A la mañana siguiente, Chen cogió el nuevo tren rápido en dirección a la estación de Shaoxing.
Una vez en el tren, llamó al subinspector Tang, uno de sus contactos en el Departamento de Policía de Shaoxing. Varios años atrás, el inspector jefe había ayudado a Tang a resolver un caso difícil que, de no ser por la intercesión de Chen, habría tardado varios meses más en recibir atención oficial por parte de los funcionarios de Shanghai.
—¿Qué buen viento lo trae a Shaoxing hoy, inspector jefe Chen?
—Alguien me dijo que celebraban un festival literario aquí, y da la casualidad de que tengo que hacer una gestión en la ciudad.
—¿Qué puedo hacer por el Departamento de Policía de Shanghai? —preguntó Tang, yendo directamente al grano.
—No, no se trata de una misión oficial, por eso no me he puesto en contacto a través de los canales oficiales. Sin embargo, necesito pedirle un favor.
—Me alegra que haya pensado en mí. Haré todo cuanto esté en mi mano para ayudarlo, por supuesto. Nunca olvidaré la asistencia que me prestó en Shanghai cuando ese cabezota del secretario del Partido Li…
—No hablemos de él ahora. Puede que haya oído hablar del caso Zhou, el paquete de cigarrillos Majestad Suprema 95 y todo lo demás. No es exactamente mi caso, pero ha despertado mucho interés en el departamento. Además, uno de mis compañeros murió en un incidente posiblemente relacionado con la investigación.
—Siento que uno de sus compañeros muriera. Así que ahora usted está pendiente de la investigación.
—Sí. Me he enterado de que Zhou nació en Shaoxing, pero se trasladó a Shanghai cuando tenía seis o siete años. No volvió a Shaoxing hasta hace alrededor de un año, y después vino más de una vez. Me sería de gran ayuda si pudiera obtener cualquier dato sobre las dos visitas de Zhou a Shaoxing, y sobre los parientes con los que pudiera haber contactado aquí. ¿Cree que podría traerme esta información a la estación de ferrocarriles? Deje que le dé mi número de móvil —ofreció Chen, recitando de un tirón el número de un móvil que acababa de comprar—. Y, por supuesto, le agradeceré que no les diga ni una sola palabra acerca de mi visita a sus compañeros, claro está.
Dos horas después, cuando salía de la estación de ferrocarriles de Shaoxing, Chen se sorprendió al darse de bruces con una gran plaza moderna abarrotada de gente. Por detrás de la plaza alcanzó a ver una impresionante carretera de seis carriles llena de tráfico ruidoso. También vio una hilera de taxis que esperaban junto a la acera.
La imagen que Chen tenía de Shaoxing estaba basada principalmente en los textos de Lu Xun, un «escritor revolucionario» que contó con el apoyo de Mao y de las autoridades del Partido durante la Revolución Cultural. Los libros de Lu Xun fueron los únicos que pudo leer durante aquellos años sin tener que ocultarlos tras las cubiertas de plástico rojo de Citas del presidente Mao. En los relatos de Lu Xun, Shaoxing aparecía descrita como una localidad rural más que como una ciudad, con lugareños, barcas, un mercado al aire libre, agricultores como Ah Q y niños campesinos como Runtu. Pero Shaoxing, como cualquier otro lugar de China, había cambiado radicalmente.
Chen divisó a Tang abriéndose paso entre la multitud con un mapa en la mano, como un turista más. El subinspector, un hombre robusto que rondaba la cincuentena, tenía los ojos hundidos y la mandíbula cuadrada, una mezcla interesante de características supuestamente meridionales y septentrionales. Llevaba una chaqueta de color gris claro, camisa azul y vaqueros.
En lugar de hacer preguntas, Tang se limitó a darle la mano a Chen y entregarle el mapa de Shaoxing.
—Lo siento, no puedo aparcar aquí. He dejado el coche allí enfrente, volveré para recogerlo en un minuto.
Chen lo vio llegar en un Buick negro reluciente. No era un coche del departamento, ya que Tang le había prometido no decirles nada a sus compañeros.
Después de que Chen se metiera en el vehículo, Tang le entregó un gran sobre marrón.
—Las visitas de Zhou a esta ciudad no se debían a asuntos oficiales. Sólo se puso en contacto con algunos de sus parientes y amigos. He hecho una lista con sus nombres, direcciones y números de teléfono. Esto es todo lo que he podido reunir en tan poco tiempo.
—Ha hecho un trabajo extraordinario, Tang. ¿Y ahora adónde vamos?
—A casa de la prima de Zhou. Se vieron el año pasado.
El coche se metió en un barrio más tranquilo y menos moderno que la zona de la estación, con calles estrechas y callejones cochambrosos en los que se veían varias casas viejas en mal estado.
—También he incluido algo de información sobre los homólogos de Zhou en Shaoxing —dijo Tang con una sonrisa de disculpa—. Pero ahora tengo que asistir a una reunión.
—No se preocupe por mí. Ya ha hecho más de la cuenta.
—Cuando se acabe la reunión veré qué más puedo encontrar y me pondré en contacto con usted tan pronto como tenga algo. Mientras tanto, después de repasar esta lista podría dar una vuelta por la ciudad, o participar en el festival si así lo prefiere. Por cierto, ¿dónde se celebra?
—En la antigua casa de Lu Xun.
—Buena elección.
—Es una elección políticamente correcta. Pero puede que en vez de ir allí me vaya al parque Lanting.
—Como prefiera, pero déjeme invitarlo a una cena típica de Shaoxing esta noche. Le parecerá muy sencilla comparada con la comida de Shanghai, aunque le garantizo que se trata de sabores auténticos.
—Gracias, me apetece mucho. ¿Ha encontrado alguna propiedad registrada a nombre de Zhou en Shaoxing?
—No, pero también lo investigaré.
El coche se detuvo cerca de un antiguo complejo de pisos muy similares a los construidos a finales de los años setenta en Shanghai. La mayoría eran edificios de hormigón de cuatro plantas que se habían decolorado con el paso del tiempo. Chen supuso que no estarían demasiado lejos del centro de la ciudad.
—Ya hemos llegado, ésta es la casa de la prima de Zhou. Se llama Mingxia.
—Gracias, Tang. Llámeme si se entera de alguna cosa más.
—Así lo haré —aseguró Tang antes de marcharse.
Chen se acercó a un edificio relativamente nuevo y llamó con los nudillos a una puerta decorada con un carácter chino recortado en papel rojo que significaba «felicidad». Lo habían colgado cabeza abajo de acuerdo con una antigua superstición, ya que «cabeza abajo» se pronuncia en chino exactamente igual que «llegada».
Le abrió la puerta una mujer rolliza de unos cincuenta y tantos años, con el pelo salpicado de canas, arrugas profundas en la frente y un único diente de oro reluciente. Llevaba pantalones y una blusa amplia azul marino de manga corta.
—¿Es usted Mingxia?
Después de examinar el documento identificativo que Chen le tendió, la mujer asintió con la cabeza y lo hizo entrar sin pronunciar palabra. La vivienda era un estudio de una habitación, con muebles antiguos y una serie de objetos misteriosos. Mingxia acercó una silla desvencijada de ratán, de la que retiró un montón de revistas antiguas, y le indicó con un gesto que se sentara.
Chen le explicó abiertamente el propósito de su visita.
—Zhou salió de Shaoxing cuando aún era un niño —dijo ella—. Tardó muchos años en venir a visitarnos. Al menos, que yo supiera. Pero al final volvió el año pasado y nos invitó a comer en el restaurante de un hotel de cinco estrellas. Y luego volvió a invitarnos, un par de meses más tarde, en un restaurante nuevo bautizado con el nombre de un personaje de un relato de Lu Xun.
—¿Le dijo por qué volvió a Shaoxing?
—No, no exactamente. Di por sentado que, como reza el antiguo proverbio, para un hombre triunfador es importante volver a su antiguo hogar envuelto en gloria. Invitar con generosidad a los que vivimos aquí forma parte de todo eso, naturalmente.
—¿Recuerda si Zhou dijo o hizo algo extraño durante sus visitas?
—No, porque sólo intercambiamos dos o tres palabras en cada ocasión. Éramos más de diez, sentados a una gran mesa de banquetes, y cada uno le daba las gracias y brindaba en su honor desde su extremo de la mesa. Me pregunto si llegó a fijarse en mí.
—Pero debió de hablar con los que se sentaban a su lado. Por ejemplo, sobre su familia en Shanghai, o sobre su trabajo.
—Mencionó que los precios de la vivienda eran aún muy baratos aquí. Lo recuerdo porque todos pensamos que alguien como él tendría información confidencial fiable. Un chalet en la mejor zona de Shaoxing costaría menos de un millón de yuanes, y Zhou nos dijo que era una ganga.
—Entonces, ¿los animó a comprar?
—Fuera o no una ganga, para mí seguía siendo carísimo. Creo que Zhou mencionó un subdistrito particularmente prestigioso.
—¿Pensaba comprarse él alguna vivienda?
—No, no dijo nada de eso.
—¿Cómo se llama ese subdistrito?
—Está cerca del Lago Oriental, pero no recuerdo el nombre.
—¿Dijo algo más su primo, Mingxia?
—Bueno, la verdad es que no lo sé. Nunca volvió con su familia, pero tenía a una secretaria sentada a su lado, sirviéndole la comida. La secretaria le sacó la espina al pescado del lago Dong que Zhou comió durante uno de los banquetes. Pero eso es bastante normal en alguien de su posición, ¿no le parece?
—¿Se refiere a tener una pequeña secretaria?
—No podría asegurarlo. Pero no era tan pequeña, ni tan joven. Mucho más joven que Zhou sí, desde luego.
Después de hablar con Mingxia durante unos cuarenta y cinco minutos más, Chen se despidió con las manos casi vacías. Sólo se había enterado de que Zhou viajaba con Fang, lo que, dada la relación existente entre ambos, probablemente no significara nada en particular.
El inspector jefe comenzó a preguntarse si merecía la pena seguir adoptando ese enfoque en la investigación.
A continuación decidió visitar a Chang Lihua, director del Comité para el Desarrollo Urbanístico de Shaoxing.
Chang pareció realmente sorprendido por la visita no anunciada de Chen.
—Debería habernos avisado con antelación de su visita, inspector jefe Chen.
—No le he dicho a nadie que pensaba venir. No tiene sentido andarme por las ramas con usted, director Chang. Seguro que se habrá enterado de lo que le sucedió a Zhou. Es un caso muy complicado, y muy confidencial. Cuanto menos sepa la gente, mejor. Su ayuda nos será muy útil.
—Gracias por contarme todo esto —dijo Chang sacando un paquete de cigarrillos. Estaba a punto de ofrecerle uno a Chen cuando retiró de golpe la mano, como si le hubiera mordido una serpiente venenosa.
Eran de la marca Panda. Dado que años atrás se habían fabricado exclusivamente para el camarada Deng Xiaoping en la Ciudad Prohibida, el recuerdo de su exclusividad imperial aún perduraba. Aquélla era la razón de que fueran tan caros.
—No se preocupe por eso, Chang. Lo que realmente le causó problemas a Zhou no fue el paquete de Majestad Suprema 95, como los dos sabemos muy bien.
—Es cierto. Y los precios de la vivienda son mucho más bajos en Shaoxing. Aquí no existe una burbuja inmobiliaria de la que preocuparnos. No puede compararse en absoluto con la situación en Shanghai.
—La economía basada en la burbuja inmobiliaria de Shanghai no es lo que me preocupa —afirmó Chen—. Dado que Zhou trabajaba en el mismo sector que usted, director Chang, supuse que le habría hablado del mercado de la vivienda durante sus visitas a Shaoxing el año pasado.
—Claro que nos encontramos y hablamos alguna vez, pero el año pasado Zhou no vino en viaje de negocios. Me llamó desde la estación sólo unos minutos antes de que saliera su tren —explicó Chang, intentando recordar—. Sí que comentó algo sobre los cambios en el mercado de la vivienda, concretamente sobre la nueva norma contra la construcción de chalets no adosados en la ciudad de Shanghai.
—¿Por qué sacó Zhou ese tema?
—Cuando inauguren el nuevo tren de alta velocidad el año que viene, Shaoxing sólo estará a una hora de Shanghai. Un chalet aquí podría convertirse en una auténtica ganga.
—Entonces, ¿Zhou quería comprarse uno?
—Eso ya no lo sé. Fue sólo una conversación breve antes de que se subiera al tren. Puede que fuera una llamada de cortesía.
Cuando salió del despacho de Chang, Chen no pudo evitar pensar que el viaje a Shaoxing acabaría siendo otra pérdida de tiempo. Por el momento no había descubierto ningún dato relevante de cara a la investigación.
Con todo, el inspector jefe no quería tirar la toalla tan pronto. Puede que hubiera algunos detalles que aún no había examinado con el debido detenimiento.
El proverbio citado por Mingxia, según el cual para un hombre triunfador es importante volver a su antiguo hogar envuelto en gloria, provenía del relato sobre Xiang Yu, rey de Chu en el siglo III a. de C. Xiang Yu, que entonces se hallaba en la cumbre de su poder militar, se sintió intrigado por un antiguo refrán que rezaba así: «Para el que es rico y ha triunfado, no volver a su antiguo hogar cubierto de gloria es como caminar vestido con sus mejores ropas en la oscuridad». Así que Xiang Yu condujo a sus tropas de regreso a su antiguo hogar, una decisión estratégica desastrosa que acabaría provocando la caída de su reino. Pese a lo sucedido, el concepto había arraigado en el inconsciente colectivo chino. Era casi impensable que un exitoso funcionario del Partido no intentara alardear al volver a su lugar de origen. Pero hacerlo después de tanto tiempo, dos veces en un mismo año, y en compañía de Fang… Aquí había algo que no encajaba. ¿Qué hubiera ocurrido si los cuchicheos sobre su viaje a Shaoxing con una mujer joven que no era su esposa llegaban a Shanghai?
El móvil de Chen comenzó a sonar e interrumpió sus cavilaciones. Era el subinspector Tang.
—¿Alguna novedad, Tang?
—Lo siento, no he encontrado ninguna propiedad registrada a nombre de Zhou.
—¿Podría buscar bajo otro nombre?
—¿Otro nombre?
—Fang Fang. Quizás un chalet cerca del Lago Oriental, aunque es una posibilidad muy remota. Si le sirve de algo el dato, probablemente la transacción se llevó a cabo el año pasado.
—Eso reduce la lista de posibilidades. Lo comprobaré ahora mismo.
Sin embargo, Tang aún tardaría algún tiempo en volver a ponerse en contacto con él. Entretanto, Chen tendría que buscarse alguna actividad para matar el tiempo.
Al acortar por una bocacalle, el inspector jefe se fijó en una señal en forma de flecha que indicaba el camino a la residencia de Lu Xun, la cual parecía estar a sólo diez minutos a pie. El festival se celebraba allí, pero Chen debería ser capaz de pasar por la zona sin ser visto por los participantes. Sin detenerse siquiera a pensarlo, se encaminó en esa dirección.
Entre los escritores chinos modernos, Chen no admiraba a ninguno más que a Lu Xun, quien combatió contra las injusticias sociales en las primeras décadas del siglo XX. Después de 1949, durante muchos años fue reconocido por el gobierno del Partido como el mejor escritor proletario debido a sus críticas al gobierno nacionalista.
Más allá de un puente de piedra, Chen divisó a un grupo de turistas que se apeaban de un autobús cerca de la entrada de una calle antigua. La mayoría sujetaba mapas y folletos. Un anciano con una coleta postiza que vestía una casaca de algodón gris se acercó hasta los turistas arrastrando los pies, como si acabara de salir de una ilustración de un relato de Lu Xun, con la intención de vender los recuerdos que llevaba en un cesto de bambú.
La casa original de Lu debía de haber sido muy grande, presumiblemente para albergar a todo su clan. Aparte de un número considerable de pasillos y habitaciones, Chen vio el Jardín de las Cien Flores a un lado de la calle y el Estudio de los Tres Sabores al otro, ambos mencionados en los textos de Lu Xun. El inspector jefe consiguió reprimir la tentación de visitarlos.
A una media manzana de allí, frente a una casa con patio interior, había un letrero vertical de madera con la inscripción CENTRO PARA JÓVENES ESCRITORES DE LA ACADEMIA LU XUN. La puerta estaba entreabierta y por el resquicio sólo se veía un rincón del tranquilo patio enlosado. Probablemente se trataba de una especie de colonia de escritores. De ser así, puede que intentara venir a pasar una semana aquí para disfrutar del feng shui de la antigua casa de Lu Xun, aunque él ya no era un joven escritor. Al oír voces procedentes del interior de la casa, el inspector jefe se alejó apresuradamente de allí.
—Compre un pergamino con el poema de Lu Xun escrito con la típica caligrafía a pincel de Shaoxing —dijo el vendedor ambulante de aspecto erudito y larga barba plateada que acababa de abordarlo en la calle—. El calígrafo es un maestro aún por descubrir: dentro de pocos años, este pergamino podría valer una fortuna.
En el pergamino habían caligrafiado un cuarteto con los trazos gruesos característicos del estilo Wei.
¿Cómo podría ser tan apasionado como antaño?
Ora florezcan las flores, ora se marchiten, ya no me importa.
¿Quién iba a pensar que bajo la lluvia meridional,
yo lloraría de nuevo por un hijo del campo?
Era un poema que Lu Xun compuso para Yang Xingfu, un intelectual al que mataron mientras luchaba por la democracia. Inesperadamente, le vinieron a la cabeza ciertos recuerdos del subinspector Wei que acrecentaron su culpabilidad. Chen cayó en la cuenta de que no era un poeta como Lu Xun, pues él no había escrito ni un solo verso en honor a los muertos.
—Doscientos yuanes —dijo el vendedor ambulante—. Usted es un hombre de letras, así que sabrá cuál es su auténtico valor.
—Cien —regateó Chen sin pensárselo siquiera.
—Trato hecho.
Cuando volviera a Shanghai, podría colgar el pergamino en su despacho como recuerdo del viaje, y también en memoria del subinspector Wei.
Como en cualquier otro lugar de China, una oleada de consumismo había inundado la ciudad de Shaoxing. A lo largo de la calle, a excepción de las casas que formaban parte de la residencia de Lu Xun, todas las viviendas se habían convertido en tiendas o en restaurantes con nombres que hacían referencia al gran escritor. Había un vendedor que sostenía una jarra marrón con vino de arroz de Shaoxing sobre la cabeza mientras entraba y salía saltando de un círculo formado por botellas de vino, como si fuera un acróbata. Chen no pudo recordar ninguna escena similar en los relatos.
Le hubiera gustado encontrar una pequeña casa de té, pero al menos se sintió aliviado de no ver un Starbucks. Entró en una taberna no muy grande, donde pidió un cuenco de vino amarillo. A aquella hora del día Chen era el único cliente, por lo que un camarero también le trajo un minúsculo platito de guisantes aromatizados con anís. Tras llevarse un guisante a la boca, se preguntó si debería ir al festival, aunque sólo fuera para dar señales de vida. Sin embargo, una vez allí, puede que no le resultara tan fácil escabullirse rápidamente.
No veía qué sentido tenía asistir al festival, sólo para unirse al coro de voces que elogiaban el «socialismo con características chinas». Para empezar, Lu Xun nunca lo habría hecho.
Chen recordó un artículo que había leído hacía poco en relación con un comentario sorprendente del presidente Mao sobre Lu Xun en los años cincuenta, en pleno movimiento antiderechista. Cuando le preguntaron qué podría hacer Lu Xun de seguir aún con vida, Mao se limitó a afirmar que Lu estaría encerrado y pudriéndose en la cárcel.
Mientras permanecía allí sentado, completamente absorto en sus pensamientos, Chen recibió una nueva llamada de Tang.
—Sí que hay una propiedad registrada a nombre de Fang, inspector jefe Chen. Es un chalet que queda cerca de la antigua casa de Lu Xun.
—¿Cuál es la dirección?
—Se la enviaré en un SMS en un minuto. Antes el chalet tenía una línea telefónica a nombre de Fang, pero la cancelaron hará medio año. No es de extrañar, ya que cada vez hay más personas que sólo usan el móvil. Además, la propiedad parece estar vacía casi todo el tiempo. Pero según el guardia de seguridad del subdistrito, una mujer se mudó allí hará un par de días. Puede que se trate de Fang. El guardia de seguridad parece bastante seguro de que la mujer está ahora en casa.
—Muy bien, voy para allá.
El hecho de que la propiedad estuviera registrada a nombre de Fang no tenía nada de sorprendente. O bien Zhou era un hombre cauto y se la había comprado para él, pero la había registrado a nombre de Fang, o estaba realmente colado por su secretaria y la había comprado para ella.
El subdistrito estaba a unas dos manzanas por detrás de la casa de Lu Xun. A lo lejos, Chen divisó una interminable sucesión de tejados nuevos que relucían bajo el sol.
No había que descartar la posibilidad de que Fang estuviera sometida a vigilancia en este subdistrito. Si él la había localizado, también podrían hacerlo otros. Aun así, necesitaba ponerse en contacto con ella cuanto antes. Al doblar la esquina, el inspector jefe miró hacia atrás por enésima vez.