Chen se quedó algún tiempo más en el café tras la marcha de Wei. El inspector jefe tenía que repasar mentalmente todos los datos que acababa de proporcionarle su compañero.
Pidió otra taza de café, que le supo mejor de lo esperado. Sentado cómodamente en el blando sofá, cuyo alto respaldo le proporcionaba una agradable sensación de privacidad, Chen contemplaba a través del ventanal la imagen cambiante de los peatones que iban y venían por la calle mientras revolvía el café con una cucharilla.
Le rondó por la mente algún detalle del interrogatorio al camarero del hotel que no acababa de encajar, pero el presentimiento no tardó en desvanecerse: se esfumó como una anguila de arrozal antes de que pudiera aprehenderlo. Chen era consciente de que el subinspector Wei quizá no se lo había contado todo. Al menos, no directamente. De ser así, la actitud de su compañero le parecía comprensible. Puede que hubiera altos cargos involucrados acechando desde el anonimato y eso agobiaría a un poli corriente como Wei, sobre todo porque carecía de pruebas o pistas sólidas por el momento. Pero Chen creyó entender lo que insinuaba el subinspector.
Chen bebió un sorbito de café y repasó mentalmente algunos de los detalles que Wei le había mencionado. Para empezar, si un hombre hablaba de volver a comer jamón de Jinhua en un par de días, costaba creer que se suicidara una o dos horas después.
La fotografía que lo desencadenó todo constituía otro enigma. ¿Podría haberla tomado el propio Zhou? De ser así, era evidente que había errado el tiro.
El subinspector Wei estaba empeñado en conducir la investigación en una dirección que disgustaría a Jiang, de eso a Chen no le cabía duda. Sin embargo, como asesor en la investigación y compañero de Wei, se suponía que debía apoyar al subinspector.
Con todo, no tenía ninguna prisa por enfrentarse a Jiang.
Si a las autoridades realmente les corría prisa cerrar el caso, poco les importaría el «aval» de Chen, y menos aún la opinión de Wei acerca de las conclusiones oficiales. Un miembro del Partido debía, por encima de todo, obrar en interés del Partido, así que Chen tenía que elegir entre hablar o callarse. No obstante, pese al comunicado que había ofrecido a los medios, Jiang aún se alojaba en el hotel y permitía a los policías seguir investigando, siempre que le revelaran el resultado de sus pesquisas. Ir ahora al hotel carecía de sentido, concluyó Chen. En todo caso, sería mejor evitarlo.
Antes de salir del café, Chen compró una tarjeta regalo de cien yuanes con la intención de dársela al subinspector Wei para su hijo.
Cerca de la calle He’nan, Chen aminoró el paso al divisar un edificio imponente, aún cubierto parcialmente de andamios. Varias marcas prestigiosas exhibían sus logotipos con orgullo en la obra, frente a la que se alzaba una valla publicitaria con la frase PRÓXIMA APERTURA. El edificio alojaría unos grandes almacenes de lujo.
Por alguna razón, aquella tarde no había obreros, ni máquinas ensordecedoras.
Cuando se encontraba a la altura del edificio, Chen se detuvo, sacó el móvil y llamó al señor Gu, el presidente del Grupo Nuevo Mundo. Fue una conversación breve, pero bastó para confirmar lo que Wei le había contado sobre Teng Jialiang, el presidente del Grupo Tierra Verde.
Al final de la conversación Chen pulsó accidentalmente la tecla equivocada en su móvil, lo que activó la función de mensajes. Pensó en mandarse un mensaje de texto a sí mismo detallando las posibles pistas antes de que se le olvidaran, pero le pareció incómodo andar y escribir al mismo tiempo. Así que levantó la cabeza y se dirigió al Café Mar del Este, situado a poca distancia de allí. Según su experiencia, escribir los pensamientos que le pasaban por la mente al azar a veces lo ayudaba a aclararse las ideas.
El Café Mar del Este, un establecimiento que había sobrevivido a la Revolución Cultural, ahora parecía destartalado en comparación con los nuevos edificios que lo rodeaban. Nada más llegar, Chen se sentó y se dispuso a tomar la tercera taza de café de aquella tarde mientras escribía el mensaje dirigido a sí mismo.
Teng tenía razones para odiar a Zhou, posiblemente lo bastante importantes para querer vengarse de él. Aunque quizá Teng no hubiera estado presente en la reunión, varios empleados de su empresa sí estuvieron y pudieron haber visto el paquete de cigarrillos. Así que la actividad frenética que desencadenó en internet la fotografía del paquete de Majestad Suprema 95 bien podría haber sido la venganza de Teng.
Pero ¿qué sucedió tras la caída en desgracia de Zhou?
El inspector jefe no creía que, después de la deshonra de Zhou, Teng aún tuviera motivos lo bastante serios para pretender asesinarlo en un hotel tan bien vigilado. Estrictamente hablando, el asesinato era posible, ya que Teng tenía contactos en las tríadas. Sin embargo, si de verdad quería deshacerse Teng de Zhou, le habría resultado más fácil hacerlo antes de que el funcionario fuera sometido a la detención shuanggui.
Antes de salir de la cafetería, Chen guardó el mensaje, se acabó el café y marcó el número de Jiang.
Al hablar con el funcionario municipal, Chen consiguió transmitir el mensaje de que era demasiado pronto para extraer conclusiones sobre la muerte de Zhou. No mencionó nada acerca de la noticia aparecida en el Diario Wenhui, y Jiang se guardó de comentar el asunto. El inspector jefe apenas hizo preguntas, salvo para asegurarse de que Jiang permanecería en el hotel todo el día.
Chen atajó hasta la calle Jiujiang, donde paró a un taxi frente a la fachada trasera del hotel Amanda. Al cabo de unos cinco minutos llegó a las oficinas del Comité para el Desarrollo Urbanístico, situadas en el edificio del gobierno municipal de Shanghai, cerca de la Plaza del Pueblo. Chen no tenía por qué coger un taxi para recorrer una distancia tan corta, pero si un hombre llegaba andando al edificio del gobierno municipal los guardias de seguridad podrían tomarlo por un agitador problemático.
El inspector jefe pasó el control de seguridad y se dirigió directamente al despacho de Dang, el director adjunto del Comité para el Desarrollo Urbanístico.
Entre todos los que podían beneficiarse de la muerte de Zhou, Dang encabezaba la lista compilada por el subinspector Wei. Durante aquella reunión fatídica, Dang se sentó junto a Zhou en el estrado y tuvo ocasión de ver los cigarrillos de cerca. Se trataba de una situación habitual en las luchas de poder del Partido: el número dos sucedía al número uno después de que éste cayera en desgracia.
Así que Dang tenía un motivo, pero también tenía una coartada: aquel día asistió a una reunión de negocios celebrada en un hotel del distrito de Qingpu, donde luego había pasado la noche. O al menos así constaba en el registro del hotel. Con todo, Qingpu no quedaba lejos de Shanghai. Y si Dang sabía en qué hotel se alojaba Zhou, podría haber salido de allí sigilosamente al anochecer, o podría haber contratado los servicios de un profesional.
Tras pasar frente al despacho de Zhou, aún precintado con un sello oficial, Chen llegó al de Dang, que se encontraba justo al lado.
Dang, un hombre alto y robusto de unos cuarenta años, con ojos redondos y brillantes, cejas pobladas y tez rubicunda, saludó a Chen afablemente y, a continuación, tras intercambiar los cumplidos de rigor, fue directo al grano.
—Usted no es ningún extraño, camarada inspector jefe Chen, así que no le daré la respuesta oficial. Zhou tenía buenas intenciones. Es muy fácil quejarse de la burbuja inmobiliaria, pero cuando la burbuja estalle, la economía se desmoronará. Así que cuando veía señales de inestabilidad en el mercado, Zhou intentaba prevenirlas. Desafortunadamente, subestimó la frustración acumulada por todos aquellos que no podían permitirse comprar una vivienda y que en el paquete de cigarrillos encontraron una vía de escape para su ira. Como es obvio, no podemos descartar la posibilidad de que algunos aprovecharan esta situación para empañar la imagen de nuestro Partido.
—Sí, estamos investigando todas las posibilidades —respondió Chen de forma casi mecánica.
—No sé nada acerca de los otros problemas de Zhou durante la investigación shuanggui. Si todo lo que apareció en internet era cierto, entonces le estuvo bien empleado. En la oficina, Zhou era el que tenía la última palabra. Tomaba la mayoría de decisiones sin consultárnoslas a ninguno de nosotros —comentó Dang de pasada mientras cogía la tarjeta de Chen—. Ah, usted es el vicesecretario del Partido. Entonces ya sabrá cómo es esto, pasan muchas cosas en la oficina sin mi conocimiento. Sin embargo, lo de la cajetilla de Majestad Suprema 95 se debió a la mala suerte de Zhou. Tendrá que encontrar la raíz del problema, inspector jefe Chen. No creo que las críticas estuvieran dirigidas contra Zhou personalmente, sino contra el Partido. No podemos permitir que esa gente de internet se dedique a arrasar con todo de esta forma.
Chen asintió con la cabeza. La petición de Dang le pareció comprensible. Internet no podía seguir funcionando sin ningún control: el próximo objetivo podría ser el propio Dang.
—Quiero hacerle una pregunta sobre la foto, Dang. ¿Tiene alguna idea de quién la sacó?
—Jiang me hizo la misma pregunta —respondió Dang con un suspiro—. Durante la reunión, varios funcionarios estábamos sentados al lado de Zhou junto al atril. Habría sido totalmente impensable que cualquiera de nosotros hubiera interrumpido la reunión para sacar fotos. Sin embargo, en la sala de conferencias había muchas otras personas que podrían haberlo hecho. Así que, para aligerar, le diré que no lo sabemos. Sí que sabemos, por otra parte, que el propio Zhou le mandó la foto por correo electrónico a su secretaria, Fang, la cual escribió el comunicado de prensa y lo envió a los periódicos junto a la fotografía. Es posible que Zhou le hubiera encargado a alguien que tomara las fotos con su cámara, y que luego las hubiera descargado en su ordenador. Si mi jefe se la hubiera enviado otra persona, Jiang habría descubierto el nombre del remitente cuando registraron el ordenador de Zhou.
Chen asintió con la cabeza sin hacer ningún comentario, tras fijarse en el sutil cambio de «yo» a «nosotros» en la explicación de Dang. Pero, en líneas generales, Dang había confirmado la versión de Wei.
—Huelga decir que ninguno de los que trabajamos aquí tuvo acceso al ordenador de Zhou antes de que estallara el escándalo —continuó explicando Dang—. Y luego la brigada de Jiang se lo llevó, junto a todos los cedés y disquetes que Zhou tenía en su despacho.
—¿Es posible que Zhou tuviera varias cuentas de correo electrónico, algunas secretas? ¿O que quizá borrara algunos correos o algunos archivos?
—Es posible, pero no sé cómo podría haberlo hecho. La gente de Jiang lo habría descubierto, son expertos en informática. Si otra persona le hubiera enviado la fotografía a Zhou, esos expertos habrían dado con el remitente de una manera u otra.
—Entonces, su secretaria mandó el texto a los medios junto a la foto siguiendo las instrucciones de Zhou.
—Así es —respondió Dang, y a continuación añadió—: Por lo que yo sé.
—¿Existe la norma de que todos los comunicados de prensa, así como otros documentos adjuntos, tienen que recibir el visto bueno de esta oficina?
—Cualquier asunto relacionado con el mercado inmobiliario puede ser sumamente delicado. Un comentario inoportuno de algún empleado de nuestra oficina podría provocar el pánico entre vendedores y compradores. Por ello se tuvo que imponer una norma: en el caso de un discurso importante como el de Zhou, él mismo revisaría el texto, y a veces también las fotografías, antes de que su secretaria los enviara a los medios.
—¿Puedo hablar con ella? Con la secretaria, quiero decir.
—Fang no ha venido hoy al trabajo, llamó a primera hora de la mañana para decir que estaba enferma. Sin embargo, Jiang consiguió hablar con ella. Fang le dijo que se limitó a enviar los documentos que Zhou le había entregado, y que lo hizo siguiendo las instrucciones específicas de su jefe. No es más que una pequeña secretaria.
—Una pequeña secretaria —repitió Chen con expresión pensativa. El término podía referirse a una querida, normalmente muy joven, que se hacía pasar por la secretaria de su protector. No había ningún dato al respecto en el expediente redactado por Wei. Chen no presionó a Dang, y éste no entró en detalles. A pesar de todo, Chen le pidió el nombre, la dirección y el teléfono de la secretaria antes de despedirse.
De vuelta en la Plaza del Pueblo, Chen vio a un grupo de ancianos haciendo ejercicio al son de la música que sonaba a todo volumen desde un reproductor de cedés. Se trataba de una canción que le resultó familiar, porque la habían tocado a menudo durante la Revolución Cultural. «Generación tras generación, siempre recordaremos las grandes hazañas que el presidente Mao ha llevado a cabo por nosotros.»
Era una de las «canciones rojas» redescubiertas en los últimos tiempos, de nuevo populares a raíz del drástico cambio que había tenido lugar en el ambiente político chino. Pero, para estos ancianos, quizá no fuera más que una melodía al son de la cual podían bailar enérgicamente.
Sintiéndose exhausto, Chen tomó un taxi para volver a su despacho.