26

La puerta se abrió y la camarera entró en el reservado llevando una gran bandeja de plata.

—Siento la interrupción, señor. Aún les falta probar la especialidad de la casa antes de pasar a los platos calientes. Pensamos que podría gustarles.

La mujer colocó un plato blanco frente a cada uno de ellos y luego una gran bandeja en medio. Sobre cada plato reposaba un cangrejo azul hervido al vapor y pelado de modo que conservara su forma, con las patas y las pinzas dispuestas meticulosamente. La bandeja contenía trozos de cangrejo crudo sumergidos en licor.

—Aún no ha llegado la temporada de los cangrejos de río —explicó la camarera, haciendo una introducción del plato—, así que usamos cangrejos azules vivos traídos especialmente en avión desde el mar. El cangrejo sin caparazón es uno de los platos favoritos de muchos de nuestros clientes occidentales. El cangrejo sumergido en licor es un plato célebre de la cocina de Shaoxing. Sumergimos los cangrejos vivos en licor Maotai y los conservamos a diez grados, así que no hay que preocuparse de que no estén frescos.

—Gracias. El cangrejo sumergido en licor es el plato favorito de mi madre.

—¿Por qué no pides que te lo metan en una caja y luego se lo llevas? —preguntó Lianping.

—Buena idea. Yo casi nunca como marisco crudo. —Chen se volvió hacia la camarera—. Los platos calientes no nos corren prisa.

—Podemos meterle el cangrejo en una caja después de que acaben de cenar. Ahora son las siete —dijo la camarera—, esperaremos sus órdenes para empezar a cocinar los platos calientes.

La mujer salió del reservado y volvió a cerrar la puerta tras de sí.

En el exterior, los magníficos edificios comenzaron a iluminarse a lo largo del Bund. Al otro lado del río, las luces de neón siempre cambiantes de los rascacielos proyectaban fantasías embriagadoras del nuevo siglo en el agua reluciente.

—¡Menudo banquete! —dijo Lianping, suspirando.

—No tengo ni idea de cuánto tiempo se tarda en sacarle el caparazón de esta forma a un cangrejo.

—Por cierto, ¿conoces el chiste que circula en internet sobre un cangrejo de río? «Cangrejo de río» en chino es un homófono de «armonía». Cuando prohíben un comentario, la gente suele decir que ha sido «armonizado» o borrado para asegurar la armonía de nuestra sociedad socialista. Ahora simplemente dicen que el comentario ha sido «cangrejeado».

—Las connotaciones son indudablemente negativas, al igual que en la expresión idiomática sobre la cadena de cangrejos.

—No cabe duda de que el señor Gu ha hecho todo lo que estaba en su mano para que te prepararan esta comida especial al estilo de Shaoxing —dijo Lianping, cogiendo con sus finos dedos una pata de cangrejo de un blanco reluciente—. Pero estabas diciendo que te faltaba resolver alguna cosa más en tu investigación.

—Sí, aún queda una parte. ¿Recuerdas la otra pista en la llamada del subinspector Wei al secretario del Partido Li?

—¿Te refieres a la visita que Wei pensaba hacer a Wenhui?

—Sí. Por lo que me dijo su mujer, pensé que esa visita podría haber tenido algo que ver con la fotografía que le causó problemas a Zhou. Ése era el enfoque de Seguridad Interna y, hasta cierto punto, también el de Jiang. Aunque yo creo que no son más que conjeturas.

»Así que…

Chen se sirvió las doradas huevas de cangrejo, que estaban dispuestas como un delicado pétalo de crisantemo sobre el plato blanco. Tenían un sabor delicioso, tal y como recordaba de la última vez que las había probado, muchos años atrás. Sin embargo, aquél no era el momento más indicado para degustar exquisiteces.

De pronto se oyó a lo lejos una estridente sirena que reverberó contra las aguas sombrías.

—Es un aspecto del caso que no sólo es producto de muchas conjeturas, sino que también concierne a algunas personas que tú o yo podríamos conocer. Aun así, quería contártelo esta noche, y no precisamente como policía.

—Todo esto es muy extraño —dijo Lianping con aire vacilante.

—Como quizá te haya comentado antes, tener que ceñirme siempre a mi rol profesional puede llegar a ser muy pesado. Así que, para que resulte más fácil, podría intentar explicártelo de otra forma, más parecida a una narración.

—¿Una narración? —preguntó la periodista, sorprendida por el repentino cambio de registro de Chen. ¿Qué estaría tramando el enigmático inspector jefe?

—¿Recuerdas lo que me dijiste en relación con los poemas que querías que escribiera para Wenhui? Me sugeriste que adoptara otra personalidad literaria, una personalidad que no tenía por qué coincidir necesariamente con la del poeta. Adoptar dicha personalidad me ha ayudado a escribir un par de poemas. Es una lástima que no disponga de más tiempo para dedicárselo a la poesía. —Chen se sirvió otra taza del embriagador vino de arroz y la apuró antes de proseguir con su explicación—. En un informe policial escrito en inglés, en algunos casos puede que se refieran a un desconocido con el nombre de John Doe, o Jane Doe si es mujer. O, en ciertas novelas, se hace referencia a los personajes con una inicial, como C. o L.

—Entonces… cuéntame una historia si así lo prefieres, inspector jefe Chen —dijo Lianping, agitando involuntariamente la tacita de vino que tenía en la mano.

—Esta historia fluirá mejor si se cuenta en tercera persona. Y, lo que es más importante, recuerda que lo que estás escuchando es un relato de ficción. Como tal, el narrador no tiene que preocuparse por posibles responsabilidades, y el que escucha tampoco. Para que conste, ahora mismo soy sólo un narrador, no un policía con obligaciones profesionales, mientras que lo que tú escucharás es una mera hipótesis, y no algo que te concierna como periodista profesional.

Fuera lo que fuera lo que Chen estaba a punto de explicar, Lianping comprendió que la afectaría directamente, y pensó que debería habérselo imaginado mucho antes.

La periodista advirtió un cambio sutil en el tono de Chen cuando éste comenzó a relatar su historia.

—C. era un poli que investigaba la muerte de un funcionario corrupto llamado Z., al que habían sometido a una detención shuanggui. Se trataba de un caso muy complicado en el que distintos individuos pertenecientes a distintas organizaciones investigaban aspectos distintos y, huelga decirlo, cada uno de ellos tenía sus prioridades. Uno de los aspectos del caso concernía al rol subversivo que la mayoría de usuarios devotos de internet, los llamados ciudadanos de la Red, desempeñan en la sociedad actual a través de esas búsquedas de carne humana cada vez más frecuentes. El caso en cuestión puede decirse que comenzó con la aparición de una fotografía en internet, lo que propició una búsqueda de esas características que, a su vez, sacó a la luz la corrupción de Z.

»Como policía, C. no creía que la persona que envió la fotografía al foro de internet hubiera hecho nada malo. Al contrario, C. tenía sus reservas acerca del control de internet por parte del Gobierno. En cuanto a los otros investigadores, incluyendo a los agentes de Seguridad Interna, todos se centraron en intentar castigar al “alborotador de internet” a fin de mantener la estabilidad social. Pero su presa era inteligente y envió la fotografía desde el ordenador de un cibercafé, lo que impidió localizarlo.

Chen hizo una pausa para coger de nuevo la taza. Lianping alargó el brazo inesperadamente y se la arrebató de la mano.

—No, estás bebiendo demasiado.

—Estoy bien, Lianping —repuso él, esbozando una sonrisa—. En el curso de su investigación, C. conoció a una joven periodista llamada L. C. se sentía atraído por ella, no sólo porque era atractiva e inteligente, sino también porque defendía apasionadamente que se hiciera justicia en el sistema socialista con características chinas. C. quedó gratamente sorprendido cuando L. lo ayudó en su investigación explicándole cómo resistían los usuarios de internet el control gubernamental. Además, L. le presentó a un experto informático que fue capaz de derribar algunas barreras que le impedían avanzar. Entretanto, en algunas de las fotografías que L. les envió a él y a sus amigos por correo electrónico, C. descubrió varias pistas que Seguridad Interna había pasado por alto. Mientras abría un correo enviado por L., C. descubrió casualmente una laguna legal en las nuevas normas por las que se regían los cibercafés. Gracias a su descubrimiento, a C. le asombró saber que la remitente de la fotografía original no era otra que L. —Chen hizo una pausa momentánea antes de retomar de nuevo la narración—. Dadas las circunstancias, ¿qué podía hacer C.?

»Como policía y cuadro emergente del Partido, se suponía que C. debía informar a sus superiores, pero L. no colgó la fotografía por una rencilla personal. Sencillamente, le disgustaba la corrupción galopante y generalizada que tenía lugar en su ciudad mientras los responsables fingían actuar en interés del Partido. Su afán por causarle problemas a Z. fue, de hecho, una protesta espontánea contra las injusticias de una sociedad autoritaria. La acción de L. provocó una llamada a investigar el pasado de Z., lo que a su vez generó un alud de respuestas. L. jamás hubiera podido imaginar lo que le sucedió después a Z., y no fue en absoluto culpa suya, concluyó C.

»Así que, si L. obró en la forma en que lo hizo sin premeditación alguna, quizás él…

Chen dejó la frase a medias.

En el silencio que siguió a continuación, oyeron pasos que se acercaban a la puerta y luego se alejaban por el pasillo.

—Entonces, ¿éste es el final de la historia?

—Sí, así se acaba. Como he mencionado antes, para C., éste es un aspecto de la investigación que tiene que cerrar, una pieza que aún falta en el rompecabezas. Pero hay cosas que van más allá de desempeñar el papel que nos ha tocado dentro del sistema. Cosas mucho más importantes como la justicia, por parcial y paradójica que sea en la sociedad actual. Por supuesto, el protagonista de este relato no tiene por qué ser una persona real. No es más que una historia que debe quedar entre nosotros.

A continuación, Chen sacó el sobre que contenía la página que había arrancado del registro del cibercafé El Caballo Volador y se la entregó.

—¡Ah! Casi me olvidaba, esto es para ti.

—¿Qué es? —preguntó Lianping mientras abría el sobre. La muchacha palideció al vislumbrar el nombre «Lili» escrito en la página del registro. Casi nadie sabía que así la llamaban de niña. Su tarjeta de identificación llevaba su nuevo nombre, pero los empleados del cibercafé de su barrio la conocían bien y nunca se fijaron en la discrepancia, o no pareció importarles—. No sé qué decir, Chen.

—«Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio.» Creo que fue Wittgenstein quien lo dijo. Una cita muy apropiada. Después de todo, denunciar al remitente inicial de la fotografía no era en absoluto el aspecto en el que C. se había centrado.

Chen alargó el brazo para servirse otra taza de vino, y Lianping no lo detuvo esta vez.

—Olvidémonos ya de esta historia y volvamos al caso que he estado investigando. ¿Qué puedo hacer, Lianping?

—¿Inspector jefe Chen?

—Te has quedado ensimismada, Lianping —dijo Chen, bebiendo un sorbo de vino con parsimonia—. Como policía con compromisos profesionales, se supone que debo informar de todas las novedades en la investigación al secretario del Partido Li. De no hacerlo, tengo que informar al Comité Disciplinario del Partido en Shanghai. Pero luego, ¿qué?

—Luego…

—Ya te lo puedes imaginar. No hace falta que enumere todas las posibilidades.

—¿Y si decides no hacer nada? —preguntó ella con el alma en vilo—. Nadie sabe nada de todo esto.

—Si no hago nada, entonces podría decirse que el subinspector Wei murió por nada. Ya no sería capaz de mirarte a los ojos de nuevo, y me sentiría indigno como policía.

—Entonces…

En un impulso, Lianping alargó el brazo por encima de la mesa y le cogió la mano, aunque luego apartó rápidamente la suya. El anillo de brillantes aún refulgía en su dedo.

—Antes has mencionado que habías oído algo sobre la misión de la brigada de Pekín en Shanghai, Lianping.

—Nadie sabe si es cierto —dijo Lianping con la mirada baja—. Es posible que lo que me contaron no sean más que rumores.

—Puede que sí, o puede que no. Éste podría ser mi último caso como policía y quiero resolverlo.

Lianping levantó la mirada, con expresión entre alarmada y confundida.

—No sé cómo están las cosas en las altas esferas de Pekín, pero, como miembro del Partido, se supone que también debo informar al Comité Central de Disciplina del Partido en Pekín.

—Me han hablado de tu relación personal con el camarada Zhao, el secretario jubilado de ese comité —dijo Lianping.

—No hagas caso de lo que la gente pueda decir sobre esa relación. Lo creas o no, la brigada de Pekín nunca se ha puesto en contacto conmigo. He tenido que actuar a tientas, como en el proverbio del ciego que monta un caballo ciego hasta un lago insondable en una noche oscura. Por cierto, pensé en eso en el hotel de Shaoxing. No sé qué me va a pasar, pero tengo que arriesgarme.

Lianping lo miró fijamente, y a continuación se cubrió la cara con las manos y bajó la cabeza. Al cabo de unos segundos, cuando volvió a levantarla, los ojos le brillaban.

—Haces que me sienta fatal —dijo ella con voz temblorosa—. Heme aquí, dándomelas de mujer inteligente y sofisticada que intenta cumplir su sueño de Shanghai, atrapar el momento, dejarme llevar por la corriente y protestar a escondidas de vez en cuando. Eso es todo. Pero tú te estás jugando tu carrera profesional…

Lianping hizo una pausa para secarse los ojos con el dorso de la mano.

—No digas eso —la consoló Chen dándole una palmadita en la mano, tan suave y aún algo húmeda. Luego siguió el rastro de una lágrima en su mejilla con el dedo antes de coger de nuevo la taza—. Quizás haya llegado la hora de empezar a pensar en buscarme otro empleo. Puede que no traduzca del todo mal, como Gu te acaba de decir. Mira, otro dato para tu biografía sobre mí es que he estado traduciendo algunos poemas chinos clásicos, también a escondidas. Poemas como éste de Wang Han, del siglo VIII:

El vino añejo reluce

en la luminosa copa de piedra.

Lo beberé a lomos de mi caballo

cuando el laúd del ejército

de pronto me llame a combate.

Oh, no te burles, amigo mío,

si caigo borracho

en el campo de batalla.

¿Cuántos soldados

han vuelto a casa?

—Por favor, no sigas, Chen…

—Aprecio mucho tu amistad, Lianping, así que voy a pedirte que hagas algo por mí. Pero puedes negarte, por supuesto.

—¿Qué quieres que haga?

—Cuando entregue la prueba que ocultó Zhou al Comité Central de Disciplina del Partido en Pekín, puede que decidan hacer algo al respecto, o puede que no hagan nada. Decidan lo que decidan, dependerá de sus intereses políticos de ese momento. Quizá sus razones sean buenas, o quizá no. Para ellos, la justicia es como una bola coloreada en la mano de un mago: puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Por eso te necesito, para asegurarme de que la verdad salga a la luz si mi intento quijotesco acaba como una piedra que se va hundiendo en silencio en el fondo del mar. Gracias a tus conocimientos informáticos y de internet, creo que sabrás hacerlo de forma eficaz y sin correr riesgos.

—Haré todo lo que me pidas —respondió Lianping con voz entrecortada, mirándolo fijamente a los ojos.

—Y lo harás sin exponerte a que te descubran. Prométemelo, Lianping.

—Sí, sé cómo protegerme.

Lianping alargó el brazo y le tomó la mano. La noche estrellada se coló a través de la cortina, que susurró una sola vez. Las sombras proyectadas por las llamas de las velas oscilaban en la pared del fondo.

Mientras las suaves olas de la luna se desvanecen,

y desciende el asa de jade del Cazo,

calculamos contando con los dedos

cuándo empezará a soplar el viento del oeste

sin saber que el tiempo fluye como un río en la oscuridad.

De nuevo oyeron la melodía procedente del gran reloj que coronaba la Casa de Aduanas de Shanghai.

—Vuelven a tocar El Este es rojo —dijo Chen—, una canción que proclama a Mao como salvador de China.

—¿Sí?

—La Casa de Aduanas solía tocar otra melodía hace algunos años. No sé cuándo la cambiaron. No cabe duda de que el tiempo fluye en la oscuridad.

—Es como si te conociera desde hace años, Chen —dijo ella suavemente—, pero, por otra parte, parece que acabara de conocerte.

—Recuerdo cuando nos conocimos en la Asociación de Escritores. El profesor Yao pronunciaba una conferencia titulada «El enigma de China». Me recordó a un cuadro que había visto en Madrid.

—¿Qué cuadro?

El enigma de Hitler, de Salvador Dalí. Es un cuadro estremecedor. Lo vi hace años, pero algunos de los detalles surrealistas no se han borrado de mi mente. El árbol muerto, la foto rasgada de Hitler sobre el plato vacío, el gigantesco teléfono roto del que cae una lágrima, y que quizá simbolizaba el control ideológico del pueblo… Aquí, hoy, bastaría con cambiar el auricular del teléfono por un cable de internet, y la foto de Hitler por una de Mao. Recuerdo que en el cuadro también hay una figura misteriosa que sale de detrás de un paraguas. Pero ¿qué representa esa figura? Podría ser cualquier persona, o incluso una proyección de la ilusión colectiva, pero nunca he llegado a saberlo. Podría ser yo, o podrías ser tú. Ayer mi madre dijo algo realmente esclarecedor: «Nunca te ves a ti mismo en el cuadro».

—¿Un cuadro titulado El enigma de China?

—Hace demasiado tiempo que estoy dentro del cuadro. O del sistema, como tú bien dirías. Quizás haya llegado el momento de salir de él.

—Dudo que lo hagas, inspector jefe Chen —dijo Lianping—. Exista o no un enigma…

Ambos se sobresaltaron al oír que llamaban de nuevo a la puerta.

—¿Qué pasa?

—Señor Chen, ¿les sirvo ya los platos calientes?