CAPÍTULO
ONCE

Nos rodean, pero no nos esposan, y nos acompañan a los ascensores. Por mucho que pregunto por qué nos han detenido, nadie responde, ni siquiera nos miran. Al final me rindo y guardo silencio, como Tobias.

Subimos a la tercera planta, donde nos llevan a una habitacioncita con suelo de mármol blanco, en vez de negro. No hay muebles, salvo un banco que recorre la pared de atrás. Se supone que todas las facciones tienen celdas para los que causan problemas, aunque nunca había estado en una.

Las puertas se cierran con llave y volvemos a quedarnos solos.

Tobias se sienta en el banco y frunce el ceño. Yo me pongo a dar vueltas delante de él. Si tuviera alguna idea de por qué estamos aquí, me lo habría dicho, así que no pregunto. Doy cinco pasos adelante y cinco pasos atrás, cinco pasos adelante y cinco pasos atrás, al mismo ritmo, con la esperanza de que eso me ayude a sacar algo en claro.

Si Erudición no tomó el control de Verdad (y Edward nos aseguró que no lo hizo), ¿por qué iba a detenernos Verdad? ¿Qué podríamos haberle hecho?

Si Erudición no tomó el control, el único delito real que queda es ponernos de su lado. ¿He hecho algo que pudiera interpretarse como apoyo a Erudición? Me clavo los dientes con tanta fuerza en el labio inferior que hago una mueca. Sí, lo hice: disparé a Will. Disparé a otros osados. Los dirigía la simulación, pero puede que Verdad no lo sepa o no crea que es razón suficiente.

—¿Puedes calmarte, por favor? —me dice Tobias—. Me pones nervioso.

—Esto me calma.

Se echa hacia delante, apoyando los codos en las rodillas, y se queda mirando sus deportivas.

—La herida de tu labio no opina lo mismo —contesta.

Me siento a su lado y me llevo las rodillas al pecho con un brazo, mientras dejo el derecho colgando a un lado. No dice nada durante un buen rato, y me aprieto las piernas cada vez más. Cuanto más pequeña me haga, más segura estaré, o esa es la sensación que tengo.

—A veces me da la impresión de que no confías en mí —me dice Tobias.

—Confío en ti. Claro que confío en ti. ¿Por qué no iba a hacerlo?

—Es que parece que no me estás contando algo. Yo te cuento cosas… —añade, sacudiendo la cabeza— que no contaría a nadie. Pero a ti te ha pasado algo y todavía no me lo has contado.

—Han estado pasando muchas cosas, ya lo sabes. Además, ¿qué me dices de ti? Podría acusarte de lo mismo.

Me toca la mejilla y mete los dedos entre mi pelo. No hace caso de mi pregunta, igual que yo no he hecho caso de la suya.

—Si esto solo es por tus padres —me dice con voz suave—, dímelo y te creeré.

Aunque en sus ojos debería haber cierto temor, teniendo en cuenta donde estamos, siguen siendo tranquilos y oscuros, como siempre. Me transportan a lugares familiares, lugares seguros donde confesar que disparé a uno de mis mejores amigos sería fácil, donde no me daría miedo la cara de Tobias cuando descubra lo que hice.

Cubro su mano con la mía.

—Es solo por eso —le aseguro con voz débil.

—Vale —responde, y me da un beso en los labios; el sentimiento de culpa me hace un nudo en el estómago.

La puerta se abre, y entran unas cuantas personas en fila de a dos: dos veraces con pistolas; un veraz de más edad y piel oscura; una osada a la que no conozco; y, por último, Jack Kang, representante de Verdad.

Para lo habitual en la mayoría de las facciones, es un líder bastante joven, solo tiene treinta y nueve años. Sin embargo, para lo habitual en Osadía, eso no es nada. Eric se convirtió en líder a los diecisiete. Aunque es probable que por eso las otras facciones no se tomen nuestras opiniones o decisiones demasiado en serio.

Jack es guapo, con pelo negro corto y cálidos ojos achinados, como los de Tori, y pómulos altos. A pesar de su atractivo, no es famoso por su encanto, seguramente porque es veraz, y los veraces ven el encanto como engañoso. Confío en que nos explique lo que está pasando sin perder el tiempo en formalidades. Algo es algo.

—Me cuentan que parecéis desconcertados por el motivo de vuestra detención —empieza; tiene una voz profunda, aunque extrañamente plana, como si no tuviera eco, ni siquiera en el fondo de una cueva vacía—. En mi opinión, eso quiere decir que se os acusa falsamente o que sois buenos fingiendo. Lo único…

—¿De qué se nos acusa? —lo interrumpo.

—Él está acusado de crímenes contra la humanidad. Y tú, de ser su cómplice.

—¿Crímenes contra la humanidad? —pregunta Tobias, que por fin parece enfadado; mira con asco a Jack—. ¿Qué?

—Hemos visto grabaciones del ataque. Tú dirigías la simulación —dice Jack.

—¿Cómo podéis haber visto grabaciones? Nos llevamos los datos —responde Tobias.

—Os llevasteis una copia de los datos. Todas las grabaciones del complejo osado realizadas durante el ataque también se enviaron a otros ordenadores de la ciudad —explica Jack—. Solo te vimos a ti dirigiendo la simulación y a ella a punto de morir a golpes antes de rendirse. Después paraste, tuvisteis una reconciliación de amantes bastante abrupta y robasteis el disco duro juntos. Una posible razón es que la simulación había acabado y no queríais que la información llegara a nuestras manos.

Casi me río: mi gran acto de heroísmo, la única cosa importante que he hecho en toda mi vida, y ellos creen que trabajaba para Erudición cuando la hice.

—La simulación no había acabado —dije—. Nosotros la detuvimos, so…

—No me interesa lo que tengáis que decir ahora mismo —me interrumpe Jack, levantando una mano—. La verdad saldrá a la luz cuando se os interrogue con el suero de la verdad.

Christina me había hablado una vez del suero; decía que la parte más difícil de la iniciación veraz era recibir el suero de la verdad y responder a preguntas personales delante de toda la facción. No necesito pensar en mis más profundos y oscuros secretos para saber que lo último que necesito en mi cuerpo es eso.

—¿Suero de la verdad? —pregunto, sacudiendo la cabeza—. No, de ninguna manera.

—¿Es que tienes algo que ocultar? —pregunta Jack, arqueando ambas cejas.

Quiero responder que cualquier persona con un ápice de dignidad desea guardarse algo para sí misma, pero no quiero despertar sospechas, así que sacudo la cabeza.

—De acuerdo, entonces —dice, consultando la hora en su reloj—. Es mediodía. El interrogatorio tendrá lugar a las siete. No os molestéis en prepararos, no se puede ocultar información cuando se está bajo la influencia del suero de la verdad.

Se da media vuelta y sale del cuarto.

—Qué encanto de hombre —comenta Tobias.

Un grupo de osados armados me acompaña al cuarto de baño a primera hora de la tarde. Me tomo mi tiempo y dejo que se me pongan rojas las manos debajo del grifo del agua caliente mientras contemplo mi reflejo. Cuando estaba en Abnegación y no me permitían mirarme en los espejos, pensaba que el aspecto de una persona podía cambiar mucho en tres meses. Sin embargo, esta vez, solo han hecho falta unos cuantos días para transformarme.

Parezco mayor. Puede que sea el pelo corto o puede que solo sea porque llevo todo lo que me ha sucedido pintado en la cara. De un modo u otro, siempre había pensado que me alegraría cuando dejara de tener pinta de niña, pero lo único que siento en estos momentos es un nudo en la garganta. Ya no soy la hija que conocían mis padres. Si me vieran ahora, no me reconocerían.

Le doy la espalda al espejo y abro de un empujón la puerta que da al pasillo.

Cuando los osados me dejan en la celda, me quedo un momento en la puerta. Tobias tiene el mismo aspecto de la primera vez que lo vi: camiseta negra, pelo corto, cara seria. Antes me ponía nerviosa y emocionada con tan solo verlo. Recuerdo cuando le di la mano unos segundos en la puerta de la sala de entrenamiento y cuando nos sentamos juntos en las rocas, al lado del abismo, y echo de menos cómo eran las cosas.

—¿Hambre? —me pregunta, y me ofrece un sándwich de la bandeja que tiene al lado.

Lo acepto y me siento, apoyando la cabeza en su hombro. Solo nos queda esperar, así que eso hacemos. Comemos hasta que se acaba la comida; estamos sentados hasta que empezamos a sentirnos incómodos; y entonces nos tumbamos uno al lado del otro, en el suelo, hombro con hombro, mirando el mismo pedacito de techo.

—¿Qué te da miedo decir? —pregunta.

—Cualquier cosa. Todo. No quiero revivir nada.

Asiente con la cabeza. Cierro los ojos y finjo dormir. En el cuarto no hay reloj, así que no puedo contar los minutos que quedan para el interrogatorio. En este sitio es como si no existiera el tiempo, salvo porque lo noto aplastándome, empujándome contra las baldosas del suelo a medida que se acercan, inevitablemente, las siete.

Puede que no me pesara tanto el tiempo si no sintiera esta culpa, la culpa de saber la verdad y haberla enterrado en lo más profundo, donde nadie pueda verla, ni siquiera Tobias. Quizá no debería darme tanto miedo decir algo, porque la verdad me quitará ese peso de encima.

Supongo que al final me quedé dormida, ya que, de repente, me despierto de golpe con el sonido de la puerta al abrirse. Unos cuantos osados entran mientras nos ponemos en pie, y uno de ellos dice mi nombre. Christina se abre camino entre los demás y me rodea con sus brazos; mete los dedos en la herida de mi hombro, y dejo escapar un grito.

—Disparo —explico—. Hombro. Ay.

—¡Madre mía! —exclama, soltándome—. Lo siento, Tris.

No parece la misma Christina que recuerdo: lleva el pelo más corto, como el de un chico, y tiene la piel grisácea en vez de su cálido marrón de siempre. Me sonríe, aunque la sonrisa no le llega a los ojos, que se ven cansados. Intento devolverle la sonrisa, pero estoy demasiado nerviosa: Christina estará en mi interrogatorio, oirá lo que le hice a Will. No me perdonará nunca.

A no ser que luche contra el suero, que me trague la verdad…, si es que puedo.

Sin embargo, ¿de verdad es lo que quiero? ¿Dejar que se encone dentro de mí para siempre?

—¿Estás bien? Oí que estabas aquí, así que pedí participar en tu escolta —me dice mientras salimos de la celda—. Sé que no lo hiciste, no eres una traidora.

—Estoy bien. Y gracias. ¿Cómo estás tú?

—Ah, bueno… —empieza, pero deja la frase en el aire y se muerde el labio—. ¿Te ha dicho alguien…?, quiero decir, a lo mejor no es el momento, pero…

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Hmmm…, Will murió en el ataque —responde.

Me mira, preocupada y a la expectativa. ¿A la expectativa de qué?

Ah, se supone que no sé que Will está muerto. Podría fingir emocionarme, aunque es probable que no resulte demasiado convincente. Es mejor reconocer que ya lo sabía, pero no sé cómo explicarlo sin contarle la verdad.

De repente, me entran náuseas. ¿De verdad estoy calculando la mejor forma de engañar a mi amiga?

—Lo sé —respondo—. Lo vi en los monitores cuando estaba en la sala de control. Lo siento, Christina.

—Ah —dice, asintiendo—. Bueno, me… alegro de que ya lo supieras. La verdad es que no quería tener que darte la noticia en un pasillo.

Una breve carcajada, la sombra de una sonrisa. Ninguna de las dos cosas son como antes.

Entramos en fila en el ascensor. Noto que Tobias me mira, sabe que no vi a Will en los monitores y él no tenía ni idea de que estuviera muerto. Clavo la vista al frente y finjo que sus ojos no me están prendiendo fuego.

—No os preocupéis por el suero de la verdad —dice Christina—. Es fácil, apenas os daréis cuenta de lo que pasa. Solo eres consciente de lo que has dicho cuando pierde efecto. Yo pasé por esto de pequeña. Es bastante normal en Verdad.

Los otros osados del ascensor se miran entre ellos. En circunstancias normales, seguramente alguien la regañaría por hablar sobre su antigua facción, pero estas no son circunstancias normales. En ningún otro momento de su vida acompañará a su mejor amiga, ahora sospechosa de traición, a un interrogatorio público.

—¿Están bien todos los demás? —pregunto—. ¿Uriah, Lynn, Marlene?

—Todos están aquí, menos el hermano de Uriah, Zeke, que está con los otros osados.

—¿Qué? —pregunto; ¿Zeke, el que me aseguró las correas en la tirolina, un traidor?

El ascensor se detiene en la planta superior y los demás salen.

—Lo sé —responde Christina—, nadie lo vio venir.

Me coge del brazo y tira de mí hacia las puertas. Caminamos por un pasillo de mármol negro. No debe costar mucho perderse en la sede de Verdad, teniendo en cuenta que todo presenta el mismo aspecto. Recorremos otro pasillo y atravesamos unas puertas dobles.

Desde fuera, el Mercado del Martirio es un edificio achaparrado con una estrecha porción elevada en el centro. Desde el interior, esa porción elevada es una sala hueca de tres plantas de altura con espacios vacíos en las paredes, en vez de ventanas. Veo el cielo oscurecerse sobre mí, y no hay estrellas.

Aquí, los suelos de mármol son blancos, con un símbolo negro de Verdad en el centro de la sala, y varias filas de tenues luces amarillas iluminan las paredes, de modo que toda la sala brilla. Todas las voces arrancan ecos.

La mayoría de los veraces y los restos de Osadía ya están reunidos. Algunos se sientan en las gradas de bancos que rodean la sala, pero no hay sitio para todos, así que los demás se agrupan alrededor del símbolo de Verdad. En el centro del símbolo, entre los platillos de la balanza desequilibrada, hay dos sillas vacías.

Tobias me da la mano; entrelazamos nuestros dedos.

Los guardias osados nos llevan al centro de la sala, donde nos reciben, en el mejor de los casos, con murmullos, y, en el peor, con abucheos. Veo a Jack Kang en la primera fila de bancos.

Un anciano de piel oscura da un paso adelante; lleva una caja negra en las manos.

—Me llamo Niles —se presenta—. Seré vuestro interrogador. Tú —añade, señalando a Tobias— serás el primero. Así que, por favor, da un paso adelante…

Tobias me aprieta la mano, la suelta, y yo me quedo con Christina al borde del símbolo veraz. El aire es cálido en la sala (aire húmedo, de verano, aire de puesta de sol), pero tengo frío.

Niles abre la caja negra; dentro hay dos agujas, una para Tobias y otra para mí. También se saca una toallita antiséptica del bolsillo y se la ofrece a Tobias. En Osadía no nos molestábamos con esas cosas.

—La inyección se pone en el cuello —dice Niles.

Mientras Tobias se pasa la toallita por la piel, lo único que oigo es el viento. Niles se acerca y le clava la aguja en el cuello, introduciéndole el líquido turbio azulado en las venas. La última vez que vi cómo le inyectaban algo a Tobias fue cuando Jeanine lo metió en otra simulación, una que sí afectaba a los divergentes…, o eso creía ella. Sin embargo, entonces pensé que lo había perdido para siempre.

Me estremezco.