«Siempre llueve sobre mojado», pensó Lianping mientras viajaba en un taxi de Shaoxing, jugueteando con el teléfono móvil que tenía en la mano.
Cuando iba de camino al Parque Lanting, donde tenía que encontrarse con el inspector jefe Chen, Lianping recibió una llamada inesperada de Xiang.
Xiang no le explicó por qué había salido de Shanghai de forma tan repentina sin molestarse en llamarla en casi dos semanas, salvo para decir que había estado muy ocupado. No sólo durante el día, sino también durante la noche, hasta bien entrada la madrugada. No era ningún secreto que muchos tratos comerciales se cerraban en la mesa de la cena, junto a la máquina de karaoke o en la sala de masajes de los baños públicos. Estos negocios eran característicos del socialismo chino, y Lianping sabía perfectamente que no debía protestar ni hacer preguntas. En un hombre joven de la denominada «segunda generación adinerada», la devoción a los negocios solía verse como una cualidad.
La razón por la que Xiang la había llamado finalmente era que, según él, acababa de firmar un trato importantísimo para el futuro de su empresa y quería celebrarlo con ella. También dijo que le reservaba una gran sorpresa para cuando volviera a principios de la semana próxima.
Lianping recordó un poema de la dinastía Tang perteneciente al poemario traducido por Chen:
¡Cuántas veces
me ha decepcionado
el atareado mercader de Qutang
desde que me casé con él!
La marea siempre cumple su palabra
al decir que volverá.
¡Ay! De haberlo sabido,
me habría casado con aquel que surca las olas.
Lianping tampoco esperaba la llamada de Chen. En realidad, el inspector jefe estaba tan ocupado como Xiang, si no más. La periodista lo había invitado al festival de Shaoxing en un impulso. Chen prometió pensarlo, pero eso solía significar que no, sobre todo si consideraba lo agobiado que estaba con la investigación.
Aun así, Lianping se asombró al recordar el número de veces que había visto a Chen durante la última semana. Sería por su trabajo, se dijo. La visita del inspector jefe a las oficinas de Wenhui podría deberse principalmente al policía atropellado en una calle cercana, mientras que la petición de última hora para que se reuniera con él en el templo se debería a que el subinspector Yu era un compañero de trabajo y un buen amigo. Pero, para su sorpresa, Chen había venido a Shaoxing, aunque se había perdido el acto principal del festival, el encuentro en la residencia de Lu Xun.
¿Lo habría evitado Chen adrede? Lianping se vio obligada a asistir al encuentro para poder redactar su artículo, pero no tendría sentido que el inspector jefe perdiera el tiempo escuchando todas esas charlas políticas vacías de contenido. A diferencia de Lianping, Chen no tenía que preocuparse por el coste del viaje a Shaoxing, así que era posible que hubiera venido para verla a ella.
El taxi se detuvo en una calle pintoresca. Al mirar por la ventanilla, Lianping vio a Chen cerca de la entrada del parque, saludándola con las entradas en la mano. Cualesquiera que fueran los motivos de su viaje a Shaoxing, y la forma en que Lianping pudiera interpretarlos, Chen estaba aquí, esperándola, y eso era lo único que importaba.
El inspector jefe se acercó al taxi y abrió la portezuela para que Lianping pudiera apearse.
—Quería sorprenderte, Lianping.
—Pues lo has conseguido. Pensé que me habías abandonado. Aunque seguro que ya habrás hecho planes para hoy, ¿no?
Lianping arqueó las cejas esperando a que Chen respondiera.
—Tenemos toda la tarde para nosotros —dijo él por fin—. Después podríamos alquilar una barca de toldo negro, como en los relatos de Lu Xun, y navegar hasta el anochecer.
En aquel momento la periodista no consiguió recordar ningún relato acerca de una barca de toldo negro que navegara en la penumbra, pero le bastaba con pasear por el parque con él.
—Lo siento, no he podido asistir al acto de esta mañana —se disculpó Chen.
—Pues no te has perdido gran cosa. Ya sabes lo aburridos que pueden ser los discursos en los congresos —afirmó Lianping.
El anciano que vigilaba la verja de entrada ni siquiera levantó la vista del periódico que leía con gran concentración. Se limitó a indicarles con un gesto que entraran después de haber depositado Chen las entradas en la caja verde de plástico. Eran como cualquier otra pareja de turistas, deambulando en busca de algo interesante que hacer en una tarde lluviosa.
El parque coincidía con la descripción del folleto que Lianping había estado hojeando. Vieron pabellones con aleros inclinados, puentes de piedra blanca arqueados sobre el agua verde y exuberantes bosquecillos de bambú diseminados aquí y allá. La historia de la zona se respiraba en todos los rincones.
El célebre calígrafo Wang Xizi pasó la mayor parte de su vida en Shaoxing durante la dinastía Jin, en el siglo IV. Era conocido vulgarmente como el sabio de la caligrafía, y no tenía rival en el dominio del caoshu, o escritura semicursiva. Su obra más renombrada era el «Prólogo a los poemas compuestos en el Pabellón de Orquídeas de Lanting», una introducción a los poemas escritos por un grupo de escritores durante una reunión en Lanting. La caligrafía original había desaparecido mucho tiempo atrás, pero aún se conservaban algunos calcos y copias efectuados con trazo cuidadoso.
—Fíjate en esas estatuillas de gansos blancos en el prado verde. Hay muchos relatos sobre ellos en la literatura china clásica —exclamó Chen muy animado.
Quizá su estado de ánimo se debía al cambio de aires, pensó Lianping. No creía que Chen estuviera intentando impresionarla, puesto que no tenía ninguna necesidad de hacerlo.
—Según una leyenda —continuó Chen—, Wang aprendió a manejar el pincel mientras observaba a los gansos que se paseaban por aquí.
A Lianping no le intrigaban demasiado esas historias, que provenían de una época y un lugar demasiado remotos, pero el hecho de que Chen caminara a su lado añadía interés a cualquier explicación. Sin embargo, Xiang estaba a punto de volver, algo en lo que evitó pensar por el momento.
Pese a las muchas leyendas que circulaban sobre el parque, ellos eran los únicos turistas que lo recorrían a aquella hora. Dieron un paseo hasta un arroyo flanqueado por árboles y cañas de bambú, donde una brisa racheada hizo caer una cascada de relucientes gotas de lluvia de las ramas verdes.
—Ya hemos llegado. Esto es Lanting —anunció Chen—. Wang y el resto de poetas se reunieron junto a este arroyo para jugar a un juego relacionado con el vino y la poesía.
—¿Un juego relacionado con el vino?
—Los poetas echaban tazas de vino a la cabecera del arroyo para que bajaran empujadas por la corriente. Si una taza se detenía frente a uno de los poetas, éste debía componer un poema. Si no lo conseguía, tenía que beberse tres tazas como castigo. Luego recopilaron todos los poemas y Wang compuso un prólogo. Debía de estar muy borracho mientras blandía su pincel inspirado por una escena tan exquisita. Ese prólogo constituye el apogeo de su caligrafía.
—Es increíble.
—Muchos años después, durante la dinastía Tang, Du Mu escribió un poema sobre la misma escena.
Lamentablemente, no podemos frenar el fluir del tiempo.
¿Por qué no, entonces, disfrutar del juego del vino junto al arroyo?
Las flores se abren, indiferentes, año tras año.
No te lamentes de que se marchiten, sino de que florezcan.
—Nunca lo he leído, poeta Chen. Es un poema maravilloso, pero no entiendo demasiado bien el último verso.
—Cuando leí por primera vez el poema, probablemente a tu edad, tampoco entendí el final. Ahora creo entenderlo. Al principio, cuando todo florece por primera vez, la vida aún está llena de sueños y de esperanzas. Por desgracia, no podemos hacer nada para ralentizar el viaje que va de la floración al marchitamiento. Eso es lo que debemos lamentar.
A Lianping le intrigó esa interpretación. Trató de imaginarse la antigua escena de los poetas que leyeron y escribieron aquí, pero no lo consiguió.
—Los tiempos han cambiado —añadió Chen como si le estuviera leyendo el pensamiento.
Era muy agradable tenerlo de guía experto, pensó Lianping mientras paseaban frente a un estandarte de seda amarilla que ondeaba al viento sobre un pabellón de aspecto antiguo. El estandarte rezaba CALIGRAFÍA Y PINTURA: GRATIS PARA AQUELLOS QUE REALMENTE APRECIAN EL ARTE CHINO.
—¿Gratis? —preguntó ella—. Quizá la gente de Lanting aún hace las cosas por amor al arte, como en los viejos tiempos. Puede que encontremos un pergamino con el poema que acabas de recitarme.
Chen y Lianping entraron en el pabellón. Habían convertido la parte delantera en una sala de exposiciones de cuyas paredes colgaban los pergaminos. Para desconcierto de ambos, todos los pergaminos llevaban etiquetas con precios que, pese a no ser exorbitantes, tampoco resultaban baratos. Un hombre vestido con una túnica tradicional china de color pardo se levantó muy sonriente de detrás de un mostrador de cristal situado cerca de la entrada. El hombre, que había leído la pregunta en sus miradas, explicó:
—Son gratuitos. Sólo cobramos por el coste de convertirlos en pergaminos.
—Es comprensible. Los escritores y los artistas no pueden vivir sólo del viento del noroeste —comentó Chen—. Ni sumando todos los cuadros y las caligrafías de este pabellón sería posible comprar un solo metro cuadrado en el subdistrito del Jardín de Binjiang.
—Ah, sí, el Jardín de Binjiang en Pudong. La mansión de papel que los Yu quemaron en el templo estaba en ese subdistrito —afirmó Lianping.
Otro vendedor ambulante salió de la trastienda del pabellón, gesticulando y soltando improperios. Les mostró con insistencia una caja cubierta de brocados que contenía pinceles, una barra de tinta, una piedra de tinta y un sello de un material parecido al jade.
—En nuestra antigua civilización hay cuatro tesoros, imbuidos todos ellos del feng shui de la ciudad de la cultura. No pueden perderse el romance del «erudito y la beldad» —dijo el vendedor, intentando convencerlos con su labia.
Chen y Lianping se marcharon apresuradamente de allí, como un ejército en desbandada.
—Es más comercial de lo que pensaba —dijo Lianping con cierto pesar. Le había intrigado la referencia del vendedor ambulante al «romance entre el erudito y la beldad», un género popular en la literatura china clásica.
—Shaoxing está demasiado cerca de Shanghai para ser muy distinta, y los visitantes como nosotros aún empeoramos más las cosas.
Aquí, allá, por todas partes, la hierba verde se extiende hasta el horizonte.
El verso probablemente hacía referencia al mercantilismo, pensó Lianping. Pero Chen no necesitaba citar un verso de la dinastía Tang para hacerse entender. Parecía exultante, y le recordó a uno de aquellos eruditos de los textos amorosos clásicos, siempre ansiosos por encandilar a las muchachas valiéndose de citas y alusiones.
—Vayamos al Jardín Shen —sugirió el inspector jefe—. Puede que allí estemos más tranquilos, sin todo este bullicio comercial.
—El otro jardín no debe de encontrarse demasiado lejos —respondió ella mientras salían del parque—, pero no sé cómo llegar hasta allí.
No encontraron ningún taxi a la salida. Un rickshaw —o, más bien, un triciclo parecido a un rickshaw con un hombre que pedaleaba delante— se detuvo junto a la acera y subieron al vehículo. En el asiento trasero apenas había espacio para los dos, por lo que tuvieron que sentarse muy juntos.
Cuando comenzó a lloviznar, Chen bajó el toldo que protegía todo el asiento, como un gigantesco capullo. Aun así, podían contemplar las escenas cambiantes del exterior a través de una cortina transparente que relucía bajo la llovizna.
—Éste es el mejor vehículo para recorrer la ciudad antigua —afirmó el ciclista mientras serpenteaba por bocacalles flanqueadas de casas rústicas con paredes blancas y tejados de tejas negras—. Si lo reservan para mediodía puedo hacerles un buen descuento. Los llevaré al Lago Oriental y al Templo Dayu sólo por cien yuanes.
—¿Al Templo Dayu?
—Dayu fue uno de los grandes emperadores de la historia china, y gracias a él se consiguió controlar las inundaciones que estaban devastando el país. No hace mucho construyeron un templo enorme en su honor en Shaoxing. De hecho, se trata de un palacio espléndido.
Lianping sabía que el emperador Dayu había sido una figura legendaria en la historia china antigua, pero desconocía la supuesta relación entre Dayu y Shaoxing. En los últimos años, varias ciudades habían construido templos o palacios para atraer a los turistas, alegando conexiones inverosímiles con figuras legendarias.
—No creo que tengamos tiempo —dijo Chen, tomando la decisión en nombre de los dos.
El vehículo se detuvo junto al Jardín Shen y ambos se apearon allí. Compraron entradas y vieron, a través de la verja abierta, que el jardín parecía casi desierto.
Resultó más pequeño de lo que Lianping había esperado, aunque probablemente era igual que otros jardines diseñados de acuerdo con la tradición paisajística meridional. Tenía puentes de piedra, pabellones pintados de bermellón y grutas de formas increíbles en arboledas mantenidas según el modelo de naturaleza cultivada que tanto atrajera a los literatos de las dinastías Ming y Qing. No demasiado lejos de la entrada, Lianping vio una valla publicitaria en la que se explicaba la historia del jardín, centrada en la relación amorosa de Lu You y Tang Wan durante la dinastía Song.
Este lugar atraía a los turistas debido a los poemas románticos compuestos por Lu You que guardaban relación con el jardín. Existía también una ópera de Shaoxing basada en la clásica historia de amor. Lianping se la había oído mencionar a su madre, gran admiradora de las óperas de Shaoxing, aunque la propia Lianping no la había visto.
Tras doblar por varios recodos de un sendero lleno de mariposas nocturnas, Chen y Lianping pasaron frente a un puesto solitario en el que vendían vino de arroz de la zona, y después llegaron a un pabellón erigido junto a una gran roca rectangular, en cuya superficie plana alguien había grabado dos poemas y los había resaltado en tinta roja.
I
El sol desciende tras el muro de la ciudad
a los compases tristes de un clarín reluciente.
Aquí, en el Jardín Shen,
el estanque y el pabellón
ya no parecen ser los mismos,
salvo por las ondulaciones desoladoras del arroyo aún tan verde bajo el puente,
las ondulaciones que antaño reflejaron su llegada, a paso ligero, tan bella
para avergonzar a los gansos salvajes
hasta provocar su huida.
II
Hace cuarenta años desde la última vez que nos vimos,
el sueño hecho añicos, el aroma disipado,
en el Jardín Shen, los sauces marchitos
ya no producen amentos aterciopelados.
Un anciano está a punto de convertirse en el polvo
del Monte Ji, y yo aún estallo en llanto
ante esta antigua escena.
—Los poemas son autobiográficos —dijo Chen, retomando la conversación—. En su juventud, Lu You se casó con su prima, Tang Wan, de la que estaba profundamente enamorado. Sin embargo, debido a la oposición de su madre, se vieron obligados a divorciarse aunque se siguieran amando, incluso después de que ambos se hubieran casado de nuevo.
—¿Los dos se volvieron a casar? ¿La institución del matrimonio concertado no prohibía a las mujeres casarse de nuevo?
—No exactamente, al menos en su caso. El neoconfucianismo no cobró fuerza hasta después de Chen y Zhu, en la dinastía Ming. En la época de Lu You, aún estaba permitido que una mujer como Tang Wan volviera a casarse.
»Y después, en 1555, se encontraron en el jardín por casualidad. Para aquel entonces ambos se habían casado de nuevo y debían observar las normas sociales de la época. Sin embargo, Tang Wan le sirvió una taza de vino de arroz amarillo con su delicada mano, y las ondulaciones del líquido transmitieron todo lo que no podían decirse de palabra. Lu You escribió un poema ci, lamentando “un arroyo aún tan verde”. Tang Wan compuso otro como respuesta, y murió con el corazón destrozado poco después. Al cabo de mucho tiempo, a la edad de setenta y cinco años, Lu You retornó al jardín y escribió los versos que ahora están grabados en estas rocas. La desventurada historia de amor de la pareja aumentó la popularidad de los poemas.
—Es una historia muy triste.
—Vaya, me olvidaba —dijo Chen de pronto, antes de volverse hacia el sendero por el que habían venido—. Espérame en el pabellón —indicó mientras se alejaba.
Lianping entró en el pabellón, preguntándose qué estaría tramando Chen.
Entonces lo vio volver apresuradamente, con dos tazas en las manos.
—Vino de Huang Teng. El vino que sirvió Tang Wan según el poema ci de Lu You.
—¿Qué es Huang Teng? —preguntó Lianping, tomando una de las tazas de su mano.
—Es posible que fuera el nombre del lugar en que se hacía el vino en aquella época.
Se sentaron en el pabellón, a pesar de la incomodidad de los asientos. El banco de piedra era estrecho, frío y duro. También demasiado alto: los pies de Lianping apenas rozaban el suelo. La periodista cambió de postura y se sentó sobre los talones, con la taza aún en la mano.
Intentó imaginarse de nuevo la antigua escena entre los amantes en el jardín: el mismo pabellón, el mismo pino, el mismo puente de piedra, miles de años atrás. Lu y Tang se reencontraron en un día como hoy, conscientes de que un mensaje, quizás igual también al de hoy, les llegaría a última hora de la tarde.
—Han reconstruido los jardines un par de veces —explicó Chen, como si volviera a leerle el pensamiento.
El estanque y el pabellón ya no parecen
ser los mismos de antes.
También debieron de reconstruir el pabellón. Los postes y las verjas estaban decorados con dibujos, comentarios y versos relativamente recientes escritos por los turistas. Algunos habían escrito versos sentimentales a imitación de los de Lu You, y otros se habían limitado a poner sus nombres sobre un corazón rojo.
—No son más que clichés —dijo Chen con un dejo de cinismo.
—Tú tradujiste los poemas de amor al inglés, ¿verdad?
—No, no fui yo. Los tradujo Yang, un poeta y traductor de mucho talento, como Xinghua. Conseguí su manuscrito por casualidad cuando investigaba un asesinato. Yang murió durante la Revolución Cultural, pero el manuscrito lo conservaba su amante, una antigua Guardia Roja que fue asesinada hace algunos años. Ese asesinato ya era de por sí una historia conmovedora. Hice algunos cambios en el manuscrito, le añadí unos cuantos poemas y luego envié el poemario a una editorial. El editor insistió en incluir mi nombre en el libro a modo de protección política, ya que el nombre de Yang estaba demasiado asociado a las atrocidades cometidas durante la Revolución Cultural. —Tras hacer una breve pausa, Chen continuó hablando—. Por cierto, deberías ver la versión que hace la ópera de Shaoxing de esa historia de amor. Mi madre es una admiradora fiel. Tendré que comprarle unas cuantas postales.
—Bien pensado, también le compraré algunas a la mía. Pero ahora quiero hacerte una pregunta. Cuando Lu You y Tang Wan volvieron a encontrarse, ella no sólo se había vuelto a casar, sino que ya no era tan joven. ¿Por qué seguía él tan enamorado?
—Buena pregunta. A ojos de Lu You, ella seguía igual que cuando la vio por primera vez, igual que aquella pequeña… —dijo Chen, dejando la frase a medias.
—¿Igual que quién? —inquirió Lianping sin poder contenerse, preguntándose si el inspector jefe estaría pensando «igual que Wang Feng», la antigua periodista de Wenhui con la que se decía que Chen había salido. Wang Feng había vuelto a Shanghai recientemente para pasar allí unos días. Puede que se hubieran encontrado de nuevo.
—Ah, igual que alguien con quien me he encontrado aquí esta mañana —respondió Chen, y luego aclaró—: alguien a quien no conocía hasta nuestro encuentro de esta mañana.
En el breve silencio que se produjo a continuación la llovizna comenzó a remitir. Un pájaro gorjeó entre el follaje resplandeciente. Así que no se trataba de alguien perteneciente a su pasado, pensó Lianping. Pero, entonces, ¿quién sería? Posiblemente alguna mujer que estuviera involucrada en la investigación.
¿Había venido Chen a Shaoxing sólo por ella o acaso tenía otros motivos?
Lianping procuró apartar aquel pensamiento de su mente, diciéndose que si Chen quería contárselo, ya lo haría.
—He interrogado a alguien aquí para la investigación en la que estoy colaborando.
La joven periodista sintió que la invadía una gran decepción, seguida por una sensación de alivio. Chen no había venido por ella ni por su sugerencia, después de todo.
Se volvió hacia él y vio que sacaba el móvil a toda prisa.
—Lo siento, tengo que contestar a esta llamada. Es del médico del Hospital de China Oriental, podría ser urgente…
—Claro, adelante…
Tras pulsar una tecla, Chen se levantó y se alejó unos dos o tres pasos del pabellón. Cuando se encontraba a poca distancia de allí comenzó a hablar, con el ceño fruncido.
A Lianping le costó adivinar el contenido de la conversación a partir de los escasos fragmentos que logró oír. Chen parecía decir poco, salvo «sí», «no» y algunas frases escuetas e inconexas.
Mientras Chen hablaba con el médico, Lianping se volvió para contemplar las lejanas colinas envueltas en una ligera neblina que parecía extenderse como un pergamino de pintura paisajística tradicional china, en el que los espacios en blanco revelaban más que las partes pintadas.
Finalmente, Chen volvió a su lado y le puso la mano en el hombro de forma distraída.
—¿Tu madre está bien?
—Sí. El médico quería hablar conmigo acerca de otro asunto. —A continuación, Chen cambió de tema repentinamente—. Será mejor que vayamos a la cena del festival. Si no vamos, la gente empezará a quejarse de la grosería del inspector Chen.
—Lo que tú digas, inspector jefe Chen.
—He bebido una taza de vino de arroz de Shaoxing durante el almuerzo, un vino extraordinariamente dulce y suave. Me lo he tomado con un platito de guisantes aromatizados con anís, igual que Kong Yiji en un relato de Lu Xun. Eso me hace pensar que la cena no será demasiado mala.
—Por supuesto, tú eres un poli por encima de todo —dijo ella, ocultando apenas el dejo satírico en su voz—. Siempre te estás cubriendo las espaldas, pero, por otra parte, no dejas de ser un sibarita que disfruta con la comida cuando se te presenta la oportunidad.
Lianping no sabía si Chen se lo habría tomado como un cumplido, pero su comentario puso fin al momento que habían compartido en aquel jardín apartado.
El inspector jefe la ayudó a levantarse.
Ante ellos se extendía un camino de aspecto resbaladizo y traicionero, cubierto de musgo aquí y allá.
A sus espaldas sonó un ruido indistinto, apenas audible. Puede que fueran las burbujas exhaladas por los peces, al estallar en la superficie de la charca.