Lianping esperaba a Chen en el elegante reservado del lujoso restaurante que él había sugerido. A ella le pareció un restaurante muy nuevo. Estaba cerca de la entrada delantera del parque Bund, y desde el ventanal de la segunda planta se divisaban los barcos que iban y venían por el lejano Wusongkou, el Mar de China Oriental.
La periodista estaba desconcertada. Habían pasado tantas cosas en los últimos días que parecía como si le hubieran sucedido a otra persona. Volvió a repasar los distintos acontecimientos con incredulidad.
Sin embargo, algo demostraba que al menos una de aquellas cosas había sucedido realmente: el reluciente anillo de brillantes que llevaba en el dedo. Xiang le había propuesto matrimonio, y ella había aceptado. A continuación, él le había puesto el anillo en el dedo y Lianping no se lo había quitado desde entonces.
No sabía qué decirle a Chen, pero tenía que confesarle su decisión. Se lo debía, y, de hecho, también se lo debía a Xiang.
Una brisa racheada de mayo trajo consigo la melodía procedente del gran reloj que coronaba el edificio de Aduanas de Shanghai. El párpado derecho comenzó a temblarle de nuevo. Debía de estar estresada, o quizá se trataba de otra premonición. Recordó una superstición muy extendida en Anhui, su ciudad natal, sobre los temblores de ojos.
Aceptar la propuesta de matrimonio de Xiang no había sido una decisión fácil. Parecía más bien una oportunidad que no podía permitirse rechazar que algo que realmente quisiera hacer. Después de todo, vivía en una época materialista, y había leído todas aquellas historias de la prensa amarilla sobre guapas jovencitas que se ligaban a Bolsillos Llenos y vivían «felices para siempre».
Tamborileando sobre la mesa, ansió haber vivido en la época de los poemas que le recitó Chen en Shaoxing, pero tenía que ser realista. Sin ir más lejos, el día anterior su padre le había escrito para contarle los problemas a los que se enfrentaba su fábrica debido a un mercado menguante y al precio desorbitado de las materias primas. Lianping ya no se atrevía a pedirle ayuda para pagar la hipoteca. El comité del subdistrito acababa de aumentar las tarifas de aparcamiento pero seguía siendo difícil encontrar una plaza libre, así que le sugirieron, como alternativa, que comprara una plaza permanente por treinta mil yuanes. Y los precios de la gasolina también seguían aumentando. La lista era inacabable.
Pese a todo ello, Lianping quería ver cumplido su sueño de Shanghai, no sólo por ella, sino también por su familia. Xiang representaba una oportunidad que Lianping no podía dejar pasar, como su colega Yaqing le había señalado repetidamente. Pese a que Xiang siempre estaba ocupado con sus negocios, tanta actividad podría ser una buena señal de cara a su futuro. En realidad, su prometido estaba tan atareado como Chen.
Al volver a pensar en ello, Lianping tuvo que admitir que su flirteo con Chen podía deberse a un momento vulnerable en el que se había dejado llevar por la vanidad. El contacto con un alto cuadro del Partido le sería útil como periodista, y publicar los poemas del inspector jefe en su sección también le reportaría ventajas. A todo ello podía añadirse el hecho de que Xiang había desaparecido sin avisarla, y sin ponerse en contacto con ella durante varios días.
Entonces su relación con Chen cobró una intensidad que jamás hubiera previsto.
Pero ahora Xiang había vuelto con una explicación razonable de su conducta y con la sorprendente proposición de matrimonio, acompañada de una declaración apasionada mientras le ponía el anillo en el dedo: «En Hong Kong, después de firmar por fin un acuerdo comercial, me di cuenta de que todo el éxito del mundo no significaba nada sin ti».
En realidad, Lianping llevaba tiempo esperando que Xiang se le declarara. El empresario no lo había hecho antes porque su padre quería que hiciera otra elección, más acorde con sus intereses comerciales. Concretamente, su padre quería establecer una alianza con otra familia adinerada de la ciudad. Sin embargo, Xiang finalmente dio el paso cuando ella menos se lo esperaba, y ahora no podía permitirse rechazarlo.
¿Qué explicación podía ofrecerle a Chen?
Lianping pensó que, desde el día en que se conocieron en la Asociación de Escritores, quizá ninguno de los dos se había tomado su incipiente relación demasiado en serio. Si hubo un momento en el que algo estuvo a punto de surgir entre ellos, fue la tarde que compartieron en el Jardín Shen de Shaoxing, mientras el eco de los poemas románticos resonaba a su alrededor. Fue también aquella tarde, sin embargo, cuando Lianping cayó en la cuenta de que nunca podría haber nada entre los dos. No se debía a que Chen fuera por encima de todo un policía, ni a que resultara demasiado enigmático para ella, sino a que la había decepcionado tanto como Xiang, pero de forma aún más manifiesta.
Rebuscó en el bolso y tocó el libro de poemas traducidos que Chen le había dado. No sabía muy bien por qué lo había traído consigo. Al mirar por la ventana, recordó algunos versos del libro.
Se apoya en la ventana
contemplando a solas el río
y los miles de veleros que navegan,
pero ninguno es el que ella espera.
Mientras el sol comienza a ponerse
y el agua fluye silenciosa a lo lejos,
su corazón se quiebra al contemplar
el islote rodeado de lentejas de agua.
Salvo por la ausencia de lentejas de agua, se trataba de la misma escena, más de mil años después.
Lianping no conseguía librarse de la sensación de que quizá Chen se había acercado a ella con un motivo oculto, aunque, dada su agitación, tal vez todo fueran imaginaciones suyas.
Un camarero trajo una tetera e interrumpió sus pensamientos. Sabía que el restaurante ofrecía un servicio excelente, porque lo había investigado en internet. Era escandalosamente caro, pero quizá por ello atraía a nuevos ricos ansiosos por conocer de primera mano cómo vivía la élite. Mientras bebía el té a sorbos, Lianping miró por la ventana que daba al parque.
No era un parque demasiado grande, y parecía aún más abarrotado con los añadidos recientes, como el monumento de tres columnas de cemento que convergían en lo alto, los nuevos cafés y bares modernos y todo el despliegue de elementos arquitectónicos erigidos a lo largo de la orilla. Lianping nunca había entendido por qué los habitantes de Shanghai estaban tan orgullosos del parque, pero alguien le había dicho que era un lugar especial para Chen.
Más allá del parque, los petreles se deslizaban sobre las olas con las alas relucientes bajo la luz grisácea, como si salieran volando de un sueño que comenzaba a desvanecerse. La línea divisoria entre los ríos Huangpu y Suzhou se volvió menos visible.
Fue entonces cuando el inspector jefe entró sonriendo en el reservado. Para sorpresa de Lianping, Chen llevaba una chaqueta estilo Mao de color gris claro. Nunca lo había visto con un atuendo tan formal.
—Siento llegar tarde. La reunión con los representantes del gobierno municipal ha durado más de lo esperado, y no he tenido tiempo de cambiarme.
—Entonces no me sorprende que lleves una chaqueta Mao. Es una prenda muy políticamente correcta, pero no hacía falta que te cambiaras, Chen. Las chaquetas Mao ahora vuelven a estar de moda. Incluso las estrellas de Hollywood rivalizan para llevar una en la ceremonia de los Oscar. Encaja perfectamente en un restaurante tan caro y lujoso como éste.
—La comida no está mal —repuso Chen— y el restaurante está en el Bund. Pagas por las vistas.
—Para ser exactos, pagas para confirmar que perteneces a la élite, y por la satisfacción de saber que puedes permitírtelo.
—Bien dicho, Lianping. Pero, en mi caso, es más por las vistas del Bund que se ven al fondo. Éste es mi rincón favorito de la ciudad.
—Es tu rincón feng shui —dijo ella sin saber aún si debía sacar el tema de su decisión, pese a ser consciente de que no era justo posponerlo más tiempo—. Cuéntame por qué te gusta tanto.
—A principios de los setenta solía practicar taichi con algunos amigos en el parque. Entonces cambié mi licenciatura a lengua y literatura inglesas, y después de la Revolución Cultural conseguí ingresar en la universidad con una nota alta en inglés. Pero, como reza el proverbio, ocho o nueve veces de cada diez las cosas no salen como uno había previsto. Después de licenciarme me destinaron al Departamento de Policía, como ya sabes —explicó Chen tras beber un sorbo de té—. Pero todavía vuelvo aquí de vez en cuando para recargar las pilas con los recuerdos de aquellos años. Puede que te rías de mí por ser tan sentimental, pero aquí, justo donde está ahora este restaurante, me senté durante al menos tres años en un banco verde casi cada mañana.
—Es el feng shui especial del parque Bund para una estrella en ascenso, donde el agua aviva constantemente los recuerdos de un sueño siempre joven.
—No hace falta que te pongas sarcástica, Lianping. En realidad, los fragmentos del pasado me han servido para apuntalar el presente.
—Y ahora tú te pones poético —replicó ella sin poder contenerse.
—En aquellos años, ni siquiera se me ocurrió la posibilidad de ser policía, pero ahora es demasiado tarde para cambiar de profesión. Es distinto en tu caso, para ti el mundo es aún muy joven y diverso —dijo Chen, y luego cambió de tema—. Bueno, deja que te explique algo sobre este restaurante. En realidad no refleja la historia del parque Bund, pero el señor Gu, su propietario, insiste en hacer las cosas a su manera.
—¿El señor Gu del Grupo Nuevo Mundo?
—Sí. Teniendo en cuenta la historia del parque, éste debería ser un restaurante de estilo occidental, con un ambiente nostálgico. Sin embargo, Gu no quiso ni oír hablar de esa posibilidad. Estaba empeñado en servir cocina china a clientes chinos. Puede que sea su manera de mostrar su patriotismo.
—También es un gesto de corrección política. En los años veinte había un letrero legendario frente al parque que decía PROHIBIDA LA ENTRADA A LOS CHINOS Y A LOS PERROS. Aunque algunos eruditos afirman que ese letrero nunca existió, y que fue una historia inventada por las autoridades del Partido después de 1949.
—Bueno, los que ostentan el poder siempre están construyendo y deconstruyendo la línea que separa la verdad de la ficción. No sé si Gu cree o no en la autenticidad del letrero, pero la controversia que ha despertado le ha venido bien a su negocio. Es un restaurante muy caro, lo que simboliza la nueva riqueza de China. También está abierto a los occidentales, desde luego, siempre que estén dispuestos a pagar esos precios tan altos. De hecho, me han dicho que muchos empresarios occidentales se empeñan en invitar a cenar aquí a sus socios chinos.
Lianping cogió la carta y miró los precios, que le parecieron abusivos incluso después de oír la advertencia de Chen.
—No te preocupes por eso —dijo el inspector jefe—. No tenemos que pedir demasiados platos, y Gu no me cobrará esos precios. Sólo quería venir a un sitio tranquilo para poder hablar contigo.
La periodista desconocía qué querría comentarle Chen y se preguntaba si debería hablar ella primero. Tenía su discurso muy ensayado, pero aún no había conseguido reunir la confianza necesaria para pronunciarlo.
—¿Así que conoces a muchos Bolsillos Llenos, Chen?
—A muchos no, pero, en la sociedad actual, incluso un policía no puede conseguir nada si no tiene contactos.
—¿Conoces a Xiang Buqun, del Grupo Ciudad Púrpura?
—Xiang Buqun… ¿No es el director de un gran consorcio inmobiliario? Creo que lo conocí en la ceremonia inaugural del Proyecto del Nuevo Mundo. Quizá lo haya visto alguna vez más. ¿Por qué lo preguntas?
—Quiero hablar contigo —dijo ella con dificultad— sobre algo que puede que no te haya mencionado antes. Llevo saliendo con Xiang Haiping, el hijo de Xiang Buqun, desde hace bastante tiempo. El mes pasado Xiang fue a Shenzhen en viaje de negocios, pero ha vuelto y me ha pedido que me case con él.
—¿Xiang Haiping, el sucesor de su padre?
—El posible sucesor —dijo ella en voz baja. No era capaz de mirar a Chen directamente a los ojos, pero percibió algo indescifrable en su expresión. Fuera lo que fuera, aquélla no era la reacción que había previsto.
Antes de que ninguno de los dos pudiera decir algo más, Gu irrumpió de repente en el reservado. Llevaba gafas sin montura, un traje de lana de color claro y una corbata de seda roja. Pese a su baja estatura, Gu era un hombre atractivo y parecía muy expansivo.
—Es la primera vez que viene a mi restaurante, inspector jefe Chen. Me honra tenerlo entre nosotros —dijo Gu, mirando a Lianping con indisimulada aprobación—. Y Lianping está hoy con usted. Me siento muy honrado de tenerlos aquí a los dos.
Lianping había coincidido con Gu en algunos congresos de negocios, aunque apenas se conocían. Como presidente del Grupo Nuevo Mundo, Gu prefería mantenerse en un segundo plano y había rechazado concederle una entrevista a la joven reportera.
—Necesitábamos ir a un sitio tranquilo, así que pensé en usted —explicó Chen—. Pero tendrá que tratarme como si fuera un cliente normal, señor Gu.
—¿Cómo puede decir eso, inspector jefe Chen? Finalmente ha aceptado la invitación que le hice hace tanto tiempo. No, no pienso permitir que se salga con la suya, de ninguna manera. Además, no querrá hacerme quedar mal delante de una belleza como Lianping.
—Así que son amigos —comentó la periodista, sin saber qué otra cosa decir.
—Déjeme contarle algo sobre él, Lianping —dijo Gu con expresión seria—. ¿Sabe cómo llegó a tener tanto éxito el Grupo Nuevo Mundo?
Era obvio que Gu no tenía ninguna prisa por dejarlos solos, lo que supuso cierto alivio para ella. Quizá sería mejor dejar hablar a otra persona en el reservado. Ella ya había dicho lo que tenía que decir.
—¿Cómo? —preguntó Lianping.
—Todo se debió a un préstamo muy importante que me concedieron cuando fundé el Grupo Nuevo Mundo, y la concesión de ese préstamo fue posible gracias a la magnífica traducción que hizo Chen del plan de negocios para el proyecto. Era una traducción muy difícil, ya que muchos de los términos comerciales ni siquiera existían en chino por aquella época. La traducción tenía que transmitir su significado tanto textualmente como en su contexto. Cuando el inversor americano leyó el plan de negocios en inglés, y supo que lo había traducido un alto cargo policial de Shanghai, quedó tan impresionado que aprobó el préstamo de inmediato.
Puede que al americano no lo hubiera impresionado tanto el dominio de Chen del inglés como el hecho de que Gu conociera a un «alto cargo policial de Shanghai». En un proyecto de remodelación de casas shikumen, situadas en pleno centro de la ciudad, el factor más determinante de su éxito podrían haber sido los contactos oficiales del promotor. Es posible que el americano lo supiera tan bien como Lianping.
—Le imploré que nos ayudara con la traducción —siguió diciendo Gu—. Incluso mencioné el pago de un plus en el supuesto de que aprobaran el préstamo. Naturalmente, quise cumplir mi palabra, pero él se negó a aceptarlo. Cuando Nuevo Mundo salió a Bolsa no me quedó más remedio que invertir el plus que le había prometido a Chen en acciones de la OPV a su nombre. No era una cantidad demasiado elevada, sólo unas diez mil acciones.
Lianping hizo un cálculo mental rápido. Como periodista financiera conocía bien el mercado bursátil. Después de repetidos desdoblamientos de acciones, al menos cuatro o cinco hasta la fecha, y al precio actual de más de ochenta yuanes por acción, el total podía suponer una fortuna considerable.
Pero ¿por qué le estaba contando Gu todo esto? Conociendo al astuto empresario, aquello no parecía en absoluto propio de él. Entonces Lianping cayó en la cuenta de lo que sucedía: Gu creía estar al tanto de la situación. Un cuadro destacado del Partido había traído a una chica al reservado de un restaurante lujoso. ¿Qué podía hacer Gu para ayudar a Chen en esta hipotética cita romántica? El empresario intentaba que Chen pareciera un partido aún mejor a ojos de Lianping: no sólo lo había descrito como un funcionario del Partido con un espléndido futuro, sino también como un Bolsillos Llenos.
—Cállese, Gu. No hable de negocios delante de una periodista financiera. Algún día podría escribir acerca de mis tratos turbios con Bolsillos Llenos como usted —dijo Chen riéndose—. Para que quede bien claro, yo nunca acepté recibir un plus de ese tipo. Por la traducción, que no pasaba de veinte páginas, usted me pagó más de lo que habría ganado traduciendo veinte libros. Aquella cantidad fue más que suficiente.
—No. No era en absoluto suficiente para un proyecto tan próspero —insistió Gu, agitando la mano enérgicamente antes de volver su atención a Lianping—. En la sociedad actual, un policía incorruptible es casi una especie en vías de extinción. No lo admiro por su cargo, sino por todo lo que ha hecho por el país. Un empresario normal y corriente como yo tiene que considerarse extremadamente afortunado de tener un amigo como el inspector jefe Chen.
—Si llego a escribir una biografía de Chen algún día —dijo Lianping con una sonrisa— sin duda incluiré esa parte, señor Gu.
—Hágalo, por favor, Lianping. Usted sería una biógrafa fantástica, porque podría proporcionar todos los detalles íntimos. Así que permítame contarle algo de lo que acabo de enterarme sobre nuestro inspector jefe. Su madre estuvo en el hospital el mes pasado.
—El Hospital de China Oriental.
—Exactamente. Es un hospital especial, de los más caros. Varios de los suplementos nutritivos necesarios para la recuperación de la tía Chen suben mucho, y no los cubre el seguro médico. Cuestan demasiado para que un poli como él pueda pagarlos, así que dejé una tarjeta regalo para su madre en el hospital. Por una vez, alguien usó la tarjeta y no me la devolvieron. El propietario de la tienda se puso en contacto conmigo para verificar el nombre de la mujer que la usó. No era la madre de Chen, sino la viuda de un compañero de trabajo. ¿Qué iba a decir yo?
—Venga, señor Gu. Me está pintando como un modelo de altruismo comunista, al estilo del camarada Lei Feng. Era una tarjeta regalo por una cantidad tan alta que mi madre quiso que se la devolviera —explicó Chen—. El subinspector Wei murió en un accidente la semana pasada, y su familia necesita ayuda urgente. Así que, sin pararme a pensarlo, le di su tarjeta regalo a la inconsolable viuda de Wei. El que hizo la buena acción fue usted, y no yo. Las buenas acciones tendrán su recompensa, como dice siempre mi madre.
Chen no le había contado nada de esto a Lianping, pero al mencionar a la viuda de Wei la periodista recordó el incidente.
—La madre de Chen es una mujer maravillosa —dijo Gu—. ¿La conoce, verdad?
—No, sólo hace dos semanas que conozco al inspector jefe Chen —respondió Lianping.
—A pesar de su edad, la tía Chen personifica la iluminación budista. Cree en el karma, igual que yo —explicó Gu, cambiando de tema inesperadamente—. De hecho, podemos apreciar el karma por todas partes en este mundo de polvo rojo.
—¿Sí? —preguntó Lianping. El cambio repentino en la conversación la había desconcertado.
—Esta mañana me encontré con el Viejo Xiang del Grupo Ciudad Púrpura, que está al borde de la quiebra. Xiang me insinuó que le concediera un préstamo de urgencia. Muy poca gente sabe nada al respecto ahora mismo, así que no lo saque en su periódico, Lianping. Pero ¿quiere que le diga cómo creció el Grupo Ciudad Púrpura? Vendiendo medicamentos falsos.
Lianping empezaba a entenderlo todo. Un hombre de negocios tan bien relacionado como Gu podría haberse enterado fácilmente de la relación que ella mantenía con Xiang. No era el tipo de información que hubiera imaginado que revelara Gu, pero dado que Chen estaba presente, Lianping captó lo que se proponía el empresario. ¿Habría captado también Chen el propósito de las revelaciones de Gu? Probablemente. No es que el inspector jefe precisara ayuda de ese tipo, pero su amigo debía de haberlo visto como otra oportunidad para hacerle un favor.
Entonces Lianping tuvo un mal presentimiento. Quizá Xiang no se lo hubiera contado todo. Su proposición de matrimonio había llegado de forma inesperada, y ahora a Lianping comenzaban a entrarle las dudas. ¿Era posible que Xiang se hubiera apresurado a pedir su mano debido a los problemas económicos de su familia? Xiang sabía que en cuanto su empresa se declarara en quiebra, Lianping ya no accedería a ser su esposa.
De ser así, debería intentar sacarle más información a Gu. Éste, sin embargo, ya empezaba a despedirse.
—Lo siento, siempre hablo más de la cuenta cuando estoy con Chen. Me he ido de la lengua. Tengo que asistir a una reunión de negocios ahora mismo, así que los dejaré solos. ¿Quieren que les haga traer algún plato especial?
—Sólo quiero pedirle una cosa, Gu —dijo Chen—. No le pida a la camarera que ronde junto a nuestra puerta, ni que venga a preguntar si necesitamos algo cada dos minutos.
—Por supuesto. ¿Qué le parece si les traen algo de aperitivo primero junto con una botella de champán francés? Cuando hayan acabado, díganselo a la camarera. No los molestará hasta que la llamen.
—Me parece fantástico. Gracias por todo.