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El inspector jefe Chen repasaba un montón de papeles en el nuevo despacho —más grande que el anterior— que le había sido asignado por su reciente cargo como vicesecretario del Partido. Normalmente dejaba el papeleo hasta el último minuto, pero hoy sentía un placer malsano al despacharlo.

En su mente no dejaban de resonar algunas de las palabras del profesor Yao. «Un enigma, los problemas intrínsecos de China», pensó Chen mientras hojeaba los documentos que reposaban sobre su escritorio, limitándose a leer el título de la mayoría de ellos antes de firmarlos.

Se preguntó si la muerte de Zhou sería uno de dichos enigmas. El inspector jefe apenas había comenzado a trabajar en el caso. Para empezar, Chen no disponía de ninguna pista fiable que le permitiera iniciar la investigación: el «expediente» que había mencionado en el hotel no era más que una excusa para salir de allí. Existía bastante información sobre Zhou, pero toda era anterior al escándalo. Sobre el escritorio de Chen reposaba un montón de recortes de periódico, pero todos procedían de los medios oficiales y trataban sobre el trabajo ejemplar de Zhou como director del Comité para el Desarrollo Urbanístico.

Zhou había disfrutado de una ascensión imparable, paralela a la sorprendente transformación de la ciudad. A finales de los setenta, de ser un trabajador cualquiera en un pequeño grupo de producción vecinal pasó a desempeñar el cargo de director del Comité para el Desarrollo Urbanístico. Zhou mandó construir un número increíble de viviendas protegidas que, en justicia, cambiaron radicalmente el paisaje urbano. Pese a haber nacido en Shanghai, Chen se perdía a menudo entre los nuevos rascacielos, surgidos como brotes de bambú tras una tormenta primaveral. Resultaba sorprendente que la investigación colectiva de un paquete de cigarrillos pudiera haber derribado a un coloso como Zhou.

Según el secretario del Partido Li, lo que se descubrió en internet condujo a la revelación de otros problemas de Zhou que acabaron provocando su detención. Sin embargo, ninguno de estos detalles aparecía en el montón de recortes de periódico que se encontraban sobre su escritorio. Chen tamborileó en el montón de papeles y suspiró profundamente.

Los altos cargos del Partido preferían castigar a sus funcionarios de forma selectiva y secreta a fin de mantener en la ignorancia a la ciudadanía.

El inspector jefe intentó buscar información sobre Zhou en internet. Para su sorpresa, el acceso a varias webs estaba bloqueado. Incluso en aquellas a las que consiguió acceder le fue imposible visualizar cualquier dato sobre el caso Zhou: siempre le aparecía el mensaje de «error». La única información disponible sobre Zhou consistía en dos o tres frases copiadas de los medios del Partido. Chen era consciente del control que el Estado ejercía sobre internet, pero le alarmó constatar el alcance y la efectividad de dicho control.

Decidió enfrentarse de nuevo al aburrido papeleo, hasta que el cansancio comenzó a hacer mella en él. Se frotó la sien primero con un dedo y luego con dos, mientras desviaba la mirada hacia un ejemplar amarillento del Vajracchedika Sutra, un escrito budista que su madre le había regalado. Trataba sobre el carácter ilusorio de la vida, y alentaba a la práctica de conceptos budistas como el desapego y la no permanencia. Chen se preguntó si podría encontrar algo de tiempo para visitar a su madre en el hospital aquella tarde.

Mientras se estaba levantando con la intención de coger el texto budista, el subinspector Yu irrumpió de repente en su despacho sin molestarse siquiera en llamar a la puerta antes.

Yu era un compañero y amigo de Chen del Departamento de Policía desde hacía muchos años. En teoría, Chen era el jefe de la brigada de casos especiales, pero dadas sus frecuentes ausencias, en la práctica era Yu quien estaba al mando.

Pese a no ser la primera vez que entraba en el nuevo despacho del inspector jefe, Yu volvió a recorrerlo con la mirada y contempló detenidamente los lujosos muebles una vez más, antes de mencionar la pantalla de LCD de veinticinco pulgadas ubicada sobre el escritorio de acero.

—Es igual de grande que la que hay en el escritorio del secretario del Partido, jefe.

—No habrá venido para hablar de eso, ¿verdad?

—No. Peiqin acaba de llamar para preguntarme si usted querría venir a cenar con nosotros este fin de semana.

Peiqin, la esposa de Yu, era una gran cocinera y una anfitriona maravillosa. Chen conocía de primera mano sus habilidades culinarias.

—¿Qué celebran, Yu?

—Que hayan aceptado a Qinqin en la Universidad de Fudan, tendríamos que haberlo celebrado hace meses.

—Pues merece la pena hacerlo, una universidad tan prestigiosa como Fudan le abrirá muchísimas puertas en el futuro. Aunque no estoy seguro de poder ir este fin de semana, le diré algo cuando mire la agenda.

—Estupendo. ¡Ah! Peiqin también quiere que le diga que puede traer a quien le parezca, desde luego.

—Ya estamos otra vez con lo mismo. —El inspector jefe sabía perfectamente a qué se refería Peiqin: la esposa de su compañero quería que llevara a alguna novia, pero Chen prefirió no hacer ningún comentario al respecto—. Le preocupa tanto este asunto como a mi anciana madre.

—Por cierto, me he topado con Wei esta mañana. Acaban de asignarle un caso, y me ha dicho que se lo tendrían que haber asignado a usted.

—¿De qué caso hablaba?

—Del de un funcionario del Partido que se suicidó durante una detención shuanggui.

—¡Ah, ese caso! En realidad nos lo han asignado a los dos, pero a mí sólo en calidad de asesor especial de la brigada.

—¿Sospechan que pueda tratarse de un asesinato?

—La verdad es que no; parece ser un mero trámite —respondió Chen—. Ya que hablamos del tema, ¿sabe algo acerca de los cigarrillos Majestad Suprema 95?

—¿No los ha fumado nunca?

—No, aunque he oído hablar de la marca.

—Pero ha fumado Panda alguna vez, ¿verdad?

—Sí.

—En los ochenta, Panda era la marca que fabricaban exclusivamente para Deng Xiaoping. Eran los mejores cigarrillos del mundo.

—Y antes de eso, China era el nombre de la marca que fabricaban para Mao —añadió Chen, asintiendo con la cabeza—. En la antigua China, a los artículos de esa clase los llamaban productos imperiales, gonping, y estaban destinados únicamente al emperador.

—Hoy en día, tanto los cigarrillos China como los Panda están disponibles en el mercado libre, siempre que uno pueda permitírselos. Todas las provincias fabrican también una marca especial de cigarrillos producidos exclusivamente para los altos dirigentes del Partido en la Ciudad Prohibida, como los Majestad Suprema 95. Son aún más caros que los China o los Panda.

—Sí, eso tiene sentido. El mismo nombre Majestad Suprema 95 lo dice todo. El complejo de emperador implícito en el nombre funciona de maravilla en esta época de consumo compulsivo.

—Pero ¿qué conexión hay entre los cigarrillos Majestad Suprema 95 y el caso?

—Las actividades de Zhou salieron a la luz a raíz de una búsqueda de carne humana, básicamente, una investigación colectiva, provocada por la fotografía de un paquete de Majestad Suprema 95 que tenía delante.

—Interesante. Creo que Peiqin me habló del tema. Un cuadro del Partido sometido a una detención shuanggui que vio lo que se le venía encima. No sorprende demasiado que decidiera suicidarse.

—Eso es cierto —admitió Chen, sin entrar en detalles.

—Cuando tenga tiempo para venir a cenar, dígamelo —comentó Yu antes de salir del despacho.

Aquella tarde, el subinspector Wei también visitó al inspector jefe en su despacho.

Sentado en una silla frente a Chen, Wei comenzó a hablar con un atisbo de vacilación en la voz, algo poco habitual en el experimentado policía. Según Wei, Jiang y Liu aún se hospedaban en el hotel, supuestamente para continuar investigando los problemas de Zhou. Se trataba de una investigación paralela a las pesquisas policiales, y los funcionarios le estaba poniendo las cosas difíciles. Tanto Jiang como Liu desempeñaban cargos más altos que el suyo en la jerarquía del Partido, por lo que se esperaba que Wei acatara sus órdenes en lugar de colaborar con ellos o trabajar por su cuenta.

—Liu volvió al Comité Disciplinario del Partido esta mañana, pero Jiang no da muestras de querer levantar el campamento. Se ha negado a explicarme por qué sometieron a Zhou a la detención shuanggui. Sí, su corrupción fue revelada en internet, pero ¿qué motivó específicamente el shuanggui? Jiang ha dicho que estuvo investigando por qué se colgaron las fotografías en la Red, pero no me ha ofrecido ningún dato.

Chen captó lo que quería dar a entender Wei. Si se comete un asesinato, el asesino suele tener un motivo. La venganza, por ejemplo. El causante de los problemas de Zhou en internet podría ser alguien que le guardara rencor, y puede que por ello lo hubiera asesinado en el hotel.

No obstante, dado que ya estaban sometiendo a Zhou a una detención shuanggui, ¿qué necesidad había de dar el segundo paso?

—No sé qué pretende realmente Jiang. Podían haber declarado suicidio la muerte de Zhou sin mayores problemas. Jiang no tenía por qué involucrarnos a nosotros en este asunto.

Consciente de que no tenía sentido hacer ninguna observación por el momento, Chen se acomodó en su asiento y continuó escuchando.

—Y el hotel también me parece muy raro —siguió diciendo Wei—. De vez en cuando está cerrado al público una parte, o incluso todo, para amoldarse a las necesidades especiales del Partido. Por ejemplo, la necesidad de alojar temporalmente a los funcionarios sometidos a detenciones shuanggui. A fin de aislar la planta en la que se alojaba Zhou, tuvieron que desalojar a otros clientes. Los empleados del hotel han recibido una formación específica, y, como usted mismo pudo comprobar, los visitantes tienen que registrarse antes de ser admitidos en el edificio.

»He conseguido hablar con algunos de los empleados del hotel sin que Liu o Jiang estuvieran presentes. Zhou fue visto por última vez alrededor de las diez y veinte de la noche por el camarero encargado del servicio de habitaciones, quien le llevó un cuenco de fideos “del otro lado del puente” a la habitación. Su declaración ha sido corroborada por la cinta de vídeo de una cámara de seguridad instalada en el descansillo de la tercera planta. El vídeo muestra que no llegó nadie después de que el camarero se fuera.

—Unas medidas de seguridad tan extraordinarias no son del todo incomprensibles en una detención shuanggui. Al Partido siempre le preocupa que los detalles sobre la corrupción de sus cuadros puedan filtrarse a los medios —explicó Chen—. ¿Y qué se sabe acerca de la autopsia?

—Han encontrado una concentración bastante alta de sedantes en el cuerpo de Zhou. Según sus familiares, sufría de insomnio y a menudo tomaba somníferos. Puede que se hubiera tragado un puñado de pastillas antes de irse a la cama…

—Continúe, por favor.

—Pero aquí hay algo que no cuadra, inspector jefe Chen. Zhou se comió los fideos hacia las diez, así que supongamos que se tomara las pastillas poco después. A las diez y media, pongamos. Se estima que su muerte tuvo lugar alrededor de la medianoche, una hora y media más tarde. Con tal cantidad de sedantes en la sangre, a esa hora debería haber estado profundamente dormido.

—¿No podría haberse tomado las pastillas antes de comerse los fideos?

—¿Quién tomaría somníferos antes de llamar al servicio de habitaciones? ¿Y si se hubiera dormido antes de que le trajeran los fideos? Una teoría más plausible es que se tomó las pastillas después de comerse los fideos.

—Aunque puede que no lograra dormirse a pesar de haberse tomado las pastillas…, suponiendo que se las hubiera tomado después de comerse los fideos.

—Pero, después de tomarse las pastillas para intentar dormir, ¿cabe pensar que podría haberse levantado de pronto, haber descubierto una cuerda en alguna parte de la habitación, haberla atado bien a la viga y haberse ahorcado?

—No, no parece probable que hubiera encontrado una cuerda en una habitación de hotel. En eso tiene razón —admitió Chen—. Pero ¿qué otra posibilidad sugiere usted?

—Según los empleados del hotel, aquella noche Zhou no parecía deprimido, ni se comportó de forma distinta. Los platos que se sirven en el hotel son de una calidad excelente, y Zhou no parecía haber perdido el apetito. Se acabó una ración grande de arroz frito de Yangzhou con sopa de buey para cenar, y unas tres horas más tarde pidió que le trajeran un gran cuenco de fideos a la habitación.

Chen comenzaba a caer en la cuenta de algo. Desde el principio había dado por sentado que las autoridades del Partido querían que la muerte de Zhou fuera declarada suicidio, lo que sería una conclusión plausible dadas las circunstancias. De ser así, Chen no tendría que hacer casi nada. La sugerencia de que un funcionario sometido a shuanggui hubiera sido asesinado supondría más quebraderos de cabeza para el gobierno municipal, y sin embargo ésa era la dirección a la que apuntaba el subinspector Wei. La admisión pública de semejante posibilidad podría considerarse contraria a los intereses del Partido, razón por la que probablemente Jiang se negaba a colaborar.

Pero Wei era policía, y, al igual que Chen, tenía el deber de investigar todas las hipótesis.

Nada más salir el subinspector Wei del despacho, Chen repasó sus notas durante un buen rato antes de decidirse a llamar al subinspector Yu.