CAPÍTULO
DIECIOCHO

—¡Callaos todos!

Jack Kang alza las manos y la multitud guarda silencio. Hay que tener talento para eso.

Estoy entre el grupo de osados que llegaron tarde, cuando ya no quedaban asientos libres. Un reflejo de luz me llama la atención: un relámpago. No es el mejor momento para reunirse en una habitación con agujeros en las paredes, en vez de ventanas, pero es la sala más grande que tienen.

—Sé que muchos de vosotros estáis desconcertados y conmocionados por lo ocurrido ayer —dice Jack—. He oído muchos informes desde distintas perspectivas, y me he hecho una idea de lo que está claro y de lo que requiere más investigación.

Me meto el pelo mojado detrás de las orejas. Me desperté diez minutos antes de la hora a la que supuestamente empezaba la reunión y corrí a la ducha. Aunque estoy agotada, ahora me siento más alerta.

—Lo que parece requerir más investigación es el asunto de los divergentes —añade Jack.

Parece cansado, tiene círculos oscuros bajo los ojos y el pelo de punta sin orden ni concierto aparente, como si se hubiese pasado la noche tirándose de él. A pesar del calor sofocante que hace en la sala, lleva una camisa de manga larga que se abotona en las muñecas; debía de estar distraído cuando se vistió esta mañana.

—Si sois divergentes, por favor, dad un paso adelante para que podamos oír vuestra experiencia.

Miro de lado a Uriah, esto parece peligroso. Se supone que debo ocultar mi divergencia, se supone que reconocerla significa la muerte. Sin embargo, ya no tiene sentido ocultarla: ya saben lo que soy.

Tobias es el primero que se mueve. Se mete entre la gente, primero poniéndose de lado para abrirse paso, y después, cuando se empiezan a apartar, caminando directamente hacia Jack Kang con la espalda bien recta.

Yo también me muevo mientras mascullo disculpas a las personas que tengo delante. Se retiran como si acabara de amenazar con escupirles veneno. Unos cuantos más dan un paso adelante, veraces de blanco y negro, aunque no muchos. Uno de ellos es la chica a la que ayudé.

A pesar de la mala fama de la que ahora disfruta Tobias entre los osados y de mi nuevo título de Aquella Chica Que Apuñaló a Eric, en realidad no somos el centro de atención. El centro de atención es Marcus.

—¿Tú, Marcus? —pregunta Jack cuando Marcus llega al centro de la sala y se coloca encima del plato más bajo de la balanza dibujada en el suelo.

—Sí —responde él—. Entiendo que estés preocupado…, que todos estéis preocupados. Hace una semana nunca habíais oído hablar de los divergentes y ahora solo sabéis que son inmunes a algo a lo que vosotros sí sois susceptibles, y eso da miedo. Sin embargo, os aseguro que no hay nada que temer en lo que a nosotros respecta.

Mientras habla, ladea la cabeza y arquea las cejas, compasivo, y entiendo de repente por qué gusta a alguna gente. Te hace sentir que se ocupará de todo si lo dejas en sus manos.

—Me resulta obvio que nos atacaron para que los eruditos pudieran encontrar a los divergentes —dice Jack—. ¿Sabes por qué?

—No —responde Marcus—. Quizá solo pretendieran identificarnos. Parece una información útil si piensan volver a usar sus simulaciones.

—No era eso lo que pretendían —dice mi boca antes de que yo decida hacerlo; mi voz suena aguda y débil comparada con la de Marcus y Jack, aunque es demasiado tarde para detenerme—. Querían matarnos. Llevan matándonos desde antes de que pasara todo esto.

Jack junta las cejas y oigo cientos de diminutos sonidos, gotas de lluvia que caen sobre el tejado. La habitación oscurece, como si la ensombreciese mi comentario.

—Eso suena a teoría de la conspiración —dice Jack—. ¿Qué razón tendrían los eruditos para mataros?

Mi madre decía que la gente teme a los divergentes porque no puede controlarlos. A lo mejor es cierto, aunque el miedo a lo que no puedes controlar no es una razón lo bastante concreta como para explicar a Jack Kang por qué Erudición nos quiere ver muertos. El corazón se me acelera al darme cuenta de que no soy capaz de responder.

—Pues… —empiezo, y Tobias me interrumpe.

—Resulta obvio que no lo sabemos —dice—, pero se han documentado casi una docena de muertes misteriosas en Osadía en los últimos seis años, y existe una correlación entre esas personas y unos resultados irregulares en las pruebas de aptitud o en las simulaciones de la iniciación.

Cae un rayo y la habitación se ilumina. Jack sacude la cabeza.

—Aunque resulta interesante, la correlación no equivale a una prueba.

—Un líder osado disparó a un niño veraz en la cabeza —le suelto—. ¿Te llegó un informe de eso? ¿Te pareció que requería investigarlo?

—Pues sí. Y disparar a un niño a sangre fría es un crimen terrible que no quedará sin castigo. Por suerte, tenemos al culpable en custodia y lo juzgaremos. Sin embargo, hay que tener presente que los soldados osados no dieron muestras de querer hacer daño a la mayoría de los veraces. De haber querido, nos habrían asesinado mientras estábamos inconscientes.

Oigo murmullos de irritación a mi alrededor.

—Su invasión pacífica me indica que quizá sea posible negociar un tratado de paz con Erudición y los otros osados —sigue diciendo—. Así que concertaré una reunión con Jeanine Matthews para analizar esa posibilidad lo antes posible.

—Su invasión no fue «pacífica» —respondo; veo por el rabillo del ojo la boca de Tobias, y está sonriendo, así que respiro hondo y empiezo otra vez—. Que no os dispararan a todos en la cabeza no quiere decir que sus intenciones fueran honorables. ¿Por qué crees que vinieron? ¿Solo para recorrer vuestros pasillos, dejaros inconscientes y marcharse?

—Supongo que vendrían por los que son como tú —dice Jack—. Y, aunque me preocupa vuestra seguridad, no creo que podamos atacarlos solo porque quisieran matar a un pequeño porcentaje de nuestra población.

—Lo peor que pueden hacer no es mataros, sino controlaros.

Jack sonríe, como si le hiciera gracia. Gracia.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo van a hacer eso?

—Os han disparado agujas —dice Tobias—. Agujas llenas de transmisores de simulaciones. Las simulaciones os controlan. Así lo van a hacer.

—Sabemos cómo funcionan las simulaciones —responde Jack—. El transmisor no es un implante permanente. Si pretendieran controlarnos, lo habrían hecho de inmediato.

—Pero… —empiezo.

—Sé que has estado sometida a mucha presión, Tris —me interrumpe en voz baja—, y que has prestado un gran servicio a tu facción y a Abnegación, pero creo que tu traumática experiencia puede haber comprometido tu capacidad de ser completamente objetiva. No puedo lanzar un ataque basándome en las especulaciones de una niña.

Me quedo inmóvil como una estatua, incapaz de creer que pueda ser tan estúpido. Me arde la cara. Me ha llamado «niña». Una niña que está tan estresada que ha llegado al borde de la paranoia. No es cierto, pero ahora eso es lo que creen los veraces.

—Tú no tomas decisiones por nosotros, Kang —dice Tobias.

A mi alrededor, los osados gritan para expresar su aprobación. Otra persona grita:

—¡Tú no eres el líder de nuestra facción!

Jack espera a que se acaben los gritos y responde:

—Es cierto. Si queréis, sois muy libres de asaltar solos el complejo de Erudición. Sin embargo, lo haréis sin nuestro apoyo, y os recuerdo que os superan en número y en preparación.

Tiene razón, no podemos atacar a los traidores de Osadía y a Erudición sin los miembros de Verdad. Si lo intentáramos, sería un baño de sangre. Jack Kang tiene el poder en sus manos, y ahora lo sabemos todos.

—Eso me parecía —comenta, con aire de suficiencia—. Muy bien, me pondré en contacto con Jeanine Matthews y veremos si podemos negociar un tratado de paz. ¿Objeciones?

«No podemos atacar sin Verdad —pienso—, a no ser que contemos con los abandonados».