16

Melong estaba sentado a solas en el despacho de su vivienda, preparando su tercera taza de té Pu’er de aquella mañana. Presa de los nervios, iba poniendo los pies sobre el escritorio para al poco bajarlos de nuevo al suelo.

Se sentía como un animal acorralado.

La máxima confuciana según la cual uno debería «presentar sus respetos a los fantasmas y los espíritus, pero mantenerse alejado de ellos» había funcionado hasta entonces, al menos en sus relaciones con la policía y la ciberpolicía, así como con Seguridad Interna y el gobierno municipal. Pero, esta vez, ya no le bastaba con «presentar sus respetos». La búsqueda de carne humana provocada por la fotografía de los cigarrillos Majestad Suprema 95 en su foro de internet había desencadenado una avalancha de preguntas de las autoridades. La reacción inicial a la fotografía le había parecido bastante previsible, pero todo lo que sucedió después lo dejó estupefacto. Con todo, Melong no creía que pudieran culparlo a él de lo ocurrido.

Lo que hizo no era muy distinto a lo que habían hecho otros en su situación. La polémica siempre aumenta el tráfico en un foro de internet. Se guardó de revelar a los ciberpolicías la satisfacción que sintió por la deshonra de otro funcionario corrupto, así como por la vergüenza que debieron de pasar las «siempre correctas y gloriosas» autoridades del Partido.

Con todo, lo poco que les contó era cierto: no tenía ni idea de quién había enviado la fotografía original. Valiéndose de sus conocimientos informáticos, Melong consiguió vincular la dirección IP del remitente a un ordenador en particular, pero dicho ordenador resultó pertenecer a un cibercafé. Los ciberpolis debieron de llegar a la misma conclusión, y sin duda obtuvieron los mismos resultados. Así que ése era el final de la historia. O debería haberlo sido.

Pero no lo fue. Los ciberpolicías idearon una teoría conspirativa según la cual Melong, de alguna manera, logró acceder al ordenador de Zhou, se hizo con aquella fotografía, la colgó en su foro y luego se inventó la historia de que un usuario anónimo se la había enviado desde un cibercafé. Basaron su hipótesis en las habilidades de Melong como pirata informático. Después de todo, afirmaron, una persona normal y corriente no habría conseguido leer la marca de cigarrillos en la fotografía de un periódico.

Estaban resueltos a castigarlo, no porque realmente se creyeran su propia teoría ni porque les preocupara el pirateo informático ocasional de Melong, sino porque su foro de internet se estaba convirtiendo en un quebradero de cabeza crónico para las autoridades del Partido. Ahora se les presentaba la oportunidad de cerrarlo por una razón supuestamente legítima.

Por el momento, era posible que los ciberpolicías aún estuvieran buscando pruebas, pero con o sin ellas, acabarían «armonizando» su foro de internet hasta hacerlo desaparecer. Sólo era cuestión de tiempo.

Una fuerte tos procedente de la habitación del fondo le recordó que el foro de internet no era su única preocupación. Nunca se había sentido tan impotente.

Estaba preparándose otra taza de té fuerte —lo suficientemente negro para teñir sus canas— cuando el móvil de color gris plateado empezó a sonar. Aquello era muy extraño. Se trataba de un «teléfono privado», para el que acababa de comprar una tarjeta SIM de prepago no hacía ni dos días. Sólo unas cuantas personas conocían el número, que Melong volvería a cambiar al cabo de un mes. Pese a todo, contestó la llamada.

—Hola, quisiera hablar con Melong.

—Soy yo. ¿Quién llama?

—Chen Dao.

La voz no le resultaba familiar, y nunca había oído aquel nombre.

—Chen Dao.

Melong repitió el nombre, que seguía sin decirle nada.

—Su amiga Lianping me ha recomendado que lo llame.

—¿Lianping? —Melong la conocía, pero no era propio de ella recomendarlo a otra persona, y no recordaba haberle dado su nuevo número de teléfono—. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Me gustaría hablar con usted. ¿Qué le parece si vamos a tomar una taza de buen té en Sabor Tang de la calle Hengsan?

Chen había oído comentar que en Sabor Tang servían un té excelente. Además, no le parecía muy apropiado encontrarse con un desconocido en su despacho particular, donde podrían haber instalado micrófonos ocultos, ni tampoco hablar por un teléfono que quizás estuviera pinchado.

—De acuerdo, podemos encontrarnos allí. ¿Qué le parece en una media hora, dependiendo del tráfico?

Media hora más tarde, Melong llegó a Sabor Tang. La casa de té, situada cerca de una parada de metro, tenía una clientela fija y era especialmente popular por los platillos chinos que se servían gratis junto al té.

El teléfono privado de Melong volvió a sonar. Esta vez era un mensaje de texto.

—Bienvenido. Estoy en la tercera planta. A6.

Melong se dirigió a las escaleras, donde una camarera ataviada con un vestido escarlata de la dinastía Tang lo condujo a un reservado y le abrió la puerta con una sonrisa encantadora.

Tras entrar en el reservado, un desconocido de mediana edad se levantó y le tendió la mano. Iba en mangas de camisa, pero Melong vio una blazer azul marino colgada sobre el respaldo de una silla de caoba.

—¿Así que usted es Chen Dao?

—Chen Cao —corrigió el inspector jefe—, del Departamento de Policía de Shanghai.

El nombre le sonaba. Melong debía de haberlo entendido mal por teléfono.

—No quería hablar más de la cuenta por teléfono —explicó Chen con una sonrisa irónica—, ya que no todo el mundo se presentaría aquí después de saber que soy un poli. Gracias por venir aunque lo haya avisado con tan poca antelación.

—Es un honor conocerlo, inspector jefe Chen. He oído hablar mucho de usted —dijo Melong, y luego añadió—: Está investigando el caso Zhou, ¿no es así?

—Yo también he oído hablar de usted —dijo Chen sin responder a la pregunta de Melong—. Lianping me sugirió que le hiciera algunas consultas. Me ha dicho que usted es un genio de la informática.

Chen era un policía normal, no un ciberpolicía encargado de controlar internet. ¿Qué querría consultarle? Como reza un antiguo proverbio, la gente no va al templo si no tiene algo concreto por lo que rezar.

—¿Así que conoce bien a Lianping? —preguntó Melong—. Es una periodista excelente, pero hace bastante que no la veo.

—Ayer comimos juntos.

—Estupendo —dijo Melong, sacando un paquete de cigarrillos—. ¿Fuma?

—Coja uno de los míos. —Chen sacó un paquete de Panda—. Pero, primero, déjeme aclararle algo. Me lo dio un antiguo amigo, no es una marca que yo pueda permitirme.

—No se preocupe, inspector jefe Chen. Permítame serle franco: no es el primer policía que se ha puesto en contacto conmigo, pero sí que es el primer policía auténtico.

—¿A qué se refiere?

—Bueno, todos los que han venido a verme hasta ahora eran ciberpolicías, o wang guan. Empezaron a aparecer mucho antes del escándalo de Zhou y la cajetilla de Majestad Suprema 95. No han parado desde el día en que abrí mi foro de internet.

—Sí, he oído hablar acerca de esos supuestos ciberpolicías. Déjeme asegurarle que no soy uno de ellos.

La camarera entró en la habitación portando una gruesa carta con los distintos tipos de té y una tetera de bronce de pitorro largo.

Chen pidió ginseng oolong, mientras que Melong escogió Pu’er, el té de Yunan.

—Disfruten del té —dijo la camarera mientras sacaba unas cuantas hojas de té de unos cajoncitos de la mesa. Luego metió las hojas en dos teteras y vertió agua caliente del hervidor en cada una de ellas—. La lista de refrigerios, gentileza de la casa, también aparece en la carta.

—Primero tomaremos el té —dijo Chen—. Si queremos pedir alguna cosa más, ya la llamaremos.

Cuando estuvieron solos de nuevo en la habitación, Chen continuó hablando.

—Me estaba contando lo de su foro de internet, Melong.

—Sí, para que un foro como el nuestro pueda sobrevivir, son necesarias dos cosas —explicó Melong. Comenzaba a adivinar que aquél era el objeto de la reunión con Chen. Se suponía que el inspector jefe ostentaba uno de los cargos más altos del Departamento de Policía de la ciudad, por lo que el caso Zhou y su trasfondo cibernético le incumbirían. Pese al rechazo que sentía Melong hacia los ciberpolicías, no tenía sentido enemistarse abiertamente con un poli normal y corriente que le preguntaba acerca del mundillo de internet—. Y estas dos cosas son el permiso del Gobierno y la popularidad de los contenidos. No hace falta que me extienda sobre lo primero: el Gobierno lo concederá siempre que no corra peligro la armonía social. Por otra parte, si tiene pocos visitantes, el foro no durará. El número de visitas determina los ingresos publicitarios. A fin de pagar las facturas, es necesario que un foro reciba ingresos suficientes.

—Entiendo. Seamos un poco más concretos, Melong. ¿Por qué armó tanto revuelo aquella foto de los cigarrillos Majestad Suprema 95? ¿Por qué dio pie a una de esas búsquedas?

—Déjeme decirle primero que las búsquedas de carne humana no las inicia necesariamente un foro de internet. Se puede colgar cualquier foto o cualquier artículo en la Red, pero si nadie le presta atención, no pasará nada.

—Eso es cierto.

—Así que, cuando colgué aquella foto, no sabía qué clase de respuesta iba a provocar.

Y eso era exactamente lo que les había dicho a los ciberpolicías. No tenía sentido que mencionara cómo alentó a los foreros a reaccionar, lo que desembocaría en una frenética búsqueda colectiva de datos que pudieran incriminar a Zhou. Melong no detectó ningún cambio visible en la expresión de Chen. Al parecer, Chen era uno de los pocos policías que aún tenían principios. Eso debía de ser cierto, pues en caso contrario Lianping no le habría dado a Chen su número.

—¿Es loable una búsqueda de carne humana de este tipo? —preguntó Melong, retomando de nuevo su explicación—. Seguro que no, al menos, no en una sociedad ideal. Pero en una sociedad como la nuestra, ¿qué otra cosa puede hacer la gente? No tenemos un sistema legal realmente independiente, pese a todo lo que digan…

Melong dejó la frase a medias. Por poco ortodoxo que fuera, el agente de policía que se sentaba frente a él no dejaba de ser un representante del sistema.

—Y tampoco hay ningún periódico independiente —respondió Chen, asintiendo con la cabeza—. Por eso internet se ha convertido en una alternativa necesaria, así como en una válvula de escape para mucha gente.

—Ha dado en el clavo, inspector jefe Chen. Uno de los ciberpolicías me dijo algo similar, aunque él recalcó que internet es una válvula de escape controlada, y que los ciberpolicías actúan como control necesario. Nadie debería creerse anónimo o invisible en el ciberespacio, ni debería pensar que puede decir lo que quiera sin preocuparse de las consecuencias. Eso no es verdad en absoluto. Gracias a la tecnología, no sólo se detectan y se borran las palabras problemáticas, es decir, se «armonizan» por el bien de una sociedad armoniosa, sino que se puede bloquear y prohibir el sitio web en sí, y el Gobierno también puede seguir el rastro de los comentarios hasta dar con el usuario.

—Soy muy consciente de eso —dijo Chen lentamente, entre sorbo y sorbo—. En cuanto a las búsquedas de carne humana en internet, hay quien afirma que esta gente sólo pretende hacer el trabajo de los periodistas. Pero ¿se imagina que algo así apareciera en el Diario Wenhui? Otros dicen que estos ciudadanos de la Red no son más que hordas de revoltosos carentes de responsabilidad moral y social. Sin embargo, ¿quién tiene el derecho de definir qué es la responsabilidad social? Digan lo que digan, estas búsquedas desenfrenadas en internet constituyen una indicación innegable de que la gente no tiene otra forma de pedir justicia, ni de expresar su opinión.

La argumentación de Chen desconcertó a Melong. El administrador del foro de internet decidió no decir más de lo absolutamente necesario por si el inspector jefe le estaba tendiendo una trampa.

—Son tantos los que ahora unen sus fuerzas o participan en búsquedas de cualquier tipo, que esta situación me recuerda a un antiguo proverbio chino: «la ley no puede castigar a nadie cuando son muchos los involucrados». —Después de una breve pausa, Chen añadió—: Pero ¿puede decirme algo más, cualquier detalle, sobre cómo le llegó la foto que después colgó en internet?

Por fin llegó la pregunta que Melong había estado esperando, así que no lo pilló desprevenido.

—Ya se lo he dicho todo a los ciberpolicías. Pero, por tratarse de usted, lo repetiré una vez más. Recibí un correo electrónico con esa foto adjunta. El mensaje era muy sencillo: «Esta fotografía apareció en Liberación, Wenhui y otros periódicos oficiales el viernes pasado. Fíjese en el paquete de cigarrillos que tiene delante Zhou, el director del Comité para el Desarrollo Urbanístico de Shanghai. ¿Cuál es la marca? Majestad Suprema 95. ¿Cree que un cuadro incorruptible del Partido que trabaja con ahínco por el bien del pueblo podría permitírsela?».

»El hecho de que los funcionarios fumen las marcas mejores y más caras no es nada nuevo. Pero, por pura curiosidad, le eché un vistazo al periódico de aquel día, lo que arrojó luz sobre la fotografía. Por lo general no colgamos nada sin conocer la identidad del remitente. Esta vez, sin embargo, se trataba de una fotografía que ya había sido publicada en los medios oficiales, así que no tuvimos que preocuparnos por su autenticidad. Me limité a colgar la foto en el foro y copié el correo electrónico debajo. Seguro que ya sabe lo que pasó a continuación.

—Los ciberpolicías vinieron a verlo después de eso, ¿no?

—No sólo los ciberpolicías normales. Antes de que se presentaran ellos, llegaron a toda prisa algunos hombres del gobierno municipal, miembros de una brigada dirigida por un tipo llamado Jiang. Y luego también apareció Seguridad Interna. Como insistieron tanto, tuve que buscar el e-mail original. Lo inspeccionaron y, según la dirección IP, parece que fue enviado desde un cibercafé que no queda muy lejos de aquí. Eso es todo. —Melong hizo una pausa y bebió un gran sorbo de té antes de proseguir—. Quieren que los ayude a encontrar al remitente anónimo, pero ¿qué sentido tiene involucrarme a mí en todo esto? Ellos tienen muchos más recursos a su disposición que yo.

Melong prefirió no mencionar lo que los ciberpolicías podrían hacerle, puesto que no serviría de nada. El inspector jefe no podría ponerse de su parte.

—Sí, la verdad es que es cosa de ellos. Son ellos los ciberpolicías, después de todo.

El sarcasmo que dejaba entrever la afirmación de Chen resultaba inequívoco. Sin embargo, a Melong le costaba seguirle la corriente al inspector jefe y pensó que sería mejor esperar a que Chen mostrara todas sus cartas.

—¿Usted también lo cree? —preguntó Melong.

—No es nada fácil administrar un foro de internet como el suyo. Usted está haciendo algo muy valioso al ofrecerle a la gente otra forma de descubrir lo que sucede en nuestra sociedad, nuestra sociedad socialista con características chinas. En su foro de internet se les permite expresar su opinión pese a las difíciles circunstancias y a las estrictas normas.

—Gracias, inspector jefe Chen. Esto tampoco tiene que ser fácil para usted, con todas esas responsabilidades complicadas que debe asumir.

—Tiene razón. —Chen le encendió un cigarrillo a Melong y luego se encendió otro para sí. Los dos hombres pasaron el minuto siguiente envueltos en silenciosas volutas de humo—. El caso en el que estoy trabajando también es difícil. En mi opinión, el único enfoque posible consiste en determinar la causa de la muerte de Zhou. Pero cuando aún estábamos lejos de llegar a una conclusión, mi compañero, el subinspector Wei, murió en un accidente bastante sospechoso. Me considero más o menos responsable de lo sucedido. Puede que Wei hubiera descubierto alguna pista mientras investigaba, pero yo estaba demasiado ocupado para hablar del caso con él aquella mañana, y no le advertí del riesgo que correría si adoptaba aquel enfoque.

Melong comenzó a entender por qué había concertado Chen el encuentro en la casa de té. El inspector jefe ansiaba vengarse y, presa de la desesperación, buscaba su ayuda. Pero si, al igual que los ciberpolicías, Chen esperaba obtener alguna respuesta accediendo ilegalmente al ordenador de Zhou, el inspector jefe estaría cometiendo el mismo error que ellos.

—Todo esto me resulta muy difícil —continuó explicando Chen—, porque hay muchas personas trabajando en el mismo caso, y algunas ya habían empezado a investigar antes de que nos llamaran a nosotros. La detención shuanggui de Zhou empezó una semana antes de eso, y para entonces ya se habían llevado sus ordenadores y sus archivos. Parece como si toda la información que me han proporcionado fuera de segunda mano o estuviera preseleccionada.

—Según uno de los ciberpolicías que hablaron conmigo —explicó Melong con tono vacilante—, el disco duro del ordenador de Zhou fue destruido antes de que pudieran inspeccionarlo. Pero ¿quiénes cree que son los posibles sospechosos?

—Por el momento estoy investigando una posible pista, aunque sólo es una entre muchas. La fotografía del periódico es demasiado pequeña y la resolución demasiado baja para que alguien sea capaz de leer la marca de los cigarrillos. Así que quienquiera que enviara la fotografía debió de tener acceso a la imagen original guardada en el ordenador de Zhou, una imagen con la resolución lo suficientemente alta para poder ser ampliada, lo que permitiría leer los detalles. Esto se me ocurrió mientras miraba otras fotografías que me enviaron por vía electrónica.

—Tiene bastante sentido —comentó Melong, sin añadir que era la misma teoría que investigaban los ciberpolicías.

—Pero ¿quién pudo tener acceso a la foto original? Alguien próximo a Zhou, alguien que hubiera podido entrar con disimulo en su despacho para buscar en su ordenador o en su cámara —explicó Chen—. Como me dijo el subinspector Wei, un posible enfoque consistiría en investigar a todos los que se hubieran beneficiado aireando los problemas de Zhou.

—Eso reduciría bastante la lista.

La conversación se asemejaba a una tabla de movimientos de taichi. Ambos amagaban con golpear en una dirección determinada, pero luego no llegaban a atacar a su adversario. El auténtico propósito de tal exhibición era entenderse el uno al otro, como dedujo Melong. Si bien Chen parecía enfilar la misma dirección que los ciberpolicías, era evidente que no pensaba actuar contra Melong.

Fuera o no un objetivo, Melong no quería tener nada que ver con la policía.

—Pero sólo es una lista. Por eso tenemos que ayudarnos, Melong. Cuando por fin se resuelva el caso y todo salga a la luz, no creo que ni los ciberpolicías ni ninguno de los otros quiera perder el tiempo yendo a por usted.

La indirecta resultaba inequívoca. Dado el cargo de Chen, así como sus contactos, no parecía imposible que el inspector jefe pudiera ayudarlo. Al menos por esta vez. Melong comenzó a darle vueltas a la petición del policía.

Un móvil comenzó a sonar. Era el de Chen. El inspector jefe sacó un teléfono blanco.

Melong hizo ademán de salir de la habitación, pero Chen le indicó con un gesto que se quedara.

—Lo siento, es una llamada de mi madre, pero tengo que responderla.

Chen habló como un buen hijo. Melong no pudo evitar fijarse en el cambio de expresión del policía, quien parecía súbitamente aliviado. Las frases fragmentadas que constituían su parte de la conversación no tenían demasiado sentido. Estaban, obviamente, fuera de contexto.

—Sí, ya lo he hecho…, la viuda de mi compañero…, al señor Gu sobre este asunto… Sí, se lo agradeceré al doctor Hou como es debido…, iré mañana o pasado… Sí, claro… China Oriental… Cuídate. Nos vemos.

Chen volvió a meterse el móvil en el bolsillo del pantalón y dijo:

—Mi madre sufrió un pequeño derrame y acaban de darle el alta en el Hospital de China Oriental. Siempre llevo el teléfono encendido. Es muy mayor y vive sola, por eso estoy preocupado.

—¿No vive con usted?

—No, se niega a mudarse a mi casa, dice que prefiere quedarse en su viejo barrio. Pero no quiere seguir ingresada en el hospital por más tiempo, le preocupa el gasto.

—¿Cómo ha dicho que se llama el hospital?

—Hospital de China Oriental.

—No me sorprende, tratándose de un cuadro tan alto como usted.

—No, no es por eso. La ingresaron allí porque conozco a un médico que trabaja en ese hospital, y que además es el director. En cierto modo, el ingreso se debió a mis contactos, pero tengo que hacer todo lo que esté en mi mano por mi madre. La cuestión es que ese médico la ha estado cuidando muy bien, se deba eso a mi cargo o no.

—En la sociedad actual, nadie puede hacer nada si no tiene contactos, y los contactos se consiguen a través del cargo que uno ocupa —afirmó Melong. Y luego añadió, sin poder contenerse—: No todo el mundo tiene tanta suerte como usted.

—¿A qué se refiere, Melong?

—A mi madre le han diagnosticado cáncer de pulmón en estadio dos, pero debe esperar al menos dos meses antes de que cualquier hospital de la ciudad la admita. No tiene la más mínima posibilidad de ingresar en uno de los mejores, como el de China Oriental. Me siento muy impotente —afirmó Melong con voz entrecortada antes de apurar la taza de té—. Soy un hijo del todo indigno.

—Lo entiendo. Me siento exactamente igual que usted —admitió Chen, y a continuación sacó otro teléfono y tecleó un número.

Melong observó a Chen con perplejidad.

—Doctor Hou, tengo que pedirle un favor —dijo Chen con tono resuelto—. La madre de un amigo necesita ingresar en el hospital lo antes posible. Tiene un cáncer de pulmón avanzado. Sé lo difícil que es para usted gestionar un ingreso en el China Oriental, pero le suplico que lo haga de todos modos.

Melong no consiguió oír la respuesta del doctor Hou, aunque Chen no tardó en hablar de nuevo.

—Muchísimas gracias, doctor Hou. Le debo un gran favor.

Al parecer, el doctor Hou comenzaba a decir algo, pero Chen lo interrumpió.

—Ahora podemos decir que estamos en paz. No vuelva a mencionarlo, se lo ruego.

La última parte de la conversación intrigó a Melong. Sonaba como un intercambio de favores, pero Chen ya había acabado de hablar y se estaba volviendo hacia él.

—El doctor Hou ingresará a su madre mañana a primera hora. No se preocupe, él se encargará de todo.

—Me ha hecho un favor inmenso —dijo Melong mientras se levantaba y se inclinaba ante Chen—. Debo decir, como en las novelas de artes marciales, que «Si no puedo devolvérselo en esta vida, en la próxima seré un caballo o un buey y trabajaré para usted».

—No diga eso, Melong. En esas novelas de artes marciales los personajes también suelen decir que «Las montañas verdes y el agua azul siempre estarán ahí, y nuestros caminos volverán a cruzarse de nuevo».

Melong era consciente de que aquella cita admitía una segunda lectura.

—Ahora debo irme para preparar el ingreso de mi madre mañana en el hospital. Como buen hijo que es, seguro que lo entenderá —dijo Melong—. Pero lo llamaré tan pronto como descubra algo. Le doy mi palabra.