Chen volvió a Shanghai a la mañana siguiente. Nada más llegar, una de las primeras cosas que hizo fue leer su correo electrónico. En la bandeja de entrada aguardaba una respuesta a su mensaje al camarada Zhao, el secretario retirado del Comité Disciplinario del Partido en Pekín.
«Gracias por su nota. Para un cuadro jubilado de mi edad estoy bastante bien, aunque no quiero involucrarme en demasiados asuntos. Últimamente he estado leyendo a Wang Yangming. Su padre fue un neoconfuciano, por lo que Wang Yangming le resultará familiar. Me gusta particularmente un poema que escribió en su juventud:
Las montañas cercanas empequeñecen la luna,
así que crees que las montañas son más grandes que la luna.
Si tienes ante ti una vista que se extiende hasta el horizonte,
verás que las montañas se recortan contra una luna majestuosa.
»Mientras leía el poema pensé en usted. También debería tener ante sí una vista que se extendiera hasta el horizonte.
»En cuanto a la brigada que menciona, no hay nada que pueda decirle. Usted es un policía experimentado y sabrá a qué atenerse. A su edad, Wang Yangming ya desempeñaba un papel importante en el mantenimiento del bienestar de su país.»
Era un mensaje muy enigmático. No le sorprendió que el camarada Zhao no quisiera decir nada sobre la brigada de Pekín. Por otra parte, no era nada habitual que el dirigente retirado del Partido citara poemas en sus mensajes.
Pese al hecho de que su padre fuera un erudito neoconfuciano, Chen no sabía demasiado acerca de Wang Yangming, salvo que se trataba de un filósofo influyente de la dinastía Ming. Wang Yangming había desarrollado el concepto del conocimiento innato, argumentando que cada persona conoce desde su nacimiento, de forma intuitiva pero no racional, la diferencia entre el bien y el mal.
Chen decidió dedicar algún tiempo a buscar información sobre Wang Yangming en internet. Al parecer, este pensador personificaba el ideal confuciano de hombre culto que era erudito y militar a un tiempo. En 1519 d. de C., mientras servía a las órdenes del gobernador de la provincia de Jianxi, Wang Yangming reprimió el levantamiento del príncipe Zhu Chenhao, salvando a la dinastía de un desastre sin precedentes.
Resultaba gratificante que el camarada Zhao esperara que Chen tuviera una carrera profesional tan destacada como la de Wang Yangming, pero ¿por qué mencionarlo ahora sin que viniera a cuento?
El poema en sí no lo impresionó. Wang Yangming no era conocido como poeta, pero el contexto en el que Zhao citó el poema hizo reflexionar a Chen. Estaba seguro de que aquellos versos significaban algo.
Escribir a Zhao para pedirle una explicación, sin embargo, no serviría de nada.
Ahora que las nubes pasajeras ocultan el sol,
me preocupa no poder ver Chang’an.
Chen cogió el teléfono y, tras reflexionar unos instantes, marcó el número de Bao el Joven en la Asociación de Escritores.
—Necesito pedirle un favor, Joven Bao.
—Cualquier cosa que esté en mi mano, maestro Chen.
—Usted tiene un amigo que trabaja en el hotel Villa Moller.
—Sí, un buen amigo. De hecho, hoy voy a almorzar con él en el restaurante del hotel.
—¿Puede fotocopiar un par de páginas del registro de visitantes del edificio B? En concreto, las páginas del lunes y martes pasados.
—Eso es pan comido. Mi amigo trabaja en el edificio B y, de vez en cuando, atiende en recepción y se encarga del registro. Le llamaré tan pronto como tenga esas fotocopias.
Aquella tarde Chen se reunió con el oficial Sheng, de Seguridad Interna. Sheng había solicitado celebrar el encuentro en el hotel en el que se alojaba. Se trataba del Hotel de la Ciudad, situado en la calle Shanxi, sólo a dos o tres minutos a pie del hotel Villa Moller. Puede que fuera una coincidencia, pero Chen, como policía, no creía en las coincidencias.
La petición lo sorprendió. Chen había coincidido con los agentes de Seguridad Interna en ocasiones anteriores, pero la relación casi nunca había sido amistosa. A fin de cuentas, Chen era, ante todo, un poli.
Los agentes de Seguridad Interna tenían otras prioridades. En su escala de valores, los intereses del Partido ocupaban siempre el primer lugar. Eran capaces de cualquier cosa en nombre del Partido.
Por tanto, se preguntó Chen, ¿cuál sería el auténtico propósito de la reunión?
Nada más llegar al hotel lo condujeron hasta Sheng, un hombre alto cercano a la cuarentena con una calva incipiente que resaltaba una frente ancha surcada de arrugas. Su forma de hablar revelaba sus orígenes: el oficial de Seguridad Interna tenía un acento pequinés inconfundible.
—Me alegro de conocerlo, inspector jefe Chen. Me han hablado mucho de usted.
—Yo también me alegro de conocerlo, oficial Sheng. Por lo que me han dicho, lo han enviado en misión especial desde Pekín.
—Bueno, no hay nada de especial en mi visita. En todo caso, creo que me han escogido por las clases nocturnas de informática a las que asistí.
—Los conocimientos de informática pueden resultar muy útiles hoy en día.
—Usted es un policía competente y experimentado, así que no tiene sentido andarse por las ramas —dijo Sheng—. Estoy aquí por el caso Zhou, pero yo debo centrarme en un aspecto distinto de la investigación. Ya sabe cómo empezó todo este jaleo, con la búsqueda de carne humana que se inició en aquel foro de internet. Estas cazas de brujas se han convertido en un movimiento de masas en la Red, y ya empiezan a descontrolarse. Están destruyendo la imagen de nuestro Partido, y también la de nuestro Gobierno. Los blogueros y los foreros, los llamados ciudadanos de la Red, se valen de cualquier excusa por pobre que sea, incluyendo un paquete de cigarrillos caros, para dar rienda suelta a su frustración y a su furia contra las autoridades del Partido. Si esto sigue así, acabarán con la estabilidad de nuestra nación socialista.
Chen escuchaba sin decir nada. Resultaba muy fácil hablar de motivos, fuera cual fuera la investigación que se llevaba a cabo, y en lo que concernía a Seguridad Interna, el motivo de los ataques en internet relacionados con el caso Zhou era más que evidente.
Jiang, el jefe de la brigada municipal, parecía haber llegado a la misma conclusión. Sheng tendría que haber hablado con Jiang, no con él.
—¿Y qué piensa hacer? —preguntó Chen, prefiriendo evitar una confrontación por el momento.
—Vamos a pescar al alborotador que envió la foto de la cajetilla de Majestad Suprema 95 al foro de internet. En cuanto a Zhou, hiciera lo que hiciera, ya ha recibido el máximo castigo.
—Localizar al remitente de la foto no tendría por qué ser muy difícil. Hay muchos expertos en internet que trabajan para el Gobierno, seguro que podrán dar con él.
—No es tan fácil. Sólo hemos localizado el foro de internet en el que colgaron la fotografía por primera vez. El moderador del foro afirma que se la envió un remitente anónimo.
—No soy ningún experto en el tema —dijo Chen, empeñado en hacerse el tonto—, pero ¿no es posible localizar la dirección IP desde la que se envió la foto?
—Bueno, la enviaron desde el ordenador de un cibercafé, un sitio llamado El Caballo Volador, y lo hicieron de una manera tan rebuscada que, pese a las nuevas normas, nos hallamos en un callejón sin salida. Tenemos motivos para creer que fue un ataque premeditado.
Chen no sabía de qué nuevas normas hablaba Sheng, además del nuevo requisito de mostrar un documento identificativo en los cibercafés. No suponía ninguna novedad que el Gobierno endureciera continuamente su control de internet. Aquélla era una de las tareas de Seguridad Interna.
—Entiendo. Entonces, el remitente tomó precauciones. Supongo que no es de extrañar, ya que la polémica sobre el control de internet por parte del Gobierno empezó hace algún tiempo —apuntó Chen con cautela.
—Pero piense en lo que pasó después de que colgaran la fotografía original. Empezaron a aparecer montones de fotos y de comentarios casi en el acto, fue un auténtico bombardeo. Lo habían orquestado todo.
No tenía sentido enfrentarse a Seguridad Interna, por lo que Chen ni lo intentó.
—Ayudémonos mutuamente, inspector jefe Chen. Si encuentro algún dato que pueda servirle en su investigación, se lo haré saber de inmediato.
—Y viceversa, por supuesto —dijo Chen, aunque no tenía claro si él lo haría. No podía evitar pensar que Sheng intentaba sondearlo, pero él podía pagarle con la misma moneda.
Por el momento, la reunión se estaba desarrollando sin muestras de animosidad tangible entre ambos, aunque no fuera en absoluto un encuentro de aliados. Cada uno tenía sus carta y no estaba dispuesto a mostrárselas al otro.
Desde el ventanal de la habitación del hotel, que tenía un balcón con vistas a la calle Shanxi, Chen creyó divisar la esquina del hotel de enfrente. Se había producido de nuevo un terrible embotellamiento.
—¿Hay alguna novedad con respecto a su investigación, inspector jefe Chen? —preguntó Sheng, yendo finalmente al grano.
—Como reza el antiguo proverbio: «Un ciego monta un caballo ciego hasta un lago insondable en una noche oscura» —respondió Chen vagamente.
—Venga, Chen. Usted es un poeta célebre muy dado a las hipérboles poéticas.
En realidad, Chen no había exagerado. La metáfora citada no sólo se refería a él, sino también a las otras personas involucradas en el caso. El proverbio le había venido a la memoria la noche anterior, mientras yacía insomne en una habitación de hotel de Shaoxing observando las sombras que oscilaban en el techo.
Volvió a pensar en el proverbio a la mañana siguiente, tras leer el correo electrónico del camarada Zhao.
Sheng encendió un cigarrillo para Chen y luego se encendió uno. Mientras sacudía la cerilla despreocupadamente, el oficial de Seguridad Interna cambió de tema.
—¿Qué tal le fue el viaje a Shaoxing?
—Ah, asistí a un festival literario allí. Shaoxing es la ciudad natal de Lu Xun —explicó Chen, poniéndose en guardia de inmediato—. Cómo vuelan las noticias en Seguridad Interna.
—Por favor, no se lo tome a mal. Casualmente, ayer estuve hablando con el secretario del Partido Li y mencionó su viaje.
La respuesta de Sheng parecía plausible. Con todo, aquella información no lo tranquilizaba. Chen supuso que Li habría estado informando a Seguridad Interna de todos sus pasos.
—El festival no es más que una excusa para que un grupo de escritores haga turismo y asista a banquetes. El vino de Shaoxing que sirven allí es magnífico. Me terminé una jarrita y acabé tan borracho que Bi Liangpei, el presidente de la Asociación de Escritores de Shaoxing, tuvo que acompañarme hasta el hotel.
Aquello era verdad en parte. Bi lo había acompañado de vuelta a su hotel, pero no podía decirse que Chen estuviera demasiado borracho. Recordaba haber intentado localizar a Lianping en la oscuridad entre el chirriar de los insectos del jardín del hotel, lo que de algún modo se asemejaba a la escena que habían vivido los dos en el Jardín Shen. La periodista no estaba registrada en el hotel, y Chen se preguntó si habría tomado el tren nocturno de regreso a Shanghai.
—Ojalá hubiera podido ir yo también —dijo Sheng, y depositó una taza de café instantáneo en la mesa auxiliar—. Estaba aquí sin nada que hacer, salvo repasar la lista de las personas que escribieron comentarios sobre Zhou en internet y colgaron pruebas de su corrupción. Sin embargo, todas las fotografías que colgaron de los coches y las casas de Zhou eran auténticas. No se les puede acusar de haberlo difamado, y tengo que admitir que es comprensible que se cebaran en él. Al ser tantos los que enviaron comentarios contra Zhou, es imposible que el Gobierno los castigue a todos. Algunos se limitaron a seguir a la manada.
Sheng parecía haber cambiado de parecer súbitamente.
—Entonces… —dijo Chen sin comprometerse, esperando a que Sheng continuara.
—El remitente del primer correo electrónico, por otra parte, es un alborotador maquiavélico. De eso no hay duda. La búsqueda de carne humana precedió a una auténtica avalancha de comentarios, demasiado repentinos y abrumadores para que Zhou, o cualquier otro, hubiera podido responder como es debido. Fue devastador para la imagen de nuestro Partido.
—Dada la corrupción galopante entre nuestros funcionarios —repuso Chen—, es probable que los ataques informáticos de esa clase no se acaben en un futuro próximo.
—En eso tiene razón. Recientemente ha surgido una nueva estrella de internet, especializada en búsquedas de carne humana.
—¿Una estrella de las búsquedas en internet?
—Sí. Y estas estrellas tienen admiradores. Una vez han conseguido un gran número de seguidores, pueden exigir a los sitios web que les paguen por colgar allí sus blogs —explicó Sheng, sacudiendo la cabeza—. En cuanto a esta nueva estrella, se apellida Ouyang. Se ha especializado en determinar la marca de reloj que llevan puesto los funcionarios en las fotos de los periódicos, y entonces las cuelga en internet con la marca y el precio del reloj anotados debajo.
—Relojes caros, supongo.
—Rolex, Cartier, Omega, Tudor, Tissot…, todas las grandes marcas —respondió Sheng con evidente irritación—. Recientemente provocó un escándalo con una entrada de su blog que incluía más de veinte fotografías de cuadros del Partido llevando esas marcas de lujo. Ni siquiera tuvo que añadir un comentario. En un solo día colgaron la entrada en multitud de sitios web, lo que provocó una nueva oleada de búsquedas colectivas que obtuvieron más de cien mil respuestas.
—Sí, esos relojes tan caros contradicen totalmente la imagen que quiere dar el Partido de sus cuadros como ciudadanos trabajadores y de vida sencilla.
—Pero escribir sobre el tema puede llevar a la gente a desilusionarse con nuestro Partido y con el sistema socialista. Tenemos que hacer algo al respecto.
—Ouyang no hizo nada malo al volver a colgar algunas fotos de los periódicos. Castigarlo abiertamente por ello podría tener consecuencias muy negativas.
—No tuvimos que castigarlo abiertamente. Bastó con invitarlo a tomar una taza de té, y Ouyang accedió a cooperar. No volverá a colgar nada de ese tipo otra vez.
Chen había oído la frase «invitar a alguien a tomar una taza de té», lo que significaba que funcionarios del Gobierno como Sheng amenazaban a los supuestos alborotadores mientras tomaban un té. A veces no se limitaban a usar un palo y también ofrecían una zanahoria.
—Pero en relación con el caso Zhou, ¿tiene idea de quién puede haber enviado esa fotografía? —preguntó Chen.
—Según Jiang, el remitente debió de tener acceso al archivo electrónico original, y no sólo a la copia publicada en el periódico. No habría podido leer la marca de un paquete de cigarrillos en una copia de baja resolución.
—Eso también se me ocurrió a mí —admitió Chen—. Entonces podría haberlo hecho alguien de dentro.
—O alguien que tuviera acceso a información confidencial. Un pirata informático, por ejemplo, podría haber conseguido la fotografía original sin que nadie lo supiera. El moderador del foro de internet en el que la publicaron por primera vez es un hacker, y ahora mismo estamos investigando a fondo sus antecedentes. —A continuación, Sheng dijo con expresión seria—: En cuanto a si es cosa de alguien de dentro, la desaparición repentina de Fang, la secretaria de Zhou, habla por sí sola.
—Espere un momento. Estoy confundido. ¿Qué podría haber ganado Fang con eso? Zhou la ayudó cuando pasaba una mala racha. Gracias a él consiguió un empleo seguro y bien pagado.
—Debe de haber oído algo acerca de la relación secreta entre los dos —dijo Sheng.
—Según el expediente del subinspector Wei, que incluía varias fotos de ella, Fang no es una mujer despampanante, y ya pasa de los treinta. No es difícil imaginar que otras chicas más jóvenes y mucho más guapas revolotearan alrededor de Zhou.
—Zhou era un hombre cauto a su manera —explicó Sheng frunciendo aún más el ceño—. Como cuadro destacado del Partido, debía cuidar su imagen pública. Con una secretaria de mediana edad, no tenía que preocuparse de las habladurías. En cuanto a lo que pudo haber pasado entre el jefe y su pequeña secretaria, nadie llegará a saberlo. Es cierto, Fang no es demasiado joven, pero sí lo suficientemente atractiva para conseguir algo de Zhou. Su puesto en la oficina, por ejemplo. Y, gracias a ese puesto, podría haber acumulado mucha información confidencial. Es algo que se repite con bastante frecuencia en las historias sórdidas de estos funcionarios corruptos.
Era un análisis poco habitual viniendo de un agente de Seguridad Interna, pensó Chen; luego asintió con la cabeza y dijo:
—Pero Fang ha desaparecido.
—Podría estar escondida en alguna parte, preparándose para vender esa información a buen precio.
—Entiendo lo que quiere decir —contestó Chen.
Era una posibilidad, por supuesto. Pero ¿estaría adoptando Sheng el mismo enfoque que Jiang en lo referente a Fang? Chen no lo sabía.
—Entretanto, nos centraremos en ese cibercafé, así como en el foro de internet. Las normas sobre el uso de internet son muy recientes, por lo que aún podría haber algunas lagunas jurídicas. Vamos a pedir refuerzos y a destinar a más hombres a esa tarea. Si investigamos lo que hicieron todos los implicados durante ese periodo, seremos capaces de localizar al culpable.
Al parecer, estaban presionando mucho a Sheng para que encontrara al remitente de la fotografía y le impusiera un severo castigo como seria advertencia a otros alborotadores en potencia. Dichos alborotadores se lo pensarían dos veces antes de «atentar contra la estabilidad de China».
—Por cierto —dijo Sheng, cambiando de tema—, ¿ha tenido noticias del Comité Central de Disciplina del Partido en Pekín?
Chen esperaba la pregunta. Se rumoreaba en los círculos cercanos al poder que el camarada Zhao, ex secretario del Comité Central de Disciplina del Partido, consideraba a Chen una especie de protegido. Debido a la relación de Chen con el camarada Zhao, es posible que Sheng esperara que el inspector jefe lo pusiera al corriente de lo que realmente sucedía en las altas esferas. De hecho, éste era posiblemente el auténtico motivo de la reunión.
Durante unos instantes se apoderó de Chen la misma frustración que invadía a todos aquellos ciudadanos de la Red. A Seguridad Interna sólo le interesaba adoptar un enfoque político, basado en la necesidad de «mantener la estabilidad» aunque fuera a costa de los supuestos «alborotadores». La muerte de Zhou, y, de hecho, también la de Wei, les eran del todo indiferentes. Sin pararse a pensarlo, Chen decidió contestar de forma críptica en lugar de responder abiertamente a la pregunta de Sheng.
—Le agradezco que me cuente todo esto, Sheng. Entre nosotros, déjeme decirle algo. Yo que usted no me precipitaría.
—¿No?
—Aquí enfrente puede ver el hotel Villa Moller. Es un hotel especial, en el que en estos momentos hay estacionadas dos brigadas igualmente especiales: la de Jiang, del gobierno municipal de Shanghai, y la del Comité Central de Disciplina del Partido en Pekín. Hace una semana eran tres. La brigada del Comité Disciplinario del Partido en Shanghai, que también estaba allí, ya se ha esfumado. Todo esto es bastante raro, ¿no le parece?
—Muy raro…
—Y a usted también lo han enviado desde Pekín, ¿verdad? —preguntó Chen, antes de hacer una pausa deliberada—. Normalmente, un caso como el de Zhou se habría cerrado hace mucho. Al Partido le interesa cerrar casos como éste lo antes posible, ¿no le parece? ¿Por qué lleva tanto tiempo sin resolverse?
Esta vez fue Sheng el que no respondió. Un tenso silencio se cernió sobre la habitación.
Chen continuó hablando.
—Puede que el agua sea demasiado profunda para que podamos lanzarnos a ella de cabeza. Como las piezas en un tablero de ajedrez, son otros los que nos han colocado allí. Puede que no conozcamos nuestros papeles respectivos, al menos vistos desde una perspectiva más amplia. Mientras hagamos nuestro trabajo a conciencia, no se espera nada más de nosotros. Pero también debemos asegurarnos de que nuestro trabajo no afecte de algún modo esa perspectiva.
—Sí, creo que empiezo a entender lo que quiere decir, inspector jefe Chen.
—Por eso le mencioné la metáfora del ciego y el caballo ciego. Para serle sincero, puede que haya habido malentendidos en el pasado entre algunos agentes de Seguridad Interna y yo, pero espero que no vuelva a suceder esta vez. Usted es diferente, oficial Sheng. Me ha citado para que hablemos de nuestros objetivos comunes, pese a que nuestras prioridades no son las mismas.
—Me alegra que me lo diga, inspector jefe Chen.
—Pero ¿realmente cree que la brigada del Comité Central de Disciplina del Partido vendría desde Pekín y se alojaría aquí por un funcionario de poca monta como Zhou?
—No, no lo creo… —Sheng añadió con voz vacilante—: Me parece que he oído algo acerca de las fricciones entre Pekín y Shanghai.
—Como dice la canción, «No sé en qué dirección sopla el viento» —dijo Chen, y luego añadió en un susurro—: Acabo de recibir un correo electrónico de Pekín.
—¿De Pekín?
—Me cita un poema de Wang Yangming. Por lo que he entendido, el mensaje fundamental es que no podemos permitirnos perder de vista las cosas grandes que están lejos a causa de las pequeñas que tenemos cerca.
—No tiene sentido que él hable de manera demasiado explícita —dijo Sheng, sin tener que preguntar siquiera quién citaba aquel poema.
El teléfono de Sheng comenzó a sonar en aquel preciso instante.
Mientras Sheng contestaba a la llamada, Chen se levantó y comenzó a andar hacia el balcón para fumarse un cigarrillo, pero se detuvo en seco al oír a Sheng repetir varias veces el nombre de Fang. El inspector jefe aflojó el paso, fingiendo buscar cerillas, y volvió hasta la mesa auxiliar para coger algunas. Desde allí consiguió oír varias frases fragmentadas.
—Shaoxing, o cerca de Shaoxing…, un teléfono público…, sus padres no saben nada…
Chen encendió un cigarrillo, salió al balcón y aspiró profundamente. La ciudad se extendía a su alrededor con sus rascacielos antiguos y nuevos, impersonales y agobiantes.
Cuando volvió a la habitación, Sheng ya había colgado y le había hecho otro café.
El oficial de Seguridad Interna ni siquiera mencionó la llamada, pensando probablemente que el inspector jefe no podría deducir nada a partir de una o dos palabras pronunciadas fuera de contexto.
Pero Chen tenía muy claro lo que había oído, así como lo que pensaba hacer a continuación.