Lo primero que hizo el inspector jefe al volver a su despacho fue encender el ordenador, tal como había comentado Yu que hacía Peiqin.
Chen tenía problemas por algo que ya había oído antes de que Peiqin se lo explicara con más detalle.
En internet, cualquier tema políticamente controvertido era «armonizado», lo cual significaba que, al buscar ciertas palabras clave, una serie de mecanismos de control específicos impedían continuar buscando. Así que Chen no se sorprendió demasiado cuando, pese a probar suerte varias veces, su búsqueda de la frase «Majestad Suprema 95» no arrojó ningún resultado. Tras cada búsqueda le aparecía el inevitable mensaje de error.
Después de repetidos intentos, el inspector jefe cambió de táctica y escribió «cigarrillos de marcas caras», lo que le permitió encontrar algunos resultados relacionados con su búsqueda. El supuesto suicidio de Zhou había provocado muchas preguntas, y las especulaciones acerca de su muerte no dejaban de aumentar. Los participantes en distintos foros de internet estaban dedicando una cantidad increíble de tiempo y de energía a comentar posibles pistas, analizarlas y sugerir una hipótesis tras otra.
Chen se pasó un par de horas leyendo diversos blogs, con sus comentarios correspondientes. Uno de los blogueros le pareció particularmente cáustico. Empleaba un tono claramente satírico, y sus conclusiones le llamaron la atención.
«Una casa no se construye en un día, ni puede construirla un hombre solo. Pensad en todas las casas nuevas de la ciudad. Zhou sabía demasiado, así que lo armonizaron hasta hacerlo desaparecer.»
Chen cayó en la cuenta de que los comentaristas de internet, todos ellos muy activos, esgrimían opiniones antigubernamentales, y de que sus reacciones estaban más que justificadas. Sin embargo, a ojos de un policía, las generalizaciones de ese tipo no parecían la forma más adecuada de acometer una investigación.
Tras leer diversos comentarios acerca de la muerte de Zhou, el inspector jefe decidió documentarse sobre el mercado de la vivienda.
Por lo general, el control gubernamental de los contenidos de la web también se aplicaba a esta cuestión, pero las quejas o las críticas parecían permitirse en cierta medida. Quizás el Gobierno era consciente de que sería inútil intentar suprimirlas del todo, dado que el problema de la vivienda afectaba a demasiada gente. Por otra parte, los distintos foros y blogs en los que se discutía este asunto parecían estar administrados por personas lo bastante inteligentes para evitar enfrentamientos directos con las autoridades. Chen disfrutó particularmente con una especie de poema burlesco titulado «Cálculos»:
Harían falta tres millones de yuanes
para comprar un piso de cien metros cuadrados
en un barrio aceptable de Shanghai.
Por consiguiente, un agricultor que cultiva media hectárea,
con unos ingresos medios de ocho mil yuanes al año,
tendría que trabajar desde la dinastía Ming hasta la actualidad,
sin contar con posibles catástrofes naturales;
un obrero, con unos ingresos mensuales de dos mil quinientos yuanes al mes, tendría que trabajar desde la Guerra del Opio en la dinastía Qing,
sin vacaciones, fines de semana ni interrupciones de ningún tipo;
un oficinista, con un salario anual de sesenta mil yuanes,
tendría que empezar a trabajar en 1950,
sin comer ni gastar en nada;
y una puta tendría que follar diez mil veces,
cada día, ininterrumpidamente,
aunque tuviera la regla, sin dejar de gemir, gruñir y retorcerse,
desde el día en que cumpliera los dieciséis hasta los cincuenta y cinco,
y todo eso sin incluir los gastos inevitables
en pintura, muebles y aparatos para la habitación.
Esto explicaba por qué los «ciudadanos de la Red» se habían embarcado en la campaña de investigación que acabó con Zhou, pero, tal y como se afirmaba en otro comentario, el de Zhou no era un caso aislado.
«La conducta de Zhou no hubiera sido posible sin la larguísima cadena de actos corruptos que la sustentaron eslabón a eslabón, hasta rodear la ciudad. Si nos olvidamos de toda la propaganda, comprobaremos que la reforma inmobiliaria es en realidad un inmenso chanchullo que sólo beneficia a los funcionarios del Partido, y que está inflando la economía hasta convertirla en una burbuja gigantesca. En teoría, los terrenos pertenecen al pueblo colectivamente, pero ahora es preciso comprarlos, y sólo por setenta años. El límite de setenta años es una normativa, o un cálculo, a largo plazo. No sólo pueden vender los terrenos los funcionarios actuales, sino que también podrán hacerlo sus hijos y luego sus nietos…»
El timbre del teléfono interrumpió su navegación por internet, y lo devolvió a la realidad de su despacho. Era Jiang, el investigador del Partido, quien aún se alojaba en el hotel. A él debía informar la policía acerca de cualquier progreso en la investigación.
—¿Hay alguna novedad, inspector jefe Chen?
—La verdad es que no. El subinspector Wei es quien está al frente de la investigación, hemos cambiado impresiones esta mañana. Wei cree que, a raíz de la autopsia, han surgido algunas preguntas.
—¿Qué preguntas?
—Según la autopsia, Zhou tomó una dosis bastante grande de somníferos aquella noche.
—Ya lo investigamos. A Zhou le costaba dormirse, no era la primera vez que se tomaba todas esas pastillas. Me dijo que las tomaba cada noche en el hotel. Estuvo sometido a mucho estrés durante los últimos días.
—Pero es bastante raro que un hombre tome somníferos poco antes de ahorcarse.
—Quizás, a pesar de las pastillas, aquella noche estaba demasiado preocupado para poder dormirse. Y entonces, en la oscuridad, se le ocurrió lo del suicidio. No es algo impensable.
—He visitado a su viuda —dijo Chen—, y se ha quejado de los registros repetidos de su casa, y también de la confiscación de los ordenadores y de todos los documentos de su marido. ¿Se encontró algo en el ordenador de Zhou?
—Nada. Había borrado todos los archivos.
El inspector jefe se preguntó si Jiang le decía toda la verdad, pero, de no ser así, poco podía hacer él al respecto.
—¿Qué más le ha dicho la señora Zhou? —preguntó Jiang.
—No dejó de repetir que Zhou había trabajado muchísimo para la ciudad y que no era justo que cargara él solo con toda la responsabilidad.
—¿Cómo ha podido decir eso? —preguntó Jiang después de una breve pausa—. El gobierno municipal nos ha pedido que lleguemos a una conclusión lo antes posible con relación a la muerte de Zhou. Por el momento, usted no ha encontrado nada realmente sospechoso sobre las circunstancias de su muerte. Creo que es razonable presumir que se trata de un suicidio.
—Entiendo la situación. Es un asunto complicado. Lo hablaré con Wei y volveré a ponerme en contacto con usted.
Mientras colgaba el auricular, Chen decidió que necesitaba mantener otra conversación con el subinspector Wei, pero por una razón que no pensaba revelarle a Jiang.