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Lianping empezó el día con una visita a Yaqing, la redactora de la sección literaria del Diario Wenhui, que se encontraba de baja maternal. Yaqing vivía en un piso de alto nivel situado a unos cinco minutos a pie del edificio de oficinas del periódico.

Yaqing le abrió la puerta con una sonrisa. La redactora, una mujer esbelta de porte distinguido, vestía un sofisticado albornoz de seda roja que tenía bordado un fénix dorado y calzaba zapatillas de cuero de tacón blando. Un enorme diamante refulgía en su dedo anular. Parecía una dama elegante de clase alta, y Lianping tardó unos instantes en reconocerla.

Su vivienda era un dúplex inmenso que daba a un pequeño lago artificial. Ji Huadong, marido de Yaqing y miembro de la «élite triunfadora» de la ciudad, tenía un negocio de exportación e importación.

Una niñera les sirvió té Pozo del Dragón en el espacioso salón, junto a una bandeja de lichis frescos.

—Éste es el té nuevo de este año —comentó Yaqing, aspirando suavemente el contenido de la taza—. Se llama Antes de la Lluvia.

—Huele de maravilla. ¿Cómo está el Pequeño Ji?

—Un ama de cría lo está amamantando en su habitación.

—Estupendo. No te robaré mucho tiempo, Yaqing. Sólo quería ponerte al corriente de cómo van las cosas en la sección literaria del periódico.

—No te preocupes, Lianping. En Wenhui la sección literaria es simbólica en el mejor de los casos. Muy poca gente la lee, y por eso nuestro jefe ni se molestó en contratar a otro redactor mientras yo estuviera de baja. Sé que a ti te ha supuesto mucho más trabajo, y lo siento. —Después de beber un sorbo de té, Yaqing comentó de pasada—: Aún no sé si volveré al trabajo cuando me den el alta. Todavía no se lo he dicho a nadie en el periódico, pero Ji cree que no merece la pena. Ha estado ocupadísimo con sus negocios, y cuando llega a casa quiere que yo lo esté esperando.

—Pero ¿y qué hay de tu carrera periodística? Me cuesta imaginar a una intelectual como tú llevando la vida de una esposa a tiempo completo. Puede que lo aguantes durante un par de meses, pero, a la larga, ¿no será muy aburrido?

—No, en absoluto. Al menos, no para mí. Ahora que está ampliando su negocio, Ji tiene muchos compromisos sociales que requieren mi atención y mi compañía —explicó Yaqing, y a continuación cambió de tema—. Tu novio Xiang tiene un negocio familiar aún más grande que el de Ji. Recuerda que ni la marea ni el tiempo esperan a nadie, sea hombre o mujer.

—Ya estás otra vez con lo mismo.

—¿Sabes qué? Acabo de recibir la lista oficial de las ciento setenta nuevas expresiones compiladas por el Ministerio de Educación de Pekín. Según esta lista, si una chica no se ha casado antes de los veintiséis, la llamarán «residuo». A los treinta, «residuo sénior». Y después de los treinta y cinco, «reina de los residuos», que es una referencia sarcástica al Rey Mono de Viaje al oeste.

—¡Qué cruel!

—Sí, pero qué realista también. Incluso nuestro Ministerio de Educación ha dado el visto bueno a las frases. ¿Qué sentido tiene oponerse a su uso?

—Bueno, no todo el mundo tiene tanta suerte como tú —repuso Lianping, intentando cambiar de tema otra vez.

—Y que lo digas. El día en que nació nuestro hijo, Ji me compró un Lexus todoterreno. Pero a ti no es que te vaya muy mal tampoco. Xiang te ha regalado un Volvo, ¿verdad? No cabe duda de que te lo mereces. Eres la novia perfecta para él: guapa, muy culta e inteligente.

—Venga, Yaqing. Xiang sólo me ha prestado el dinero para la entrada. Tengo que pagar todas las cuotas al banco y luego devolverle el préstamo a él.

De hecho, Xiang había insistido en comprarle el coche, pero como no era exactamente su novio, Lianping rechazó la oferta. Aún no había decidido nada con respecto a su relación y, al parecer, él tampoco. Xiang estaba de viaje de negocios con su padre en Guangdong. Lianping esperaba que la llamara, pero todavía no había recibido noticias suyas.

Debido a los orígenes familiares de Xiang, Lianping había mantenido en secreto su incipiente relación salvo ante amigas íntimas como Yaqing. Le preocupaba lo que la gente pudiera decir en esta época tan materialista. Quizá, como rezaba un nuevo dicho popular, encontrar un buen marido fuera mucho más importante que encontrar un buen empleo.

Lianping no consideraba especialmente bueno su empleo, pero era seguro, con un sueldo decente e ingresos adicionales cuando sus artículos aparecían publicados de nuevo en otros periódicos. Wenhui tenía un contrato con la Agencia Xinhua, la cual vendía noticias a su vez a las agencias extranjeras, con el único requisito de que los artículos fueran políticamente aceptables. Aquel requisito era lo que la molestaba.

Pese a no haber nacido en Shanghai, no podía negarse que sabía cómo abrirse camino en la ciudad. Gracias a la entrada pagada por su padre, un hombre sumamente emprendedor, Lianping había podido comprarse un piso situado a sólo dos manzanas del Gran Mundo, un conocido centro recreativo de la calle Yan’an, en pleno centro de la ciudad. Con todo, la periodista no era ajena a la creciente presión de las cuotas hipotecarias. Le sucedía lo mismo con el coche, por no mencionar los restantes gastos necesarios para mantener una imagen «triunfadora» en su círculo profesional.

—Venga, sé que Xiang se ofreció a comprarte el coche —dijo Yaqing—, pero tú insististe en aceptar la entrada sólo como préstamo. De hecho, eso fue muy inteligente de tu parte…

Lianping no pudo explicarse porque en aquel momento su móvil comenzó a sonar, aunque se preguntó por qué pensaría Yaqing que había obrado con inteligencia. La periodista contestó la llamada.

—Hola, Lianping al habla.

—Hola, soy Chen Cao. Nos conocimos en una reunión de la Asociación de Escritores de Shanghai hace unos días y luego me llamó para pedirme algún poema para su sección en Wenhui. ¿Lo recuerda?

—Claro que lo recuerdo, inspector jefe Chen. ¿Tiene algún poema listo para enviar?

—Bueno, no he olvidado su petición.

—Sabía que acabaría escribiendo para nosotros.

Sin embargo, Lianping no creía que lo hiciera. El inspector jefe estaba demasiado ocupado, y ella le había pedido los poemas casi por obligación debido a su puesto temporal en la sección literaria.

Pero la periodista ya había oído hablar de él años atrás, en su época universitaria: no como escritor profesional, sino como inspector jefe de reputación legendaria. Cuando empezó a trabajar para Wenhui, Lianping oyó hablar aún más de él, particularmente por boca de los colegas que cubrían las secciones de sucesos y política en Shanghai. Sin embargo, cuando lo conoció en la Asociación de Escritores, Chen no le causó una gran impresión. Le pareció demasiado reservado, a diferencia del poeta romántico que había imaginado tiempo atrás. No obstante, semejante actitud resultaba comprensible en un cuadro emergente del Partido, y Lianping creyó comprenderla.

—He intentado buscar alguno de mis viejos poemas.

—Envíemelos, por favor. Ya tiene mi dirección de correo electrónico. Me muero de ganas de leerlos.

—De hecho, ahora mismo estoy en el vestíbulo de su edificio. Me gustaría hablarlo con usted en persona…

—¡No me diga! Me reuniré allí con usted dentro de cinco minutos, inspector jefe Chen —ofreció ella—. ¿Qué le parece si nos encontramos en la cafetería de la planta quince? Estaremos más cómodos charlando allí sentados.

Cuando cerró la tapa del móvil, Lianping vio que Yaqing la miraba con incredulidad.

—Ahora lo entiendo —comentó Yaqing—. Tienes al inspector jefe Cao esperándote en el vestíbulo. O, mejor dicho, en la cafetería.

—Lo vi el otro día en una reunión de la Asociación de Escritores, y hablé con él sólo porque tenía que cubrir tu sección. —Lianping se levantó a toda prisa—. Lo siento, he de volver a la oficina.

—¡Chen es todo un personaje! Un valor en alza del Partido con varias investigaciones importantes en su haber y contactos en las altas esferas de la Ciudad Prohibida. Por no mencionar que es poeta por derecho propio, hemos publicado su obra en la sección literaria del periódico. Lo creas o no, dicen que salió con una de nuestras periodistas hace años, y que le escribió algunos poemas que luego ella publicó en Wenhui.

—¡No me lo puedo creer! Entonces, ¿la relación no llegó a funcionar?

—No, pero desconozco los detalles. Ella se llamaba Wang Feng, y se fue a Japón. Es todo lo que sé. ¡Qué hombre! Un cuadro del Partido realmente enigmático.

—¿Verdad que sí? Debido a su rango, supongo que puede permitirse el lujo de elegir a la chica que quiera. Debe de tener a muchas revoloteando a su alrededor. Por cierto, ¿recuerdas los títulos de esos poemas?

—Creo que aún conservo un ejemplar del periódico en alguna parte.

—Estupendo. Si puedes encontrarlo, sácale una buena foto al texto y mándamela a mi móvil.

—Claro, pero ¿por qué?

—Para que pueda comentárselo a él.

—Ya entiendo. No te preocupes. Podrías apuntarte un tanto si publicas su obra en nuestro periódico. Ahora Chen es el vicesecretario del Partido en el Departamento de Policía de la ciudad, pero, según Ji, sólo es cuestión de tiempo que lo asciendan a secretario —explicó Yaqing, asintiendo con la cabeza—. ¡Mira que eres glotona! Tienes un cuenco lleno delante y ya le estás echando el ojo a otro.

—Venga, Yaqing. Sólo me interesan sus poemas.

—Pero Chen es un auténtico enigma —repuso Yaqing mientras acompañaba a su amiga al ascensor—. Además de ser un hombre muy complicado. Quién sabe para qué se habrá puesto en contacto contigo. Tu novio actual, Xiang, me parece una apuesta más segura.

Lianping también comenzó a preguntarse por la razón de la visita de Chen mientras bajaba en el ascensor. No tenía por qué ir al edificio del periódico para hablar de sus poemas: una llamada o un correo electrónico habrían bastado. Y cualquiera de los periódicos oficiales de la ciudad estaría más que dispuesto a publicar su obra.

Cinco minutos después, Lianping lo vio al entrar en el vestíbulo del edificio de oficinas Wenhui.

—Tengo que enseñarles mi documento de identidad y firmar el registro aquí —explicó él—. Pensé que sería más fácil si usted pasaba conmigo por el control de seguridad, como si yo fuera uno de sus autores.

A Lianping le pareció que Chen era muy considerado. Una visita oficial de la policía podría dar pie a especulaciones, pero a ningún periodista le preocuparía tener un contacto profesional como el inspector jefe Chen.

Aquella mañana Chen llevaba una americana gris claro, camisa blanca y pantalones caqui. No tenía aspecto de policía, pero tampoco parecía uno de esos poetas románticos de pelo largo.

—Estoy muy contenta de que haya podido venir hoy, inspector jefe Chen. Subamos a la cafetería. Allí se está mucho más tranquilo, y hay mejores vistas.

—Gracias. Por favor, tutéame, Lianping. Para empezar, ir acompañada de un poli puede que no esté muy bien visto en tu oficina.

—Pero un policía de alta graduación como tú seguro que estará bien visto en cualquier parte, particularmente en nuestro periódico del Partido.

—Bien dicho —respondió Chen, al parecer disfrutando con las réplicas de la periodista.

Subieron en ascensor hasta la cafetería de la planta decimoquinta, donde escogieron una mesa situada junto a la ventana.

Chen pidió una taza de café recién molido. Lianping, por su parte, pidió una taza de té de jazmín y, cuando aspiró el agua, los pétalos blancos se arremolinaron alrededor de las hojas de té, verdes y tiernas.

«Todo es posible, pero no necesariamente plausible», pensó la periodista con un pétalo de jazmín entre los labios.

—Aprecio mucho tu apoyo a la literatura, Lianping. Estamos en una época en la que muy poca gente lee poesía —afirmó Chen tras beber un sorbo de café—. Pero tengo la pluma oxidada. Casualmente, cuando pasaba frente al edificio del Wenhui esta tarde, pensé en ti y decidí entrar un momento para hablar contigo.

Lianping no pudo evitar sentirse halagada. Al menos Chen se había tomado en serio su petición.

—¿Y qué poemas me has traído hoy?

—Lo siento, ninguno todavía. Tengo un caso especial entre manos y estoy muy ocupado en estos momentos, pero me gustaría comentar contigo qué temas podrían resultar apropiados para Wenhui.

—Veamos, puede que aún tenga los poemas que escribiste para nosotros hace tiempo.

Lianping sacó el móvil y pulsó una tecla. Tal y como esperaba, Yaqing le había enviado el texto. A continuación le pasó el móvil a Chen.

El inspector jefe le echó un vistazo rápido a la pantalla y luego le devolvió el móvil con expresión avergonzada.

—Caramba, eso lo escribí hace muchos años —explicó.

Era una colección de poemas titulada Trío, que Lianping aún no había leído. Comenzó a leer el primero, titulado «Tenor»:

Relleno de paja, bajo la lluvia,o

demasiado empapado para agitarse al viento,

ser significa estar construido: botones de plástico

para que tus ojos oteen el horizonte

con la chaqueta abrochada hasta arriba,

envuelto en un velo de niebla;

una nariz de zanahoria, medio comida por una mula,

y una antigua caja de música rota a modo de boca,

mojada, excéntrica, repitiendo

Ling-Ling-Ling

a los cuervos que te rodean al anochecer.

Tras prender fuego a una fotografía

amarilla como la paja, musitando «lo pasado

pasado está», como si silbara yo solo

en el bosque oscuro, abro

la ventana a la luz repentina.

Otro día, cuando empiece a llover,

seré tú de nuevo…

—Por favor, no sigas leyendo, Lianping.

A la periodista le costó identificar al protagonista del poema con el cuadro del Partido que se sentaba frente a ella revolviendo el café con una cucharilla. ¿Sería aquél el poema escrito para Wang Feng o iría dirigido a otra chica, quizá llamada Ling? En su entorno circulaban diversas historias acerca del inspector jefe, por lo que sería difícil que la gente no se pusiera a especular.

—Eres muy romántico —dijo Lianping, levantando la vista.

—Es un poema demasiado sentimental —respondió él, visiblemente cohibido—. Pero nunca hay que cometer el error de confundir al personaje literario con el poeta. En palabras de T.S. Eliot, la poesía es impersonal. Escribí esos versos a toda prisa después de ver una película japonesa. Intenté evocar la desesperación del protagonista y decir lo que él no dice en la película. Un correlato objetivo, por así decirlo. En la escritura creativa, valerse de un personaje literario puede tener un efecto liberador.

—Ya veo. ¿Y qué hay del personaje de un poli normal y corriente, entonces? Tú eres un policía extraordinario, por supuesto, pero podrías centrarte en un policía poco extraordinario, como uno de tus subordinados, que no reciben halagos ni son el centro de atención pese a sacrificarse constantemente. Ése sería un tema apropiado para un periódico del Partido como Wenhui, y, por supuesto, tú conoces bien todos los detalles.

Chen no respondió de inmediato, pero parecía realmente intrigado. Asintió con la cabeza y volvió a tomar un sorbo de café.

—Sí, es una buena sugerencia, además de políticamente correcta. Lo pensaré, Lianping, te lo prometo. ¿Llevas mucho tiempo al frente de la sección literaria? —preguntó.

—No, de hecho no es mi sección. Normalmente trabajo en la de finanzas.

—¿Te licenciaste en finanzas?

—No, en lengua y literatura inglesas.

—Caramba, qué interesante —dijo él, aunque prefirió no preguntarle nada al respecto—. En la actualidad, las finanzas son mucho más populares que la literatura.

—¿A qué te refieres, inspector jefe Chen?

—Según un novelista que fue famoso en los ochenta, hoy en día es mucho más lucrativo ser empresario que escritor, así que se ha convertido en un próspero gerente y ha dejado de escribir.

—Ah, te refieres a Tieliang. Vi por la tele esa entrevista que le hicieron. ¡Qué vergüenza! Ganó una fortuna dirigiendo una cadena de clubes para funcionarios, todo en nombre de la literatura y el arte. —Lianping se sirvió más agua caliente en la taza, y luego continuó—: Pero no es el único. Puede que recuerdes una frase de Sueño en el pabellón rojo: «Salvo los dos leones de piedra agazapados frente a la mansión de los Jia, no hay nada más que esté limpio».

—Bueno, sólo es cuestión de cambiar «la mansión de los Jia» por «el socialismo con características chinas».

—¡Caramba, menuda frase viniendo de un cuadro del Partido!

—¿Te importa si fumo, Lianping?

—Adelante —dijo la periodista, tras caer en la cuenta de que se había dejado llevar por la conversación. Después de todo, el hombre que estaba sentado frente a ella era un alto cargo policial, y Lianping se preguntó de qué querría hablar Chen realmente—. Por cierto, me he enterado de que publicaste un poemario y de que la edición se agotó.

—Yo también creí que se había vendido bastante bien. Sin embargo, al final resultó que un Bolsillos Llenos le compró mil ejemplares a la editorial, y luego se los regaló a sus socios. Aunque lo hizo como un favor y sin mi conocimiento, esa compra supuso un golpe para mi autoestima como poeta. Y también como policía, ya que no conseguí detectar la trampa en las ventas. Sin embargo, yo no me formé en la academia de policía, así que quizás eso pueda considerarse un factor en mi defensa.

Lianping apreció el sutil toque de ironía con el que Chen se refería a sí mismo. Al menos el inspector jefe no se engañaba. Ahora le llegaba el turno a ella de mostrarse autocrítica.

—No me licencié en finanzas, pero, para una chica de Anhui, merecía la pena aceptar cualquier trabajo en Shanghai. Por otra parte, mi título en lengua y literatura inglesas me dio una ventaja: en el mundillo financiero actual es preciso traducir muchos términos nuevos del inglés. Por ejemplo, mortgage y option. Estos términos ni siquiera existían en la economía estatal. Así que por eso me ofrecieron el puesto de redactora en Wenhui.

—¡Qué coincidencia! A mí me asignaron el puesto en el Departamento de Policía por cuestiones similares: me necesitaban para traducir un manual de procedimientos policiales.

—En mi caso, también hay una diferencia importante entre una periodista literaria y una periodista financiera.

—¿Ah sí? Cuéntame, Lianping.

—Por ejemplo, en la reunión de la Asociación de Escritores sólo me ofrecieron una taza de té, y la verdad es que no era demasiado bueno. Pero en una reunión de profesionales inmobiliarios, a los periodistas les dan todo tipo de obsequios. Una vez incluso me regalaron un portátil.

—No me sorprende que Tieliang ya no se dedique a escribir —admitió Chen—. Aun así, tu trabajo es importante. Ayudas a la gente a comprender el mundo financiero en el que vivimos, un mundo que, de otro modo, no tendría sentido para ellos.

—Bueno, podría ser necesario que lo explicáramos de una forma políticamente aceptable. Como dijo Zhuangzi, «Al que roba un anzuelo lo ahorcarán; al que roba a un país lo convertirán en príncipe». Nuestro trabajo consiste en justificar la práctica de robar a países.

—Sí, la corrupción galopa como un caballo desbocado por nuestro sistema de partido único.

—Todo el mundo lo sabe, pero ¿podemos escribir nosotros sobre el tema? Por ejemplo, pensemos en todos los tratos turbios que tienen lugar en el mercado inmobiliario. Uno de los promotores del distrito de Xujiahui, el señor Tao, era antes un vendedor ambulante de buñuelos, pero ahora, tres o cuatro años más tarde, Tao es billonario. ¿Cómo? Dicen que un alto cargo del gobierno municipal se encaprichó de la mujer de Tao después de verla servir buñuelos en el puesto callejero que llevaba junto a su marido. Como imaginarás, el funcionario se avino a hacer todo tipo de chanchullos después de que los dos disfrutaran de las nubes y la lluvia en la oscuridad de la noche.

—Sabes mucho sobre estos asuntos, Lianping.

—Soy periodista financiera, y el padre de una amiga mía es promotor inmobiliario. Me entero de todas las manipulaciones y fluctuaciones en los precios de los terrenos que se llevan a cabo en interés del Partido —explicó Lianping con una sonrisa avergonzada—. Lo siento, cuando me pongo a hablar no hay quien me pare.

—No, si te agradezco las explicaciones. Tengo que admitir que, como cogí el último tren durante la reforma del plan de vivienda, me asignaron un piso de tres dormitorios. Se supone que me dieron un piso tan grande por mi madre, aunque ella se negó a venir a vivir conmigo.

—No deberías decir eso. Para un funcionario del Partido de tu rango, un piso de tres dormitorios no es nada. Y tampoco se puede hablar de «últimos trenes». Hace sólo medio año, el director de Wenhui recibió una mansión de alquiler gratuito porque así, supuestamente, trabajaría mejor para el periódico del Partido.

—Bueno, en términos de darwinismo social, existe una división clara entre los triunfadores, ya sean empresarios o funcionarios del Partido, y los perdedores, todos los ciudadanos de a pie.

—Pero ¿acaso podemos escribir o informar sobre ellos? No. Por eso los periódicos del Partido, como Wenhui o Liberación, venden tan poco. Si sobreviven es por la política de subscripción obligatoria que existe en esta ciudad. Eso también explica la popularidad de los blogueros de internet. El Gobierno los vigila, pero no lo hace de una manera demasiado estricta, ni demasiado eficaz.

—Como te decía, pasaba casualmente por este barrio —comentó Chen, cambiando de repente de tema—. Uno de mis compañeros tuvo un accidente aquí en la esquina.

—Ah —respondió la periodista, algo decepcionada. Chen no había venido porque pensara en ella, ni para hablar de los poemas que le había prometido—. Esos conductores imprudentes son un auténtico peligro.

Chen bebió otro sorbo de té y luego permaneció en silencio.

—Aunque me parece bastante raro —continuó diciendo Lianping—. Normalmente, los coches circulan despacio por esta zona. ¿Qué día ocurrió?

—El lunes.

—Entonces es… —La periodista no acabó la frase—. Sí, recuerdo haber oído algo sobre el accidente.

—El subinspector Wei murió en el acto. Atropellado.

—Atropellado. Eso es imposible. —Asombrada, Lianping se levantó y señaló por la ventana—. Fíjate en el tráfico, los coches circulan a paso de tortuga.

Chen dirigió la vista hacia donde ella le indicaba y esperó a que continuara hablando.

—Es una calle muy concurrida. No se parece a una carretera, pero tiene la misma densidad de tráfico. A veces se forman unos atascos terribles. Puede que el ruido no llegue hasta la planta quince, pero desde mi despacho sí que se oye.

—Ya veo, es un cruce muy transitado, lleno de gente que viene y va.

—¿Sabes cuánta gente se acerca a las oficinas de Wenhui cada día? La mayoría de periodistas vienen en coche, y las visitas suelen venir en taxi. A veces hay tantos que forman una cola larga en zigzag delante del edificio. Además, enfrente hay una guardería.

—¿Una guardería? Recuerdo haber visto una al otro lado de la calle. ¿Qué pasa con la guardería?

—Tendrías que verla hacia las tres y media. A esa hora hay una cola aún más larga de coches que esperan. Es una guardería privada, una de las mejores de la ciudad: en el mejor barrio, con la mejor reputación y el mejor historial. Sólo la matrícula ya cuesta treinta mil yuanes al año. Encima, los padres tienen que hacer un donativo anual que sube a unos diez mil yuanes más.

—Caray, eso es más que el sueldo anual de un trabajador corriente.

—Pero éstos no son padres corrientes. Por eso, a partir de las tres de la tarde, siempre se ve allí una larga hilera de coches. Los chóferes y las niñeras esperan en coches de lujo privados.

—¿Y qué pasa a otras horas del día?

—Sigue habiendo mucha gente. Puede que algunos niños no lleguen a tiempo, o que sus padres manden a que los recojan antes por alguna razón. Pero al margen de la guardería, hay mucha gente que viene a Wenhui a cualquier hora del día —explicó Lianping, sacudiendo la cabeza con incredulidad—. Algunos de los visitantes son capitostes del Gobierno. El conductor ese debe de haber perdido la cabeza para conducir tan a lo loco por la calle Weihai.

—¿Quieres decir que, por esta zona, un conductor tendría que haber conducido con más cautela? —preguntó Chen mientras sacaba un cuaderno.

—No puedo asegurarlo. Podría haber pasado cualquier cosa. ¿Se trata del caso que estás investigando?

—No, sólo asesoro a los que lo investigan, pero el subinspector Wei era compañero mío.

—¿Se sospecha que pudo haber sido un asesinato?

—Acabo de enterarme de lo sucedido, pero no puedo evitar preguntarme cómo es posible que pasara algo así justo enfrente del edificio de oficinas Wenhui.

—Preguntaré a mis colegas y ya te contaré lo que dicen. Puede que alguno de ellos haya visto u oído algo más.

—Eres muy amable.

—También he mandado revelar las fotos de la reunión en la Asociación de Escritores.

Lianping sacó el sobre que contenía las fotografías y empezaron a mirarlas juntos.

—Un buen retrato —comentó Chen mientras cogía una fotografía en la que aparecía él—. Puede que lo use algún día en la solapa de un libro.

—Me parece estupendo.

—Ya me encargaré de que te reconozcan el mérito.

—No te preocupes por eso. Saco montones de fotos, especialmente para la sección de finanzas. Me lo reconozcan o no, no es más que una parte rutinaria de mi trabajo. Te mandaré el archivo por correo electrónico.

—Gracias. Por cierto, el otro día me preguntaste por el caso Zhou. ¿Has oído o leído algo acerca de la foto de la cajetilla de Majestad Suprema 95? A veces los periodistas del Wenhui están mejor informados que la policía.

Lianping no se sorprendió al oír la pregunta de Chen. De hecho, se habría sorprendido si el inspector jefe no se la hubiera hecho.

—Primero déjame decirte algo, inspector jefe Chen. Algo que le pasó a un amigo periodista en Anhui. Escribió un artículo en el que revelaba que una importante empresa estatal falsificó sus cifras de ventas justo antes de solicitar su salida a Bolsa. ¿Sabes lo que pasó? La policía lo incluyó en la lista de personas «más buscadas» por difamación, pese a que el artículo estaba bien documentado. El director de la empresa resultó ser el sobrino del ministro de Seguridad Pública en Pekín. Ese periodista aún tiene que esconderse en otra provincia debido a su «delito».

»Ya sabes que trabajar en un periódico del Partido se considera un buen empleo. Es seguro y te pagan un sueldo decente, siempre que sepas cuándo callarte y taparte las orejas. Así que, en cuanto a la foto en cuestión, ¿qué puede decir un periodista salvo lo que se lee en los periódicos oficiales?

—Eso es lo que me inquieta —respondió Chen.

—Soy la responsable de la sección de finanzas y de las noticias sobre nuevos negocios, así que debo asistir a muchas reuniones como aquella en la que Zhou pronunció su discurso y luego escribir un artículo sobre el asunto, esté de acuerdo o no con lo que se diga. Sin embargo, aquel día no fui a la reunión. ¿Por qué? Porque me dijeron que el Comité para el Desarrollo Urbanístico enviaría un texto aprobado de antemano con las fotografías correspondientes, que yo podría publicar después limitándome a añadir algunos adjetivos y adverbios. Y eso es lo que hice.

»Los internautas más activos, que no trabajan ni para Wenhui ni para los otros periódicos del Partido, podrían proporcionarte más información —dijo Lianping con cautela—. Me han contado que la búsqueda de carne humana se inició en un foro de internet administrado por alguien llamado Melong, pero eso es todo lo que sé.

—¿Melong?

El rostro de Chen adoptó por un instante una expresión inescrutable, como si oyera el nombre por primera vez. Se trataba probablemente de una respuesta deliberada. Aquel nombre no podía suponer ninguna novedad para un alto cargo policial que estaba al frente de la investigación, pensó Lianping.

—Sí, y en cuanto a Melong, la búsqueda que empezó con la fotografía de Zhou podría haber estado concebida como una protesta inteligente, pero luego condujo a algo que iba mucho más allá de sus expectativas —explicó la periodista, y luego añadió—: Quizá pueda hacer algunas preguntas en los círculos financieros.

—Eso me sería de gran ayuda, Lianping. Te lo agradezco muchísimo. Soy un profano en todo lo referente a internet.

—¡Ah! También tengo un blog. No es nada oficial, ¿sabes? —dijo ella, mientras escribía la dirección del blog en un Postit—. Se llama Blog de Lili.

—¿Por qué Lili?

—Es mi nombre auténtico, el que me pusieron mis padres, pero suena demasiado infantil para una periodista, así que lo cambié por Lianping.

—Lo leeré —prometió Chen. Apuró el café, que empezaba a enfriarse, y luego se levantó—. Y te enviaré mis poemas lo antes posible. Gracias por todo, Lianping.