17

Al día siguiente, cuando comenzaba a anochecer, el inspector jefe Chen salió de comisaría y se puso a caminar en la penumbra, absorto en sus pensamientos.

A veces pasear lo ayudaba a pensar, especialmente cuando tenía ante sí un sinfín de direcciones distintas. Aquella situación le recordaba un poema inglés que había leído en sus años de universidad. El poeta podía permitirse especular sobre las consecuencias de no haber tomado determinado camino en el bosque amarillo; un policía no podía permitírselo.

Aquella tarde, tras la reunión de rigor en comisaría, Chen intentó cambiar el enfoque de la investigación una vez más.

Primero trató de investigar lo que Zhou había hecho durante los últimos días de su vida, pero no tardó en desistir. ¿Y si el paquete de cigarrillos Majestad Suprema 95 no fue más que un detonante? Zhou podía haber estado involucrado en algún asunto turbio mucho antes de que le sacaran esa fotografía. La presencia en el hotel de la brigada del gobierno municipal sugería tal posibilidad. A continuación, trató de imaginar lo que el subinspector Wei habría estado haciendo el último día de su vida. Chen llamó a todos sus contactos, pero pasarían varios días antes de que pudieran proporcionarle cualquier dato útil.

Finalmente, el inspector jefe intentó descubrir la razón por la que habían enviado a la brigada de Pekín al hotel. El camarada Zhao aún no le había contestado a su mensaje y circulaban rumores de todo tipo, pero ninguno de ellos resultó ser plausible.

Sus esfuerzos lo dejaron exhausto, pero no dieron el fruto deseado. Tras poner fin a sus elucubraciones decidió hacerle una visita a su madre. La anciana ya había vuelto a su casa, donde vivía sola con la ayuda ocasional de una asistenta por horas que apenas hablaba el dialecto de Shanghai.

El inspector jefe continuó andando distraídamente hasta llegar a Yunnan, una calle que había recorrido a menudo en la época en que aún vivía con su madre. Yunnan era conocida por sus restaurantes de mala muerte, donde servían todo un surtido de especialidades tan deliciosas como baratas. Al percibir los olores que le resultaban tan familiares, a Chen le pareció oportuno comprar algún plato cocinado para su madre.

Ahora la habían bautizado como «calle de los gourmets», y los viejos puestos habían dado paso a altos edificios y magníficos restaurantes. Chen se dirigió a Shenjiamen, un restaurante que había abierto recientemente y que contaba con un despliegue impresionante de recipientes cerca de la entrada: cuencos de plástico y madera de distintos colores, formas y tamaños con todo tipo de exquisiteces marinas y fluviales. Se detuvo ante un recipiente que contenía calamares apretujados y almejas que soltaban chorros de agua, truchas que se retorcían, ranas saltarinas y cangrejos que se arrastraban, como si aún se desplazaran por los silenciosos lechos de ríos y océanos. Una manguera en forma de serpiente entraba y salía de los recipientes, insuflándoles una burbujeante apariencia de vida. Varias personas, clientes probables o improbables, contemplaban los recipientes en cuclillas o de pie. Una madre joven inclinó la cabeza para mirar al niñito que le tiraba de la mano. Su rostro resplandecía bajo una luz de neón que rezaba RESERVADOS, ASIENTOS ELEGANTES.

El móvil de Chen comenzó a sonar e interrumpió sus ensoñaciones. Era Jiang, el jefe de la brigada del gobierno municipal.

—Fang ha desaparecido, inspector jefe Chen.

—¿Fang?

—La secretaria de Zhou. Nadie sabe dónde está, ni siquiera sus padres.

—Ni la conozco ni la he interrogado. El subinspector Wei me dijo que usted no la consideraba una posible sospechosa.

—No es sospechosa de la muerte de Zhou, pero puede que tuviera conocimiento de sus chanchullos. Hablamos con ella bastantes veces, y siempre negó estar al tanto de las actividades delictivas de su jefe.

—No es más que una secretaria. No creo que encabezara la lista de personas que tenían conocimiento de los problemas de Zhou.

—Fang no era sólo una secretaria, era una pequeña secretaria, camarada inspector jefe Chen.

—No lo sabía, Jiang —dijo Chen, aunque recordó que tanto Wei como Dang, el subordinado de Zhou, habían usado ese término para referirse a Fang. El inspector jefe pasó por alto el tono sarcástico de Jiang. Resuelto a descubrir más datos, Chen añadió—: De hecho, usted ni siquiera me había hablado de ella.

—Fue Zhou quien la trajo a la oficina. Fang estudió en Inglaterra hará un par de años y aún tiene el pasaporte en vigor, así como un visado que le permite viajar a Inglaterra y al resto de Europa. Tenemos que impedir que salga del país. Ya he informado a Aduanas, y les he proporcionado su fotografía.

—Ya veo.

Pero había algo que no cuadraba. Puede que Fang conociera los detalles de los turbios manejos de Zhou, pero eso no constituiría un «secreto de Estado». Jiang carecía de motivos para dejarse llevar por el pánico.

—Tiene que encontrarla lo antes posible, inspector jefe Chen. Ya lo he hablado con el secretario del Partido Li, y me ha dicho que usted tiene experiencia en la búsqueda de desaparecidos.

—Por favor, envíeme inmediatamente toda la información que tenga sobre ella, por fax o por correo electrónico. Envíeme también las fotos de que disponga, e informe a Liao, de la brigada de homicidios, de que haré cuanto esté en mi mano —añadió Chen antes de colgar.

Aquello constituía otro giro en la investigación, aunque a Chen no le sorprendía excesivamente la desaparición de Fang. Jiang acababa de admitir que había hablado con ella muchas veces, y sin duda habría presionado tanto a la secretaria —o pequeña secretaria— que era muy posible que la mujer no hubiera podido soportarlo más y hubiera huido. Sería una reacción comprensible por su parte, y puede que volviera incluso antes de que la policía empezara a buscarla. Resultaba evidente que Jiang no se lo había contado todo. ¿Por qué se habría molestado en notificar la desaparición de Fang a Aduanas?

Chen decidió posponer la visita a su madre y entró en un pequeño cibercafé del otro lado de la calle. Al igual que el que se encontraba cerca del auditorio de Pudong, el cibercafé tenía un letrero de plástico en el mostrador de recepción con la palabra REGISTRO escrita. Esta vez sacó su documento de identidad antes de que se lo pidieran.

Encaramado en una silla frente al ordenador que le habían asignado, Chen bebió una taza de té gratis que le supo recalentado y se dispuso a leer su correo electrónico. Jiang ya le había enviado la primera tanda de material, entre el que había varias fotografías de Fang cuando aún estaba en la veintena. Las fotos mostraban a una muchacha guapa y vivaz, y nada en ellas sugería que acabara convirtiéndose en una pequeña secretaria. Chen le echó un vistazo rápido a la información, pero ésta no incluía ningún dato realmente nuevo o útil. Puede que le llevara horas leerlo todo.

Su móvil comenzó a sonar. El identificador de llamadas mostró el número de Lianping, por lo que decidió contestar. Tras intercambiar los saludos de rigor, Chen preguntó:

—¿Qué hay de nuevo?

—Mañana voy a ir al Festival Literario de Shaoxing.

—Estupendo. ¿Has ido alguna vez?

—No, ésta será la primera. Sólo está a una hora de Shanghai, y los patrocinadores me han proporcionado un «lote para periodistas». Incluye una entrada para hacer una visita guiada a la residencia de Lu Xun, vales para restaurantes y, si paso la noche allí, alojamiento en un hotel de cuatro estrellas.

—¡Es un lote magnífico!

—Les mencioné tu nombre a los patrocinadores y les encantaría invitarte a dar una conferencia. Cubrirían todos tus gastos, y además te pagarían una tarifa generosa por la charla.

—Gracias, Lianping. Puede que no tenga tiempo para asistir al festival, ni para dar ninguna charla, pero lo pensaré.

—Hazlo, por favor. Si al final decides que puedes venir, te pondré en contacto con los organizadores. Yo ya estaré allí.

Después de colgar, Chen meditó la oferta de Lianping. Durante unos segundos le atrajo la idea de viajar a Shaoxing, aunque sólo fuera para poder tomarse unas breves vacaciones allí. «Así que el gancho son las “vacaciones”, ¿no?», se burló de sí mismo. «¿Y no lo será la persona que te ha invitado?»

Chen intentaba mofarse de sí mismo para no pensar en unas posibles vacaciones románticas. Shaoxing contaba con una larga tradición cultural, se dijo. Era conocida por su asociación con muchos hombres de letras célebres, y particularmente con Lu Xun, un escritor chino moderno al que Chen admiraba fervientemente.

Sin embargo, dado el estado de la investigación, el inspector jefe no creía que fuera a tener tiempo para aquel viaje. Cuando empezó a revisar de nuevo los diversos archivos sobre Fang, recibió otra llamada, esta vez de Melong.

—Tengo algo para usted, inspector jefe Chen. ¿Dónde está ahora?

—En la calle Yunnan.

—Ah, está en la calle de los gourmets. Queda bastante cerca de mi casa. ¿Qué le parece si nos encontramos allí en diez minutos? Tengo algo que quiero enseñarle.

—Muy bien, lo esperaré aquí —dijo Chen, tras fijarse en un restaurante situado en la esquina de enfrente, cerca de la calle Ninghai—. Estaré en el Cuatro Mares, donde sirven fideos de arroz «del otro lado del puente».

Chen salió del cibercafé y se dirigió al restaurante. Para su sorpresa, no estaba lleno. Se sentó a una mesa esquinera y comenzó a leer la carta del Cuatro Mares. Apenas había acabado de leerla cuando Melong entró con un gran sobre en la mano.

—Éste es uno de los pocos locales de la zona que no ha cambiado demasiado —afirmó Melong, sentándose frente a Chen—. Una elección excelente.

Sin embargo, incluso aquel restaurante especializado en fideos había cambiado un poco. El servicio parecía más elegante y la carta era más variada de lo que recordaba Chen. El camarero colocó sobre la mesa más de una docena de minúsculos platillos con ingredientes recién cocinados, entre los que había carne de cerdo, ternera y cordero a lonchas finas, pescado, gambas y verduras. A continuación trajo dos grandes cuencos de humeante sopa de fideos cubierta por una fina capa de aceite. Tenían que introducir los distintos ingredientes en la sopa y luego esperar un minuto o dos antes de comérsela. Se trataba de los mismos fideos «del otro lado del puente» que Zhou había tomado antes de morir.

Nada más alejarse el camarero, Melong le pasó el sobre a Chen por encima de la mesa.

Contenía un puñado de fotografías de Zhou y Fang besándose y acariciándose, tomadas en el despacho de aquél. En una de las fotografías se veía a Zhou sentado en su escritorio con los pantalones bajados, mientras que Fang estaba arrodillada frente a él en la alfombra, desnuda hasta la cintura, con la cabellera cayéndole en cascada sobre la espalda. También había algunas imágenes más explícitas que los mostraban a ambos en la cama completamente desnudos, abandonándose al éxtasis de las nubes y la lluvia, como rezaba la metáfora clásica sobre el amor sexual. Las fotografías eran de baja calidad, bastante borrosas en su mayoría.

—¿Dónde las ha conseguido?

—Usted ya sabe en qué consiste mi trabajo, ¿no? Estas fotos aparecieron en el ordenador de Dang.

—El ordenador de Dang… ¿Cómo es posible?

Pero Chen no tuvo que esperar a que Melong le respondiera. Uno de los enfoques que había comentado con el subinspector Wei consistía en averiguar quién se beneficiaría del asesinato de Zhou, posibilidad que ya había mencionado durante su conversación con Melong. Si bien la relación entre Zhou y Fang no le había extrañado, la procedencia de las fotografías le llevó a ver a Dang con otros ojos. Tras instalar en secreto una cámara en el despacho de su jefe, había obtenido esas pruebas que podría utilizar contra él.

Las fotografías por sí solas habrían bastado para hacer caer a Zhou, y también para asegurar que Dang, el director adjunto de la empresa, ocupara el puesto vacante. Puede que Dang hubiera estado esperando el momento más indicado para publicar las fotografías, pero al estallar el escándalo de los cigarrillos ya no fue necesario sacarlas a la luz.

Por otra parte, también cabía suponer que las hubiera empleado para chantajear a Zhou.

—El otro día usted mencionó que necesitaba información sobre los compañeros de trabajo de Zhou —dijo Melong—. Los he investigado uno por uno, y esto es lo que he encontrado hasta ahora.

No le hizo falta explicar nada más. Chen asintió con la cabeza, pero el comentario de Melong le hizo pensar de nuevo en una pregunta que se le había ocurrido horas antes.

El hecho de que Fang apareciera en estas fotos le interesaba menos que el pánico que provocó en Jiang la repentina desaparición de la secretaria. Una relación clandestina entre un jefe y su pequeña secretaria no era motivo de sorpresa en China. Jiang debía de haberse enterado de algo antes de que Fang desapareciera. ¿Acaso le preocupaba ahora que unas fotografías tan gráficas vieran la luz? ¿Resultaba irracional el pánico de Jiang?

¿O el problema era otro?

Cuando volvió al momento presente tras haberse dejado llevar por sus pensamientos, Chen cayó en la cuenta de que Melong lo miraba con una sonrisa irónica.

—¿Qué pasa?

—Ahora los fideos están fríos, y saben a pegamento porque han absorbido toda la sopa.

—Lo siento. Toda la culpa es mía.

—No, el culpable soy yo. No tendría que haberle enseñado las fotos hasta después de que hubiéramos acabado de comer.

—Pidamos algo más.

—No, gracias. La verdad es que no tengo nada de hambre.

—Le debo un favor, Melong. Lo invitaré a una comida mejor otro día. —A continuación añadió—: ¿Cómo está su madre?

—Ya ha ingresado en el hospital. El médico la está cuidando muy bien. Ahora debería ir hacia allí, el hospital no admite visitas después de las ocho.

Mientras observaba cómo se metía Melong en un taxi, Chen sintió una punzada de culpabilidad por no haber visitado a su madre. Sumido en un estado de ánimo marcadamente sombrío, el inspector jefe decidió retomar su plan de encargar algunos platos preparados para que se los enviaran a la anciana. Entró en el restaurante Pequeño Shaoxing, especializado en platos a base de pollo, y escogió la carpa ahumada al estilo de Shanghai y medio pollo «triplemente amarillo», llamado así por tener plumas, piel y pico de dicho color.

Aunque empezaba a oscurecer, Chen pensó que quizá no era demasiado tarde para interrogar a los padres de Fang.

Decidió volver al cibercafé, donde el empleado lo reconoció y lo condujo a un ordenador sin pedirle de nuevo el documento de identidad. Chen entró en su cuenta de correo, recuperó el archivo que le había enviado Jiang y a continuación copió la dirección de Fang.

Sin embargo, no conseguía librarse de la sensación de que había algo más, algo que revoloteaba en el fondo de su mente. ¿Guardaría relación con la llamada de Lianping para invitarle al festival en Shaoxing? ¿Sería algo conectado con la investigación, que se desvaneció cuando lo distrajo la llamada de Melong?

Entonces se le ocurrió una idea.

Sacó una carpeta de su maletín y revisó su contenido. Resultó ser tal y como lo recordaba.

El año anterior Zhou había hecho dos viajes a Shaoxing, su ciudad natal. Tras criarse allí hasta los siete años, se trasladó a Shanghai cuando a su padre lo destinaron a esa ciudad. Zhou no había vuelto a Shaoxing ni una sola vez hasta el año pasado. La información recopilada por el subinspector Wei era muy detallada e incluía todos los viajes que Zhou había realizado en los últimos años y el propósito de dichos viajes, así como el nombre de todas las personas, funcionarios locales en su mayoría, con las que se había reunido. Sin embargo, eso no sucedía con sus viajes a Shaoxing, sobre los que Wei no había anotado ningún detalle. Así que Zhou había ido a Shaoxing por alguna razón personal de la que nadie tenía conocimiento.

En una de las notas incluidas en la carpeta, Wei constataba que Zhou no tenía ninguna propiedad a su nombre en Shaoxing. El subinspector había llevado a cabo un trabajo muy concienzudo, dado el cargo de Zhou y sus contactos.

Obviamente, un hombre podía sentirse de repente lo bastante nostálgico para decidir visitar su antiguo hogar, hasta el punto de volver allí dos veces en un mismo año. Pero eso no parecía probable tratándose, sobre todo, de un funcionario tan ocupado como Zhou.

Chen sacó el móvil y llamó al secretario del Partido Li para comunicarle que quizá tuviera que pronunciar una conferencia en un festival literario celebrado fuera de Shanghai, pero que volvería al día siguiente.

—Claro que debe ir, inspector jefe Chen.

Li ni siquiera preguntó dónde tendría lugar el festival, ni cómo transcurría la investigación.

—Si hay algo urgente, llámeme y trataré de volver a Shanghai en una o dos horas.

—No se preocupe por eso y váyase. Después de todo, usted es un poeta célebre.

Tras colgar, Chen comprobó de repente el horario de los trenes con destino a Shaoxing en internet. Había varios trenes rápidos que salían de Shanghai a la mañana siguiente. Tomaría cualquiera de ellos, aunque era consciente de que la posibilidad de descubrir algún nuevo dato en este viaje era más que remota.

El inspector jefe se levantó y salió del cibercafé.

Un murciélago solitario revoloteaba en la penumbra que se iba extendiendo bajo un cielo sombrío.