Al día siguiente, durante el almuerzo, Chen buscó a Wei en la cantina de la comisaría.
—¿Qué le parece si nos tomamos un café después de comer? —preguntó Chen, al tiempo que sujetaba un cuenco de carne de cerdo a la parrilla con arroz.
—No suelo beber… —Wei se interrumpió dejando la frase a medias. Tras una breve pausa, el policía continuó—: Me parece estupendo, jefe.
Al cabo de quince minutos, los dos hombres salieron juntos de la comisaría.
—Podríamos ir a un Starbucks, o a cualquier otro sitio que le guste, Wei.
—No conozco ninguna cafetería —confesó Wei—, pero mi hijo habla mucho de un sitio llamado Häagen-Dazs.
—Sí, vayamos allí. Hay uno en la calle Nanjing, cerca de la esquina con Fujian, al lado del hotel Sofitel.
Puede que aquélla no fuera la mejor opción, pensó Chen. Häagen-Dazs era una marca de helado, pero en Shanghai se consideraba un producto exclusivo. Constituía un símbolo de estatus, y varios de los establecimientos Häagen-Dazs se promocionaban como lugares lujosos destinados a un público joven. Había incluso un anuncio televisivo muy popular en el que una chica guapa afirmaba: «Si me quieres, llévame a un Häagen-Dazs».
Pero el establecimiento de la tienda Häagen-Dazs de la calle Nanjing también servía un café que resultó ser bastante decente, aunque Chen hubiera preferido una cafetería normal. El sofá en el que se sentaron los policías estaba frente a una ventana que daba a una concurrida calle peatonal.
—Cuénteme sus progresos —dijo Chen tras beber un sorbo de café.
—Tenemos que investigar a fondo antes de concluir que se trata de un suicidio, ¿verdad?
—Así es. Seguro que recuerda lo que dijo el secretario del Partido Li el primer día que nos asignaron el caso: «Investiguen y concluyan que fue un suicidio». Pero no se preocupe por lo que él diga. Repasemos lo que haya averiguado usted hasta ahora.
El subinspector Wei lanzó una mirada de sorpresa a Chen tras captar el tono sarcástico con el que éste se había referido al secretario del Partido Li, y luego contestó a la pregunta.
—Es complicado, porque sabemos muy poco sobre los antecedentes del caso. Zhou fue sometido a una detención shuanggui una semana antes de su repentina muerte. Jiang no ha querido compartir con nosotros la información que pudo obtener antes de que llegáramos al hotel. ¿Por qué?
A Chen no le pareció una pregunta difícil de responder. Desde la perspectiva de Jiang, era preciso ocultar cualquier detalle sobre la detención shuanggui a fin de proteger la imagen de sociedad armoniosa promovida por el Partido, incluso si ello perjudicaba la investigación policial.
—Supongamos que haya sido un asesinato —continuó Wei sin esperar a oír la respuesta del inspector jefe—. Hipotéticamente. ¿Cuál podría ser el motivo?
—¿Ha encontrado usted uno?
—Quizá más de uno. Siempre que investigamos un asesinato nos centramos en los posibles beneficiarios directos de la muerte, ¿no?
—Es cierto. En este caso, no creo que la lista sea demasiado larga. Merece la pena comprobarlo.
—Además, tengo el presentimiento de que esa lista podría estar relacionada con la fotografía que lo desencadenó todo.
—Explíquemelo, Wei.
—Cuando la fotografía apareció por primera vez en los periódicos, nadie le prestó la más mínima atención, pero entonces la colgaron en un foro de internet y allí comenzó la búsqueda colectiva inicial. Según Jiang, el administrador del foro recibió un archivo electrónico con la foto y una explicación sobre el paquete de cigarrillos.
—¿Quién le envió la foto?
—Aún no lo sabemos. El remitente usó una dirección de correo electrónico falsa, de esas de un solo uso, y se conectó a internet desde un cibercafé.
—Entonces, ¿el remitente solicitó la dirección mientras estaba en el cibercafé y ya no volvió a usarla de nuevo?
—Jiang lo preguntó en el cibercafé, pero no obtuvo respuesta. Concluyó que el causante de los problemas de Zhou debió de haber calculado todas las posibles consecuencias de iniciar la búsqueda colectiva. Por eso Jiang se ha centrado en ese enfoque.
—Un momento, Wei. ¿Piensa Jiang que el remitente podría ser el asesino?
—No, Jiang cree que fue un suicidio. Una conclusión previsible. Así que no entiendo la razón de ese enfoque.
—¿Y qué piensa usted?
—No digo que el remitente sea necesariamente el asesino, no sabemos si llegó a beneficiarse de la muerte de Zhou, pero resulta evidente que algunos sí que se beneficiaron, vicesecretario del Partido Chen.
Su cargo en el Partido sonó extremadamente forzado en boca del subinspector. De hecho, era la primera vez que Wei se dirigía así a Chen, y a éste no se le escapó la insinuación. Lo que Wei estaba insinuando era que los aspirantes a ocupar el cargo de Zhou encabezarían la lista de sospechosos.
—¿Ha estado alguna vez en el despacho de Zhou? —preguntó Chen, pasando por alto el comentario de Wei.
—Sí. El día en que se llevaron a Zhou de su despacho, una brigada dirigida por Jiang realizó un registro a fondo, pero allí no quedaba nada de interés. Estuve hablando con el director adjunto, Dang Hao, durante más de una hora, aunque no me dijo casi nada que resultara interesante. Ya sabe cómo hablan los cuadros del Partido, todo es palabrería llena de jerga políticamente correcta. Dang se pasó un buen rato denunciando a Zhou, como si fuera un editorial del Diario Wenhui.
—Cuando una pared empieza a tambalearse, todo el mundo la empuja. Especialmente los que están a la espera de ocupar el cargo vacante —comenzó a decir Chen, pero entonces se interrumpió de pronto al darse cuenta de que él también era un vicesecretario del Partido—. ¿Qué más le dijo Dang?
—Aunque criticó a Zhou, defendió el trabajo de su departamento. Admitió que la tarea de Zhou era complicada y difícil, teniendo en cuenta lo mucho que depende la economía de Shanghai de un mercado inmobiliario en auge.
—En otras palabras, Zhou no habría pronunciado aquel discurso sin la aprobación del gobierno municipal.
—Vaya usted a saber —respondió Wei—. Dang confirmó que la foto había recibido el visto bueno del propio Zhou, quien luego se la entregó a su secretaria, Fang, para que la enviara a los medios.
—Interesante. Normalmente son los fotógrafos los que proporcionan fotos a un periódico.
—A Zhou le importaba mucho su imagen pública, y se empeñaba en seleccionar personalmente las fotografías que había que entregar a los medios.
—Pero alguien tuvo que tomar esas fotos. Por ejemplo, un periodista.
—Eso es lo que me confundió. Según Jiang, él buscó entre todos los correos electrónicos de Zhou que llevaran archivos adjuntos, pero no encontró ninguno que revelara quién le había enviado esa foto.
—Puede que hubiera borrado tanto el mensaje como el archivo, pero los subordinados de Jiang son profesionales. Si el mensaje hubiera estado en el ordenador de Zhou, ellos lo habrían encontrado de una forma u otra.
—Yo también lo creo —dijo Wei—. Claro que, cuando examinemos los posibles motivos, puede que tengamos que cambiar de enfoque. En aquel discurso, Zhou mencionó una empresa en particular que intentaba bajar los precios de las viviendas de forma irresponsable. Zhou no dio ningún nombre, pero todo el mundo sabía que se refería a Tierra Verde. Antes de que estallara el escándalo de los cigarrillos Majestad Suprema 95, Teng Jialiang, el director general de Tierra Verde, se sentía muy presionado.
—De ahí podría salir algo, subinspector Wei. ¿Ha podido interrogar a Teng?
—Sí. Teng se mostró dispuesto a cooperar, y me puso en antecedentes sobre el discurso de Zhou. El año pasado, las autoridades de Pekín empezaron a hablar acerca de la necesidad de reducir los precios de la vivienda para fomentar la armonía en nuestra sociedad socialista. Teng pensó que reducir un poco los precios sería visto como un gesto bienintencionado que, por otra parte, aumentaría la cuota de mercado de su empresa. Pero, sin que viniera a cuento, Zhou acusó a Tierra Verde de causar los problemas que estaban afectando a la estabilidad del mercado. Teng se había metido en un buen aprieto. Mientras otros promotores inmobiliarios lo consideraban un adulador avaricioso que trataba de congraciarse con las autoridades de Pekín, el gobierno municipal lo presionaba para que diera marcha atrás.
—Sí, recuerdo haber leído en el Diario del Pueblo no hace ni una semana que una de las prioridades del Partido es garantizar que la gente corriente pueda comprarse una vivienda.
—Teng lo expresó muy bien. El Diario del Pueblo está en Pekín, pero Zhou representaba los intereses del gobierno de Shanghai. Es más, Zhou también tenía una razón personal para meterse con Teng.
—¿Una razón personal?
—El complejo de viviendas de Teng está ubicado bastante cerca de otro que construye el primo de Zhou, o alguien en su nombre. Así que la propuesta de Teng de reducir los precios suponía una amenaza para la rentabilidad del complejo de Zhou o de su familia.
—¿Tiene Teng una coartada?
—No estaba en Shanghai aquella noche, pero tiene muchos contactos, tanto blancos como negros.
—Ya entiendo —dijo Chen. Los blancos eran contactos legales y los negros criminales, como las tríadas o los gánsteres. Chen comprendió por qué Wei había sacado a colación los dos tipos de contacto—. Pero Zhou ya había sido sometido a la detención shuanggui. ¿Cree que Teng se hubiera arriesgado a matarlo en el hotel?
—Tiene razón —admitió Wei, y a continuación bebió un sorbo de café—. ¡Caramba, qué amargo está!
Al parecer, Wei no estaba acostumbrado al sabor del café. Chen esperó sin decir nada, tomándose a su vez el café lentamente.
—En cuanto a las circunstancias de la muerte de Zhou en el hotel, hay algunos aspectos desconcertantes. ¡Ah! Casi se me olvida: conseguí hablar con el camarero del hotel sin que Jiang se enterara. Aquí tiene la grabación del interrogatorio. El camarero se llama Jun.
Wei se sacó una minigrabadora del bolsillo, la colocó sobre la mesa y pulsó una tecla. Luego cogió la taza de café, pero no se la llevó a los labios.
WEI: Por favor, intente recordar con detalle lo que hizo, vio y oyó aquella noche, Jun. Podría ser muy importante de cara a la investigación.
JUN: Sólo soy un camarero. Ya le he dicho a su gente todo lo que sé.
WEI: Bueno, repasémoslo una vez más.
JUN: Hacía el turno de noche, de las seis de la tarde a las seis de la mañana. Normalmente, después de medianoche no hay mucho trabajo y puedo dormir un rato, a veces incluso hasta la mañana siguiente. Durante toda la semana pasada sólo se alojaron tres clientes en la tercera planta, así que yo no tenía casi nada que hacer.
WEI: En otras palabras, de las seis habitaciones de aquella planta, sólo tres estaban ocupadas.
JUN: Sí, por un acuerdo especial con el hotel. Nosotros no hacíamos preguntas. Entre otras cosas, nos dijeron que al cliente de la habitación trescientos dos le teníamos que llevar todas las comidas. Los otros dos eran como los demás clientes. Puede que quisieran comer en el comedor del edificio A, pero también podían llamar al servicio de habitaciones.
WEI: Ahora cuénteme lo que pasó el lunes por la noche.
JUN: Bueno, hacia las seis y cuarto le llevé la cena al cliente de la habitación trescientos dos: arroz de Yangzhou frito y la sopa del día.
WEI: ¿Entró en la habitación?
JUN: No, no exactamente. Cuando llamé a la puerta, él me abrió y me cogió la bandeja.
WEI: ¿Notó algo raro en él?
JUN: No, no noté nada. Después fui a abrirles la cama a los otros dos clientes. Los dos estaban en sus habitaciones, y como me dijeron que no me molestara en hacerlo, volví a la mía.
WEI: ¿Y luego?
JUN: Hacia las diez y veinte de aquella noche me dijeron que le llevara un cuenco de fideos «del otro lado del puente» y una botella de Budweiser al huésped de la habitación trescientos dos.
WEI: Un momento, ¿sabía que era Zhou el que se hospedaba en la habitación trescientos dos?
JUN: No, entonces no tenía ni idea de quién era. Pero los huéspedes del hotel no son personas vulgares y corrientes, y nos cuidamos mucho de hacer preguntas.
WEI: Antes de que pasara todo esto, ¿había oído algo acerca de Zhou?
JUN: No, no había oído nada antes de aquella noche.
WEI: Cuando le llevó los fideos, ¿se fijó si se comportaba de forma extraña?
JUN: Me pareció que estaba bien. Me sonrió, y no se olvidó de darme cinco yuanes de propina. Según las normas del hotel, no se nos permite aceptar propinas, pero si un cliente insiste, no las rechazamos.
WEI: ¿Entró los fideos en la habitación o sólo se los llevó hasta la puerta?
JUN: Entré en la habitación porque era un cuenco de fideos especiales «del otro lado del puente». Solemos colocar todos los platitos y las salsas en la mesa y luego le explicamos al cliente cómo añadir los demás ingredientes, aunque eso puede que no sea necesario si el cliente ha comido esta clase de fideos antes.
WEI: Entonces, ¿Zhou estaba solo en la habitación?
JUN: Sí, estoy seguro.
WEI: ¿Usted le dijo algo?
JUN: Le pregunté si quería que le abriera la cerveza, y asintió con la cabeza.
WEI: ¿Alguna cosa más?
JUN: No. ¡Ah, sí! Cogió una loncha de jamón de Jinhua nada más dejar yo los platos en la mesa. Dijo que era su comida favorita, y que le gustaría repetir los días siguientes. Es jamón de Jinhua auténtico, el hotel lo consigue a través de un canal de suministro especial. A muchos de nuestros clientes les encanta.
WEI: Una pregunta distinta, Jun. Después de ir a buscar los fideos a la cocina, ¿fue directamente a la habitación de Zhou?
JUN: Sí, fui directamente. La sopa tenía que servirse caliente.
WEI: ¿Alguna otra cosa? ¿Algo que le pareciera raro?
JUN: Nada que pueda recordar. Cuando Zhou empezó a echar los ingredientes en la sopa salí de la habitación. Lo siento, pero es todo lo que puedo decirle.
—No demasiado —comentó Wei, y luego apagó la grabadora—. Jiang ya debía de haber hablado con los empleados del hotel, pero no quiere que me dirija a ninguno de ellos sin pedirle permiso antes. Por eso tuve que hablar con Jun en una pequeña casa de té de una bocacalle que no queda muy lejos del hotel. Además, Jiang no deja de pedirme que lo tenga al corriente de nuestros progresos.
—A este juego pueden jugar dos, Wei —respondió Chen—. De ahora en adelante, no tiene por qué contarle nada a Jiang a menos que él se muestre dispuesto a cooperar. Jiang y Liu estaban a cargo de la detención shuanggui, y nosotros estamos a cargo de la investigación de la muerte de Zhou. Así que son ellos los que deben decirnos lo que saben sobre Zhou.
—Liu casi no ha estado en el hotel durante los últimos dos días, pero Jiang es el representante del gobierno municipal.
—Si Jiang le pone las cosas difíciles, puede decirle que yo le he pedido que me informe sólo a mí. Dígale que le he dado instrucciones específicas al respecto.
—Gracias, jefe —dijo Wei mirándolo a los ojos—. Cuando lo ascendieron, algunos pensamos que se debería a sus estudios, y que no era más que un golpe de suerte que coincidió con la nueva política de ascensos para cuadros del Partido. Aunque algunos también dijeron que fue por aquel artículo del Diario Wenhui escrito por su amiga periodista…
Chen le indicó a Wei con un gesto que dejara de hablar. Era cierto que lo habían ascendido por toda una serie de razones que guardaban escasa relación con el trabajo policial, como sus estudios y la imagen que ofrecía al público. No cabía duda de que ambas cubrían las necesidades propagandísticas del Partido.
—Se podrían haber dicho muchas cosas sobre mí, y algunas serían ciertas. Por ejemplo, mi licenciatura en lengua y literatura inglesas no tenía nada que ver con mi empleo en el Departamento de Policía. Incluso hoy no puedo evitar preguntarme si no debería haber escogido otra profesión. Sé que el hecho de que me dieran a mí el trabajo podía ser injusto de cara a otros agentes del departamento.
—Yo sólo quería decir que me alegro de trabajar a sus órdenes, jefe. Le consultaré cualquier paso que piense dar.
—Recuerde —advirtió Chen— que es usted el que está al frente de la investigación, y no yo. No tiene por qué consultarme ningún paso que vaya a dar. Ya conoce el proverbio: «Un general que combate en la frontera no tiene que escuchar al emperador que permanece sentado muy lejos, en la capital».
—Entonces, quiere decir que…
—Que tiene las manos libres. Si pasa cualquier cosa, yo asumiré la responsabilidad.
Chen interrumpió la conversación cuando su móvil comenzó a sonar.
—Hola, inspector jefe Chen. Soy Lianping, la periodista del Diario Wenhui. ¿Me recuerda? Acabo de leer algo acerca de usted.
—Por supuesto que la recuerdo. ¿De qué noticia se trata, Lianping?
—Deje que se la lea. «Según el inspector jefe Chen, de momento no ha aparecido ni la más mínima prueba que indique que la muerte de Zhou pueda ser otra cosa que un suicidio.»
—Eso es absurdo —dijo Chen—. ¿Quién ha hecho esas declaraciones tan irresponsables al Diario Wenhui?
—Jiang, el representante del gobierno municipal.
—La investigación aún no ha concluido. Es todo lo que puedo decirle por el momento.
—La declaración de Jiang es muy poco precisa, pero da a entender que usted ya ha concluido su investigación.
—Eso no es cierto, pero muchas gracias por llamarme, Lianping. Aún estamos siguiendo posibles pistas. Tan pronto como cerremos la investigación se lo haré saber.
—Muchísimas gracias, inspector jefe Chen. Por favor, no se olvide de los poemas que me prometió para el periódico. Soy una gran admiradora de su obra.
La declaración pública que había hecho Jiang no supuso precisamente una sorpresa para el inspector jefe. Al contrario, era más o menos lo que había previsto.
A su lado, el subinspector Wei aguardaba con una sonrisa en la cara.
—Tengo que volver al trabajo, inspector jefe Chen —dijo Wei.
Chen era conocido entre sus compañeros por ser un poeta romántico, y por haber mantenido una relación sentimental con una periodista de Wenhui. Puede que Wei hubiera oído que lo llamaba alguien de ese periódico y hubiera supuesto que se trataba de aquella periodista.
Pero Chen le había dicho a Lianping todo lo que estaba dispuesto a decirle. No pudo evitar pensar en la conversación que habían mantenido en la Asociación de Escritores, y en los versos que le vinieron a la mente aquel día al verla llegar con paso ligero por el sendero del jardín, mientras las alas de un arrendajo azul resplandecían a la luz.