Por la tarde me uno a un grupo de veraces y osados que van a limpiar las ventanas rotas del vestíbulo. Me concentro en el camino que recorre la escoba y mantengo los ojos clavados en el polvo que se acumula entre los fragmentos de cristal. Mis músculos recuerdan el movimiento antes de que lo haga el resto de mi persona, aunque, cuando bajo la vista, en vez de mármol oscuro veo sencillas baldosas blancas y el fondo de una pared gris claro; veo los mechones de pelo rubio que cortaba mi madre y el espejo bien guardado detrás del panel de la pared.
Me siento flaquear y busco apoyo en el palo de la escoba.
Una mano me toca el hombro y reacciono apartándome, pero no es más que una chica veraz, una niña, que me mira con los ojos muy abiertos.
—¿Estás bien? —pregunta con voz aguda y poco clara.
—Sí —respondo con demasiada brusquedad, así que me apresuro a arreglarlo—. Es que estoy cansada. Gracias.
—Creo que mientes.
Veo que le asoma una venda por la manga, seguramente una venda que tapa el pinchazo de una aguja. La idea de esta niña dentro de una simulación me da náuseas. Ni siquiera puedo mirarla; me vuelvo.
Y los veo: en el exterior, un traidor osado que sostiene a una mujer con una pierna ensangrentada. Veo los mechones grises en el pelo de la mujer, el extremo de la nariz aguileña del hombre y el brazalete azul de los traidores osados justo bajo los hombros, y entonces los reconozco a los dos: Tori y Zeke.
Tori intenta caminar, pero lleva a rastras una de las piernas, inutilizada. Una mancha húmeda y oscura le cubre casi todo el muslo.
Los veraces dejan de barrer y se quedan mirándolos. Los guardias osados que están en fila junto a los ascensores corren a la entrada con las armas en alto. Mis compañeros barrenderos retroceden para quitarse de en medio, pero yo me quedo donde estoy, notando cómo el calor me recorre el cuerpo conforme se acercan Zeke y Tori.
—Pero ni siquiera están armados, ¿no? —pregunta alguien.
Tori y Zeke llegan hasta donde antes estaban las puertas, y él levanta una mano cuando ve la fila de osados con pistolas. Con la otra mano no deja de sujetar la cintura de Tori.
—Necesita atención médica ahora mismo —dice Zeke.
—¿Y por qué íbamos a dar atención médica a una traidora? —pregunta desde el otro lado de su arma un osado con ralo pelo rubio y dos pendientes en el labio; se le ve una mancha de tinte azul en el antebrazo.
Tori gime, y yo me meto entre dos osados para llegar hasta ella. La mujer me pone una mano, pegajosa de sangre, en la mía. Zeke la deja en el suelo y se le escapa un gruñido.
—Tris —dice Tori, que parece aturdida.
—Será mejor que retrocedas un paso, chica —dice el osado rubio.
—No, baja el arma.
—Ya te dije que los divergentes están locos —masculla uno de los otros osados armados a la mujer que tiene al lado.
—¡Me da igual si la atáis a la cama para evitar que se líe a tiros! —exclama Zeke, frunciendo el ceño—. ¡Pero no dejéis que se desangre en el vestíbulo de la sede de Verdad!
Por fin, unos cuantos osados dan un paso adelante y levantan a Tori.
—¿Adónde la… llevamos? —pregunta uno de ellos.
—Buscad a Helena —responde Zeke—. Enfermera osada.
Los hombres asienten y la llevan hacia los ascensores. Zeke y yo nos miramos a los ojos.
—¿Qué ha pasado? —le pregunto.
—Los osados traidores averiguaron que les estábamos sacando información. Tori intentó huir, pero le dispararon por la espalda. La he ayudado a llegar aquí.
—Bonita historia —comenta el rubio—. ¿Quieres repetirla con el suero de la verdad?
—De acuerdo —responde Zeke, encogiéndose de hombros; después junta las muñecas delante de él con aire teatral—. Llevadme a rastras, si tantas ganas tenéis.
Entonces sus ojos dan con algo que hay detrás de mí y empieza a caminar. Me vuelvo y veo a Uriah, que ha salido corriendo de los ascensores; sonríe.
—Me llegaron rumores de que eras un sucio traidor —dice Uriah.
—Sí, bueno.
Chocan y se funden en un abrazo que casi parece doloroso, dándose palmadas en la espalda y riéndose con los puños unidos entre ellos.
—No puedo creerme que no nos lo contaras —dice Lynn, sacudiendo la cabeza; está sentada frente a mí en la mesa, con los brazos cruzados y una de sus piernas sobre la silla.
—Venga, no te enfurruñes —responde Zeke—. Ni siquiera podía decírselo a Shauna y a Uriah. Y no tiene mucho sentido ser un espía si se lo cuentas a todo el mundo.
Estamos sentados en una habitación de la sede de Verdad a la que llaman el Lugar de Reunión, nombre que los osados utilizan con socarronería siempre que pueden. Es grande y abierta, con grandes cortinas negras y blancas colgadas de todas las paredes, y un círculo de estrados en el centro. Unas grandes mesas redondas rodean los estrados. Lynn me contó que aquí mantienen debates mensuales, por entretenimiento, e incluso hay servicios religiosos una vez a la semana. Sin embargo, cuando no hay programado ningún acontecimiento, la habitación suele estar llena.
Zeke recibió el visto bueno de los veraces hace una hora, en un corto interrogatorio en la planta dieciocho. No fue una ocasión tan sombría como el interrogatorio de Tobias y mío, en parte porque no contaban con ninguna grabación sospechosa que implicara a Zeke, y en parte porque Zeke es gracioso incluso bajo los efectos del suero de la verdad. Puede que sobre todo con el suero. En cualquier caso, hemos venido al Lugar de Reunión para celebrar el «¡Oye, pues resulta que no eres un traidor asqueroso!», como dice Uriah.
—Sí, pero te hemos estado insultando desde el ataque de la simulación —responde Lynn—. Y ahora me siento como una imbécil.
Zeke echa un brazo por encima de Shauna.
—Es que eres una imbécil, Lynn. Forma parte de tu encanto.
Lynn le tira un vaso de plástico, que él esquiva. El agua se derrama por la mesa y le salpica en un ojo.
—En fin, como decía —dice Zeke mientras se restriega el ojo mojado—, sobre todo trabajaba sacando a los desertores eruditos de allí. Por eso aquí hay un grupo tan grande, y otro grupo más pequeño en la sede de Cordialidad. Pero Tori… No tengo ni idea de lo que estaba haciendo. Siempre se escabullía y desaparecía durante varias horas, y, cuando estaba, era como si fuese a estallar de un momento a otro. No me extraña que nos descubrieran por su culpa.
—¿Cómo es que te dieron el trabajo a ti? —pregunta Lynn—. Tampoco es que seas tan especial.
—Fue más bien por dónde estaba después del ataque: justo en medio de un grupo de traidores osados. Decidí seguirles la corriente. En cuanto a Tori, ni idea.
—Es una trasladada de Erudición —respondo.
Lo que no cuento, ya que no estoy segura de querer que lo sepa todo el mundo, es que Tori seguramente pareciese a punto de estallar en Erudición porque asesinaron a su hermano por ser divergente.
Una vez me contó que esperaba su oportunidad para vengarse.
—Ah —responde Zeke—, ¿y cómo lo sabes?
—Bueno, todos los trasladados tenemos un club secreto —respondo, echándome atrás en la silla—. Nos reunimos cada tercer jueves del mes.
Zeke resopla.
—¿Dónde está Cuatro? —pregunta Uriah mientras consulta la hora en su reloj—. ¿Deberíamos empezar sin él?
—No podemos —responde Zeke—, él es el que iba a recibir la información.
Uriah asiente como si eso significase algo, pero después se detiene y pregunta:
—¿Y qué información era esa, por cierto?
—La información sobre la pequeña conferencia de paz de Kang con Jeanine, obviamente —responde su hermano.
Al otro lado de la habitación, veo a Christina sentada a una mesa con su hermana. Las dos leen algo.
Se me tensa todo el cuerpo. Cara, la hermana mayor de Will, está cruzando el cuarto en dirección a la mesa de Christina. Agacho la cabeza.
—¿Qué? —pregunta Uriah, volviendo la vista atrás; me dan ganas de pegarle un puñetazo.
—¡Estate quieto! —le digo—. Es que no se puede ser más obvio, vamos. —Me inclino hacia delante y cruzo los brazos sobre la mesa—. La hermana de Will está ahí.
—Sí, hablé con ella una vez sobre salir de Erudición mientras estaba allí —dice Zeke—. Decía que había visto cómo asesinaban a una abnegada mientras estaba en una misión para Jeanine y que ya no lo soportaba más.
—¿Seguro que no es una espía erudita? —pregunta Lynn.
—Lynn, salvó a media facción osada de esta cosa —responde Marlene, dándose unos golpecitos en el brazo en el que había recibido el disparo de los traidores—. Bueno, a la mitad de la mitad de la facción osada.
—En algunos círculos llaman a eso un cuarto, Mar —comenta Lynn.
—De todos modos, ¿qué más da que sea una traidora? —dice Zeke—. No estamos planeando nada de lo que pueda informarles. Además, si lo hacemos, no vamos a incluirla a ella.
—Puede sacar mucha información —insiste Lynn—. Cuántos somos, por ejemplo, o cuántos de nosotros no estamos conectados a las simulaciones.
—No estabas allí cuando me contó por qué se fue —dice Zeke—. La creo.
Cara y Christina se han levantado, y se dirigen a la puerta de la habitación.
—Ahora vuelvo —les digo a todos—, tengo que ir al servicio.
Espero a que Cara y Christina salgan, y después las sigo a paso ligero. Abro despacio una de las puertas para no hacer ruido y la cierro con la misma lentitud. Estoy en un pasillo en penumbra que huele fatal…, aquí debe de estar la tolva para tirar la basura de los veraces.
Distingo dos voces femeninas al volver la esquina, así que me acerco con sigilo al final del pasillo para oír mejor.
—… es que no soporto que esté aquí —dice una de ellas entre sollozos. Christina—. No puedo dejar de imaginarme… lo que hizo… ¡No entiendo cómo pudo hacerlo!
Los sollozos de Christina hacen que me sienta como si fuera a partirme en dos de un momento a otro.
Cara se toma su tiempo para responder.
—Yo sí —responde.
—¿Qué?
—Tienes que entenderlo: nos entrenan para ver las cosas de la forma más lógica. Así que no pienses que soy insensible. Sin embargo, seguramente esa chica estaba muerta de miedo y era incapaz de evaluar las situaciones con inteligencia, si es que alguna vez ha sido capaz de hacerlo.
Abro los ojos como platos. «Será…». Repaso una corta lista de insultos en mi cabeza antes de seguir escuchándola.
—Y la simulación hizo que no pudiera razonar con él, así que, cuando amenazó su vida, reaccionó como la habían entrenado en Osadía: disparó a matar.
—Entonces, ¿qué estás diciendo? —pregunta Christina con amargura—. ¿Que tenemos que olvidarnos del tema porque tiene mucho sentido?
—Claro que no —responde Cara, y la voz le tiembla un poquito—. Claro que no —repite, esta vez en voz baja; se aclara la garganta—. El problema es que vas a tener que estar cerca de ella, y quiero que te resulte más fácil. No tienes que perdonarla. De hecho, no sé muy bien por qué erais amigas; siempre me ha parecido un poco errática.
Me tenso mientras espero a que Christina esté de acuerdo con ella, pero compruebo, sorprendida (y aliviada), que no lo hace.
—En fin —sigue Cara—. No tienes que perdonarla, pero deberías intentar comprender que no lo hizo por malicia, sino por culpa del pánico. Así podrás mirarla sin querer darle un puñetazo en esa nariz tan larga que tiene.
Me llevo automáticamente la mano a la nariz. Christina se ríe un poco, lo que me sienta como un mazazo en el estómago. Retrocedo por la puerta hacia el Lugar de Reunión.
Aunque Cara ha sido grosera (y el comentario sobre la nariz es un golpe bajo), le agradezco lo que ha dicho.
Tobias sale de una puerta escondida detrás de una tela blanca. Aparta con irritación la tela de su camino antes de dirigirse a nosotros y sentarse a mi lado en la mesa del Lugar de Reunión.
—Kang va a reunirse con un representante de Jeanine Matthews a las siete de la mañana —nos cuenta.
—¿Un representante? —repite Zeke—. ¿No viene ella en persona?
—Sí, claro, para colocarse a tiro de un montón de gente enfadada y armada —comenta Uriah, sonriendo un poco—. Me gustaría que lo intentara. No, en serio, me encantaría.
—¿Y Kang el Genio se va a llevar una escolta osada, por lo menos? —pregunta Lynn.
—Sí —responde Tobias—. Algunos de los miembros mayores se han presentado voluntarios. Pero dice que mantendrá los ojos bien abiertos e informará a la vuelta.
Lo miro con el ceño fruncido: ¿cómo se ha enterado de todo eso? ¿Y por qué, después de dos años evitando a toda costa convertirse en un líder osado, de repente actúa como uno?
—Así que supongo que la verdadera pregunta es: si fuerais eruditos, ¿qué diríais en esa reunión? —pregunta Zeke, cruzando las manos sobre la mesa.
Todos me miran a mí, expectantes.
—¿Qué? —pregunto.
—Eres divergente —contesta Zeke.
—Y Tobias también.
—Sí, pero él no tenía aptitud para Erudición.
—¿Y cómo sabes que yo sí?
—Me parece probable —responde, encogiéndose de hombros—. ¿No parece probable?
Uriah y Lynn asienten. Tobias tuerce la boca, como si sonriera, pero, si era eso, se reprime antes de completar el movimiento. Me siento como si tuviera una piedra en el estómago.
—A todos os funciona el cerebro, la última vez que miré —digo—. Vosotros también podéis pensar como eruditos.
—¡Pero no tenemos cerebros divergentes especiales! —exclama Marlene; me toca la cabeza con la punta de los dedos y aprieta un poco—. Venga, haz tu magia.
—No hay magia divergente, Mar —dice Lynn.
—Y, si la hubiera, no deberíamos consultarla —añade Shauna; es lo primero que dice desde que nos hemos sentado, y ni siquiera me mira al hacerlo, sino que frunce el ceño mirando a su hermana.
—Shauna… —empieza Zeke.
—¡No me vengas con esas! —salta ella, centrando en él su ceño fruncido—. ¿No crees que alguien con aptitud para varias facciones pueda tener algún problema de lealtad? Si tiene aptitud para Erudición, ¿cómo sabemos que no trabaja para ellos?
—No seas ridícula —dice Tobias en voz baja.
—No estoy siendo ridícula —responde ella, golpeando la mesa—. Sé que pertenezco a Osadía porque todo lo que hice en la prueba de aptitud me lo indicó. Soy leal a mi facción por eso, porque no podría estar en ningún otro lugar. ¿Y ella? ¿Y tú? —pregunta, sacudiendo la cabeza—. No tengo ni idea de cuáles son vuestras lealtades, y no voy a fingir que todo va bien.
Se levanta y, cuando Zeke intenta detenerla, ella le aparta la mano y se dirige a las puertas. La observo hasta que se cierra la puerta y la tela negra que cuelga delante se queda quieta.
Estoy furiosa, como con ganas de gritar, pero Shauna se ha ido, así que no puedo desahogarme con ella.
—No es magia —afirmo—. Solo tenéis que preguntaros cuál sería la respuesta más lógica a una situación concreta.
Se me quedan mirando como si no entendieran nada.
—En serio —insisto—. Si yo estuviera en esta situación, mirando a un grupo de guardias osados y a Jack Kang, seguramente no recurriría a la violencia, ¿no?
—Bueno, puede que sí, si tú tuvieras tus propios soldados osados. Y entonces solo haría falta un buen tiro y, pum, muerto, y eso que gana Erudición —dice Zeke.
—La persona a la que envíen a hablar con Kang no será un chaval erudito al azar, sino alguien importante —respondo—. Sería una estupidez disparar a Jack Kang y arriesgarse a perder al que manden de representante de Jeanine.
—¿Ves? Por eso necesitamos que analices tú la situación —comenta Zeke—. Si fuera yo, lo mataría; merecería la pena el riesgo.
Me pellizco el puente de la nariz, ya tengo dolor de cabeza.
—Vale —respondo, e intento ponerme en el lugar de Jeanine Matthews.
Ya sé que no negociará con Jack Kang, ¿de qué le serviría? Él no tiene nada que ofrecer. Así que Jeanine utilizará la situación en beneficio propio.
—Creo que Jeanine Matthews lo manipulará. Y que él hará lo que sea para proteger a su facción, aunque suponga sacrificar a los divergentes —digo, y me detengo un momento al recordar cómo nos restregó por las narices en la reunión la influencia de Verdad—. O a los osados. Así que necesitamos saber lo que se dice en esa reunión.
Uriah y Zeke intercambian miradas. Lynn sonríe, pero no es su sonrisa de siempre, no le llega a los ojos, que son más dorados que nunca, fríos.
—Pues lo sabremos —anuncia.