.
—No quiero detenerte, quiero que te detengas tú sola —me dice—, pero, si vas a ser imprudente, no puedes evitar que vaya contigo.
Todavía es de noche, aunque apenas, cuando llegamos al puente, que tiene dos niveles y pilares de piedra en cada esquina. Bajamos las escaleras junto a uno de los pilares de piedra y avanzamos con sigilo a la altura del río. Grandes charcos de agua estancada brillan cuando la luz del día los alcanza. El sol empieza a salir, debemos ponernos en posición.
Uriah y Zeke están en los edificios a ambos lados del puente, de modo que puedan ver mejor y cubrirnos desde lejos. Tienen mejor puntería que Lynn o Shauna, que ha venido porque se lo ha pedido Lynn, a pesar de su crisis en el Lugar de Reunión.
Lynn va la primera, con la espalda contra la piedra, acercándose poco a poco al borde inferior de los soportes del puente. La sigo, con Shauna y Tobias detrás. El puente está apoyado en cuatro estructuras de metal curvas que lo aseguran al muro de piedra, y también en un laberinto de estrechas vigas metálicas bajo el nivel inferior. Lynn se mete bajo una de las estructuras de metal y trepa a toda velocidad, manteniendo las estrechas vigas bajo ella y avanzando hacia el centro del puente.
Dejo que Shauna suba delante de mí porque no soy capaz de trepar tan bien. Me tiembla el brazo izquierdo cuando intento mantener el equilibrio encima de la estructura de metal. Noto la fresca mano de Tobias en mi cintura, estabilizándome.
Me agacho para encajar en el espacio entre el fondo del puente y las vigas que tengo debajo. No llego muy lejos antes de verme obligada a parar con un pie en una viga y el brazo izquierdo en otra, y tendré que quedarme así durante un buen rato.
Tobias se desliza por una de las vigas y pone la pierna debajo de mí. Es lo bastante larga como para estirarse hasta una segunda viga. Dejo escapar el aire y le sonrío para darle las gracias. Es la primera vez que nos comunicamos desde que salimos del Mercado del Martirio.
Él me devuelve la sonrisa, aunque es algo forzada.
Aguardamos el momento en silencio. Respiro por la boca e intento controlar el temblor de brazos y piernas. Shauna y Lynn parecen comunicarse entre ellas sin palabras. Se hacen muecas que no entiendo, asienten y se sonríen cuando llegan a un entendimiento. Nunca he pensado en cómo sería tener una hermana. ¿Estaríamos Caleb y yo más unidos si él fuera una chica?
La ciudad está tan tranquila por la mañana que las pisadas hacen eco al acercarse al puente. El sonido llega por detrás de mí, lo que significa que son Jack y su escolta osada, no los eruditos. Los osados saben que estamos aquí, aunque Jack Kang, no. Si baja la mirada unos cuantos segundos podría vernos a través de la red metálica que tiene bajo los pies. Intento respirar haciendo el menor ruido posible.
Tobias mira la hora y levanta el brazo para enseñármela: las siete en punto.
Levanto la vista y me asomo por la red de acero que tengo encima. Unos pies pasan por encima de mi cabeza, y, entonces, lo oigo:
—Hola, Jack —dice.
Es Max, el que nombró a Eric líder osado siguiendo órdenes de Jeanine, el que aplicó las políticas de crueldad y brutalidad durante la iniciación osada. Nunca he hablado con él directamente, pero el sonido de su voz me estremece.
—Max —dice Jack—. ¿Dónde está Jeanine? Creía que, al menos, tendría la cortesía de aparecer en persona.
—Jeanine y yo dividimos nuestras responsabilidades de acuerdo con nuestros puntos fuertes —responde—. Eso significa que yo tomo todas las decisiones militares. Creo que eso incluye lo que estamos haciendo hoy.
Frunzo el ceño. No he oído hablar mucho a Max, pero hay algo… raro en las palabras que usa, en su ritmo.
—Vale —dice Jack—. He venido a…
—Debo informarte de que esto no es una negociación —lo interrumpe Max—. Para negociar, hay que estar en igualdad de condiciones, y tú, Jack, no lo estás.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que sois la única facción innecesaria. Verdad no nos ofrece protección, ni alimento, ni innovación tecnológica, por tanto, sois prescindibles. Y tampoco habéis trabajado para ganaros el favor de vuestros huéspedes de Osadía —añade Max—, así que sois completamente vulnerables e inútiles. Te recomiendo, por tanto, que hagas lo que te diga al pie de la letra.
—Eres un cerdo —dice Jack entre dientes—. Cómo te atreves…
—Vamos, no seas tan irascible —lo interrumpe Max.
Me muerdo el labio. Debo confiar en mi instinto, y mi instinto me dice que algo va mal. Ningún osado que se precie diría la palabra «irascible», ni reaccionaría con tanta calma ante un insulto. Está hablando como otra persona, está hablando como Jeanine.
Se me pone de punta el vello de la nuca. Tiene mucho sentido, ya que Jeanine no confiaría en nadie lo suficiente como para que hablase por ella, y menos en un volátil osado. La mejor solución al problema es darle a Max un auricular. Y la señal de un auricular tiene un rango de medio kilómetro, como mucho.
Miro a Tobias a los ojos y, poco a poco, muevo la mano para señalarme la oreja. Después apunto hacia arriba, más o menos hacia donde está Max.
Tobias frunce el ceño un momento y después asiente, pero no estoy segura de que me haya entendido.
—Tengo tres exigencias —dice Max—. En primer lugar, que entreguéis ileso al líder osado que tenéis retenido. En segundo, que permitáis que nuestros soldados registren vuestro complejo para que podamos extraer a los divergentes; y tercero, que nos deis los nombres de las personas que no recibieron el suero de la simulación.
—¿Por qué? —preguntó Jack con amargura—. ¿Qué estáis buscando? ¿Y para qué necesitáis esos nombres? ¿Qué pretendéis hacer con ellos?
—El objetivo de nuestro registro sería localizar y sacar a todos los divergentes de las instalaciones. Y, en cuanto a los nombres, no es asunto tuyo.
—¡Que no es asunto mío! —exclama Jack; oigo unas pisadas que rechinan por encima de mí, así que intento mirar a través de la red. Por lo que veo, Jack ha agarrado con un puño el cuello de la camisa de Max.
—Suéltame —dice Max—, si no quieres que ordene a mis guardias disparar.
Frunzo el ceño. Si Jeanine habla a través de Max, tiene que verlo para saber que lo ha agarrado. Me echo hacia delante para observar los edificios del otro lado del puente. A mi izquierda, el río hace una curva, y en el borde hay un edificio de cristal bajo. Seguro que está ahí.
Empiezo a trepar de espaldas hacia la estructura metálica que soporta el puente, hacia las escaleras que me llevarán a Wacker Drive. Tobias me sigue de inmediato, y Shauna le da unos golpecitos a Lynn en el hombro, pero Lynn está haciendo otra cosa.
Estaba demasiado ocupada pensando en Jeanine, así que no me di cuenta de que Lynn había sacado la pistola y había empezado a trepar hacia el borde del puente. Shauna abre la boca y se le ponen los ojos como platos cuando Lynn se balancea hacia delante y se agarra al borde del puente, pasando un brazo por encima. Su dedo aprieta el gatillo.
Max jadea, se lleva la mano al pecho y se tambalea hacia atrás. Cuando retira la mano, está manchada de sangre.
No me molesto en seguir trepando, sino que me dejo caer en el barro, seguida de cerca por Tobias, Lynn y Shauna. Se me hunden las piernas en el lodazal y los pies hacen un sonido como de ventosa al levantarlos. Se me caen los zapatos, pero sigo avanzando hasta llegar al hormigón. Se oyen disparos, y las balas se hunden en el barro, a mi lado. Me lanzo contra el muro que hay bajo el puente para que no puedan apuntarme.
Tobias se aprieta contra el muro, a mi lado, tan cerca que su barbilla flota sobre mi cabeza y noto su pecho contra los hombros, protegiéndome.
Podría volver corriendo a la sede de Verdad y ponerme temporalmente a salvo. O podría buscar a Jeanine, ya que seguramente no volverá a encontrarse en un momento tan vulnerable como este.
Ni siquiera tengo que pensarlo.
—¡Vamos! —digo, y subo corriendo las escaleras, con los demás pisándome los talones.
En el nivel inferior del puente, nuestros osados disparan a los traidores. Jack está a salvo, agachado y con un brazo osado sobre la espalda. Corro más deprisa. Cruzo corriendo el puente sin mirar atrás. Ya oigo los pasos de Tobias, que es el único capaz de seguirme el ritmo.
El edificio de cristal está a la vista. Entonces, oigo más pasos y más disparos. Corro en zigzag para ponérselo más difícil a los traidores.
Estoy cerca del edificio de cristal, a pocos metros. Aprieto los dientes y me fuerzo más. Tengo las piernas entumecidas y apenas noto el suelo debajo de los pies. Sin embargo, antes de llegar a las puertas, veo movimiento en el callejón de la derecha, así que giro y voy en esa dirección.
Tres figuras corren por el callejón: una es rubia, la otra es alta…, y la otra es Peter.
Tropiezo y estoy a punto de caer.
—¡Peter! —grito.
Él levanta la pistola y, detrás de mí, Tobias levanta la suya, y nos quedamos de pie, a pocos metros, todos inmóviles. Detrás de él, la mujer rubia (probablemente Jeanine) y el traidor alto doblan la esquina. Aunque no tengo ni arma ni plan, quiero correr detrás de ellos, y quizá lo habría hecho de no haberme puesto Tobias una mano en el hombro para retenerme.
—Traidor —le digo a Peter—. Lo sabía. Lo sabía.
Un grito corta el aire. Es un grito de angustia, un grito de mujer.
—Parece que tus amigos te necesitan —dice Peter, esbozando la sombra de una sonrisa… o enseñando los dientes, no estoy segura; no baja la pistola—. Tienes que elegir: puedes dejarnos marchar y ayudarlos o puedes morir intentando seguirnos.
Casi grito; los dos sabemos lo que voy a hacer.
—Espero que te mueras —le digo.
Retrocedo de espaldas hasta dar con Tobias, que sigue retrocediendo conmigo, hasta que llegamos al final del callejón, nos volvemos y echamos a correr.