CAPÍTULO
DOCE

—Te haré una serie de preguntas sencillas para que te acostumbres al suero hasta que notes todo su efecto —dice Niles—. Bien, ¿cómo te llamas?

Tobias está sentado con los hombros caídos y la cabeza gacha, como si le pesara demasiado el cuerpo. Frunce el ceño y se retuerce en la silla antes de añadir, entre dientes:

—Cuatro.

Puede que no sea posible mentir con el suero de la verdad, pero sí se puede dar otra versión de la verdad: se llama Cuatro, aunque, en realidad no se llame Cuatro.

—Eso es un apodo —dice Niles—. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

—Tobias.

—¿Lo sabías? —me pregunta Christina, y yo asiento con la cabeza.

—¿Cómo se llaman tus padres, Tobias?

Tobias abre la boca para responder, y entonces aprieta mucho la mandíbula, como si quisiera impedir que salieran las palabras.

—¿Qué importancia tiene? —pregunta.

Los veraces que me rodean murmuran entre ellos, algunos fruncen el ceño. Miro a Christina, arqueando una ceja.

—Es extremadamente difícil no responder de inmediato cuando te inyectan el suero de la verdad —me explica—. Quiere decir que tiene una voluntad muy fuerte y algo que ocultar.

—Puede que antes no la tuviera, Tobias —responde Niles—, pero ahora sí la tiene, ya que te resistes a responder. Los nombres de tus padres, por favor.

Tobias cierra los ojos.

—Evelyn y Marcus Eaton.

Los apellidos solo son una forma adicional de identificación que resulta útil para evitar confusiones en los registros oficiales. Cuando nos casamos, uno de los contrayentes debe adoptar el apellido del otro, o los dos deben elegir uno nuevo. De todos modos, aunque podemos llevarnos el apellido de nuestra familia de una facción a otra, rara vez lo mencionamos.

No obstante, todos reconocen el apellido de Marcus, lo noto en el clamor que surge en la sala después de las palabras de Tobias. Todos los veraces saben que Marcus es el funcionario gubernamental más influyente, y algunos deben de haber leído el artículo de Jeanine sobre la crueldad con la que trataba a su hijo. Era una de las pocas verdades que había contado, y ahora todo el mundo sabe que Tobias es ese hijo.

Tobias Eaton es un nombre poderoso.

Niles espera a que guarden silencio y sigue preguntando.

—Entonces, te trasladaste de facción, ¿no?

—Sí.

—¿De Abnegación a Osadía?

—Sí —responde Tobias en tono seco—. ¿Es que no resulta obvio?

Me muerdo el labio. Debería calmarse, está dando demasiada información. Cuanto más reacio se muestre a contestar una pregunta, más decidido estará Niles a conocer la respuesta.

—Uno de los objetivos de este interrogatorio es determinar cuáles son tus lealtades —dice Niles—, así que debo preguntarlo: ¿por qué te trasladaste?

Tobias lanza una mirada asesina a Niles y mantiene la boca cerrada. Pasan unos cuantos segundos en completo silencio. Cuanto más intenta resistirse al suero, más duro parece resultarle: se le ponen las mejillas rojas y cada vez respira más deprisa, con más dificultad. Verlo así me rompe el corazón; los detalles de su niñez deberían permanecer dentro de él, si así lo desea. Es una crueldad que esta facción lo obligue a entregarlos, le quite la libertad.

—Esto es horrible —le digo a Christina, muy alterada—. Está mal.

—¿El qué? Es una pregunta muy simple.

—Tú no lo entiendes —respondo, sacudiendo la cabeza.

—Sí que te preocupas por él —dice Christina, esbozando una sonrisita.

Estoy demasiado ocupada observando a Tobias para responder.

—Te lo preguntaré de nuevo —dice Niles—. Es importante que comprendamos el alcance de tu lealtad a la facción que has elegido. Bien, ¿por qué te trasladaste a Osadía, Tobias?

—Para protegerme —responde al fin—. Me trasladé para protegerme.

—¿De qué?

—De mi padre.

Todas las conversaciones se cortan de raíz, y la estela de silencio que dejan es mucho peor que los susurros. Espero a que Niles siga escarbando, pero no lo hace.

—Gracias por tu sinceridad —responde.

Los veraces repiten la misma frase en voz baja. A mi alrededor, escucho las palabras «gracias por tu sinceridad» con distintas intensidades y tonos, y mi enfado empieza a disiparse. Con esas palabras susurradas parecen dar la bienvenida a Tobias, abrazar su secreto más oscuro y descartarlo.

Puede que no sea crueldad lo que los motive, sino un deseo de comprender. Eso no quiere decir que esté menos asustada por tener que pasar por el suero de la verdad.

—¿Eres leal a tu actual facción, Tobias? —pregunta Niles.

—Soy leal a cualquiera que no apoye el ataque a Abnegación.

—Hablando de lo cual, creo que deberíamos centrarnos en lo que pasó aquel día. ¿Qué recuerdas de la simulación?

—Al principio no estaba en la simulación —responde Tobias—. No funcionó.

—¿Qué quieres decir con que no funcionó? —pregunta Niles, riéndose un poco.

—Una de las características que definen a los divergentes es que nuestras mentes son resistentes a las simulaciones —dice Tobias—. Y yo soy divergente, así que no, no funcionó.

Más murmullos. Christina me da un codazo.

—¿Tú también? —pregunta cerca de mi oreja, para no levantar la voz—. ¿Por eso estabas despierta?

La miro. Me he pasado los últimos meses temiendo la palabra «divergente», aterrada pensando que alguien descubriera lo que soy, pero no puedo seguir ocultándolo. Asiento con la cabeza.

Abre tanto los ojos que es como si se le salieran de las órbitas. Me cuesta identificar su expresión: ¿sorpresa? ¿Miedo?

¿Admiración?

—¿Sabes lo que significa? —pregunto.

—Oí algo cuando era pequeña —dice en un susurro reverente; admiración, sin duda—. Como si fuera un cuento: «¡Entre nosotros hay personas con poderes!». Algo así.

—Bueno, no es un cuento y no es para tanto. Es como en la simulación del paisaje del miedo: eres consciente cuando estás dentro y puedes manipularla. Salvo que, para mí, todas las simulaciones son así.

—Pero, Tris —dice ella, poniéndome una mano en el codo—, eso es imposible.

En el centro de la sala, Niles levanta las manos e intenta que la multitud guarde silencio, pero hay demasiados susurros: algunos hostiles, otros aterrados y otros asombrados, como los de Christina. Al final, Niles se levanta y grita:

—¡Si no os calláis ahora mismo, os echaremos de la sala!

Por fin se callan todos y Niles se sienta.

—Ahora —sigue—, cuando dices «resistente a las simulaciones», ¿qué quieres decir?

—Normalmente quiere decir que permanecemos conscientes durante las simulaciones —responde Tobias; parece resultarle más sencillo responder preguntas sobre hechos que sobre emociones; no suena como si estuviera bajo los efectos del suero, aunque su postura gacha y el movimiento errático de los ojos indiquen lo contrario—. Sin embargo, la simulación del ataque fue distinta, utilizaba un suero de simulación distinto, uno con transmisores de largo alcance. Evidentemente, los transmisores de largo alcance no funcionaban en absoluto con los divergentes, porque aquella mañana me desperté con pleno control de mis facultades mentales.

—Dices que, al principio, no estabas en la simulación. ¿Puedes explicarme qué has querido decir?

—Quería decir que me descubrieron y me llevaron ante Jeanine, y ella me inyectó una versión del suero de la simulación específicamente diseñada para los divergentes. Seguía siendo consciente durante esa simulación, aunque no me servía para mucho.

—En la grabación de la sede de Osadía se te ve dirigiendo la simulación —dice Niles en tono sombrío—. ¿Cómo lo explicas?

—Cuando estás en una simulación, tus ojos siguen viendo y procesando el mundo que te rodea, aunque tu cerebro ya no lo comprende. Sin embargo, a cierto nivel, tu cerebro sigue sabiendo lo que ve y dónde estás. Esta nueva simulación registraba mis respuestas emocionales a los estímulos externos —dice Tobias, cerrando los ojos unos segundos— y respondía modificando el aspecto de dichos estímulos. La simulación convertía a mis amigos en enemigos y a mis enemigos en amigos. Creía que estaba apagando la simulación, cuando, en realidad, recibía instrucciones para dirigirla.

Christina asiente con la cabeza. Me tranquilizo al ver que casi todos los presentes hacen lo mismo, y me doy cuenta de que esa es la ventaja del suero: el testimonio de Tobias es irrefutable.

—Hemos visto grabaciones de lo que pasó al final en la sala de control —sigue Niles—, pero es confuso. Descríbenoslo, por favor.

—Alguien entró en la sala, y yo creí que era una soldado de Osadía que intentaba evitar que destruyera la simulación. Estaba luchando contra ella y… —Tobias frunce el ceño, como si le costara—. Y entonces se detuvo, y yo me quedé desconcertado. Aunque hubiese estado despierto, me habría quedado desconcertado. ¿Por qué se rendía? ¿Por qué no me mataba?

Sus ojos buscan entre la multitud hasta que da con mi cara. Tengo el corazón en la garganta, en las mejillas.

—Sigo sin comprender cómo supo ella que funcionaría —añade en voz baja.

En las puntas de los dedos.

—Creo que mi conflicto emocional confundió a la simulación —concluye—, y entonces oí su voz. De algún modo, eso me permitió luchar contra la simulación.

Me arden los ojos. He intentado no pensar en aquel momento, cuando creía que lo había perdido y que pronto estaría muerta, y lo único que quería era notar el latido de su corazón. Intento no pensar en ello ahora; parpadeo para librarme de las lágrimas.

—Por fin la reconocí —dice Tobias—. Regresamos a la sala de control y detuvimos la simulación.

—¿Cómo se llamaba esa persona?

—Tris —responde—. Beatrice Prior, quiero decir.

—¿La conocías antes de que sucediera esto?

—Sí.

—¿De qué la conocías?

—Era su instructor —responde—. Ahora estamos juntos.

—Tengo una última pregunta —dice Niles—. Entre los veraces, antes de aceptar a una persona en nuestra comunidad, deben exponerse ante nosotros por completo. Teniendo en cuenta que nos encontramos en unas circunstancias extremas, exigimos lo mismo de vosotros. Así que, Tobias Eaton, ¿de qué te arrepientes más que nada en el mundo?

Lo miro, desde las deportivas desgastadas a las rectas cejas, pasando por sus largos dedos.

—Me arrepiento… —empieza a decir, hasta que ladea la cabeza y suspira—. Me arrepiento de mi elección.

—¿De qué elección?

—De Osadía —responde—. Nací en Abnegación. Pensaba abandonar Osadía y quedarme sin facción, pero entonces la conocí a ella y… sentí que quizá podría sacar algo bueno de mi decisión.

A ella.

Durante un instante, es como si mirase a una persona distinta que está dentro del pellejo de Tobias, una cuya vida no es tan simple como yo pensaba. Quería abandonar Osadía, pero se quedó por mí. No me lo había dicho.

—Elegir Osadía para escapar de mi padre fue un acto de cobardía —añade—. Me arrepiento de esa cobardía. Significa que no merezco estar en mi facción. Siempre lo lamentaré.

Espero que los osados prorrumpan en gritos de indignación, puede que se lancen sobre él para hacerlo papilla; son capaces de cosas mucho más erráticas que esa. Sin embargo, no lo hacen, sino que se levantan, silenciosos como tumbas, inexpresivos, y se quedan mirando al joven que no los traicionó, pero que nunca se sintió parte de ellos.

Todos guardamos silencio durante un momento. No sé quién inicia los susurros, parecen surgir de la nada, de nadie en concreto, pero alguien susurra: «Gracias por tu sinceridad». Y el resto de la sala lo repite.

—Gracias por tu sinceridad —susurran.

No me uno a ellos.

Soy lo único que lo mantuvo en la facción que deseaba abandonar. No me lo merezco.

Puede que él sí que se merezca saberlo.

Niles se pone de pie en el centro de la sala con una jeringa en la mano. Las luces del techo hacen que brille. A mi alrededor, los osados y los veraces esperan a que dé un paso adelante y confiese todos los detalles de mi vida delante de ellos.

Se me vuelve a ocurrir la posibilidad de luchar contra el suero, aunque no sé si debería intentarlo. Puede que contarlo todo sea mejor para la gente que quiero.

Camino con paso rígido hacia el centro de la sala mientras Tobias se aleja de él. Al pasar a mi lado, me da la mano y me aprieta los dedos. Después se marcha, y me quedo sola con Niles y la jeringa. Me limpio el cuello con el antiséptico, pero, cuando él va a pincharme, me aparto.

—Prefiero hacerlo yo sola —le digo, y extiendo la mano.

No pienso dejar que nadie vuelva a inyectarme nada, no después de que Eric me inyectara el suero de la simulación del ataque después de mi prueba final. No puedo cambiar el contenido de la jeringa por hacerlo yo misma, aunque, al menos, así seré el instrumento de mi propia destrucción.

—¿Sabes hacerlo? —pregunta, arqueando una de sus pobladas cejas.

—Sí.

Niles me ofrece la jeringa, y yo me la coloco sobre la vena del cuello, introduzco la aguja y aprieto el émbolo. Apenas noto el pinchazo, estoy demasiado cargada de adrenalina.

Alguien se acerca con una papelera y tiro la jeringa dentro. Empiezo a notar los efectos del suero de inmediato, es como tener plomo en las venas. Estoy a punto de derrumbarme de camino a la silla, pero Niles me sujeta por un brazo y me guía a ella.

Unos segundos después, mi cerebro guarda silencio. «¿En qué estaba pensando?». No parece importar, no importa nada, salvo la silla que tengo debajo y el hombre que está sentado frente a mí.

—¿Cómo te llamas? —me pregunta.

En cuanto hace la pregunta, la respuesta sale por mi boca:

—Beatrice Prior.

—Pero te haces llamar Tris, ¿no?

—Sí.

—¿Cómo se llaman tus padres, Tris?

—Andrew y Natalie Prior.

—También eres una trasladada, ¿verdad?

—Sí —respondo, aunque un nuevo pensamiento me susurra de fondo: «¿También?».

Se refiere a otra persona, y, en este caso, esa otra persona es Tobias. Frunzo el ceño e intento ver la cara de Tobias, pero me cuesta extraer su aspecto de mi cerebro. No tanto como para no poder hacerlo, eso sí, así que lo veo, y entonces capto una imagen de él sentado en la misma silla en la que estoy yo ahora.

—¿Venías de Abnegación? ¿Y elegiste Osadía?

—Sí —respondo otra vez, pero, en esta ocasión, la palabra suena seca y no sé por qué, la verdad.

—¿Por qué te trasladaste?

Esa pregunta es más complicada, aunque sé la respuesta. «No era lo bastante buena para Abnegación» es lo que tengo en la punta de la lengua, pero la sustituye otra frase: «Quería ser libre». Las dos son ciertas. Quiero decir las dos. Aprieto los brazos del asiento intentando recordar dónde estoy y qué estoy haciendo. Veo personas por todas partes, aunque no sé por qué están aquí.

Me esfuerzo, igual que me esforzaba cuando casi recordaba la respuesta a la pregunta de un examen, pero no conseguía sacarla a la luz. Entonces cerraba los ojos y me imaginaba la página del libro de texto en la que estaba la respuesta. Me esfuerzo unos segundos, sin éxito; no lo recuerdo.

—No era lo bastante buena para Abnegación —respondo—, y quería ser libre. Así que elegí Osadía.

—¿Por qué no eras lo bastante buena?

—Porque era egoísta.

—¿Eras egoísta? ¿Ya no?

—Claro que sí, mi madre me dijo que todos somos egoístas —respondo—. Pero me hice menos egoísta en Osadía. Descubrí que había personas por las que era capaz de luchar e incluso de morir.

La respuesta me sorprende, pero ¿por qué? Aprieto los labios un segundo. Porque es cierto, si lo digo aquí, debe ser cierto.

Esa idea me lleva al cabo suelto del hilo que intentaba encontrar: estoy aquí para una prueba de detección de mentiras. Todo lo que digo es verdad. Noto que una perla de sudor me cae por la nuca.

Un detector de mentiras. El suero de la verdad. Tengo que recordármelo, es demasiado sencillo perderse en la sinceridad.

—Tris, ¿nos cuentas qué pasó el día del ataque?

—Me desperté, y todos estaban metidos en la simulación, así que los imité hasta que encontré a Tobias.

—¿Qué pasó después de que os separaran a los dos?

—Jeanine intentó matarme, pero mi madre me salvó. Antes era osada, así que sabía usar armas.

Mi cuerpo parece más pesado, aunque ya no tengo frío. Siento algo que se me agita en el pecho, algo peor que la tristeza, peor que los remordimientos.

Sé lo que viene ahora: mi madre murió y después maté a Will; le disparé; lo maté.

—Mi madre distrajo a los soldados de Osadía para que yo huyera, y ellos la mataron —explico.

«Algunos de ellos me persiguieron, y yo los maté». Pero entre la multitud hay osados, osados, maté a algunos osados, no debería hablar de eso aquí.

—Seguí corriendo —dije—. Y… —«Y Will me persiguió. Y yo lo maté». No, no; noto que me suda la cabeza—. Y encontré a mi hermano y a mi padre —añadí en tono tenso—. Preparamos un plan para destruir la simulación.

El borde del reposabrazos se me clava en la palma de la mano. Me he guardado parte de la verdad; seguro que eso cuenta como engaño.

Había luchado contra el suero y, durante ese breve instante, gané.

En vez de disfrutar de la victoria, noto que el peso de mis actos pasados me aplasta de nuevo.

—Nos infiltramos en el complejo de Osadía, y mi padre y yo fuimos a la sala de control. Él alejó a los soldados y perdió la vida. Yo llegué a la sala de control, y allí estaba Tobias.

—Tobias nos ha contado que luchaste contra él, pero que después paraste. ¿Por qué lo hiciste?

—Porque me di cuenta de que uno de los dos tendría que matar al otro, y yo no quería matarlo.

—¿Te rendiste?

—¡No! —exclamo, sacudiendo la cabeza—. No, no del todo. Recordé una cosa que había hecho en mi paisaje del miedo, en la iniciación de Osadía… En una simulación, una mujer me ordenó que matase a mi familia y, en vez de hacerlo, dejé que me pegase un tiro. Entonces funcionó. Pensé que… —empiezo, pero me doy un pellizco en el puente de la nariz; me duele la cabeza, he perdido el control y mis pensamientos corren a transformarse en palabras—. Estaba desesperada, pero solo podía pensar en que quizá sirviera, que era una idea con fuerza. Y no era capaz de matarlo, así que tenía que intentarlo.

Parpadeo para espantar las lágrimas.

—Entonces, ¿nunca estuviste dentro de la simulación?

—No —respondo, apretándome los ojos con las palmas de las manos, empujando las lágrimas para que no me caigan por las mejillas, a la vista de todo el mundo.

—No —repito—. No, soy divergente.

—Solo para dejarlo claro —insiste Niles—. ¿Me estás diciendo que casi te asesinan los eruditos…, que después luchaste contra los soldados para entrar en el complejo de Osadía… y que, al final, destruiste la simulación?

—Sí.

—Creo que hablo en nombre de todos si afirmo que te has ganado el nombre de osada.

Surgen gritos de la parte izquierda de la sala, y veo una nube de puños que se alzan contra el oscuro aire. Mi facción, llamándome.

Pero no, se equivocan, no soy valiente, no soy valiente, disparé a Will y no puedo reconocerlo, ni siquiera soy capaz de reconocerlo…

—Beatrice Prior —dice Niles—. ¿De qué te arrepientes más que nada en el mundo?

¿De qué me arrepiento? No me arrepiento de elegir Osadía ni de abandonar Abnegación. Ni siquiera me arrepiento de disparar a los guardias del exterior de la sala de control, porque era importante llegar al otro lado.

—Me arrepiento…

Mi mirada se aparta del rostro de Niles y vaga por la habitación hasta posarse en Tobias. Su cara no revela nada, su boca forma una delgada línea y su mirada parece hueca. Sus manos, cruzadas sobre el pecho, aprietan con tanta fuerza sus brazos que tiene los nudillos blancos. A su lado está Christina. Noto un nudo en el pecho que me impide respirar.

Tengo que contárselo a los dos, tengo que decir la verdad.

—Will —respondo, y suena como un jadeo, como si me lo sacaran del estómago; ya no hay vuelta atrás—. Disparé a Will, que estaba dentro de la simulación. Lo maté. Iba a matarme, pero lo maté yo. A mi amigo.

Will, con la arruga entre las cejas, con unos ojos verdes como el apio, el chico capaz de citar de memoria el manifiesto de Osadía. El dolor de estómago es tan potente que estoy a punto de gruñir. Me duele recordarlo, me duele por todas partes.

Y hay algo más, algo peor de lo que no me había percatado antes: estaba dispuesta a morir antes que matar a Tobias, pero ni se me pasó por la cabeza en el caso de Will. Decidí matarlo en una fracción de segundo.

Me siento desnuda. Hasta ahora, que los he desvelado, no me había dado cuenta de que mis secretos me protegían como una armadura. Ahora todos ven cómo soy en realidad.

—Gracias por tu sinceridad —dicen.

Pero Christina y Tobias no dicen nada.