A la mañana siguiente, Chen se dirigió a la calle Pinglang, en el distrito de Yangpu.
Según la dirección que le habían dado, los Wei vivían en un viejo callejón. A principios de la década de los sesenta construyeron allí varios «pisos para obreros», que sin duda supusieron una mejora en comparación con las chabolas anteriores a 1949. Pero cada piso había sido dividido y subdividido de nuevo, lo que significaba que toda una familia debía alojarse en una sola habitación de las tres con que contaban los pisos originales. Además, las distintas familias debían compartir cocina y baño.
No le sorprendió que el callejón exhibiera el deterioro sufrido en las últimas décadas, sobre todo ahora que los viejos bloques de pisos contrastaban de forma tan ostensible con los rascacielos circundantes. Al entrar en el callejón, Chen se sintió extrañamente desorientado mientras caminaba bajo un entramado de cañas de bambú que se extendían de un lado a otro de las viviendas. De las cañas colgaba un sinfín de prendas mojadas, como si un lienzo impresionista tapara el cielo. El callejón parecía aún más estrecho debido a la desconcertante mezcolanza de objetos apilados a ambos lados: una bicicleta con candado y un gran cesto de bambú, otra cubierta con un plástico de gran tamaño, una cocina de carbón rota y un cobertizo destartalado lleno de trastos y herramientas. Las viviendas tenían todo tipo de anexos, legales o ilegales, que casi parecían haber surgido por arte de magia de las casas originales.
Era como otra ciudad en otra época, y la gente parecía desconcertada por su intromisión: un anciano acuclillado de perfil, con la espalda desnuda apoyada contra la pared, levantó la cabeza para mirarlo; otro viejo, sentado a horcajadas sobre un taburete de madera con la pierna extendida, bloqueaba el paso sin darse cuenta. Chen vio a varios vecinos más un poco más lejos: uno que sostenía un gran cuenco de arroz, otro tendido en una desvencijada butaca reclinable de bambú y una mujer que le quitaba las escamas enérgicamente a un pez sable sobre un fregadero comunitario cubierto de moho. El inspector jefe no había estado nunca en aquel lugar, pero algunas de las escenas le parecieron extrañamente íntimas, casi seductoras, como si alguien próximo a él lo esperara en lo más profundo del callejón.
Chen se detuvo frente a una casa y llamó con los nudillos a una puerta con la pintura desconchada que ya había sido repintada varias veces, al menos una de ellas en rojo. Aquélla no era una visita que le apeteciera hacer, pero no le quedaba otra opción.
Le abrió la puerta una mujer escuálida, con los ojos hinchados y el pelo salpicado de canas. A su espalda se veía una pequeña habitación con muebles viejos y destartalados, y un marco negro nuevo con la foto de Wei vestido de uniforme. La mujer pareció azorarse al reconocer a Chen.
—Oh, inspector jefe…, secretario del Partido Chen.
—Por favor, llámeme Chen, señora Wei.
—Entonces, usted llámeme Guizhen.
La mujer se hizo a un lado y lo invitó a entrar.
Le costó encontrar una silla para su visitante en aquella habitación tan abarrotada de trastos. A juzgar por las dos camas apretadas en menos de quince metros cuadrados de espacio, Chen supuso que una de ellas sería para el hijo de los Wei, el que aún estudiaba en el instituto. El subinspector no había conseguido comprar un piso más grande para su familia, y ahora esa posibilidad quedaba totalmente descartada.
Chen sabía que Guizhen había cosido a destajo para una cooperativa de producción vecinal a cambio del salario mínimo, pero la cooperativa quebró varios años atrás. Desde entonces, la familia había dependido sólo del sueldo de Wei. Tras su muerte repentina tendrían que solicitar la subvención mínima municipal, que, de serles concedida, sería ridículamente baja.
Chen pensó de nuevo en la posibilidad de que el Departamento de Policía les ofreciera una compensación. Sin embargo, las normas eran las normas, y si Wei murió atropellado en su tiempo libre, la única cantidad disponible sería la que sus compañeros de la comisaría recolectaran entre ellos.
—Puede que no lo sepa, Guizhen, pero ingresé en la policía hacia la misma época que Wei. Supongo que él era mayor que yo, porque pasó una temporada en la provincia de Jiangxi por ser un Joven Instruido. Aún recuerdo que en nuestro primer año en comisaría nos asignaron a los dos a Tráfico. Después de eso a él lo transfirieron a Homicidios, e hizo un gran trabajo a partir de entonces. —Chen calló unos segundos y luego continuó—: Antes de morir, Wei participó en una investigación importante en la que yo trabajaba como asesor. Dado que, en realidad, era un caso para la brigada de Homicidios, su marido y yo no nos reuníamos cada día, y tampoco nos vimos el día de su accidente. Por tanto, no sé exactamente qué estuvo haciendo Wei aquella tarde, ni por qué se encontraba en aquel cruce en particular.
—Aquella mañana salió temprano sin decirme lo que pensaba hacer. Por lo general no solía hablarme de asuntos policiales.
—¿Hizo o dijo algo que a usted le pareciera poco normal?
—Pues… Aquella mañana se vistió con ropa bastante formal. No era de esa clase de hombres que le prestan mucha atención a la ropa, pero algunas veces se arreglaba más a causa de su trabajo.
Chen hacía lo mismo ocasionalmente. Y si Wei pensaba presentarse en el hotel de incógnito, aquello habría tenido sentido.
—En cuanto al lugar del accidente, ¿le dijo algo su marido? Me refiero a si había algo que quisiera hacer allí, o alguien a quien quisiera visitar en ese barrio en concreto.
—No que yo recuerde. Nada de nada.
—¿La llamó aquel día?
—No. Yo lo llamé a él cuando anochecía, pero no lo localicé. A veces trabajaba hasta muy tarde, incluso pasaba toda la noche en comisaría. Sin embargo, a la mañana siguiente, como aún no había tenido noticas suyas y estaba muy preocupada, llamé al departamento.
—En comisaría algunos de sus compañeros han comentado que quizás estuviera planeando apuntarse a algún curso de tarde. Hay una escuela nocturna en esa zona.
—No lo sé, pero no creo —repuso ella, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Trabajó mucho durante todos esos años, pero seguía siendo subinspector de segunda porque no tenía título universitario. Los dos fuimos Jóvenes Instruidos y perdimos nuestros mejores años durante la Revolución Cultural, Wei se quejaba de eso a veces. Pero ¿qué podía hacer al respecto? Ya pasaba de los cincuenta y no tenía ni la energía ni el tiempo necesarios para ir a clase por la noche. Además, nuestro hijo aún está en el instituto y no podíamos permitirnos el gasto de que su padre retomara los estudios.
Su respuesta tenía sentido, pero dejaba sin contestar la pregunta de por qué Wei había estado cerca del cruce aquel mediodía.
—Déjeme hacerle otra pregunta, Guizhen. ¿Se llevó su marido el almuerzo aquel día?
—No, aquel día no. Solía llevarse el almuerzo de casa, pero sólo los días que sabía con seguridad que estaría sentado frente a su escritorio en comisaría.
Así que era posible que Wei hubiera ido al cruce para almorzar, puesto que en aquella esquina había varios puestos de comida barata. Pero no dejaba de ser una suposición. Costaba imaginar que, tras salir del hotel, Wei hubiera cruzado el paso elevado sólo para comprarse el almuerzo.
En el breve silencio que siguió, Guizhen se levantó para servirle una taza de té.
—Lo siento, pero el agua no está demasiado caliente, inspector jefe Chen —dijo la mujer a modo de disculpa.
Para una pareja sumida en la pobreza, son tantas las cosas tristes.
—El termo ya no funciona bien —explicó Guizhen con expresión abatida.
Sólo tenían un termo anticuado recubierto de bambú, que reposaba sobre la mesa como un signo de admiración invertido. En la pequeña habitación no había nevera, ni ningún otro electrodoméstico.
Chen no pudo evitar recordar la casa de otra viuda a la que había visitado recientemente. La señora Zhou también estaba desconsolada, pero al menos su familia no pasaría estrecheces económicas. Puede que, con el tiempo, parte del dinero que había malversado Zhou se recuperara, pero el resto no volvería a aparecer jamás.
—La razón por la que le hago estas preguntas, Guizhen, es porque estoy intentando averiguar si es posible que les concedan una indemnización. Si lográramos establecer que su marido murió mientras se encontraba de servicio, yo podría conseguir que lo reconocieran como mártir de la policía, y así ustedes no pasarían tantas privaciones.
—Nunca podré agradecérselo bastante, inspector jefe Chen. Es como si nos entregara una carretilla de carbón en pleno invierno. Déjeme decirle algo sobre Wei. Acaba de mencionar que mi marido ingresó en el cuerpo hacia la misma época que usted.
—Sí, eso es lo que recuerdo.
—A veces yo no podía evitar meterme con él. Wei no era nadie comparado con usted, aunque eso no fuera exactamente culpa suya. Como muchos otros miembros de su generación, nunca tuvo acceso a un buen empleo.
—Eso se debía a que la política de ascensos para los cuadros del Partido daba demasiada importancia a los estudios superiores. Yo tuve suerte, porque gozaba de una ventaja injusta con respecto a varios de mis compañeros.
—¿Sabe qué dijo Wei cuando le asignaron el mismo caso que a usted? Dijo que había cosas de usted que no le gustaban o con las que no estaba de acuerdo pese a su cargo de alto rango, pero que, después de todo, prefería trabajar con usted que con cualquier otra persona. Lo tenía clarísimo. Usted es uno de los pocos policías honestos que quedan en la sociedad actual.
—Significa mucho para mí conocer la opinión de su marido. Gracias por contarme todo esto, Guizhen.
Chen se sintió aún peor por lo que le había sucedido a Wei, así como por no ser capaz de ayudar a la familia de su compañero. Podía contarle a Guizhen todo lo que pensaba hacer, pero eso no cambiaría nada a menos que consiguiera averiguar alguna cosa.
Súbitamente inspirado, sacó como un mago el sobre que contenía la tarjeta regalo de su madre y se lo entregó a la viuda.
—Un pequeño obsequio para su familia —explicó.
De acuerdo con las costumbres chinas, Guizhen no lo abrió y se lo devolvió a Chen.
—No puedo aceptárselo. Si fuera del departamento sería otra historia, ya que Wei dedicó sus mejores años a su trabajo.
—No es mío —repuso Chen, pensando que la sinceridad sería lo mejor—. Es de un Bolsillos Llenos amigo mío. De hecho, estuve dudando si debía aceptarlo o no. Ahora puedo destinarlo a una buena causa, así que, en realidad, usted me está ayudando a mí.
La viuda lo miró fijamente durante varios segundos, con expresión incrédula.
—Estuve con su marido justo el día antes de su muerte, bebiendo café y repasando el caso —siguió explicando Chen mientras sacaba la tarjeta regalo de Häagen-Dazs del billetero—. Para poder hablar con calma, Wei eligió una heladería y mencionó que era el sitio favorito de su hijo. Esta tarjeta sí que es de mi parte. Por favor, acéptelas las dos.
—Inspector jefe Chen…
Tras levantarse, Chen se despidió sin esperar a que Guizhen respondiera, pero antes de llegar al final del callejón oyó unos pasos apresurados a su espalda. Era Guizhen, con el sobre aún en la mano.
—Es demasiado.
—No hablemos más del tema. Como le he dicho, en realidad es usted la que me ayuda a mí. Mi amigo Bolsillos Llenos me lo dio debido a mi cargo, y no sería digno de la confianza de Wei si me lo quedara yo.
—No debería…
Una vez más, la viuda dejó la frase a medias.
—¡Ah! Me ha preguntado si noté algo raro en Wei aquella mañana.
—¿Sí?
—Antes de salir de casa, Wei examinó varias veces la fotografía que habían publicado en el Diario Wenhui. Esa foto de Zhou con el paquete de cigarrillos Majestad Suprema 95, ya sabe. Incluso la observó con una lupa. En casa no hablaba casi nunca de su trabajo, pero aquella mañana me enseñó la foto y me preguntó si podía leer lo que ponía en el paquete de cigarrillos.
—¿Y usted consiguió leerlo?
—No. La letra era demasiado pequeña y estaba muy borrosa.